jueves, 11 de febrero de 2016

Monografías: el SCUTUM romano. Evolución 3


Bajorrelieve de Croy Hill, datado hacia el siglo I d.C. Se
lo considera un fragmento de un cipo funerario, y muestra
a tres legionarios equipados con la tipología más conocida:
el escudo semi-cilíndrico
Con lo que hemos ido viendo a lo largo de las dos entradas anteriores ya hemos cubierto el desarrollo del SCVTVM en todas sus variantes desde que los comienzos de Roma hasta finales de la República en el siglo I a.C. Fue precisamente en esa época, hacia mediados del reinado de Augusto, cuando el escudo oval que durante tanto tiempo había protegido a los ínclitos ciudadanos de Roma empezó a ser poco a poco relevado por una nueva tipología que, como ya comenté al inicio de esta monografía, es la que generalmente conoce todo el mundo. Aunque los autores de la época no nos legaron ningún testimonio acerca de los motivos de este cambio, tampoco hace falta echarle mucha imaginación para darse cuenta de ello. 




A mi entender es algo bastante simple: el escudo oblongo dejaba demasiados espacios libres por donde las armas enemigas podían colarse cuando las cohortes adoptaban determinadas formaciones de nueva creación. De hecho, una testuda formada con escudos oblongos era mucho menos densa que una formada con el nuevo modelo, y por mucho que apretasen las filas para intentar solaparlos y cubrir el máximo posible los huecos, nunca llegarían a la masa compacta de una barrera o una formación realizada con escudos rectangulares. Basta echar un vistazo a la imagen de la derecha para comprenderlo en un periquete: la testuda inferior es impenetrable, mientras que la formación superior de escudos ovales tiene tal cantidad de resquicios que una lluvia de flechas enemigas harían blanco con toda seguridad en más de un legionario.


A la izquierda tenemos una recreación del tipo más primitivo. Como vemos, aún conserva la SPINA, si bien ya no es de madera, sino metálica. Conserva igualmente cierto abombamiento en los laterales, y su curvatura es más acusada que en los escudos oblongos. Un detalle significativo fue la aparición normalizada de motivos decorativos, generalmente a base de alas, rayos y crecientes, así como cuernos de unicornio y coronas de laurel. La opinión más generalizada es que cada legión adoptaba un diseño en concreto, y lo que variaba era el color de fondo según la cohorte. No obstante, no hay certezas al respecto, y son más bien conjeturas de las que los obsesos en la materia llevan décadas debatiendo. Por otro lado, y esto sí se sabe con seguridad, esta tipología era menos pesada que sus colegas ovales. Obviamente, el escudo ganó en superficie, por lo que se convertiría en un trasto enormemente pesado y nada manejable, así que variaron su sistema de fabricación y lo hicieron menos grueso, de forma que se pudieron rebajar unos 2,5 kilos sobre el modelo anterior, quedándose en los 7,5 kilos de media. Su altura oscilaba por los 100-105 cm., y su anchura entre 80 y 90 cm., más que suficientes para cubrir a un hombre desde las rodillas hasta la cara. Por cierto que esta disminución de peso implicó, como es lógico, una estructura menos compacta, por lo que se hizo necesario reforzar el reverso del escudo con listones distribuidos de la forma que vemos en la ilustración superior.


La evolución del modelo anterior dio como resultado los escudos que vemos a la derecha, en los que el abombamiento lateral desapareció definitivamente para acabar con una morfología rectangular. Este escudo, creado durante el siglo I d.C., fue el modelo que perduró hasta la aparición de los grandes escudos ovalados y circulares de las postrimerías del Imperio. Además del estrechamiento experimentado en sus laterales, se aligeró aún más de peso, quedando en solo 5,5 kilos según las reconstrucciones que se han realizado de este tipo de escudo. De ahí que precisara aún de más refuerzos para mantener una estructura lo más sólida posible en forma de esos ángulos de bronce que aparecen en cada esquina. Además, el grosor dejó de ser uniforme para pasar a tener una sección más gruesa por el centro y más delgada por los extremos, lo que favorecía la elasticidad de la pieza y, por ende, una mayor facilidad para absorber golpes. Por lo demás, podemos ver dos diferencias en la instalación del umbo: en la figura A aparece con las solapas embutidas en la estructura lígnea del escudo, mientras que en la figura B tenemos la configuración convencional, remachado en la superficie del mismo. Durante esta época prevalecieron los umbos circulares y rectangulares tanto de hierro como de bronce. Por último, señalar que, según se aprecia en la figura B, en aquella época ya se consignaba el número de la legión en unas pequeñas cartelas situadas en los laterales.


Lógicamente, al igual que sus ancestros, estos escudos también eran protegidos por fundas de cuero como las que vimos en las entradas anteriores, si bien con algunas particularidades. La más significativa fue la adición de elementos identificativos, especialmente en lo tocante a la legión donde servían sus usuarios. De ahí que, tal como vemos en la ilustración de la izquierda, se colocara una cartela en la parte superior de la funda donde figuraba, pintado o repujado, el número de la legión. Las dos correas que penden bajo dicha cartela era para mantener la funda enrollada cuando no se usaba.


Pero no solo se empezó a utilizar la cartela antes mencionada, sino también determinados motivos en la parte de la funda que cubría el umbo y que podemos ver en la figura de la derecha. Por un lado, según se aprecia en el detalle superior, algunos optaban por pintar el animal o símbolo propio de su unidad. Otros se conformaban con poner su nombre, que ya sabemos que chorizos ha habido, hay y habrá en todos los ejércitos de todo el mundo. Recordemos que mucho antes ya se acostumbraba a poner el nombre en el escudo, así que debieron surgir cacos de fundas y hubo que coser un parche con el nombre del dueño de la misma, por si las moscas.


En lo referente a las demás unidades o tipos de tropas del ejército romano, básicamente siguieron utilizando los mismos modelos de siempre. En el caso de los porta insignias y los músicos, permanecieron fieles a sus PARMÆ durante toda la época del principado y el imperio. Un buen testimonio gráfico lo tenemos a la izquierda. Se trata de la lápida de un tal Aurelio Suro, un BVCINATOR que sirvió en la LEGIO I ADIVTRIX PIA FIDELIS. La lápida está datada hacia el 210 d.C., cuando el buen Aurelio dejó de soplar su bocina para largarse en compañía de sus parientes, sus dioses lares y manes y, naturalmente, sus cuñados, con apenas 40 años de edad. Como se puede ver en el bajorrelieve, junto al difunto aparece su PARMA, muestra de su condición de músico junto con la bocina que porta apoyada en el hombro izquierdo.


Los que también permanecieron invariables fueron los CLIPEI utilizados por las unidades de caballería y las tropas auxiliares, tanto a caballo como de infantería. El que aparece en primer lugar corresponde a los auxiliares bátavos que combatieron en la batalla del Monte Graupius, celebrada en el 84 d.C. Como vemos, en aquella época las tropas auxiliares también habían tomado la costumbre de adornar sus SCVTVM. El otro ejemplar pertenece a una tipología menos conocida pero que también estuvo en uso entre este tipo de tropas, así como en la caballería regular. Como vemos, es de forma rectangular y de dimensiones similares a su colega ovalado. El reverso lo he recreado conforme a un escudo de este tipo hallado en Doncaster (Inglaterra), que tiene la peculiaridad de que la manija está colada en sentido vertical, en una pletina de bronce que, además, sirve como refuerzo a la estructura del escudo. Estos ejemplares, como era norma en los CLIPEI, eran planos. ¿Qué por qué no usaban los AVXILIORVM los mismos escudos que la infantería regular? Pues muy fácil: porque los CLIPEI eran más baratos de fabricar, y para eso los AVXILIORVM no eran ciudadanos romanos. De hecho, mientras que dichos ciudadanos usaban yelmos de hierro, los auxiliares se tenían que conformar con los de bronce, así que ya vemos que eso de las clases lo tenían muy acendrado. 


Así permanecieron las tipologías en servicio hasta mediados del siglo III d.C., cuando retornaron los escudos ovales y circulares que hacía tanto tiempo habían sido relegados al olvido. La razón no podía ser otra que la introducción de nuevas técnicas de combate para las que estos eran más adecuados. Durante ese tiempo, la única variación significativa que sufrieron los escudos semi-cilíndricos fue la sustitución de las cantoneras de bronce por otras de cuero crudo pero, por lo demás, su aspecto siguió siendo el mismo. A la izquierda tenemos un bajorrelieve de un cipo funerario datado hacia el siglo III d.C. en el que vemos a su espalda un escudo ovalado, muestra palpable de que, en aquella época, ya estaban de nuevo en servicio. El difunto es Aurelio Justino- por lo que se ve, los Aurelios caían como moscas- un legionario de la LEGIO II ITALICA que palmó heroicamente cuando combatía contra los malvados dacios. No obstante, hubo un tiempo en que convivieron ambos tipos de escudos hasta que, de forma definitiva, se eliminó el rectangular en favor de los ovales y circulares. Pero eso lo veremos en la siguiente entrada, que ya me he enrollado más de la cuenta.

Hale, he dicho

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Como podemos ver, el escudo semi-cilíndrico podía formar barreras muy compactas que eran muy difíciles de franquear
por los enemigos. De hecho, los escudos que usan muchas unidades de policías anti-disturbios de diversos países son
similares a estos, y siguen usando técnicas muy parecidas para detener en seco o cerrar el paso a los amotinados de turno

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