jueves, 22 de marzo de 2018

Guardia de Asalto


Guardia de Asalto manteniendo un tenso cambio de impresiones con un probo ciudadano que, al parecer, no se aviene a
desalojar la vía pública a pesar de haber sido invitado a ello.

Acabo de darme cuenta de que, a lo largo del tiempo, hemos hablado de diversos cuerpos o unidades tanto militares como policiales que en el mundo han sido y, sin embargo, nunca hemos dedicado ni un mísero párrafo a las existentes en el suelo patrio, así que ya es hora de hablar de ellos, pobrecitos míos... ¿Que por qué he elegido la Guardia de Asalto? Bueno, quizás por ser bastante desconocidos para la juventud hispana y, por supuesto, para los que me leen allende nuestras fronteras. Al cabo, la Guardia Civil es mucho más famosa, tiene una historia más extensa y es un cuerpo que a diario soluciona con su buen hacer multitud de historias chungas, asesinatos y, faltaría más, vela por la seguridad de todos en estos tiempos tan turbulentos. Y lo mismo digo de la Policía Nacional, cuyo germen es más o menos tan antiguo como el de los entrañables picoletos y que por diversas circunstancias ha ido cambiando de nombre y forma, generalmente políticas. Por otro lado, la Guardia de Asalto ha sido quizás el cuerpo policial más politizado de todos por los motivos que explicaremos más adelante, y su contundencia a la hora de disolver a las masas populares descontentas adquirió rápidamente una merecida fama. No obstante, las unidades anti-disturbios de cualquier país occidental son mucho más expeditivas actualmente, pero también es cierto que las algaradas callejeras también han evolucionado o, mejor dicho, involucionado, a lo largo del tiempo ya que los manifestantes son en ocasiones extremadamente violentos, con conocimientos de lucha urbana y, encima, provistos de material tanto para defenderse como para causar  cuantiosos daños. Veamos pues los antecedentes que llevaron a la creación de esta controvertida unidad que en apenas cuatro años de existencia dio bastante que hablar.

"La carga" (1899), obra de Ramón Casas. El cuadro muestra una contundente
carga de una unidad a caballo de la Guardia Civil en la que, como se puede
apreciar, se usaba el sable de reglamento para forzar al personal a disolverse.
Era imposible que tras una de estas cargas no se produjeran muertos y
heridos de consideración
La evolución de la sociedad tiene sus pros y sus contras. La población crece, diversifica su actividad, las ciudades aumentan de tamaño y, en resumen, la economía marcha mejor. A cambio, surgen ladrones, delincuentes de todo tipo, hay más asesinatos, etc. Y, además, al personal le da por opinar en temas políticos, y mientras que hace 300 años la gente se rebelaba por la subida del grano o por los impuestos, a partir del siglo XIX pasó de montar follones por  el precio del trigo y se dedicó a llevar la contraria al poder constituido, ya fuese en forma de gobierno democrático o autocracias. Esta sociedad, cada vez más compleja, requería de una organización mucho más extensa y preparada para hacer frente a los retos que suponían el mantenimiento del orden, la vigilancia de ciudades y campos, la investigación de crímenes, la detención y custodia de delincuentes, etc. En resumen, una estructura policial tal como la conocemos hoy día, con señores de aspecto normal y corriente que se infiltraban en tugurios y bajos fondos para llevar a cabo sus pesquisas o bien vestidos de uniforme para intimidar con su presencia a los delincuentes y tranquilizar a los probos ciudadanos por saber que alguien velaba por su seguridad.

Pelotón de guardias de Seguridad a principios del siglo XX. Al mando del
mismo vemos a un brigada, con un cabo a su derecha. Están armados con
machete, pistola y tercerola Mauser de calibre 7x57. El brigada lleva sable
y pistola. Los cascos de fieltro estaban inspirados en los típicos salacots
de la policía británica, y eran especialmente detestados por resultar pesados,
incómodos y, según sus propios usuarios, ridículos.
El germen de este nuevo concepto policial surgió en el Real Decreto del 6 de noviembre de 1877 por el que se reorganizaba la policía de la capital del reino, Madrid, a fin de darle la estructura adecuada para combatir el crimen, el mantenimiento del orden público y la seguridad de las personas y los bienes. En dicho decreto se creaba la Policía Gubernativa y Judicial dependiente del gobernador civil que, a su vez, se dividía en dos ramas: el Servicio de Vigilancia y el de Seguridad. Mientras que el primero tenía como misión la investigación y prevención de delitos, así como conocer e indagar los movimientos de los delincuentes habituales, los segundos eran los encargados del mantenimiento del orden en las calles, la libre circulación de personas y cosas, la vigilancia de eventos públicos, etc., o sea, el guardia uniformado de toda la vida. El experimento resultó satisfactorio porque diez años después se extendió a toda España con la promulgación del Real Decreto de fecha 18 de octubre de 1887.

Instante en que hace explosión la bomba lanzada por el anarquista Mateo
Morral en la calle Mayor de Madrid al paso del carruaje regio el 31 de mayo
de 1906. La bomba la arrojó desde el 4º piso de la pensión Iberia en la que
se alojaba, disimulada en un ramo de rosas
La llegada del siglo XX trajo consigo una nueva reforma para hacer frente a las amenazas del momento, especialmente las asonadas que organizaban grupúsculos socialistas y, sobre todo, anarquistas, movimiento éste bastante virulento en aquellos tiempos que se pasaban el día poniendo bombas a mansalva, perturbando la paz y el sosiego del personal. De hecho, hasta le enviaron una de regalo al mismísimo Alfonso XIII el día de su boda camuflada en un ramo de flores que produjo 24 muertos y más de un centenar de heridos. Como dato curioso, una de las reformas que se llevaron a cabo fue la instauración del control de viajeros que se alojaban en fondas, posadas y hoteles que aún perdura, precisamente como complemento a la vigilancia de elementos subversivos tanto nacionales como de procedencia extranjera.

Obsérvese la peculiar morfología de la empuñadura, provista además de una
ranura para pasar por ella un fiador. La vaina era de cuero con brocal y
contera de bronce. Se produjeron en la Fábrica de Toledo
Sin embargo, en lo tocante a las cuestiones relativas al orden público los Guardias de Seguridad, nombre con que eran designados estos probos funcionarios en los años 20, el material disponible era el mismo que 50 años antes: una pistola y un sable, este último cambiado a principios de siglo por un machete como el que vemos en la foto. Esta peculiar arma, denominada simplemente como "machete para fuerzas de seguridad", contaba con una hoja de 70 cm. de largo, 3'3 de ancho y 6 mm. de grosor con falso filo y punta redondeada para evitar en lo posible producir heridas mortales. No obstante, es obvio que si a uno le endilgaban un machetazo en mitad del cráneo podían partirle bonitamente la cabeza. Además, sus guarniciones de bronce, concretamente el gavilán que protegía los dedos, podía venir de perlas para asestar contundente golpes en las jetas de los revoltosos y saltarles los dientes o tritularles sus napias de ácratas irredentos. Pero, como es lógico, esta era un arma disuasoria, es decir, pensada para no tener que usarla y que sólo con desenvainarla bastaría para acojonar el personal. Lo malo era cuando no se acojonaba y había que empezar a dar estopa o, peor aún, verse obligados a sacar las pistolas, con lo que la revuelta podía terminar en una verdadera batalla campal porque entonces se llamaba a la Guardia Civil o al ejército, y esos no sabían nada de contención de masas ni de pedir al personal que se disolvieran pacíficamente. Si se recurría a ellos era para que sometieran a los revoltosos a tiros sin más historias y, si era necesario, plantaban un par de cañones en mitad de la vía pública y aquí paz y después gloria, amén de los amenes.

El general Don Emilio Mola (1887-1937). En el
bolsillo de la guerrera se aprecia el emblema de
Regulares, cuerpo donde hizo su carrera militar.
Encima se ve la escarapela de Enseñanza Militar
y en el lado izquierdo la medalla Militar
Individual ganada en África en 1909
En las postrimerías de la monarquía encarnada en la persona de Don Alfonso XIII se hizo cargo de la Dirección  General de Seguridad el entonces general de brigada Emilio Mola Vidal, el que luego sería el cerebro del golpe de estado de 1936 con el nombre en clave de "El Director", un africanista que, como Franco, labró su carrera en la guerra del Rif logrando ascensos por méritos de guerra gracias a su valor temerario. Pero que nadie se confunda, porque Mola no era ni mucho menos el típico militarote cerril que lo basaba todo en echarle elevadas dosis de testiculina a las cosas. Antes al contrario, era un sujeto bastante capacitado y, de hecho, las reformas que llevó a cabo en la policía durante los escasos meses que estuvo al frente de la misma, desde el 13 de febrero de 1930 hasta el 14 de abril del año siguiente cuando se declaró la república, elaboró un nuevo reglamento promulgado el 25 de noviembre de 1930 que se mantuvo vigente durante nada menos que 45 años. Y una de las modificaciones que llevó a cabo fue la creación de la denominada Sección de Gimnasia, un grupúsculo de apenas 25 hombres al mando de un oficial que eran especialmente seleccionados y adiestrados en las tácticas anti-disturbios más modernas del momento ya que Mola, a pesar de ser militar de carrera, era totalmente opuesto al uso de tropas para la represión de disturbios por las nefastas consecuencias con que solían terminar sus intervenciones. De hecho, las muertes eran cosa común en cualquier manifestación debido a los trastazos propinados con los machetes reglamentarios y algún que otro disparo a manos de guardias que, viéndose superados, no tenían más opción que desenfundar la pistola y disparar contra los agresores para que no los lincharan allí mismo.

Varios miembros de la Sección de Gimnasia al mando de su oficial durante
unos disturbios en las calles de Madrid. Obsérvense las defensas que
empuñan varios de ellos
Para ponerse al corriente solicitó permiso al ministerio de Gobernación, de quién dependía directamente, para contactar con diversos cuerpos policiales extranjeros, especialmente Estados Unidos y Alemania, donde desde hacía tiempo bregaban con masas de civiles cabreados. Los primeros con los temas de los sindicatos y demás, y los segundos a raíz de la revolución surgida tras la derrota de 1918 y los posteriores conflictos que a diario agitaban las ciudades durante la República de Weimar. La idea era proveer a la Sección de Gimnasia de medios para disolver manifestaciones sin llegar a causar daños irreparables entre los asistentes a las mismas, reservando el uso del machete y la pistola reglamentarios solo para casos extremos en que la violencia de los manifestantes no dejara otra opción. 

Defensa con su tahalí de la extinta Policía Armada, los famosos "grises".
Obsérvese la gruesa costura que recorre longitudinalmente la tonfa,
y que era causante de multitud de cortes en la cara y la cabeza de los
que recibían su acariciante tacto.
Así pues, se dio orden de adquirir granadas de gas lacrimógeno a base de cloroacetofenona y las archifamosas porras de cuero que estuvieron en uso en todas las policías españolas, incluyendo las militares, hasta hace pocos años. Estas porras o tonfas, denominadas oficialmente como "defensas", consistían en un tubo de goma en cuyo interior había un cabo de soga del mismo diámetro y longitud. El conjunto era recubierto de grueso cuero vacuno cosido por fuera, y en el extremo había un tope para impedir que saliera despedida al golpear o, simplemente, para impedir que un manifestante se apoderase de ella dando un tirón. Además, estaban provistas de un fiador de cuero. Estas porras quitaban al personal las ganas de seguir intercambiando opiniones con los guardias, y más si recibían un golpe con el lado de la costura ya que producían unos cortes en la piel muy aparatosos, que sangraban profusamente (doy fe) pero que no entrañaban lógicamente tanto peligro como un machetazo en plena jeta. Una vez formada y debidamente adiestrada, la Sección de Gimnasia intervino por primera vez el 24 de marzo de 1931, durante una revuelta estudiantil de las muchas que hubo en las semanas anteriores a la declaración de la república.

Ángel Galarza (1891-1966) con varios oficiales de la
Guardia de Asalto en mayo de 1931
El advenimiento de la república supuso el cese fulminante de Mola por diversas causas que no vienen ahora al caso, pero una de ellas era el recelo que inspiraban a las nuevas autoridades estatales los militares africanistas, generalmente de ideología conservadora y no muy entusiastas con el nuevo régimen. En cualquier caso, la Dirección General de Seguridad fue puesta en manos de un civil, Ángel Galarza Gago, que se limitó a seguir básicamente las estructuras fijadas por Mola, que de eso sabía mucho más que él, quedando bajo las órdenes del ministro de Gobernación del gobierno provisional de la república, Miguel Maura Gamazo, a quien se atribuye la creación de la Guardia de Asalto que, en realidad, no fue más que la consecución del proyecto iniciado por Mola unos meses antes. Así, aparte de cambiarle el nombre por el de Sección de Vanguardia, Galarza se limitó a instaurar y potenciar el nuevo cuerpo aumentándolo a 80 hombres incluyendo al capitán que mandaba la unidad, dos tenientes y cuatro brigadas. Para permitirles llevar a cabo actuaciones fulgurantes se les dotó de camiones descubiertos con bancos longitudinales. De ese modo, cuando llegaban al lugar de la manifestación se bajaban todos a una y se liaban a repartir estopa sin pérdida de tiempo, marchándose de inmediato en cuanto los revoltosos salían por patas a lamerse las heridas. 


Típico camión empleado por la Guardia de Asalto que, como
vemos, facilitaba enormemente el despliegue de la fuerza
policial nada más llegar al escenario de la revuelta
La "presentación en sociedad" de esta nueva unidad policial tuvo lugar a finales de mayo de 1931, y su primera intervención tuvo lugar a primeros de julio, durante una huelga de los empleados de la Telefónica en Madrid. Sin embargo, según dejó constancia Miguel Maura en sus memorias, el estreno lo tuvieron en agosto a raíz de una revuelta de verduleras en la plaza de la Cebada, ocupada por estas briosas ciudadanas que, curiosamente, siempre han sido consideradas como arquetipo de sotas bravías y mal habladas. En cualquier caso, de poco les valió la bravura cuando hizo acto de presencia un camión de guardias atronando el espacio con la sirena. Sin intentar mediar o invitar a disolverse brearon a palos a las verduleras, que se batieron en franca retirada en un periquete ante la contundencia mostrada por los guardias, y se acabó la fiesta. Una vez despejada la plaza se montaron en el camión y se fueron por donde habían venido. El verdadero éxito de la Sección de Vanguardia radicó precisamente en la prontitud con que habían resuelto las movidas en las que intervinieron y, lo más importante, sin que se produjesen entre la población civil nada más que varios moretones a causa de las porras. En octubre de aquel mismo año ya había unos 800 guardias en servicio dando estopa y, sin embargo, no por ello estaban mal vistos por la población, sino todo lo contrario. La ciudadanía, quizás bastante harta de tanta algarada callejera que producían gran malestar e incomodidades entre la población, vio con buenos ojos la presencia de estos fornidos guardias que solventaban los motines y asonadas en menos que canta un gallo, devolviendo la paz a las calles.


Ante la probada eficacia de este tipo de unidad policial, el gobierno de la república decidió aumentar sus efectivos y ampliar las secciones de vanguardia a otras capitales. El 5 de febrero de 1932 se convocaron 2.500 plazas, y cuatro días más tarde se les cambió el nombre primitivo por el que todos conocemos y por el que han pasado a la historia, Cuerpo de Seguridad y Asalto, que dio lugar al oficioso de Guardia de Asalto. Al mando de la nueva unidad se puso al teniente coronel Agustín Muñoz Grandes, otro militar africanista que hizo su carrera en el cuerpo de Regulares y que era bastante conocido por su notable capacidad de organización. Muñoz Grandes, que durante la guerra civil combatió del lado de los nacionales y fue posteriormente el primer comandante de la División Azul, fue capaz en un tiempo increíblemente breve de dar forma a su unidad, así como de proveerla de los medios más eficientes para su funcionamiento. Para ingresar en el cuerpo se exigía una edad de 22 a 28 años (33 según otras fuentes) y una estatura mínima de 1,75 mts. (1,70 según otras fuentes. Para las antiguas Secciones de Vanguardia era según Maura de 1,80), que en aquella época y en una país como España eran hombres verdaderamente altos. De hecho, la talla mínima para pertenecer a los antiguos Guardias de Seguridad era de 1,60 mts., y el programa de entrenamiento físico era digno de atletas. En resumen, los nuevos guardias de asalto eran sujetos altos, cachas y con una forma física envidiable.

Guardia de 1ª clase con el uniforme azul de
invierno. Obsérvense los leguis, que eran
eliminados en el uniforme de verano por un
pantalón largo. Como vemos, su apariencia es
casi idéntica a la de la Policía Armada
La estructura jerárquica del cuerpo consistía en un coronel o teniente coronel al mando, que ostentaría el cargo de Inspector General y estaría directamente a las órdenes del ministerio de Gobernación. Su misión no era otra que la de "...disolver con probabilidades de éxito cualquier grupo relativamente numeroso, restablecer el orden que se hubiese alterado, empleando procedimientos incruentos pero convincentes". En resumen, exactamente lo mismo que los actuales anti-disturbios. El presupuesto inicial para proveer de material a la Guardia de Asalto fue suntuario. Nada menos que 4.680.000 pesetas de la época, un pastizal de los buenos que fueron destinados a la adquisición de vehículos y armamento de todo tipo incluyendo ametralladoras Hotchkiss y morteros Valero de 50 mm. además de pistolas, mosquetones, granadas de mano y lacrimógenas, máscaras antigás y, por supuesto, las defensas que, a la vista de su eficacia, acabaron formando parte del uniforme en sustitución del vetusto machete. Y a todo ello, añadir las pistolas Astra 900 de las que ya hablamos en su momento y que fueron entregadas en dotación a la oficialidad. No está claro cual fue la empleada por los guardias, pero colijo que debieron usar indistintamente Astra 400 o Star 1919, conocida como Sindicalista, ambas de calibre 9 mm. Largo.

Víctimas civiles de la revuelta de Casas Viejas, reprimida de forma brutal
por la compañía de Guardias de Asalto del capitán Rojas. El escándalo fue
mayúsculo, obligando al gobierno a llevar a cabo una investigación que
acabó, entre otras cosas, con una condena de 21 años a Rojas por haberse
pasado siete pueblos a la hora de mandar apretar el gatillo a su gente
Si a alguien le extraña, tras todo lo comentado acerca de la intención de formar policías menos letales que el ejército, que estos dispusieran de armamento militar, la respuesta es simple. Llegado el caso, esta elitista unidad podría también reprimir con contundencia revueltas de todo tipo, como sucedió en Casas Viejas en enero de 1933, pero quizás lo más importante era que la Guardia de Asalto, creada por la república, estaba ideológicamente muy unida a ella, y muchos de sus miembros eran simpatizantes, cuando no militantes, de partidos políticos republicanos de izquierdas. De hecho, cuando estalló la guerra civil alrededor de un 70% de sus efectivos se mantuvieron fieles al gobierno del Frente Popular, y colijo que los que se pusieron del lado de los sublevados fue a causa en su mayor parte del temor a ser fusilados ipso-facto. Por otro lado, la Guardia Civil siempre produjo recelos entre los gobiernos de la república por su tradición monárquica y su vinculación con el ejército a pesar de que siempre se habían mostrado leales con el poder establecido, fuese quien fuese.


Grupo de guardias porra en mano en pleno ejercicio de sus funciones.
Comparados con los actuales anti-disturbios, que van acorazados como un
hombre de armas medieval, estos funcionarios se jugaban literalmente
el pellejo en cada una de sus intervenciones
En todo caso, y volviendo a la época de sus comienzos, bajo la dirección de Muñoz Grandes el cuerpo alcanzó en poco tiempo un número de efectivos nada despreciables. En abril de 1932 de llevó a cabo una nueva ampliación que abarcaba un coronel más, dos tenientes coroneles, 12 comandantes, 57 capitanes, 177 tenientes, 302 suboficiales y 3.896 clases y guardias que, en el mes de septiembre siguiente, fueron aumentados en 2.500 más. Inicialmente se establecieron trece Grupos de Asalto al mando de sus respectivos comandantes cuyas sedes estaban en Madrid, con tres Grupos, y con uno solo Bilbao, Sevilla, Valencia, Zaragoza, La Coruña, Málaga, Oviedo, Badajoz, Valladolid y Murcia. Su estructura era similar a la del ejército. La unidad básica era la escuadra, formada por cinco guardias al mando de un cabo. Tres escuadras formaban un pelotón al mando de un suboficial; tres pelotones, una sección al mando de un teniente, y tres secciones una compañía al mando de un capitán. Tres compañías formaban un grupo al mando de un comandante que, como hemos dicho, eran los que servían en cada una de las capitales citadas salvo Madrid, que disponía de tres por aquello de ser la capital y, por ende, más población y más follones. Lógicamente, con el tiempo se fueron llevando a cabo más ampliaciones a fin de cubrir más ciudades si bien en muchos casos no con un grupo, sino compañías sueltas o simples destacamentos. Con todo, en 1936, antes de estallar la contienda civil, la Guardia de Asalto contaba con unos efectivos de 17.660 hombres entre oficiales (450), suboficiales (543) clases y guardias (16.667). Para establecer una comparativa, las UIP de nuestros días tienen menos de 3.000 efectivos para cubrir todo el territorio nacional con el doble de población que hace 80 años.


El inicio de la guerra fue el comienzo del fin de la Guardia de Asalto. Tras la caída del gobierno de José Giral en septiembre de 1936 se hizo con la presidencia de la república Francisco Largo Caballero, que en diciembre de aquel mismo año decretó la disolución de la Guardia de Asalto para fusionarla junto a la Guardia Civil, que a su vez había sido reciclada en la Guardia Nacional Republicana el mes de agosto anterior. De la fusión de ambos cuerpos surgió el Cuerpo de Seguridad Interior, que fue usado como fuerza paramilitar en todo tipo de cometidos, desde vigilancia y control de presos en retaguardia a misiones en primera línea ya que tanto guardias civiles como de asalto tenían una preparación equiparable a la militar tanto en el manejo de armas como de combate. Como curiosidad final, ahí dejo un cuadro con los sueldos anuales del personal, para que se hagan una idea de lo infame que es la puñetera inflación. Los importes son lógicamente en pesetas, y el concepto de gratificaciones comprendía los servicios en días festivos, guardias de 24 horas y cosas por el estilo.


Camión de la Guardia de Asalto ante la antigua estación de la Plaza de
Armas de Sevilla
En fin, así fue grosso modo la breve pero intensa vida de la Guardia de Asalto. Siempre me han llamado poderosamente la atención porque mi venerable abuelo tuvo que correr bastantes veces, según me decía cuando le daba por contarme batallitas, delante de aquellos atléticos funcionarios. Por desgracia, en aquellos tiempos el ambiente estaba un poco bastante muy tenso en todos los sentidos, la cosa pública increíblemente sensible, que por menos de un pito se liaba parda, y tanto los partidos de extrema derecha como de extrema izquierda dándose de palos e incluso de tiros entre ellos y, ya puestos, contra una república que, a lo que se ve, no contentaba a todos. Sea como fuere, ya sabemos como acabó la historia por obra y gracia de nuestro proverbial cainismo, del que ya los romanos se asombraron y que, a pesar de haber pasado más de 20 siglos, sigue tan vivo y enconado como siempre. 

Bueno, no creo que se me olvide nada, así que me piro, vampiro.

Hale, he dicho


Compañía de guardias haciendo prácticas anti-disturbios para aporrear ciudadanos con orden, eficacia y contundencia. Uno
de ellos incluso practica como darse una costalada con estilo

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