El daimyo ha llegado a su castillo. Todos le rinden pleitesía rodilla en tierra. En primer término vemos a sus hatamoto, sus hombres de confianza |
Tokugawa Ieyasu, primer shogun de su dinastía, planifica la batalla de Sekigahara en el maku. A su alrededor vemos a sus hatamoto |
Hatamoto bajo la bandera de su señor |
Tokugawa Ieyasu rodeado por sus hatamoto, tanto a pie como a caballo. En el centro destaca su o uma jirushi, su insignia personal |
Castillo de Edo. Construido en 1457 por Ōda Dōkan, un daimyo del clan Minamoto, se convirtió en un inmenso complejo de 16 km² y fue sede del shogunato hasta su extinción |
Bien, con lo visto hasta ahora, más de uno pensará que el concepto de fidelidad de estos personajes era más frágil que el fémur de una mariposa, y que si los hatamoto eran los más fiables, cómo serían los menos fiables. Pero, y esto ya se ha comentado otras veces, pretender juzgar la mentalidad de estos orientales bajo nuestra escala de valores es misión imposible. Eran como eran y punto. Igual se dejaban sacar la piel a tiras, o se ofrecían a actuar como kagemusha (sombra del guerrero, un doble para atraer sobre su persona el fuego enemigo), o no dudaban en matar a toda su familia si su señor se lo ordenaba que podían cambiarse las tornas por cuestiones que para nosotros serían baladíes. Por ejemplo, si el daimyo abrazaba una secta del budismo distinta a la de uno de sus vasallos, o si cambiaba de bando y su apoyo iba a parar a otro aspirante al shogunato. Y todo porque igual ese hatamoto era un fiel seguidor de otra secta, o por lazos familiares todo su clan estaba unido al aspirante a shogun traicionado por su señor. En fin, era lo que había. Los daimyo buscaban afanosamente aumentar su influencia política y militar, así como las tierras bajo su control y, del mismo modo, los samurai a su servicio también tenían sus ambiciones y sus ganas de medrar, como está mandado.
El daimyo se acaba de apoderar de una fortaleza. Junto a él camina su karō, mientras le siguen los mensajeros que se distinguen por sus vistosos sashimono con los colores de su señor |
Hora de ponerse en marcha. Los bugyō debían ante todo estar preparados para cualquier contingencia, y tenerlo todo dispuesto para partir de inmediato en cuanto recibieran la orden |
Los hatamoto esperan al daimyo. En el centro vemos los guardias a caballo. Delante, los mensajeros y en los flancos los guardias de a pie |
Un koshō junto al daimyo, siempre atento para cumplir el más mínimo deseo de su señor |
En fin, criaturas, estos fueron los selectos hatamoto. A lo largo del Período Edo, la ausencia de conflictos los acabó convirtiendo en funcionarios, dejando atrás su faceta bélica mientras que los daimyo fueron prescindiendo de ellos porque les interesaba más vivir bajo la sombra del shogun en los castillos de Osaka o Edo, por lo que los hatamoto solo subsistieron al servicio del shogun hasta que en 1868 se dio término al régimen del shogunato con la Guerra Boshin, por la que el poder regresaba a manos del emperador. Los otrora poderosos samurai pasaron a la historia para ceder su influencia a los políticos y los militares.
Y colorín colorado, la historia de los hatamoto ha terminado.
Hale, he dicho
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El daimyo en su estrado flanqueado por dos koshō que, cuando lleguen a la edad adulta, servirán a su señor hasta las últimas consecuencias. |
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