Si alguien piensa que tender alambradas consistía en limitarse a unir alambre de púas a hileras de estacas sin más historias es que anda más perdido que un político en un seminario sobre ética y moral. Antes al contrario, la fortificación mediante alambradas era más enjundiosa de lo que parece a la mayoría del personal, y los más sesudos ingenieros militares dedicaron enjundiosos manuales para lograr hacerlas lo más efectivas e impenetrables posible. Para hacerse una idea de la eficacia de las alambradas basta tener en cuenta un simple detalle, y es que hacían falta preparaciones artilleras de categoría para intentar, sino anularlas, al menos abrir huecos lo suficientemente grandes como para permitir a la infantería propia traspasarlas.
Porque si lo pensamos bien, si se construyese un muro de los gordos este sería destruido por las bombas y la infantería podría pasar sobre los escombros sin problemas. Sin embargo, las alambradas, por muy destrozadas que estén, siempre quedan restos capaces de ralentizar el avance de las tropas, en muchos casos lo suficiente como para barrerlos con fuego de ametralladoras. Para evitar acabar como el desdichado de la foto superior, atrapado literalmente por las púas asquerosas y mohosas de una alambrada enemiga, la infantería solía iniciar el avance provistos de escalas de madera o tablones a fin de lanzarlos sobre las concertinas y, a modo de inestables pasarelas, poder cruzar sin quedar prendidos en las mismas. Pero, lógicamente, eso lo solían tener en cuenta los ingenieros enemigos y, para impedirlo, construían campos de alambras de varios metros de espesor. En fin, hablamos de todo un compendio de putaditas para impedir como fuera que el enemigo alcanzase las trincheras propias.
Curioso intento de franquear trincheras. No creo que prosperase salvo que se trate de un concurso de salto con pértiga trincheril |
Lógicamente, el inicio del conflicto pilló a ambos bandos sin tener muy claro eso de fortificar trincheras porque, hasta aquel momento, la guerra estática era algo desconocido. De ahí que, a lo sumo, se planteasen medios de circunstancias para establecer obstáculos que, en realidad, eran similares a los que se utilizaban un siglo antes para cerrar el paso al enemigo a la hora de defender brechas en fuertes y demás construcciones defensivas. Uno de ellos lo podemos ver en la foto de la izquierda. Se trata de una barricada formada por troncos sin desbrozar hincados en el suelo, los cuales se podían trabar con alambres para mejorar su eficacia. Otra opción sería, caso de no haber árboles en las cercanías, recurrir a arbustos y plantarlos de la misma forma. Lógicamente, las ramas debían quedar mirando hacia el enemigo, y ciertamente eran barreras bastante eficaces porque eran simplemente impenetrables salvo que uno se tomara el tiempo necesario para abrirse paso a machetazos, lo que, está de más decir, no le permitiría el enemigo que acechaba desde la seguridad de sus trincheras.
Alambrada española durante la guerra de África. Como se ve, es igual a las empleadas en la Gran Guerra por ambos bandos |
Pero la madera sí que se podía barrer literalmente en un periquete con una breve preparación artillera, así que los ingenieros de ambos bandos idearon rápidamente diversos métodos de fortificar sus posiciones de forma que los efectos de la artillería fuesen menos devastadores y, a medida que avanzaba el conflicto, estas fortificaciones se fueron haciendo cada vez más sofisticadas. Básicamente, los esquemas de fortificación eran similares en todos los ejércitos en liza, así que los trataremos de forma genérica salvo algún que otro detalle propio de cada bando, así que, tras este breve introito, vamos al grano.
Estacas, postes y picas
Inicialmente, las alambradas se sustentaban mediante simples postes de madera de diversas alturas que podían ir desde los 80 cm. a los 2 metros. La elección de unos u otros se supeditaba al tipo de alambrada que se quería tender, si bien los más altos se destinaban por lo general a líneas fortificadas de gran envergadura de varias decenas de metros de ancho. Con todo, la madera no era precisamente el material más adecuado por su fragilidad ante el fuego enemigo, así como su vulnerabilidad ante los parásitos y el clima. Además, precisaba de más dedicación a la hora de tender la alambrada ya que era necesario clavar los alambres a los postes o rodearlos con el mismo alambre, lo que además de retardar los trabajos de fortificación delataba la presencia de las escuadras de hombres dedicados a este fin que, casi siempre, actuaban de noche por razones obvias. Así pues, fueron sustituidos por picas o estacas de hierro como las que vemos en la ilustración de la derecha. En primer lugar tenemos las picas, que no eran más que varillas de hierro a las que se les practicaba una espiral a modo de sacacorchos en uno de sus extremos para fijarlas al suelo sin necesidad de liarse a martillazos. Como se puede observar, las había de distintas medidas y, por ende, con más o menos argollas que se hacían simplemente doblando la varilla. Las más pequeñas, de una sola argolla, medían alrededor de medio metro, por lo que una vez fijadas al terreno apenas sobresalían unos 25 ó 30 centímetros, con lo que se impedía al enemigo que avanzase reptando. Las mayores, con cuatro argollas, medían alrededor de 150 cm. Estas picas no precisaban de ningún elemento para fijar el alambre, que era simplemente envuelto en cada una de las argollas. Por lo demás, en caso de tener que perforar un suelo especialmente duro solo se requería introducir una barra de hierro por una de las argollas y girarla en el sentido de las agujas del reloj. Las picas eran las preferidas por el personal destinado a fortificar ya que su manipulación era muy silenciosa.
El sistema de fijado del alambre podemos verlo en la ilustración de la izquierda, donde se aprecia cada paso que había que dar para envolver cada hilera en una argolla. Por último, en el centro de la lámina anterior tenemos una estaca de hierro. Estas estaban formadas por un ángulo de dicho material al que se le practicaban una serie de muescas donde se fijaba el alambre. Al igual que con las picas, las había de distintas longitudes que podían ir desde los 80 a los 230 cm. Para clavarlas sin hacer ruido se recurría a poner encima trozos de neumáticos, y se dejaba la parte cóncava mirando hacia el enemigo para que, caso de impactar una bala contra ella, saliese despedida hacia atrás. Conviene aclarar que estos dos últimos elementos de fijación no desterraron para siempre los postes de madera ya que, como podemos imaginar, todo estaba condicionado a la disponibilidad de uno u otro material. De ahí que se vean fotos que contengan más de uno de ellos en la misma alambrada ya que estas eran reparadas lo antes posible tras un bombardeo, y había que echar mano a lo que hubiera en ese momento. Aparte de eso, no creo que nadie pueda hacerse una idea de la monstruosa cifra de picas, estacas, etc. usadas durante el conflicto, y menos aún de las decenas de miles de kilómetros de alambre empleado. Con todo, para hacernos una idea, se cubrieron más de 1.600.000 de kilómetros de frente con alambradas, así que...
El alambre
Cómo ya se comentó anteriormente, a principios del conflicto ni siquiera existía un tipo de alambre destinado a usos militares, teniendo que recurrir a tipos comerciales de uso agrícola y ganadero. De hecho, incluso se requisaban las existencias que se pudiesen encontrar en los pueblos y granjas cercanos al frente ante la escasez de este material. En todo caso, la industria se puso en marcha para enviar al frente miles y miles de rollos de un tipo de alambre apto para uso militar si bien mientras se cubría la enorme demanda hubo que recurrir a medios propios de la Edad Media, como sembrar unos metros por delante de los parapetos con abrojos, y también con cristales rotos y tablones erizados de clavos o de los mismos abrojos, tal como vemos en la foto superior. Como ya podemos suponer, estas defensas solo eran válidas si la artillería no actuaba ya que, de ser así, serían barridos del campo de batalla como si fueran plumas ante un huracán.
Pero no solo se generalizó el uso del alambre de púas, sino también de alambre de cuchillas como el que se usa actualmente. Este invento partió, como no, de los belicosos tedescos, que en estas cuestiones de fortificar siempre han sido unos figuras. En realidad no era propiamente un alambre, sino una tira de acero troquelada de la que salía un "alambre" recorrido por decenas de cuchillas afiladas una cosa mala. A la derecha podemos ver su apariencia que, la verdad, da repelús con solo imaginar lo que sería verse atrapado en esa porquería. De hecho era muy difícil de eliminar incluso para la artillería, teniendo que recurrir a equipos de voladura específicos o a grupos de hombres equipados con cizallas para, aprovechando la noche, intentar abrir huecos en esa maraña cortante como navajas barberas.
En cuanto a la distribución del alambre, se entregaba en bobinas de unos 400 metros de largo que, ya en el frente, solían ser divididas en madejas de menos longitud para llevar a cabo reparaciones, reservando las grandes para trabajos de fortificación de más envergadura. Debemos tener en cuenta que las bobinas pesaban alrededor de los 40 ó 50 kilos, lo que las haría extremadamente engorrosas para ser arrastradas por la tierra de nadie procurando encima no formar demasiado ruido. De ahí que las dividieran, tal como se ve en el detalle de la foto de la derecha, en madejas de unos 30 metros en cuyos extremos se anudaba un trozo de cinta o tela para saber donde comenzaba. Por lo demás, en la foto se puede observar el orificio que tenían los carretes de madera de cada bobina para pasar por los mismos una barra de hierro que permitiera transportarlo con facilidad.
En cuanto al material necesario para su manipulación, era bastante básico: unos guantes, unas cizallas o alicates, unas grapas para unir el alambre, un pequeño nivel para hincar las estacas y demás elementos de sustentación en vertical y un dispensador de alambre que contenía 50 metros del mismo. Este que vemos a la izquierda era el equipo empleado por el ejército inglés, pero el resto de contendientes usaban un material más o menos similar.
Las concertinas
Este palabro seguramente les sonará de algo a los que me leen cuando se formó tanto escándalo hace algún tiempo a raíz de la orden de disponer concertinas en las vallas de las fronteras de Ceuta y Melilla. Bueno, pues como vemos el término es bastante más antiguo y, de hecho, se usa el mismo en inglés y francés. Lo de concertina hace referencia a los fuelles de los bandoneones, esos acordeones redondos que siempre salen en las pelis de piratas y similares. Como vemos en la foto, para fabricar una había que clavar en el suelo unos cuantos palos, nueve por lo general, formando un círculo de alrededor de 120 cm. de diámetro más o menos. Según se puede apreciar, dos soldados llevan el rollo de alambre mientras dan vueltas alrededor del círculo. A medida que se forman nuevas hileras, otros las unen a intervalos regulares con alambre de forma que al desplegarla se forme una retícula de, aproximadamente, unos 10 ó 15 metros de largo.
Dichas concertinas se iban uniendo unas a otras, formando a veces marañas de más de dos metros de alto y tantos cientos de largo como hicieran falta para cubrir un determinado sector. Además, eran extremadamente versátiles ya que podían ser colocadas en multitud de disposiciones: entre dos barreras de alambre, delante de la frontal, para cortar caminos y carreteras y, en definitiva, en cualquier sitio en el que conviniera cerrar el paso al enemigo, que se lo pensaría dos veces antes de meterse en semejante trampa que no lo dejaría salir si lograba atraparlo. Generalmente se fijaban al suelo mediante piquetas para impedir que el enemigo se infiltrase por debajo. Dichas piquetas se clavaban cada dos metros aproximadamente. Así mismo, era habitual disponer dos concertinas, una tras otra como vemos en la foto superior, más una encima de ambas, uniendo el conjunto con alambre de forma que era literalmente imposible pasar a través de las mismas, y mucho menos intentar tumbarlas con el peso de los combatientes en caso de estar unidas a piquetas.
En cuanto a la colocación de los alambres o las concertinas, generalmente no se tensaban cuando se fijaban a los postes. Con esto se buscaba lógicamente complicar el desenganche en caso de ser atrapado ya que estando tirante era más fácil y, sobre todo, los alambre no se trababan entre sí cuando el desgraciado que se veía en semejante brete luchaba a brazo partido por librarse. Debemos tener en cuanta que el alambre militar, además de ser más denso, tenía las púas más largas que el usado en la vida civil. Por otro lado, la resistencia de este material era increíble, teniendo cada alambre la capacidad de soportar algo más de una tonelada de peso antes de partirse, lo que hacía que, por ejemplo, los carros Renault FT, de apenas 6.500 kilos de peso, no lograran romper alambradas como no estuvieran muy tocadas por la artillería. De hecho, el patín trasero que llevaban estos pequeños carros era precisamente para no volcar en caso de verse encaramados en una alambrada que no lograban aplastar. Es más, a veces incluso los pesados carros británicos Mk. IV de casi 29 Tm. de peso se las veían y se las deseaban para franquear las espesas alambradas germanas. En definitiva: la eficacia de las alambradas superaba con creces el costo y el trabajo que suponía colocarlas.
Bueno, como los viernes siempre me atocino un poco, mañana proseguiremos con los esquemas de construcción de estas malévolas fortificaciones.
Hale, he dicho
Continuación de la entrada pinchando aquí.
El alambre
Cómo ya se comentó anteriormente, a principios del conflicto ni siquiera existía un tipo de alambre destinado a usos militares, teniendo que recurrir a tipos comerciales de uso agrícola y ganadero. De hecho, incluso se requisaban las existencias que se pudiesen encontrar en los pueblos y granjas cercanos al frente ante la escasez de este material. En todo caso, la industria se puso en marcha para enviar al frente miles y miles de rollos de un tipo de alambre apto para uso militar si bien mientras se cubría la enorme demanda hubo que recurrir a medios propios de la Edad Media, como sembrar unos metros por delante de los parapetos con abrojos, y también con cristales rotos y tablones erizados de clavos o de los mismos abrojos, tal como vemos en la foto superior. Como ya podemos suponer, estas defensas solo eran válidas si la artillería no actuaba ya que, de ser así, serían barridos del campo de batalla como si fueran plumas ante un huracán.
Pero no solo se generalizó el uso del alambre de púas, sino también de alambre de cuchillas como el que se usa actualmente. Este invento partió, como no, de los belicosos tedescos, que en estas cuestiones de fortificar siempre han sido unos figuras. En realidad no era propiamente un alambre, sino una tira de acero troquelada de la que salía un "alambre" recorrido por decenas de cuchillas afiladas una cosa mala. A la derecha podemos ver su apariencia que, la verdad, da repelús con solo imaginar lo que sería verse atrapado en esa porquería. De hecho era muy difícil de eliminar incluso para la artillería, teniendo que recurrir a equipos de voladura específicos o a grupos de hombres equipados con cizallas para, aprovechando la noche, intentar abrir huecos en esa maraña cortante como navajas barberas.
En cuanto a la distribución del alambre, se entregaba en bobinas de unos 400 metros de largo que, ya en el frente, solían ser divididas en madejas de menos longitud para llevar a cabo reparaciones, reservando las grandes para trabajos de fortificación de más envergadura. Debemos tener en cuenta que las bobinas pesaban alrededor de los 40 ó 50 kilos, lo que las haría extremadamente engorrosas para ser arrastradas por la tierra de nadie procurando encima no formar demasiado ruido. De ahí que las dividieran, tal como se ve en el detalle de la foto de la derecha, en madejas de unos 30 metros en cuyos extremos se anudaba un trozo de cinta o tela para saber donde comenzaba. Por lo demás, en la foto se puede observar el orificio que tenían los carretes de madera de cada bobina para pasar por los mismos una barra de hierro que permitiera transportarlo con facilidad.
En cuanto al material necesario para su manipulación, era bastante básico: unos guantes, unas cizallas o alicates, unas grapas para unir el alambre, un pequeño nivel para hincar las estacas y demás elementos de sustentación en vertical y un dispensador de alambre que contenía 50 metros del mismo. Este que vemos a la izquierda era el equipo empleado por el ejército inglés, pero el resto de contendientes usaban un material más o menos similar.
Las concertinas
Este palabro seguramente les sonará de algo a los que me leen cuando se formó tanto escándalo hace algún tiempo a raíz de la orden de disponer concertinas en las vallas de las fronteras de Ceuta y Melilla. Bueno, pues como vemos el término es bastante más antiguo y, de hecho, se usa el mismo en inglés y francés. Lo de concertina hace referencia a los fuelles de los bandoneones, esos acordeones redondos que siempre salen en las pelis de piratas y similares. Como vemos en la foto, para fabricar una había que clavar en el suelo unos cuantos palos, nueve por lo general, formando un círculo de alrededor de 120 cm. de diámetro más o menos. Según se puede apreciar, dos soldados llevan el rollo de alambre mientras dan vueltas alrededor del círculo. A medida que se forman nuevas hileras, otros las unen a intervalos regulares con alambre de forma que al desplegarla se forme una retícula de, aproximadamente, unos 10 ó 15 metros de largo.
Dichas concertinas se iban uniendo unas a otras, formando a veces marañas de más de dos metros de alto y tantos cientos de largo como hicieran falta para cubrir un determinado sector. Además, eran extremadamente versátiles ya que podían ser colocadas en multitud de disposiciones: entre dos barreras de alambre, delante de la frontal, para cortar caminos y carreteras y, en definitiva, en cualquier sitio en el que conviniera cerrar el paso al enemigo, que se lo pensaría dos veces antes de meterse en semejante trampa que no lo dejaría salir si lograba atraparlo. Generalmente se fijaban al suelo mediante piquetas para impedir que el enemigo se infiltrase por debajo. Dichas piquetas se clavaban cada dos metros aproximadamente. Así mismo, era habitual disponer dos concertinas, una tras otra como vemos en la foto superior, más una encima de ambas, uniendo el conjunto con alambre de forma que era literalmente imposible pasar a través de las mismas, y mucho menos intentar tumbarlas con el peso de los combatientes en caso de estar unidas a piquetas.
Un Mk. IV casi trabado por una alambrada |
Bueno, como los viernes siempre me atocino un poco, mañana proseguiremos con los esquemas de construcción de estas malévolas fortificaciones.
Hale, he dicho
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