jueves, 15 de marzo de 2018

El Turtle entra en acción


El Turtle se aproxima con nocturnidad y alevosía a su víctima. Con apenas unos centímetros de la escotilla emergiendo
sobre las negras aguas del Hudson, nadie podía imaginar que esa birria de submarino tenia más peligro que un cuñado
en una Primera Comunión. La mina que transportaba podía hundir cualquier navío británico sin problemas

En la entrada anterior dejamos a David Bushnell a la espera de que, con la llegada de la primavera, los puñeteros hongos luminiscentes volvieran a brillar para alumbrar la aguja de la brújula y el corcho del barómetro. Aparte de eso, el Consejo de Seguridad de Connecticut le entregó 60 libras esterlinas para ayudarle a mejorar su invento y, de paso, resarcirle de los gastos que había tenido que cubrir con su propio peculio. Por último, recordar a vuecedes que el plan era que, con la llegada del buen tiempo, pudieran emplear el Turtle para romper el férreo bloqueo con que los british (Dios maldiga a Nelson) tenía cerrada a cal y canto la bahía de Boston. Sin embargo, en los meses que transcurrieron hasta la llegada de la primavera tuvieron lugar una serie de sucesos que alteraron totalmente el panorama, y que obligaron a cambiar el objetivo a batir. Veamos pues...

William Howe, V vizconde de Howe
(1729-1814)
En marzo de 1776, las tropas continentales lograron apoderarse de Dorchester Heights, una zona elevada situada al sureste de Boston que permitía a las tropas rebeldes tener la ciudad y el puerto a tiro de su artillería. Ante la imposibilidad de recuperar esa valiosa posición, el general sir William Howe, comandante de las tropas que guarnecían la ciudad, optó por lo más sensato: largarse echando leches. Llegó a un acuerdo con Washington para evacuar la ciudad y permitirle embarcar a los lealistas que así lo desearan y, a cambio, no dejaría la ciudad arrasada ni tomarían represalias contra los rebeldes que se quedasen en ella. Así, el 17 de aquel mismo mes se embarcaron más de 3.000 vecinos y, junto con la guarnición británica, se largaron con viento fresco. El bloqueo de Boston había acabado, y mientras tanto Bushnell seguía mirando fijamente los puñeteros hongos a ver si brillaban de una vez. Sin embargo, el que los british se marcharan de Boston no quería decir ni remotamente que renunciasen a defender a ultranza sus amadas y prósperas colonias, así que se limitaron a buscar un objetivo más rentable. Dicho objetivo era el estuario del río Hudson, que ofrecía unas inmejorables ventajas en muchos sentidos. El principal era que, a través de sus anchurosas aguas, podían acceder por vía fluvial hasta el Canadá y los Grandes Lagos. Y, por otro lado, si ocupaban la isla de Manhattan, que en aquellos tiempos no era un sitio atestado de rascacielos y con un tráfico infernal, establecer allí una base de operaciones desde donde controlar el Hudson, partiendo en dos las Trece Colonias y, por lo tanto, a los rebeldes. Por cierto, Nueva York era en aquella época una pequeña ciudad de unos 5.000 habitantes situada en el extremo sur de la isla en cuestión, donde estaban las Torres Gemelas esas.

A finales del mes de junio ya estaba toda la operación en marcha. Cuatro navíos británicos cruzaron el estrecho de Narrows, que da acceso a la bahía de Nueva York, y se plantaron ante la ciudad, justo en la desembocadura del Hudson. Pero esos cuatro barcos eran solo la avanzadilla, porque al día siguiente llegó el grueso de una flota de más de cien naves. Un potente ejército de diez mil hombres al mando del general Howe desembarcó en Staten Island, al lado occidental del estrecho de Narrows, así que aquello no era un bloqueo, era cerrar con siete candados uno de los punto estratégicos más importantes de las colonias que, si seguía en manos de los british, le pondrían las cosas francamente chungas a los rebeldes. Sin embargo, y para extrañeza de los colonos, una vez establecido el nuevo bloqueo nadie se movió. La razón era que estaban esperando al comandante de la flota, el almirante Richard Howe, hermano mayor del general y apodado Black Dick por su carácter sombrío, gélido y decidido. Así, comenzó una tensa espera por parte de los continentales que no tenían ni idea de que era lo que vendría a continuación, viendo la bahía tan atestada de barcos enemigos que, al decir de testigos presenciales, aquello parecía un bosque de pinos con las ramas cortadas en referencia a los mástiles de las naves. En fin, que la cosa no estaba precisamente para tirar cohetes con cientos de cañones que podían barrer del mapa todo lo que tenían a su alrededor y con diez mil hombres acampados en Staten Island esperando la orden de ponerse en movimiento. En el mapa superior podremos situarnos. En rojo hemos sombreado la isla de Manhattan, con Nueva York dentro del círculo negro. En verde se ve Staten Island, y en azul el estrecho de Narrows.

Richard Howe, I conde de Howe (1726-1799)
El día 12 de julio, hacia las tres y media de la tarde, dos navíos británicos llevaron a cabo una contundente demostración de fuerza como para anunciar a los rebeldes que la fiesta estaba a punto de empezar. El Phoenix y el Rose, de 44 y 20 cañones respectivamente, ascendieron por el Hudson bombardeando ambas orillas e incluyendo las fortificaciones de los continentales sin que estos pudieran siquiera responder al fuego enemigo con la eficacia necesaria. Tras un recorrido de unos 40 km. río arriba echaron el ancla frente a la población de Tarrytown, a menos de 1 km. al sur de Sleepy Hollow. Sí, la pequeña aldea que da nombre a la jugosa película de Tim Burton rodada en 1999. Aquella misma noche, un estruendo hizo saltar a todo el vecindario de sus piltras, extremadamente acojonados por el brutal cañoneo. Pero no se trataba de ningún nuevo alarde, ni del comienzo de un ataque. Eran las salvas de ordenanza de todas las naves ancladas en la bahía saludando la llegada del comandante de la flota, Black Dick, a bordo del HMS Eagle, que para la ocasión había sido designada como nave insignia. 

El HMS Diadem, nave gemela del Eagle. Ambas pertenecían
a la clase Intrepid, de la que se construyeron 15 navíos
El Eagle era un navío de 3ª clase, o sea de dos puentes, armado con 64 cañones divididos en 26 piezas de 24 libras, 26 de 8 libras, 10 de 4 libras y 2 de 9 libras. Fue construido en los astilleros de Deptford por los hermanos Wells. Tras ser ordenado el 14 de enero de 1771, la quilla fue colocada en abril de aquel mismo año y fue botado el 12 de mayo de 1774, por lo que en aquel momento tenía apenas dos años de antigüedad. El costo del barco fue de 27.835 libras y 13 chelines, o sea, lo que cuesta un coche de gama media hoy día. Al parecer, el almirante Howe traía instrucciones de intentar llegar a un acuerdo con los colonos para dar término a la rebelión, pero la firma de la Declaración de Independencia apenas tres días antes de su llegada echaba por tierra cualquier intento de lograr ningún tipo de pacto. Y para colmo, la presencia del Eagle era para los rebeldes como el Yamato para los yankees, una nave contra la que no tenían nada para hacerle frente.

Israel Putnam (1718-1790)
Para hacerse cargo de la situación se recurrió al general Israel Putnam, un sujeto rechoncho y macizo dotado de un valor legendario que era absolutamente venerado por sus tropas, que lo apodaban como Old Put. A la vista de que las baterías emplazadas en el fuerte Washington y el fuerte Lee, situados uno frente al otro unos kilómetros río arriba, no habían sido capaces de detener al Phoenix y al Rose durante el ataque llevado a cabo el día 1, decidió que la única forma de impedir que la flota británica se adentrase en el Hudson y cercenase por la mitad el territorio era poner obstáculos que les cerrasen el paso. Para ello recurrió a plantar postes erizados de puntas de hierro en el fondo del río a modo de caballos de frisia. Para reforzar el obstáculo se formó una barrera hundiendo dos barcos unidos uno al otro con un tronco, y ambos a su vez a las orillas con otros dos troncos más de forma que, caso de que una nave enemiga intentase cruzar, movería toda la barrera, haciendo emerger los postes erizados de pinchos y atrapando la nave cuando se clavasen en el casco. Como complemento se botaron 14 brulotes hasta las trancas de pólvora y barriles de substancias inflamables para dejarlos arrastrar corriente abajo contra las naves de los british. Pero mientras estos preparativos se llevaban a cabo, nuevos contingentes de tropas llegaron para unirse a los diez mil hombres estacionados en Staten Island, a los que se unieron unidades de escoceses, ingleses y hessianos, tropas mercenarias alemanas al servicio del rey Jorge. ¿Se acuerdan del jinete sin cabeza de Sleepy Hollow? Bueno, pues ese era un hessiano. Estas tropas, al mando de sir Henry Clinton y lord Cornwallis completaban un ejército formado por más de 30.000 hombres a los que Washington solo podía oponer 20.000, de los que un 25% estaban hechos un asco gracias a la disentería y al paludismo feroz que producían los mosquitos que habitaban en aquella zona llena de pantanos y aguas estancadas. En fin, las cosas pintaban fatal para los continentales. Tan fatal que, de repente, todos se acordaron del Turtle, que seguía en Boston a la espera de entrar en acción, con los hongos brillantes luciendo mogollón y con Ezra Bushnell convertido ya en todo un maestro en el manejo de aquel chisme ya que durante aquellos meses de espera no habían dejado de practicar constantemente sin dejar de lado, eso sí, las constantes precauciones para mantener en secreto la existencia del Turtle.


Ataque con brulotes la noche del 7 de agosto. El Phoenix fue el que corrió
más peligro, pero pudo sortearlo sin que llegara a verse afectado
En agosto se puso sobre aviso a Bushnell para que lo dispusiera todo para trasladar el Turtle a la bahía de Nueva York, pero una vez más parecía que el mal fario se había posado sobre el proyecto. Ezra se vio afectado por el paludismo habitual en la zona y le acometieron unas fiebres de esas que se le funden a uno hasta las uñas, por lo que quedaba fuera de juego de momento, y ese momento podía durar semanas hasta que se recuperase lo suficiente como para tripular la nave. Mientras tanto, el tiempo corría en contra de los continentales, que incluso habían intentado atacar con dos brulotes al Phoenix y al Rose, que seguían anclados frente a Tarrytown. La operación, llevada a cabo durante la noche del 17 de agosto, resultó un fracaso. De hecho, aprovechando el viento favorable, a la mañana siguiente levaron anclas y se dirigieron río abajo sin que las baterías del fuerte Washington pudieran ofenderles por estar fuera de ángulo de tiro, y para colmo hasta fueron capaces de sortear la barrera mandada fabricar por Putnam para bloquear el paso. 


Ezra Lee (1749-1821)
En fin, el panorama no podía ser más inquietante para los rebeldes, y el único hombre capaz de tripular adecuadamente el Turtle estaba en su piltra sudando como un pollo, consumido por las fiebres. Putnam, que ya no sabía qué hacer para impedir el bloqueo y la subsiguiente invasión, ordenó al general de brigada Samuel Parsons que buscara como fuera tres voluntarios para sustituir a Ezra Bushnell y los enviara sin demora para que fueran adiestrados lo antes posible. Parsons eligió a dos hombres y a su cuñado, Ezra Lee (es evidente que estaba deseando perderlo de vista para siempre, jeje...) un sargento de 27 años de edad perteneciente a la milicia de Connecticut. Los tres hombres se pusieron en marcha hacia Saybrook, donde Bushnell guardaba su invento en el cobertizo de Poverty Island lejos de miradas curiosas. Para comenzar las prácticas lo embarcaron en una balandra de aspecto inofensivo y se dedicaron a botar el Turtle en pequeñas ensenadas donde podían navegar con el sumergible sin que nadie se fijara en ellos. El tiempo apremiaba de forma perentoria, porque el impresionante ejército desplegado por los british más su arrolladora flota había hecho que el ejército continental se viera diezmado debido a repentinas bajas por depresión, y compañías enteras estaban desertando ante el desolador panorama de verse bonitamente derrotados por los enemigos cuando empezasen las hostilidades. En unos cuantos días, los efectivos de la milicia de Coneccticut habían disminuido en un 75%, por lo que Bushnell consideró que era el momento de enviar el Turtle a Manhattan.


Cañón de 32 libras, en este caso embarcado en el Victory.
Lo embarcaron en la balandra para transportarlo desde Long Island hasta Nueva Rochelle, donde fue trasportado por tierra hasta el East River ya que era imposible cruzar el bloqueo impuesto por los british. Desde allí y siguiente instrucciones de Parsons fue llevado río arriba para ser embarcado y trasladado hasta el extremo sur de Manhattan, concretamente junto a la batería de Whitehall, donde estaría protegido por sus piezas de 32 libras. Considerando que el sargento Lee no tenía ni remotamente la experiencia de Ezra Bushnell, se decidió esperar a que las condiciones fueran óptimas para llevar a cabo el ataque, o sea, una noche en que la mar estuviera en calma y aprovechar la bajada de la marea para que esta ayudara al Turtle a alcanzar su objetivo. Naturalmente, este no era otro que el Eagle, el buque insignia de la flota. Mandar al fondo de la bahía al mismísimo Black Dick sería, aparte de una notable victoria, un golpe devastador para la moral de los british, que daban por sentado que los coloniales no eran enemigos para ellos. El plan de ataque se concretó en el más absoluto secreto para impedir que los espías británicos, que estaban hasta debajo de las piedras, pudieran poner sobre aviso al enemigo, y solo unas cuantas personas estuvieron al tanto del mismo.


El Turtle se aproxima al Eagle
El momento llegó el 6 de septiembre. Tras hacerse de noche, el Turtle fue botado, se armó la mina y, remolcado por dos botes de remos, inició el avance contra la flota británica hacia las 23 horas. Una vez aproximados a la misma se liberó el sumergible, quedando a partir de aquel momento bajo el gobierno del sargento Lee. Sin embargo, su escasa pericia le hizo calcular mal el empuje de la marea, lo que hizo que se pasara de largo camino del estrecho de Narrows. Mientras que intentaba remontar de nuevo el río a contracorriente y localizaba su objetivo pasaron varias horas de forma que, cuando por fin pudo aproximarse al Eagle, ya estaba clareando. Con todo, Lee decidió seguir adelante. Los pocos centímetros del Turtle que emergían sobre la superficie pasarían desapercibidos por los centinelas, que lo confundirían con restos de cualquier bote, un tronco o con un viejo tonel y, por otro lado, ¿quién imaginaría que se trataba de una nave sumergible en pleno ataque? Así, fue avanzando entre los buque enemigos con los ojos de buey de la escotilla abiertos para no consumir el aire que debía reservar para el momento decisivo, cuando tuviese que sumergirse para adosar la mina al casco del Eagle.


Maqueta de un navío de época que nos permite apreciar el
aspecto de las planchas de cobre que forraban la obra viva
Finalmente localizó al objetivo. Rápidamente, porque la luz de la amanecida podía acabar delatando su presencia, cerró los ojos de buey y pisó el pedal que accionaba la válvula del tanque de lastre para sumergirse. A partir de ese momento disponía de solo media hora para anclar la mina y largarse de allí hasta alcanzar una distancia prudencial antes de emerger. Se situó bajo la popa del barco, preparó el tornillo que debía fijarla y empezó a girar la manivela, pero algo fallaba. Aunque estaba preparado incluso para perforar las finas planchas de cobre que forraban la obra viva para impedir que se adhiriese broma, no había forma de que el tornillo penetrase en el casco. Aquí abro un breve paréntesis para explicar lo de las planchas de cobre, que muchos consideran que fue el motivo por el que Lee no pudo fijar la mina. La broma era el enemigo principal de la navegación ya que cubría la obra viva de los cascos con una gruesa costra de bichos marinos y parásitos que, con el tiempo, restaban velocidad de forma alarmante a los barcos y, además, devoraban la madera. Cuando eso ocurría había que llevarlos a un dique seco para carenarlos. Por ello, en las principales armadas de Europa se había comenzado a forrar la obra viva con planchas de cobre que impedían que la broma se adhiriese. Cierro paréntesis y seguimos.


Ezra Lee emerge repentinamente para darse de narices con
el timón del Eagle
El sargento Lee estaba echando literalmente el bofe dándole vueltas a la manivela, pero no había forma de perforar lo que fuera contra lo que se apoyaba el dichoso tornillo. Tanto empujó que desplazó el Turtle, haciendo que emergiera de golpe a menos de un metro de distancia del casco y quedando a la vista, momento que aprovechó para abrir la escotilla y renovar el cada vez más escaso aire. Era ya casi de día, y cualquier centinela podría verlo así que volvió a llenar el tanque de lastre para hundirse. Pero antes de sumergirse Lee tuvo tiempo de ver que en breve sería totalmente de día, y multitud de botes empezarían a moverse entre los barcos de la flota. Decidió pues que lo más sensato sería retirarse a tiempo y regresar para volver a intentarlo en mejor ocasión. Estaba a más de seis kilómetros del punto de partida, y ante él tenía la isla del Gobernador ocupada por tropas británicas que lo verían sin problemas. En resumen, era el momento más idóneo para salir zumbando de allí si no quería verse en el fondo de la bahía hasta el Día del Juicio. Y como es de todos sabido, si una cosa sale mal surgen problemas donde nunca los ha habido, así que la brújula se estropeó. Esto obligó a Lee a emerger para saber por donde iba y, para colmo de males, el asiento del Turtle estaba concebido para la estatura de los hermanos Bushnell, más elevada que la suya, así que tenía que ir asomándose a duras penas por los ojos de buey constantemente para orientarse, navegando de forma errática porque tenía que corregir el rumbo cada dos por tres. Qué agobio, ¿no? 


El Turtle en plena huida perseguido por los british
Pero la lista de desastres aún no se había terminado. Al pasar ante la isla del Gobernador fue descubierto por los british, que se quedaron boquiabiertos al ver el chisme aquel remontando trabajosamente el Hudson con Lee dando vueltas a la manivela de la hélice como un poseso para llegar cuando antes a destino. Una vez que se les pasó el pasmo inicial y cerraron sus asombradas bocazas de devoradores de abominables budines y cordero en salsa de menta, botaron una barcaza de 12 remos con varios fusileros para darle caza, así que al sargento Lee no le quedó más opción que liberar la mina para poder aumentar la velocidad. Cuando la barcaza estaba a unos 50 metros de distancia la vieron emerger de golpe, y sospechando que podía ser algo peligroso se acojonaron y dieron media vuelta. Sin embargo, la realidad es que podrían haber apresado tranquilamente al Turtle porque cuando Lee liberó el artefacto y se puso en marcha el mecanismo de relojería, este estaba graduado para detonar al cabo de una hora. En todo caso, eso le permitió escapar y llegar sano y salvo a la batería de Whitehall, donde un bote esperaba su señal para remorcarlo hasta el muelle. Cuando llegó, el sargento Lee estaba literalmente agotado tras cinco horas de misión.

Mientras que explicaba detalladamente los pormenores de la misma a Bushnell y Putnam, la mina hizo explosión levantando una monumental columna de agua, haciendo que toda la bahía se alarmase ante aquel extraño suceso que los british llegaron a achacar al impacto de un meteorito en plena bahía. De lo que nunca se enteraron es de que el Eagle estuvo a punto de irse a hacer puñetas por obra y gracia de un submarino enano con forma de huevo. No obstante, el caos que se extendió por toda la flota fue tal que incluso cortaron los cabos de las anclas para alejarse de allí, estacionándose río abajo a una distancia que consideraron segura y pensando tal vez que igual caía otro meteorito en el mismo sitio. Y mientras que a los british se les pasaba el susto, Bushnell analizaba meticulosamente el informe que le dio el sargento Lee. De todo lo contado dedujo en, en realidad, la operación habría salido a pedir de boca si no hubiese sido por el absurdo fallo del tornillo, que achacó a que, simplemente, tuvo la mala suerte de coincidir con alguna pieza de hierro del timón, y que habría bastado con desplazarse un poco para esquivarlo. Por otro lado, Lee le aseguró que, cuando salió momentáneamente a flote, podría haber adosado la mina sin problema atándola al timón, y que el daño habría sido el mismo ya que habría explotado en la misma línea de flotación. Sin embargo, y por desgracia, no tomó esa iniciativa que podría haber hundido sin remisión al Eagle. De hecho, incluso tocó por un momento el timón con sus propias manos antes de volver a sumergirse, pudiendo haber elegido el sitio donde fijar la dichosa mina.


El Turtle sumergido, con el GPS estropeado, el móvil sin cobertura y con
las birras empezando a calentarse
A partir de aquel momento empezó la presión por parte de los británicos, obligando a los yankees a replegarse. Bushnell, a pesar de todo, se empeñó en llevar a cabo una nueva intentona que por cierto tuvo que planificar solo porque Washington, Putnam y compañía se había largado ante el imparable empuje británico, que incluso habían incendiado Nueva York. Para mantener a salvo el Turtle lo llevaron río arriba hasta Bloommingdale, a unos 12 km. al norte de Nueva York y, con todo, no era precisamente el sitio más seguro ya que los british habían anclado allí mismo tres naves, el Phoenix antes citado, el Roebuck, de 44 cañones, y el Tartar, de 20. El ataque tuvo lugar el 5 de octubre y se efectuaría contra una de aquella naves aprovechando, como en la ocasión anterior, la bajamar. Y en vez de atornillar la mina junto a la quilla se decidió admitir la sugerencia de Lee de adosarla al casco por la popa, junto al timón. Pero en aquella ocasión los centinelas ya estaban sobre aviso de que algo raro pasaba bajo las aguas del Hudson, y la escotilla del Turtle fue avistada intentando pasar por algún objeto a la deriva. Lo que delató su presencia fue que Lee estaba haciendo avanzar el sumergible a más velocidad de lo que lo empujaría la corriente de forma natural, así que saltaron las alarmas rápidamente ante aquella cosa sospechosa. Al saberse descubierto por los gritos de los centinelas, Lee cerró la escotilla y se sumergió a toda velocidad antes de que pudieran abrir fuego contra él. Pasó de largo para volver e intentar al menos atornillar la mina bajo el casco siguiendo el método original, pero estaba visto que el destino no tenía reservado para el Turtle ser el primer submarino que mandase a pique a un barco enemigo. Cuando avanzaba hacia su objetivo, el puñetero barómetro se estropeó, el corcho que indicaba la profundidad se fue al fondo del tubo de cristal y nuestro voluntarioso hombre se vio sumergido sin tener ni puñetera idea de a que profundidad estaba. Para cortarse las venas, vaya...

El sargento Lee, desesperado, optó por salir a la superficie y alejarse antes de ser descubierto y hundido. Cuando llegó a tierra, a Bushnell casi le da un soponcio del berrinche, culpando en parte de la supuesta impericia de Lee por los fallos cuando, en realidad, el hombre hizo lo que pudo en todo momento. Tan obsesionado estaba con que el único capaz de manejar el Turtle con eficacia era su hermano Ezra que daba por sentado que si no era él el tripulante no era posible culminar con éxito la misión. Pero Ezra seguía con su pertinaz paludismo, incapaz de moverse de la piltra, así que solo podía disponer de Lee y los otros dos voluntarios que, de momento, estaban de reserva. Poco después se intentó un tercer ataque, esta vez con uno de estos hombre tripulando el Turtle, pero nuevamente sin éxito. El mal fario era patente, leches...


La flota británica fuerza el bloqueo sobre los continentales, obligándolos
a retirarse río arriba
La historia del Turtle dio término el 9 de octubre de 1776. Tras ser evacuado en la balandra río arriba hacia el fuerte Washington, aquel mismo día los british iniciaron un ataque con los mismos barcos anclados ante Bloommingdale. Mientras estos sorteaban sin problema la barrera colocada por orden de Putnam, un cañonazo bien colocado acertó de lleno en la balandra donde viajaba el Turtle, hundiéndose sin remisión. Bushnell, Lee y los demás tripulantes lograron ponerse a salvo, pero el sumergible se sumergió, nunca mejor dicho, en las aguas del Hudson. Poco después, el mismo Bushnell organizó una operación de rescate y pudo recuperar su máquina, pero tuvo claro que en aquel momento lo mejor sería dedicar su ingenio y sus cada vez más escasas fuerzas a algo más práctico: las minas submarinas, de las que otro día hablaremos largo y tendido porque, al igual que en el caso del Turtle, Bushnell ostenta su invención y puesta en funcionamiento de forma efectiva.


Método de fijación de la mina, lo que pudo
ser y nunca fue
En cuanto al submarino, no se sabe qué fue de él. Las tropas coloniales fueron arrolladas y expulsadas de la zona, retirándose hacia Penssylvania ante el avance británico tras apodarse estos de los fuertes Washington y Lee. Se dice que el Turtle pudo retornar a la granja familiar de Pochaug, donde fue ocultado en un cobertizo a la espera de tiempos más propicios para llevar a cabo mejoras en sus prestaciones. Sin embargo, desde su última acción jamas se volvió a saber nada de él, ni Bushnell dejó datos o planos de su invento, seguramente para impedir que pudieran caer en manos de los enemigos.

En fin, así fue la historia del primer submarino de guerra que, aunque la fortuna no estuvo de su parte, no por ello debemos dejar de admirar tanto el ingenio y el tesón de su inventor como el de su tripulante, el sargento Ezra Lee, en cuyo obituario tras su fallecimiento se pudo leer que había sido el único hombre de la historia que había luchado en tierra, en el agua y bajo el agua.

Bueno, pues ya está. Creo que no olvido nada relevante, así que vale por hoy.

Hale, he dicho

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La leyenda del Turtle sigue viva en USA. Varios probos ciudadanos han fabricado réplicas del mismo, siendo la última de
ellas la que vemos en la foto, propiedad de Philip Riley. Este emulo de Ezra Lee fue arrestado por los guardacostas en
agosto de 2007, cuando fue descubierto a 60 metros del Queen Mary 2 en el puerto de Nueva York, tal como vemos en
la foto. Al final solo le echaron una bronca y lo tomaron como una simple aventurilla sin más trascendencia

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