Lo que vemos en la foto superior es la imagen típica que todos tenemos in mente cuando se habla del ejército ruso durante la Gran Guerra, que no es otra que los sufridos y abnegados súbditos del padrecito Nikolái Aleksándrovich Románov, zar autócrata de toda Rusia y venerado como un semi-dios por sus vasallos hasta que a estos se les cruzaron los cables y lo mandaron a hacer gárgaras. Dicha imagen es la de hombres vestidos con la típica gymnastyorka, botas altas y tocados con la gorra de plato modelo 1907/10 fabricada con lana o bien cualquiera de los innumerables tipos de papakha de piel cuando la temperatura bajaba a niveles francamente desagradables. Por ello, muchos suelen pensar que el ejército ruso combatió hasta el armisticio firmado con los tedescos en 1917 a raíz de la revolución bolchevique sin otra protección craneal que las prendas mencionadas, pero la cosa es que no fue así. De hecho, intentaron por todos los medios de dotar su descomunal ejército de un casco de la misma forma que lo estaban haciendo los ejércitos occidentales a partir de 1915, cuando se dieron cuenta de que el número de bajas por heridas en la cabeza eran más inasumibles que los gastos en dietas de los políticos. Así pues, dedicaremos esta entrada a los notables esfuerzos de los probos ciudadanos rusos para proveerse de un casco como Dios manda, que no fue cosa fácil ciertamente.
Como muchos ya sabrán, la capacidad industrial de la Rusia de principios del siglo XX estaba a años luz de la que disponían los alemanes, british (Dios maldiga a Nelson) o gabachos (Dios maldiga al enano corso). Y ello conllevaba además a una evidente incapacidad para poder desarrollar una rápida respuesta a determinados requerimientos militares ya que la guerra no suele dar lugar a plazos ni demoras. Ya en los albores del conflicto, los mandamases del ejército imperial tuvieron muy claro que las heridas en la cabeza eran las responsables de un elevadísimo número de bajas producidas por esquirlas de metralla o bolas de metralleros que, con la cabeza protegida por algo más que una simple gorra de plato o un gorro de piel, podían evitarse. Por ese motivo y ante la imperiosa necesidad de equipar al ejército de un casco optaron por adquirirlo a un país aliado en vez de complicarse la vida intentando poner en producción uno propio.
El teniente general conde Alexei Alexeyevich Ignatiev, que manejaba más pasta que un consejero autonómico corrupto hasta la médula |
Así pues, el gobierno ruso encargó a su delegado militar en Francia, el conde Alexei Alexeyevich Ignatiev la adquisición de un lote de 15.000 unidades del modelo 1915 para ser probados en acción. El conde Ignatiev no tenía necesidad de andarse con regateos ni nada por el estilo porque disponía en los bancos franceses de la fastuosa suma de 225 millones de francos oro para la compra de material moderno, así que los 75.000 francos a los que ascendía el monto de la unidades encargadas eran calderilla. En octubre de 1915, el estado mayor del ejército imperial cursó a Ignatiev la orden de compra, la cual fue llevada a cabo con toda la premura necesaria a fin de disponer del material lo antes posible, por lo que el gobierno francés tuvo que enviarles cascos ya terminados para su propio ejército, o sea, con el distintivo frontal del ejército gabacho y pintados en color azul horizonte reglamentario. Tras arribar al puerto de Arcángel, al norte de Rusia, se procedió a la distribución de los mismos si bien debido a la pésima red ferroviaria rusa, así como por los inconvenientes que presentaba la inminente llegada del invierno y el mal estado de las carreteras, no fue hasta julio del año siguiente cuando, por fin, los cascos pudieron ser distribuidos entre las tropas, en este caso las del 5º Ejército.
A pesar de las reticencias del zar ante el empleo de cascos basándose en el contundente argumento de que dicha prenda restaba marcialidad a sus soldados (tócate el níspero, Nicolás), finalmente la presión del estado mayor y de sus más allegados lograron convencerle de que se efectuara un nuevo encargo al gobierno francés, en esta ocasión de dos millones de unidades que, aunque parezcan muchas, no lo eran para el enorme ejército zarista. De hecho, de la infinidad de fotos que se conservan de las tropas rusas durante la contienda no es fácil ver unidades provistas de cascos y, por otro lado, entre las mismas tropas se consideraba propio de cobardes protegerse con los mismos, y no dudaban en tachar de pusilánimes y poco valerosos a los que preferían cubrirse sus cráneos con chismes de acero. Es más, parece ser que incluso entre la oficialidad hubo muchos que alentaban a sus hombres a prescindir de los cascos pensando que eso les infundiría más brío. Obviamente, eso era una estupidez como una casa, y la chulería le costó la vida a muchos idiotas que quisieron dárselas de valientes como si el valor estuviera reñido con la protección y la prudencia.
En todo caso, el conde Ignatiev recibió la orden para gestionar la adquisición de los dos millones de unidades que, lógicamente, serían enviadas por lotes ya que no había semejante cantidad disponible para ser enviada a Rusia. Y mientras se fabricaban y se procedía a su envío, el mismo Ignatiev diseñó un distintivo frontal para sustituir los franceses.
Se trataba del emblema de la Casa Imperial rusa, un águila bicéfala con el escudo de los Románov que sería estampado en chapa de acero con unas medidas de 72x66, y deberían ser pintadas con un color caqui similar al de los uniformes del ejército ruso, por lo que en las fotos de la época hay ocasiones en que podemos ver la diferente tonalidad del casco, que iba pintado de azul horizonte, con la del escudo frontal en caqui. En la foto superior podemos ver dicha diferencia en los cascos que llevan algunos de los soldados que aparecen en la imagen. Estos emblemas serían enviados en lotes aparte y montados en los cascos una vez llegasen a destino. En la imagen de la izquierda podemos ver un casco pintado en azul horizonte con el emblema ruso para apreciar mejor la diferencia, y junto al mismo el reverso de dicho escudo donde se pueden apreciar las cuatro lengüetas que se usaban para fijarlo pasándolas a través de dos orificios.
Tras un primer envío de un lote de 250.000 unidades, a mediados de julio de 1916 el ejército francés cambió el color del uniforme de sus tropas coloniales por un tono caqui, lo que les obligaba a pintar los cascos destinados a esas unidades en un color mostaza, circunstancia que fue aprovechada para enviar a los rusos el resto del pedido en ese color que, lógicamente, casaba más con el de sus uniformes que el azul horizonte que habían recibido hasta aquel momento. En la foto de la derecha podemos ver uno de esos ejemplares con el emblema ruso ya colocado en el frontal.
Pero aparte de la compra llevada a cabo por Ignatiev, el ejército francés equipó a varios contingentes rusos enviados tanto al frente occidental como a Macedonia como apoyo a sus propias tropas, en este caso de forma gratuita ya que, de ese modo, no solo obtenían ayuda para contener el impetuoso avance alemán sino que, además, obligaba a estos a distraer tropas del frente occidental hacia otras zonas en guerra para aliviar la presión que sufrían en Flandes. En la foto de la derecha podemos ver un ejemplo. Se trata de tropas rusas entrando en Bitola, una población al NO de Macedonia, el 19 de noviembre de 1916.
Grupo de soldados rusos destinados al frente occidental, todos ellos equipados con el casco francés modelo 1915 |
Y mientras se iban suministrando los dos millones de unidades pendientes, aún se recibió el encargo de otro millón y medio más si bien hubo grandes problemas en los envíos por causas diversas, como las dificultades para alcanzar los puertos del norte de Rusia debido al hielo o a los submarinos tedescos que se movían como raposas por el Báltico para echar a pique a todo aquello que tuviera aspecto de mercante. De hecho, hundieron tres buques que contenían 160.000 unidades en total. Sin embargo, que nadie piense que el primer casco ruso fue el Adrian francés, cosa que podría afirmar más de uno a la vista de todo lo narrado hasta ahora. La realidad es que el Adrian fue el germen de un modelo fabricado en Rusia bajo unas especificaciones distintas.
Oficiales rusos con el modelo 1915. El de la izquierda conserva el emblema del ejército francés de los primeros ejemplares, mientras que el del centro ya luce el del ejército imperial ruso |
Porque, independientemente de que el gobierno ruso siguiese efectuando pedidos de cascos ante la necesidad imperiosa impuesta por la guerra, la realidad es que nada más recibir la primera remesa ya hubo muchos gerifaltes que protestaron, considerándolo como inadecuado debido a su evidente inferioridad respecto a otros modelos, especialmente el alemán. Hicieron notar que, ante todo, era estructuralmente más débil ya que estaba fabricado con dos piezas, el casquete y el ala, más el crestón que servía de adorno más que otra cosa. Por otro lado, la chapa era demasiado fina, apenas 0,9 mm. de espesor contra los 1,15 mm. del modelo alemán, lo que daba una diferencia de peso de 760 gramos del casco francés contra los 1,2 kilos del alemán. En definitiva, que no estaban precisamente contentos con la adquisición de cientos de miles de cascos a Francia.
Por lo tanto, se encargó la fabricación de un modelo que, aunque de líneas prácticamente idénticas al Adrian, resultaría mucho más resistente ya que estaría construido de una sola pieza con acero de 1,28 mm. de grosor, lo que daría como resultado un ejemplar de 997 gramos de peso. Se desechó la colocación del emblema imperial para no perforar la superficie frontal del casco, lo que en teoría lo debilitaría, y la típica cresta del modelo francés fue sustituida por un pequeño cono con tres orificios para facilitar la ventilación interior. La guarnición se fabricó con tela en vez de cuero, con una banda ondulada de metal alrededor del cerco de la cabeza para que sirviese de amortiguador en caso de impacto, accesorio este que ya venía en el Adrian. La producción se llevaría a cabo en la fábrica Izhora, ubicada en la ciudad de Kolpino, cerca de San Petersburgo, llevándose a cabo una producción de solo 10.000 unidades.
Casco Sohlberg mod. 1917 |
Una vez probados se decidió trasladar la producción a dos factorías situadas en el Gran Ducado de Finlandia que, recordemos, en aquella época no era el país independiente que conocemos hoy día sino parte del imperio ruso. No se saben los motivos de la decisión de cambiar la fábrica de Kolpino, pero quizás lo más probable es que fuese debido a las diferencias entre los altos mandos del ejército ruso, todos ellos pertenecientes a la más rancia aristocracia rusa cuando no parientes de la familia imperial. Esto daba lugar a multitud de conflictos motivados por celos y malquerencias entre unos y otros, lo que no facilitaba precisamente las cosas y menos en tiempos de guerra. En cualquier caso, la cuestión es que la producción recayó en las fábricas de Sohlberg y Holmberg, donde se encargaron 100.000 y 400.000 unidades respectivamente.
El modelo surgido de las fábricas finesas fue conocido como 1917, y mostraba algunas diferencias con el fabricado en Kolpino. En la foto de la derecha podemos ver ambos modelos. En la parte superior tenemos el finés que, según se aprecia, tenía el ala un poco más larga, alrededor de 2 cm. Además, tenía un ángulo más acusado por la parte delantera de forma que caía más sobre los ojos. Aparte de eso, la otra diferencia radicaba en la forma de la pequeña cúpula de aireación que, como salta a la vista, eran ligeramente distintas. Por último, variaba la fijación del barbuquejo, fijado mediante dos pequeños remaches a cada lado del ala en el modelo finés y con uno solo en el casquete en el ruso.
Soldado finlandés con el casco Sohlberg 1917. Por cierto que lo lleva puesto al revés |
Sin embargo, la revolución de 1917 alteró un tanto todo lo relacionado con la guerra, la equipación, etc. del ejército ruso porque, entre otras cosas, Finlandia se escindió del antiguo imperio ya que eso de convertirse en bolcheviques no parecía atraerles mucho, lo cual era perfectamente lógico a la vista de la gozosa vida de que disfrutaron en la Unión Soviética hasta su desintegración en 1989. Lógicamente, el gobierno provisional, que andaba a la gresca sumido en una guerra civil con los rusos blancos, no se preocuparon de que la producción retornara a la fábrica de Kolpino y, por otro lado, tampoco se decidieron a adquirir a sus nuevos vecinos los ejemplares que ya habían sido fabricados en Sohlberg. Algunas fuentes aseguran que algunas unidades del modelo finés llegaron a ser entregadas al ejército imperial y fueron posteriormente requisadas por los bolcheviques aprovechando el follón inicial de la revolución y la independencia. Sin embargo, es algo que no se puede corroborar. Sea como fuere, la cuestión es que lo que sería el modelo ruso 1917 acabó convirtiéndose en el modelo 1917 finlandés destinado a su naciente ejército, vendiendo los excedentes a Polonia, Chequia y Rumanía.
En cuanto al nuevo Ejército Rojo, pues se tuvieron que aviar con los Adrian que habían logrado llegar a destino además de los escasos ejemplares fabricados en Kolpino, limitándose a cambiar el emblema imperial por una enorme estrella roja para que nadie pusiera en duda que eran más rojos que Lenin. Estos cacos fueron los que emplearon durante años hasta que, después de probar los modelos polacos, italianos y alemanes, en 1936 el teniente Alexander Abramovich Shvartz diseñara el que sería el famoso SSh-36 que estuvo en servicio durante décadas. A modo de aclaración, SSh son las siglas transcritas del cirílico para el término prestado del alemán Stalshlyem, uséase, casco de acero, aunque los rusos usaban de forma coloquial la palabra kaska, derivada de la española casco, seguramente porque este modelo fue probado en combate por las tropas rusas enviadas durante la guerra civil, importando el término a su país. Por cierto que al pobre Shvartz no le dio tiempo ni de que le dieran las gracias porque al año siguiente fue víctima de una de las purgas del paranoico psicópata del padrecito Iosif y lo fusilaron sin más historias. Pero bueno, de ese casco ya hablaremos otro día, que por hoy ya vale.
En fin, tiempo es de consagrarme a la sacrosanta merienda, amén.
Hale, he dicho
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