martes, 14 de noviembre de 2017

Los primeros chalecos balísticos


Tommy preparado para un golpe de mano. Empuña
un mangual fabricado a nivel de unidad, y al cinto porta un
cuchillo de trinchera. En los bolsillos de su Chemico lleva
varias granadas Mills
Hace ahora un año (me acojona en grado sumo ver a la velocidad con que pasa el tiempo) dedicamos un par de entradas a estudiar la coraza Ansaldo y la Sappenpanzer alemana, chismes sacados del medioevo para proporcionar una protección razonablemente sólida al personal. Lógicamente, este tipo de corazas rígidas, pesadas y engorrosas como ellas solas, solo podían emplearse en circunstancias muy concretas como puestos de observación, centinelas, servidores de ametralladoras o artilleros. Salvo algún que otro intento por parte de las unidades de asalto, nadie estaba por la labor de ir cargando constantemente con semejante estorbo que, aunque protegía, limitaba los movimientos, ralentizaba la carrera y, al cabo, no garantizaba en modo alguno que su uso lo librase a uno de una muerte heroica. En resumen, este tipo de protección corporal no valía para llevarlo encima en todo momento como vemos que hacen los ejércitos modernos desde que, a raíz de la guerra de Vietnam, los yankees popularizaron el empleo de chalecos balísticos para intentar reducir de forma ostensible el numero de ataúdes envueltos en banderas que enviaban de vuelta a casa.

Está de más decir que la idea de crear defensas corporales que aminorasen el abrumador número de bajas que se estaban produciendo durante la Gran Guerra no solo preocupaba a los tedescos y a los italianos, sino también al resto de países en liza. Sin embargo, el concepto de defensa rígida no acababa de convencer a los que abogaban por algún tipo de protección válida para un uso constante, o sea, algo más ligero y que no entorpeciese los movimientos de una tropa que debía correr, saltar, arrastrarse y combatir en sitios tan desagradables como una trinchera atestada de enemigos deseando diseccionarles los intestinos con sus bayonetas. Por otro lado, las protecciones rígidas tenían un inconveniente añadido, y era que una bala o un casco de metralla podía sacarle esquirlas que, a su vez, se convertían en temibles proyectiles lanzados a toda velocidad contra axilas, cuello o ingles del personal con las consecuencias que podemos imaginar. Así pues se empezó a tomar cuerpo a la idea de una defensa no rígida que absorbiese la energía del proyectil y que lo fuese deteniendo gracias a sucesivas capas de tejido que lo "atrapase" entre sus fibras, de modo que sus efectos se viesen reducidos a un golpe más o menos fuerte y a lo sumo, una herida superficial. Lógicamente, esto solo podía suceder con munición de poca potencia o bien esquirlas de metralla y bolas de metralleros que llegasen desde mucha distancia pero, por otro lado, es evidente que si no se llevase ningún tipo de protección conservaban la energía suficiente para dejarlo a uno es un lamentable estado físico o incluso en ningún estado físico, uséase, más muerto que Carracuca.

Los primeros en llevar a cabo ensayos con protecciones de este tipo fueron los british (Dios maldiga a Nelson) si bien no a nivel militar, sino de la industria civil, desarrollando más de 18 tipos diferentes que iban desde protecciones flexibles, formadas exclusivamente por tejidos, a chalecos provistos de diversas placas de metal distribuidas en su interior. El primer intento lo llevo a cabo una firma radicada en Londres, la Munitions Inventions Board que, ya en fechas tan tempranas como 1915, diseñaron lo que ellos llamaban una "yielding armour" que podríamos traducir como "armadura de cesión" en referencia a que, como se comentó anteriormente, no pretendían detener en seco el proyectil, sino que el material cediera, absorbiendo al mismo tiempo su energía. Para entendernos, algo así como ocurre con las carrocerías de los coches modernos, que se chafan al atropellar a una vieja y quedan hechas una birria porque absorben los 40 kilos de la osamenta y el pellejo de la peatona octogenaria sin que los ocupantes del vehículo noten el impacto como si fueran en uno de aquellos coches de los años 50, provistos de una chapa que no la travesaba ni un cañón anticarro.

El invento en cuestión lo vemos en la ilustración de la derecha. Consistía en una prenda formada por un cuello muy alto que llegaba hasta el borde inferior del casco, protegiendo así el cuello y la nuca, y unas hombreras que cubrían el pecho y la parte superior de la espalda como si fuera la esclavina de un capote. Para fijarlo se abrochaba mediante unas correas de cuero por la parte delantera más otras dos que pasaban por las axilas. Si tenemos en cuenta que un 20% de las bajas se debían a heridas en la cabeza y el cuello y un 7,25% en el tórax, podemos suponer que una protección de este tipo rebajaría considerablemente el número de bajas por heridas en esas partes del cuerpo que, por lo general, solían ser mortales o de extrema gravedad ya que, no lo olvidemos, la cabeza contiene el cerebro, el cuello está lleno de arterias que si se rompen lo dejan a uno listo de papeles en dos minutos, y en el tórax está el corazón, esa cosa que últimamente se le para de golpe y sin previo aviso a mucha gente debido al maldito estrés.

Anuncio en la prensa del Chemico Body Shield que, según afirman,
proporcionaba total protección contra bayonetas, lanzazos, metralleros
y balas. Un espléndido regalo de Navidad para los que están en el
frente, dice el anuncio.
Esta armadura flexible estaba confeccionada con 34 capas de seda japonesa con una densidad de 21 gramos cada una, o sea, bastante gruesa. El conjunto era prensado con restos de recortes de tejido de seda. A continuación se cubría con lienzo y, finalmente, con muselina o dril de color caqui. Para darle cierta rigidez a la prenda se contorneaba con alambre de 3 mm. de diámetro. Según el fabricante, ofrecía la misma protección que el casco Brodie. Su peso era de alrededor de 1,5 kilos, y el grosor total de la prenda de unos 5 cm. nada menos. En cuanto al precio, superaba las 2 libras, unos 25 dólares de la época. Sin embargo, sus prestaciones contra un royectil no eran para tirar cohetes. Las pruebas se llevaron a cabo con una bala de calibre .45 de 230 grains de peso con una Vo de apenas 183 m/seg. Esto suponía una potencia de alrededor de un 50% menos que la de un 9 mm. Parabellum que, además, tenía una capacidad de penetración mayor. En resumen, que un tedesco armado con una P-08 dejaría seco a un british con ese chisme encima. 

No obstante, y ante la falta de algo mejor, el ejército encargó un número de unidades suficiente como para equipar a 400 hombres por división con la idea de que fueran usados por los grupos de asalto que se infiltraban en las líneas enemigas a dar golpes de mano, en concreto el pringado al que le tocaba ir por delante de todos y que sería el que se llevaría los tiros. Con todo, los resultados no fueron ni mucho menos los que se esperaban y, además, el ambiente trincheril deterioró rápidamente estos chalecos debido a la humedad, roces, etc. En fin, que no fue un éxito.

Casi al mismo tiempo, otro fabricante de Birmingham, la County Chemical Co. Ltd., sacó al mercado el Chemico Body Shield, que en puridad sería el primer chaleco balístico conforme al concepto moderno que tenemos de esas prendas. Sin embargo, el ejército no puso un interés excesivo en el Chemico a pesar de que era más económico y ofrecía una mejor protección. Según vemos en la foto, cubría todo el tronco, tanto por el dorso como por la espalda, y como accesorio podía adquirirse una protección extra para la zona púbica. La prenda, que pesaba alrededor de 2,7 kilos, estaba compuesta por varias capas de diversos tejidos: lino, algodón y seda, compactados y endurecidos mediante una resina. Dichas capas estaban formadas por tiras de 5 cm. que se entrecruzaban unas con otras de forma que se alcanzaban 40 capas de espesor. El conjunto se enfundaba en una camisa de muselina marrón. Además, en la zona ventral disponía de dos bolsillos que valían para guardar cualquier cosa, desde el tabaco o los profilácticos a munición extra o lo que fuese. Su precio era más reducido que el fabricado por la  Munitions Inventions Board, 1 libra y 15 chelines el modelo básico, unos 15 dólares.

Un miembro de la County
Chemical Co. durante la presentación
del Chemico
El Chemico fue testado en el hotel Anderston's ante la presencia de numeroso público ya que, a la vista del escaso interés mostrado por el ejército, estaba claro que las ventas deberían estar orientadas a nivel particular. Así pues, vistieron un maniquí con el chaleco y se realizaron una serie de pruebas para demostrar al personal que aquella cosa salvaría multitud de súbditos del gracioso de su majestad de palmarla miserablemente en Flandes a manos de los malvados tedescos. En primer lugar se efectuaron una serie de disparos con un revólver Colt de calibre .38 Corto a una distancia de unos 3,5 metros sin que lograra atravesarlo. Conviene aclarar que ese calibre no es precisamente un alarde de potencia. Un cartucho cargado con una bala de 129 grains da una energía de 245 julios, mientras que un parabellum con bala de 124 grains la duplica, alcanzando los 494 julios. En todo caso, recordemos que estos chalecos estaban concebidos más bien para detener balas perdidas y, sobre todo, esquirlas de metralla. Luego hicieron que un soldado de los Dragones de la Guardia le endilgara al maniquí varios bayonetazos a un metro de distancia, y tras una docena de intentos no logró atravesar el Chemico.

Cartucho empleado en la demostración y una de las
balas extraídas del chaleco
El modelo presentado estaba compuesto por un peto básico que pesaba 1,2 kilos, al que se podía añadir una protección adicional que cubría ambas partes del tronco con un peso de 1,8 kilos. En la demostración se ofrecía a un precio de 1 libra, 7 chelines y 6 peniques el modelo básico, y 2 libras, 7 chelines y 6 peniques la protección extra. Estos precios, conforme se ve en los anuncios de la época, fueron variando a lo largo del tiempo. Parece ser que los ofrecidos en la demostración fueron, digamos, una oferta de lanzamiento con vistas a que los familiares de los soldados del frente se animasen y adquiriesen el Chemico para enviarlo al sufrido vástago de la familia, o bien que este pudiera comprarlo y le fuese enviado directamente al frente, ofreciendo incluso facilidades de pago que, eso sí, deberían ser acordadas individualmente en cada caso. No obstante, la firma puso bastante énfasis en que su presidente, Wilfred Hill, tenía especial interés en que el Chemico estuviera al alcance de todo el mundo, afirmando que los precios ofrecidos eran sumamente ventajosos.

Sin embargo, el principal cliente potencial del Chemico se limitó al parecer a adquirir algunas unidades nada más. Como disponían de carne de cañón de sobra pues igual consideraban excesivo pagar más de una libra por cada prenda. No obstante, no todo eran ventajas en el Chemico ya que, aparte de los inconvenientes propios de estas prendas en lo referente a merma de movilidad y aumento del ya de por sí excesivo peso que debían acarrear los infantes, las constantes lluvias que convertían el Frente Occidental en una barrizal durante meses y meses eran su principal enemigo. El agua empapaba totalmente el chaleco, restándole eficacia y aumentando su peso de forma muy notable para, finalmente, echar a perder el tejido debido a la constante humedad ambiental. Con todo, tal como vemos en el anuncio superior, debieron tener clientela a nivel particular entre las tropas. En el mismo informa de que han llegado buenas noticias desde Oxenhope, una población de West Yorkshire, en la que el padre de un tal C. Feather comunica que su amado retoño ha salvado el pellejo gracias al dinero invertido en su Chemico, que aparece en la foto con unos orificios de bala que, lógicamente, no lograron traspasarlo. Obsérvese que los precios ya son más caros que los de la presentación, y añaden que la prenda no contiene metal, que queda como un chaleco (de vestir, se entiende), y que incluso abriga durante las noches frías.

En ese otro anuncio, de julio de 1917, se insiste en que hay menos bajas con el uso del Chemico, y se informa al respetable público que ha pasado por varias pruebas incluyendo bayonetazos, disparos con el revólver reglamentario (el Webley de calibre .455), metralla, etc. Según podemos colegir por la fecha del anuncio en cuestión, la empresa debió recibir pedidos de forma regular. Al cabo, ¿quién no procura salvar el pellejo por las poco más de tres miserables libras que costaba el modelo completo? 

Bueno, estos fueron los primeros chalecos balísticos que estuvieron en circulación. De forma más o menos simultánea otras firmas ofrecieron chalecos con protecciones semi-rígidas, pero de esos hablaremos otro día. 

Hale, he dicho


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