lunes, 3 de diciembre de 2018

GATLING 1862


Gatling 1862, la primera criatura
Ya tocaba, ¿no? Después de hablar de tantos chismes raros, iba siendo hora de empezar a ir tratando la saga de armas creada por el inagotable ingenio de Richard Gatling y que iremos detallando en entradas sucesivas ya que por su extensa producción merece la pena estudiarlas una por una en vez de en la típica entrada generalista que suele hacerse  cuando se habla de estas máquinas en particular. Por otro lado, Gatling no solo creó una ametralladora mecánica verdaderamente eficaz, sino que sentó las bases de una serie de conceptos a nivel tecnológico que, siglo y medio más tarde, aún siguen vigentes en armas de la más avanzada tecnología, desde los cañones Vulcan a las Minigun y, por supuesto, el rey de los cañones rotativos: el monstruoso GAU-8A que arman los A-10 y que pueden convertir en un colador a un carro de combate con su munición con núcleo de uranio empobrecido. Pero antes de entrar en el meollo de la cuestión sería interesante plasmar una breve reseña sobre su persona ya que en modo alguno se había interesado por el tema de las armas hasta el estallido de la guerra civil.


Richard J. Gatling (1818-1903)
Richard Jordan Gatling había nacido en Carolina del Norte, o sea, era un sureño con pedigrí cuyos orígenes produjeron no pocas suspicacias entre los unionistas como veremos más adelante. Procedía de una familia de colonos ingleses establecidos en el condado de Herford y su progenitor, Jordan Gatling, ya se daba una maña tremenda para idear chismes agrícolas que hicieran la existencia menos desagradable a los probos agricultores esclavistas del sur. En un alarde de ingenio había inventado una máquina para plantar algodón y otra para sembrar en hileras. Su querido retoño heredó sin duda su creatividad porque, siendo aún muy joven, ya patentó una máquina para plantar arroz. Siendo además el típico hombre emprendedor que, nos guste o no, ha hecho de los Estados Juntitos lo que son, llegó a la conclusión de que su máquina se vendería mejor en los estados del norte, por lo que no tuvo inconveniente en largarse en busca de clientes para su invento que, por cierto, transformó para adecuarla a otro tipo de grano ya que el arroz no era un cultivo habitual entre los norteños. Pero a su incuestionable ingenio se le unía una inteligencia poco habitual ya que hasta se molestó en estudiar la carrera de medicina en Laporta (Indiana) para, finalmente, licenciarse en el Colegio Médico de Ohio en 1849. Pero no hizo toda una carrera universitaria para ganarse la vida como médico, sino solo para impedir que su familia fuese víctima de las habituales epidemias de viruela que, con una regularidad irritante, se cebaban con el personal en su patria chica. De hecho, no hay constancia de que nuestro hombre ejerciera jamás la medicina a pesar de que se presentaba como el doctor Gatling y recibía dicho tratamiento en todas partes. 


Benjamin Harrison (1833-1901)
Estando dedicado a sus cuestiones de maquinaria agrícola en Indianápolis, en abril de 1861 comenzó la guerra civil y la inmediata avalancha de inventos más o menos alucinantes de armas super-diabólicas (siempre según sus inventores) como ya hemos visto en artículos anteriores dedicados a este tipo de artefactos. Según un artículo publicado en marzo de 1889 en el Scientific American, en los primeros meses de 1861, durante una charla con su amigo Benjamin Harrison, este le propuso la idea de crear un arma para, como el resto de inventores del momento, presentarla a las autoridades y forrarse de pasta gansa matando más y mejor a los malvados rebeldes esclavistas del sur. Harrison, que acabó siendo el vigésimo tercer presidente de la nación, era en aquel momento coronel al mando del Rgto. de Voluntarios de Indiana. Según declaró el mismo Gatling, lo que más le animó a seguir el consejo de Harrison fue el ver como las tropas partían al frente para volver heridos, enfermos o, simplemente, sin volver porque habían palmado en combate. Pensó que lo ideal sería inventar un arma tan eficaz que no hiciera falta enviar a tantos hombres a luchar, ergo se podría prescindir de enormes ejércitos que solo servían para que el prójimo enfermara, fuera herido o reventara en el campo de batalla. 


Cementerio de la Unión en City Point, Virginia. La Guerra de Secesión fue
un conflicto extremadamente  virulento al que, además de los caídos en
combate, hubo que sumar cantidades enormes de muertos por infecciones
y enfermedades causadas por las malas condiciones de vida en el frente
Esta idea en apariencia tan "altruista" fue la que, en determinados ambientes, sirvió para que germinase la idea de que Gatling era un espíritu beatífico y un hombre de pazzzz que, en realidad y según su nieta, Mrs. Newcombe, "era un hombre muy amante de la paz, y recuerdo que el motivo para inventar esa arma letal era hacer la guerra tan horrible que terminaría con las guerras", objetivo que, como vemos a diario, no solo no se ha cumplido, sino que su invención ha servido y sirve desde entonces para aniquilar a millones de hombres. De hecho, basta leer su correspondencia con diversos mandos militares e incluso al mismo Lincoln ofreciendo su arma para comprobar que de pacífico tenía poco, y que no dudaba en exponer argumentos bastante contundentes respecto a su eficacia letal que no tenían nada que ver con su supuesto interés por ahorrar vidas y miserias, sino más bien en no dejar bicho viviente. Incluso se planteaba como una forma de economizar la guerra en base al siguiente cálculo: bastaban entre tres y cinco hombres para obtener el máximo rendimiento de la máquina, el cual era equivalente al de un regimiento. La máquina costaba con una abundante provisión de munición alrededor de los 1.500 dólares, mientras que poner en armas a un regimiento salía por 50.000, y el costo anual del mismo en alimentarlos y equiparlos ascendía la cifra hasta los 150.000. Bajo ese punto de vista, es evidente que ganaba con creces en la relación costo-eficacia.


Planos del modelo 1862 en la patente firmada por el mismo Gatling
Gracias a sus conocimientos de mecánica e ingeniería, en menos de un año pudo patentar la que sería su primer "cañón de batería rotativo". Lo de "machine gun" aún no estaba muy difundido a pesar de que la Montigny ya se anunciaba como mitrailleuse (metrallera), y en España ni siquiera existía aún el término si nos guiamos por el Diccionario Militar del coronel Almirante editado en 1869. La patente, fechada el 4 de noviembre de 1862 con el número 36.836, mostraba un arma de seis cañones giratorios accionados por una manivela en la que aplicó los principios de los cañones Ager y Ripley (de este último ya hablaremos), pero mejorando sus defectos, al menos sobre el papel. Pero, contrariamente a lo que hacían sus colegas inventores, Gatling pasó de empezar a mandar cartas a todos los picatostes del ejército ofreciendo su arma. Antes al contrario, se dedicó a hacer demostraciones públicas ante miles de personas que, como era de esperar, se quedaban boquiabiertas ante el devastador poder de su invento. Con muy buen sentido, nuestro hombre pretendía que fueran los políticos y los militares presentes en sus eventos los que, mottu proprio, demandaran a los mandamases una prueba oficial del arma ya que él, un perfecto desconocido sin contactos en las altas esferas, sería ignorado como tantos otros. Y no se equivocó.


Oliver Morton (1823-1877)
Fue el mismo gobernador de Indiana, Oliver Perry Morton, el primero que se quedó prendado con aquella máquina tan bonita y tan eficiente, y enseguida formó una comisión de tres probos expertos para que estudiaran a fondo el arma y le dieran su parecer. La respuesta llegó el 14 de julio de aquel mismo año, y en la misma se deshacían en elogios sobre el cañón de Gatling: era un arma sólida, segura, fácil de manejar, disparaba hasta 150 disparos por minuto manteniendo la cadencia durante horas sin fallos de ningún tipo, y bastaban un par de hombres y dos caballos para moverla por el campo de batalla a toda velocidad, emplazarla y empezar a masacrar enemigos bonitamente. El alentador informe, firmado por T. Morris, A. Ballweg y D. Rose, debió dibujar una sonrisa de oreja a oreja en la mostachuda jeta de Morton, que a continuación se dirigió a P. H. Watson, ayudante del Secretario de Guerra, recomendándole con extremo empeño el arma a pesar de que "...aunque he estado presente en varias pruebas y sin considerarme a mí mismo competente para juzgar con certeza sus méritos, soy de la opinión de se trata de un arma valiosa y útil". Finalmente, le rogaba que comunicase a su superior la existencia del invento para que fuese tomado en consideración. 


Anuncio publicitario de la Eagle Iron Works
Y mientras que Gatling seguía con sus demostraciones ya se había preocupado de buscar inversores y, sobre todo, una firma con la capacidad suficiente para fabricar el invento. La empresa en cuestión fue la Eagle Iron Works, de Cincinnati, Ohio, propiedad de Miles H. Greenwood & Co., a la sazón la mayor factoría del estado, con quien firmó un contrato para la manufactura de seis armas completas. Esta empresa estaba dedicada por entero a la fabricación de armas para la Unión, por lo que sufrió tres sabotajes consecutivos por parte de infiltrados de los malvados rebeldes esclavistas del sur para hacerles ver que no estaban nada conformes con sus esfuerzos por producir armamento al enemigo. En uno de estos sabotajes se fueron a hacer puñetas las seis máquinas, que estaban a punto de ser terminadas, los planos y el prototipo del modelo inicial, lo que supuso una ruina para Gatling que había puesto todo el capital disponible en esta empresa comercial. 


Horatio G. Wright (1820-1899)
Pero este hombre no se amilanaba así como así, y no tardó en encontrar nuevos patrocinadores para la fabricación de 30 armas, esta vez bajo los auspicios de otra firma de inversores de Cincinnati, la McWhinny, Rindge & Co. Naturalmente, Gatling siguió con sus demostraciones públicas, esta vez acompañado de Rindge, en las que no solo se hartaban de pegar tiros para alucinar al personal sino que, contrariamente a lo habitual en estos casos, no se privaban de dar pelos y señales del funcionamiento del arma o de cómo estaba construida. Como está mandado, en una de sus visitas a Washington intentaron obtener una prueba por mediación del mayor general Horatio Gouverneur Wright, jefe del Cuerpo de Ingenieros del ejército el cual envió una carta al ya famoso por estos lares general Ripley, el cabezón y anticuado jefe del departamento de suministros que se negaba introducir cualquier cosa que no fuera el mosquete reglamentario, para que recibiese a Gatling y a su socio si bien en este caso parece ser que su rechazo al más que probado invento de Gatling se debían también a las sospechas, más o menos fundadas, de sus simpatías por la Confederación. 


Picatostes del Círculo Dorado en una de sus movidas. Estos ciudadanos
eran más esclavistas que un faraón egipcio
De hecho, Gatling estaba siendo investigado por el ejército desde hacía tiempo por su pertenencia a la "Orden de los Caballeros Americanos", una organización surgida en 1863 de la "Orden de los Caballeros del Círculo Dorado". Eran los que se denominaban como copperheads, (cabezas de cobre), mote que recibían los simpatizantes de la causa sudista que apoyaban a la Confederación con actos de sabotaje y propaganda. Por ello, la inteligencia militar incluso consideraba a Gatling como uno de sus miembros más activos y peligrosos, y lo relacionaban con el hundimiento de un barco de suministros para la Unión aunque de momento no había pruebas reales contra él. Una de las cosas que levantaban más sospechas era su empeño en ubicar la fabricación de sus armas en Cincinnati, una posición estratégica muy cercana a los estados Confederados que podría permitirle el envío de armas o, ya puestos, simular una rápida incursión por parte de los malvados rebeldes esclavistas del sur para que le "robasen" el armamento producido. Sus supuestas veleidades sureñas jamás fueron demostradas, pero es un hecho que la negativa del ejército a tomar en consideración el invento de Gatling tuvo que ver en parte con este tema. Es más, en febrero de 1864, cuando apenas quedaban tres meses de guerra, Gatling se dirigió por carta al mismísimo Lincoln que, como sabemos, se pirraba por las innovaciones en cuestiones de armas, pero en este caso ni le contestó. Lo más probable es que estuviera ya harto de ofertas de "armas archi-letales" que mataban más que la peste, o puede que los informes de la inteligencia militar lo hubiesen puesto en guardia. Sea como fuere, la cosa es que no atendió la petición de nuestro hombre a pesar de estar respaldado por numerosas pruebas y opiniones favorables de muchos militares.


Benjamin F. Butler (1818-1893)
Uno de ellos era el general Benjamin Franklin Butler que, como recordaremos, también adquirió varias unidades de las baterías Billinghurst-Requa. Por mediación de Rindge, Butler accedió a presenciar una prueba y se quedó maravillado hasta el extremo de ordenar la compra de doce máquinas completas con sus cureñas y munición por la jugosa cifra de 12.ooo dólares si bien Rindge no hizo ninguna refrencia a la negativa de Ripley, por si acaso. Si alguno se pregunta cómo era posible que algunos militares comparan armas "a título personal" sin estar aprobadas por el ejército, sepan que no era raro que se realizaran estas compras con los fondos procedentes de donaciones de particulares, políticos o de los mismos militares. Y mientras que Rindge le ponía los dientes largos a Butler con el cañón, Gatling escribía al mayor Maldon, de la Real Artillería francesa ofreciéndole su arma. Los gabachos (Dios maldiga al enano corso) ya tenían noticia de la existencia de la misma desde al menos octubre de 1863, porque rápidamente le respondieron muy interesados solicitándole el envío de informes, tipos de munición, pruebas de fiabilidad y la posibilidad de recibir un arma para llevar a cabo una prueba concluyente. Gatling, que se veía en una posición de ventaja, les respondió enviándoles los datos e informes solicitados, pero que de vender un arma nada, que si querían su maravillosa invención ya podían ir haciendo un pedido de al menos cien unidades, cosa que los gabachos ni se plantearon, así que la cosa quedó en nada pero, al menos, sirvió de ejemplo por el interés que despertaba su invención incluso en el Viejo Mundo. Con todo, aún en el caso de aprobarse la compra no habría sido posible culminarla porque el gobierno de la Unión prohibió en aquella época la exportación de armas y munición de guerra.


John A. Dahlgren (1809-1870)
Y para redondear su inteligente campaña de introducción, Gatling logró una prueba por parte de la armada, que tuvo lugar entre los meses de mayo y julio de 1863 con la anuencia del contra-almirante John Adolphus Dahlgren que, además, también hacía sus pinitos en cuestiones de inventos artilleros. Las pruebas fueron efectuadas en los astilleros de la armada en Washington y fueron totalmente exitosas de modo que Dhalgren dio su autorización a los comandantes de la flota para adquirir las máquinas que estimaran oportunas para armas sus naves. Debido a que aún no habían tenido tiempo de poner al corriente a la oficialidad de la armada de las bondades del producto, de momento no tuvieron muchos pedidos y, por otro lado, los patrocinadores de Gatling no tenían medio para acometer una producción a gran escala. 


David D. Porter (1813-1891)
Con todo, se sabe que el almirante David Dixon Porter pudo hacerse con un ejemplar- puede que incluso con más de uno- que destinó a su flotilla del Misisipí para defender los barcos de suministros de los ataques de los malvados rebeldes esclavistas del sur. Sin embargo, no hay constancia de su vida operativa ni de las acciones en las que intervinieron. Con todo, yo al menos me atrevo a pensar que en algún momento hostigarían a posibles agresores que, a la vista de la lluvia de balas que disparaban esos chismes, optaron prudentemente por poner pies en polvorosa y salir cagando leches. En resumen, no debieron participar en ninguna batalla que quedase plasmada en los libros de historia, pero es más que probable que hiciera huir a más de un rebelde sudista. En todo caso sí es cierto que la prensa se hizo eco de la compra efectuada por Porter, dando por sentado que emplazando una Gatling en la cubierta superior de los vapores que patrullaban el Misisipí y previamente provistas de un escudo para proteger a los servidores de la máquina de los francotiradores enemigos, podían hacer un magnífico servicio para contrarrestar la presencia de guerrilleros sudistas a lo largo del río, apremiando al gobernador del estado a que adquiriera 50 o 100 unidades para equipar a la flotilla fluvial. 


Grabado de época que muestra una Gatling 1862 con su avantrén
En fin, creo que con este resumen basta para hacernos una idea de los comienzos de Gatling y su invento. La guerra civil terminó en mayo de 1865 sin que nuestro hombre lograra que fuera aceptada oficialmente por el ejército, y las pocas unidades que se suministraron del modelo 1862 fueran prácticamente a título personal. Sin embargo, esto solo fue el difícil parto de esta ametralladora porque tras la guerra, una vez desaparecidos los modelos que pudieran hacerle sombra, Gatling siguió perfeccionando el suyo hasta lograr que fuera finalmente aceptado por el ejército. Pero eso ya lo contaremos en la entrada correspondiente al siguiente modelo. Añadir solo que, en realidad, más que falta de visión por parte de los militares que, como Ripley, se negaban a introducir este tipo de armas, la cuestión era otra: simplemente era demasiado avanzada para los conceptos de la época, y mientras que todo el mundo, inventor incluido, se empeñaban en usarla como un sustituto del cañón su empleo táctico verdaderamente eficaz estaba aún por descubrir, y no era otro que servir de arma de apoyo a la infantería durante el avance o como arma defensiva emplazada en posiciones fortificadas para detener a la infantería enemiga. Y dicho todo esto, veamos ahora el funcionamiento de este modelo inicial.


La Gatling estaba formada por seis cañones montados alrededor de un eje central. Este sistema perduró en toda la saga de armas que creó independientemente de que más tarde se fabricaran con más cañones. Cada cañón tenía su propio cierre, y el conjunto giraba en sentido horario mediante una manivela provista de un piñón que actuaba sobre una corona dentada colocada al final del eje central. Los cierres y demás mecanismos quedaban encerrados en una carcasa de bronce como vemos en la foto, donde se puede apreciar la tolva de alimentación y la rueda del tornillo que regulaba la altura. Además, la cureña en la que se montaba disponía de un plato que le permitía hacer correcciones en sentido horizontal sin necesidad de mover todo el conjunto, como ocurría con los cañones convencionales, o bien para barrer el frente y producir una mayor dispersión de los proyectiles. 


Entre los cañones y los cierres (fig. A) había una pieza en forma de estrella que giraba con todo el conjunto (fig. B) y que era donde se iban depositando los cilindros a medida que se giraba la manivela. Rodeando el conjunto de cierres había una anilla con un plano inclinado (fig. A1) que hacía retroceder los martillos de cada cierre a medida que giraba, de forma que se liberaban en un determinado punto situado a las 12 en sentido horario, golpeando el pistón y produciéndose el disparo. Las flechas señalan la posición de cada pieza respecto al conjunto del arma Al disponer de varios cañones y teniendo en cuenta la cadencia de tiro, el recalentamiento era un efecto que raramente se daría salvo que se mantuviera un fuego sostenido durante un largo rato.


El sistema de carga era el mismo que usaba el cañón Ager, unos cilindros de acero de 70 mm. de largo provistos en su parte inferior de una chimenea en la que se colocaba un simple pistón de avancarga que haría detonar un cartucho de papel de los que usaban los mosquetes. Dicho cartucho contenía una bala  Minié de calibre .58 y 566 grains de peso con una carga de 54 grains de pólvora. Aunque inicialmente se consideraba suficiente dotar cada arma con 200 de estos cilindros que podían recargarse rápidamente, es obvio que en modo alguno eran suficientes ya que esa era más o menos la cadencia de tiro por minuto, por lo que tendrían que esperar un rato para reiniciar el fuego. Para servir la máquina bastaban dos hombres, un tirador que accionaba la manivela y otro que iba vertiendo cilindros cargados en la tolva, que tenía capacidad para una docena aproximadamente y que iban entrando en el arma por gravedad. En el gráfico podemos ver los cilindros en cuestión. La figura A nos muestra su aspecto exterior. La B, una vista en sección del mismo con los alojamientos para la chimenea, que podía reponerse en un santiamén en caso de rotura como si se tratase de un fusil o un revólver. En la figura C vemos el cilindro cargado con su cartucho de papel y el pistón, en este caso los de fusil, más grandes y potentes que los de arma corta. Si alguien se pregunta como podían quemar tan rápido el papel, ello se debía a que era papel nitrado, lo que lo convertía en un material extremadamente inflamable.


Sin embargo, inicialmente la máquina tenía un defecto, y era la fuga de gases que se producía entre los cilindros de carga y la culata de los cañones. Para remediarlo, Gatling ideó un resalte que, colocado en el plato trasero, empujaba hacia adelante el cierre cuando llegaba a la posición de disparo. Una vez pasada a la estación siguiente el cilindro ya servido, un muelle hacía retroceder el cierre para facilitar su expulsión fuera del arma. Si observamos el gráfico de la izquierda vemos la pieza en cuestión señalada con la flecha roja, así como el cierre comprimido hacia adelante para obturar el arma en el momento del disparo. La solución resultó satisfactoria a media ya que, aunque en efecto se logró reducir la fuga de gases, por otro lado hizo que el accionamiento de la manivela fuese mucho más duro, retardando la cadencia. Para aminorar este efecto se colocó en la parte delantera del eje central un tornillo que permitía regular la presión del conjunto contra el plato trasero, pero la verdadera solución era sustituir los cilindros por los nuevos cartuchos formados por una vaina de latón o cobre. 


Las balas que aparecen engarzadas tienen las bandas de engrase llenas de
una mezcla de cera y grasa para retardar el ensuciamiento del cañón y
favorecer la precisión
Estos cartuchos eran de percusión anular, es decir, la carga fulminante estaba distribuida alrededor del reborde por dentro de la vaina, por lo que el percutor debía golpear en esa zona y no en el centro. De hecho, los pistones Berdan de fuego central aún no se habían inventado. Para usar esta munición no hubo que hacer ningún cambio ya que se seguían usando los cilindros de carga, pero esta vez modificados para alojar el cartucho metálico en vez de cartucho de papel. En los mecanismos solo hubo que cambiar el martillo que golpeaba el pistón de avancarga, que fue modificado para adoptar la forma de un percutor que golpeaba el culote del cartucho en dos sitios para asegurar el disparo. El calibre y el tipo de munición era el mismo, pero se fabricaron en tres medidas, a saber: una vaina corta de 24'6 mm., una de tamaño medio de 28'5 mm. y otra más grande de 34'8 mm. El motivo no era otro que poder disponer de distintos tipos de munición con más o menos carga para distintos usos si bien esto era una chorrada porque solo complicaba más el suministro para, encima, tener que ponerse a decidir cuál sería la más adecuada en cada situación, por lo que acabaría imponiéndose la de mayor potencia. En el gráfico superior vemos las tres medidas de cartucho, el aspecto  del cilindro de carga con uno de ellos en su interior y la bala Minié que usaban. 


Obviamente, este sistema agilizaba mucho la recarga de los cilindros ya que bastaba extraer la vaina servida y colocar un cartucho nuevo. Con el sistema anterior, había que eliminar los restos del pistón usado, colocar uno nuevo y reponer el cartucho. Además, sistema antiguo ensuciaba mucho antes los cilindros, por lo que debían limpiarlos con más frecuencia. La Gatling que usaba este tipo de munición fue denominada como Tipo II. De la eficacia de la bala Minié ya dejamos constancia en su momento, pero si alguno lo ha olvidado o no tiene constancia de sus efectos, la foto de la izquierda le resultará enormemente reveladora. Lo que ven es el orificio de salida producido por una de estas balas, de un diámetro bastante superior a los 14'7 mm. del calibre real de la misma. La enorme grieta que se vislumbra en el lado opuesto es la fractura que produjo el impacto, que prácticamente reventó la bóveda craneana. Eso sí, el difunto ni se debió enterar de que acababa de palmar heroicamente por la causa de la Unión (en efecto, se trata del cráneo de un soldado del Norte).

Para comprender el ciclo de disparo nada mejor que unos dibujitos molones, que una imagen vale más que mil filípicas. Veamos el gráfico inferior:



En esta fase vemos la secuencia de un disparo a punto de producirse. En la figura A1 la flecha señala el resalte que hace retroceder el martillo al máximo para comprimir por completo el muelle helicoidal que lo envuelve y que lo impulsará hacia adelante en cuanto supere el resalte de la anilla. La figura A2 presenta una vista en sección del martillo tal como está en ese momento, en su posición más atrasada y con la base trasera comprimida por la acción del resalte situado en la placa que, como explicamos antes, obturaba el arma empujando hacia adelante tanto el cierre como el cilindro de carga. La misma secuencia la vemos en la figura A3, que deja a la vista los martillos de cada cañón. La flecha blanca señala el resalte de obturación, pintado de verde, y la roja el martillo a punto de saltar para golpear el pistón. En este caso la vista sería desde la posición superior del arma ya que el disparo se producía, como dijimos antes, en la posición de las 12 en sentido horario. Pasemos a la siguiente secuencia.



Aquí es cuando tiene lugar el disparo. En B1 vemos que el resalte del martillo se acaba de liberar y sale despedido hacia adelante. En B2 podemos ver dicho martillo en su posición más avanzada impulsado por el muelle helicoidal. En B3 está golpeando el pistón e iniciando la carga del cartucho. La flecha blanca señala el empujador de obturación, que aún mantiene el cierre contra la culata del cañón, y la roja el resalte del martillo en su posición avanzada. 



En esta última secuencia, vemos como en C1 el plano inclinado de la anilla empieza a retraer de nuevo el martillo, cuyo muelle irá comprimiéndose mientras gira los 360º necesarios para volver a la posición de disparo. En C2 vemos el martillo a mitad de su compresión, y en C3 podemos observar que, según marca la flecha blanca, la parte trasera del cierre ha retrocedido, volviendo a su posición normal para permitir que el cilindro de carga se separe de la culata del cañón y pueda ser arrojado por la ventana de expulsión situada en el costado inferior derecho del arma. Estos serían los tres pasos principales en cada secuencia de disparo, cuya cadencia dependía de la fuerza y la resistencia del tirador, porque una cosa era darle al manubrio durante un minuto para controlar la cadencia teórica y otra pasarse un rato dándole vueltas sin parar, lo que acabaría agotando al tirador salvo que se fueran relevando a medida que el cansancio hiciera mella en sus brazos. En las demostraciones llevadas a cabo por Gatling se efectuaban 50 disparos en 16 segundos, tiempo este que colijo se alargaría bastante después de estar media hora haciendo girar el manubrio, digo yo...


Vista de las bocas de fuego en una réplica moderna de este modelo
La introducción de cartuchos metálicos mejoró el rendimiento del arma salvo en un defecto que no pudo ser eliminado hasta versiones posteriores. Al carecer de recámaras propiamente dichas y ante la posibilidad de que la alineación entre los cilindros de carga y las culatas de los cañones fuera exacta, para asegurar que el proyectil entraba por el ánima estas se hacían con la entrada cónica y forma de huso en su interior. Esto tenía un efecto muy negativo en la toma de estrías ya que, según se pudo comprobar al recuperar proyectiles disparados, en muchos de ellos apenas se habían marcado, y algunos ni siquiera mostraban señales de haber tomado las estrías. Ello se traducía en una trayectoria errática, con una precisión inferior a lo deseable y, de hecho, muchos de ellos impactaban de lado en el blanco. La única solución viable de momento fue reducir un poco el calibre en el tramo final del ánima para obligar al proyectil a tomar las estrías y hacer una abertura cónica en la parte trasera para favorecer la entrada del mismo en el cañón. Esto, al menos, hizo que la precisión mejorara sensiblemente.


Vista trasera de la máquina en la que vemos la corona
dentada que permitía girar el arma horizontalmente
Bueno, creo que no olvido nada importante en lo referente al funcionamiento del arma. Añadir solo que, curiosamente, no hay constancia de su uso durante la guerra a pesar de las unidades compradas por Butler y Porter. Solo hay dos testimonios que no han podido ser corroborados. Uno de ellos procede de un folleto editado en 1867 por la Case, Lockwood & Co. de Hartford (Connecticut), en el que aparecía una acotación del "Indianapolis Journal" que hacía referencia a los "terribles efectos sobre los rebeldes al repeler un reciente asalto contra nuestras fuerzas en el río James", afirmando además que era la primera vez en que la Gatling entraba en acción contra el enemigo. Sin embargo, no se cita la fecha de la reseña real y no hay ni rastro del documento original. En todo caso, no tendría por qué ser falso ya que, como comentaba anteriormente, lo lógico es que en algún momento entrase en acción aunque fuese en algunas escaramuzas sin mayor relevancia. 


Otra vista trasera en la que podemos ver la rampa por la que se deslizaban
los cilindros servidos desde la ventana de expulsión, situada a la derecha
del arma, hasta el lado opuesto, donde se encontraba el servidor que
alimentaba la tolva. De ese modo le resultaba más fácil recoger los
cilindros sin moverse de su sitio ni molestar al tirador, que hacía todos
sus movimientos por el lado derecho
El otro testimonio procede del capitán Gustavus S. Dana, del Cuerpo de Señales del ejército regular agregado al X Cuerpo de Ejército del general Gillmore destinado en el James, donde también andaba haciendo de las suyas el general Butler y sus doce máquinas de las que, por cierto, jamás hizo mención en sus memorias, así como qué hizo o de dónde sacó los 12.000 del ala que pagó por ellas. Sin embargo, el capitán Dana sí dejó constancia de haber sido testigo de su empleo en sus inéditas "Recopilaciones Personales", en las que afirmaba haber visto como los hombres de Butler abrían fuego contra los malvados rebeldes esclavistas del sur cuando, en muchas de las treguas tácitas en las que ambos bandos se daban un descanso, se dedicaban a pasearse por los parapetos de sus trincheras como si la paz reinase en el mundo. Los de Butler aprovechaban la coyuntura para hacer pequeñas escabechinas con las Galting, lo que provocó bastantes duelos artilleros como venganza por la matanza sin previo aviso. Sea como fuere, estas intervenciones no iban más allá de un mero hostigamiento sin más consecuencias que unos cuantos muertos y heridos, además de cabrear seriamente a los sudistas. Según los detalles de la narración, que omito para no extenderme demasiado, estas escaramuzas tuvieron lugar hacia finales de mayo de 1864, tras la severa derrota sufrida por Butler en Drewrys Bluff por una fuerza inferior de sudistas al mando del general Beauregard y su retirada a un pueblo costero llamado Bermuda Hundred, donde pudo resistir el empuje enemigo a costa de quedarse cercado por el mismo.

En fin, dilectos lectores, con esto concluye la primera entrada del segundo milenio. Seguramente sorprenderán a sus cuñados porque, como es habitual, la información sobre este tema en español es bastante defectuosa, cuando no falsa de cabo a rabo. Por curiosidad, se me ocurrió ver lo que decía al respecto la controvertida Wikipedia y, asombrosamente, afirman que esta arma no llegó a entrar en servicio en la guerra civil (falso) debido a su excesivo peso (falso), que fue patentada el 9 de mayo de 1862 (falso), y que el motivo principal del rechazo fue que era un arma tan potente que podía provocar verdaderas masacres (falso, y encima la cita de donde saca el dato no dice nada de eso). Así pues, ya saben, si últimamente han visto alguna peli en la que salga una de estas máquinas les atacan con saña bíblica y los dejan en evidencia sin compasión.

Bueno, ya seguiremos, porque la saga no ha hecho más que empezar.

Hale, he dicho

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Ametralladora Gatling de 1 pulgada de calibre en servicio en el fuerte Lincoln, en Dakota. Como se puede ver, el aspecto
de estos chismes es verdaderamente inquietante. Esta versión era en realidad ideal para hostigar posiciones fortificadas
y no contra infantería. En todo caso, acojonar debían acojonar bastante, las cosas como son 

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