martes, 6 de junio de 2023

AMETRALLADORA LIGERA LEWIS. ORIGEN

 

Una Lewis en acción en enero de 1918, perteneciente al 15º Royal Scouts. En este caso, el asistente (el Nº 2 según la terminología del ejército british (Dios maldiga a Nelson), se colocaba a la izquierda del tirador para retirar el cargador vacío y recargar la máquina

Al hilo del articulillo anterior sobre la MG-08/15, es obligado hablar del arma que, como dijimos, obligó a los tedescos a desarrollar una ametralladora ligera capaz de ser fácilmente transportada por el campo de batalla acompañando a la infantería. Como ya sabemos, en los albores de la Gran Guerra, estas máquinas estaban concebidas como armas estáticas destinadas a contener las cargas masivas de la infantería enemiga. Pero, cuando llegaba la hora de llevar a cabo un contrataque o una ofensiva, la potencia de fuego que proporcionaban las ametralladoras se quedaba atrás, y los sufridos infantes se tenían que conformar con sus fusiles y las pocas granadas de mano que cada uno pudiera llevar consigo. La táctica seguida por el ejército british en concreto era además bastante enojosa para ellos mismos: al no disponer de fuego de apoyo cercano, hacían uso de la artillería de forma que fueran alargando el tiro a medida que las tropas avanzaban. Obviamente, sincronizar una ofensiva o un contrataque de forma que los proyectiles no causaran bajas propias era cuasi milagroso en el momento en el que las tropas avanzaban más deprisa de lo esperado. Del mismo modo, si la infantería quedaba clavada en tierra de nadie debido al fuego de barrera enemigo, la artillería propia iba adelantando el tiro sin que sirviera de nada.

Tirador y servidor de una Lewis preparados para contener
un ataque enemigo. Obsérvese el cofre metálico con capacidad
para ocho cargadores. De la dotación de munición del
arma hablaremos en su momento

El siguiente inconveniente se presentaba cuando la infantería lograba apoderarse de la primera línea de trincheras enemigas o parte de las mismas. Rápidamente, tenían que "revertirlas", uséase, disponer los parapetos y las banquetas para los fusileros en el talud opuesto para hacer frente al enemigo que, replegado a una segunda línea, se encontraba "detrás". Para resistir el contrataque que no tardarían en desencadenar, era vital disponer de potencia de fuego, y las que lo proporcionaban, las Vickers, estaban decenas o cientos de metro atrás, en sus posiciones de primera línea. Solo con la construcción de máquinas ligeras capaces de emular la cadencia de tiro de una ametralladora pesada se podrían tener posibilidades de mantener la zona recién conquistada y, llegado el caso, proseguir el avance. Para eso nació la Lewis.

Maxim con su ametralladora modelo 1884 montada sobre un trípode.
Tras él vemos el armón para transporte
La primicia de las ametralladoras automáticas la tenía Hiram Maxim, que se forró literalmente con su invento y, sobre todo, con las regalías proporcionadas por las licencias de fabricación de los países que la adoptaron en las postrimerías del siglo XIX. Maxim, que además de fabricar unas ametralladoras estupendas no tenía un pelo de tonto, se preocupó de patentar los dispositivos más importantes de ellas para impedir a los seguros competidores que irían surgiendo que le chincharan el negocio. Así pues, se dedicó a regar medio planeta con tres patentes que eran vitales para cualquier máquina al uso en la época: el sistema de repetición por retroceso directo (blowback en la abominable lengua de los anglosajones), el sistema de alimentación por cintas de lona y el sistema de refrigeración por agua. Estas tres patentes cercenaron la práctica totalidad de intentos para diseñar un arma operativa excepto la Hotchkiss, que para curarse en salud estaba refrigerada por aire, funcionaba con gas y era alimentada por peines. Está de más decir que hubo mogollón de inventores que intentaron de una forma u otra soslayar los impedimentos legales, y uno de ellos fue Samuel Neal McClean, un probo matasanos que compartía su interés por curar a la gente con el de fabricar máquinas para matar gente. Paradójico, ¿no?

McClean haciendo una demostración con su cañón automático de
37 mm. Se alimentaba mediante peines de 5 o 10 proyectiles
McClean había desarrollado un sistema de repetición por gas que había patentado en 1902 y aplicados a dos cañones ligeros, uno de 37 mm. y otro de 47 mm. destinados a ser emplazados sobre un camión para su uso como artillería móvil de apoyo. Para desarrollar sus proyectos y buscar clientes creó la firma McClean Ordnance & Arms Company, radicada en Cleveland. Sus diseños llamaron la atención a los inversionistas, que no dudaron en aportar el capital necesario para la fabricación de los prototipos necesarios de cara a llevar a cabo las demostraciones pertinentes ante los mandamases de todos los ejércitos occidentales, que por aquella época se mostraban receptivos a modernizar sus vetustos arsenales con máquinas que matasen más y mejor.

Está de más decir que McClean no dudó en pretender sumarse al club de ametralladores, que tenía unas perspectivas fastuosas desde que, a finales de siglo, los british ya demostraron el devastador poder de estas máquinas en sus violentos cambios de opiniones con los fanáticos seguidores del mahdí en el Sudán, en 1898. Las pruebas realizadas con el cañón de 37 mm. fueron un poco bastante desastrosas, de modo que los accionistas empezaron a cuestionar el talento de nuestro hombre, que en vez de intentar perfeccionar el chisme aquel se decantó por desarrollar una ametralladora. A la izquierda podemos ver el invento de nuestro galeno homicida. Como podemos apreciar, para intentar eludir las patentes de Maxim optó por un sistema de alimentación mediante un tambor con capacidad para 148 cartuchos; debajo de la carcasa de refrigeración se puede ver el tubo que aloja el émbolo y el muelle recuperador de su sistema de repetición por gas. Solo no pudo obviar la refrigeración por agua lo que, obviamente, ya la ponía en el punto de mira de los abogados de Maxim.

McClean probando otro de sus inventos, un fusil ametrallador
que pasó sin pena ni gloria
No obstante, y para promocionarla en ambientes castrenses, contrató a un tal teniente coronel Ormond Lissak, del Departamento de Artillería del ejército yankee, e incluso bautizó la máquina como McClean-Lissak para darle pisto aunque este sujeto no tuvo nada que ver con su diseño. Su misión se limitaba a hacer de "lobby", como dicen ahora, para ganarse la voluntad los mandamases que estaban al frente de los departamentos que autorizaban las pruebas de las nuevas armas. Sin embargo, la ametralladora era un churro. En las pruebas que se efectuaron las interrupciones eran continuas, lo que hizo que los inversores decidieran cerrar el grifo a la empresa y dar su andadura por concluida. En 1909 intentaron vender los diseños de McClean a la Colt, pero precisamente por las meticulosas patentes de Maxim se negaron a adquirir los activos de la empresa. En resumen, un fiasco de tomo y lomo.

Isaac N. Lewis (1855-1931)
Tras darles los de la Colt con la puerta en las narices, los atribulados inversores contactaron con el mayor Isaac Newton Lewis, un oficial del ejército yankee natural de Pensilvania cuyo nombre ya prometía, porque un fulano homónimo del genial físico debía tener en la bóveda craneana algo más que plomo. Lewis había estado involucrado en el desarrollo de la máquina de McClean, si bien su grado de intervención no se conoce. Pero lo cierto es que los inversores vieron en él a la única persona capaz de aprovechar los diseños de McClean para intentar recuperar el pastizal que llevaban invertido, de modo que llegaron a un acuerdo para intentar mejorar el diseño de la ametralladora, para lo cual lo primero que hizo Lewis fue intentar eliminar el sistema de refrigeración por agua y adaptarle uno por aire que fuera eficaz. Pero lo cierto es que, en realidad, tuvo que modificar hasta el sistema de repetición y cierre y, al final, crear una máquina que se parecía a la original lo mismo que un huevo a una castaña. De hecho hasta tuvo que desechar el enorme cargador de tambor por uno de plato con capacidad para solo 50 cartuchos pero que, al menos, funcionaba razonablemente bien. En septiembre de 1910, los inversores vieron el proyecto cuasi salvado, por lo que crearon una nueva empresa, la Automatic Arms Company sobre los restos mortales de la fundada ocho años antes por McClean.

Foto de la prueba realizada en Maryland en 1912 en un
Wright Mod. B. pilotado por el teniente Roy Kirtland y el
capitán Charles deFoster como artillero. Como vemos, la
Lewis que maneja no tiene la más mínima semejanza con
la McClean en la que, en teoría, se inspiró
La compañía encargó cuatro prototipos a la Savage Arms Company de Utica, Nueva York, recamarados para el calibre 30-06 reglamentario del ejército yankee. Lewis, que acababa de ser ascendido a teniente coronel, pidió un año de excedencia para poder dedicarse a fondo al desarrollo y comercialización de la nueva arma, cuyos prototipos fueron entregados a principios de 1912. Lewis creía disponer de todos los medios necesarios para que su McClean reinventada pudiera abrirse paso, pero no lo tendría nada fácil. En el ejército yankee, el que daba el visto bueno hasta para la adquisición de un tirachinas era el Departamento de Artillería, y el que controlaba el Departamento de Artillería era el general de brigada William Crozier con el que, al parecer, Lewis ya traía una enemistad desde hacía tiempo. Está de más decir que Crozier puso todo tipo de trabas, e incluso desautorizó las pruebas que nuestro hombre intentó llevar a cabo en plan compadre ante algunos mandamases del ejército para, al menos, llamar la atención sobre su máquina y ganar partidarios. De hecho, hasta consiguió que fuera probada armando un aeroplano, asegurando que el futuro del arma aérea iría más allá de las misiones de observación, reconocimiento y fotografía aérea que por aquel entonces se le tenía asignadas. Por cierto que esta prueba aérea, llevada a cabo el 7 de junio de 1912 en el College Park de Maryland, fueron bastante prometedoras, pero Crozier se encargó de mover los hilos necesarios para que el Estado Mayor no la tuviera en cuenta, afirmando que los aviones nunca serían usados como arma de combate. Obviamente, eran de todo menos visionarios.

William Crozier (1855-1942), la bestia negra de Lewis
En vista de la cerrazón de Croizer, al que incluso acusó de favorecer los intereses de la Colt, que construía bajo licencia la Benet-Mercie gabacha para el ejército yankee, Lewis pidió la baja en el ejército, les hizo a todos dos cortes de mangas y cuatro peinetas y se largó a Europa, donde esperaba encontrar mejor acogida para su invento. Ya en Europa, pudo organizar una serie de demostraciones ante los mandamases de los ejércitos british y belga que, aunque no se tradujeron en pedidos de inmediato, sí lograron captar el interés del personal. Las pruebas se efectuaron con los prototipos fabricados por la Savage en calibre 30-06 pero, obviamente, eso era irrelevante tanto en cuanto los cañones podían recamararse en cualquier calibre reglamentario de la época. Finalmente, la cosa parecía tan prometedora que se acabó llegando a un acuerdo con la Birmingham Small Arms, la famosa BSA, que era la mayor industria armera británica. Previamente, Lewis había estado a punto de formar su subsidiaria europea en Bélgica, concretamente en el centro armero de Lieja, pero los isleños tuvieron más vista y ficharon al yankee, cuya ametralladora les pareció de lo más prometedora. Estos sí acertaron de pleno, no como sus primos de allende el océano.

Y aquí convendría abrir un paréntesis para, aunque sea de forma somera, explicar qué fue lo que Lewis presentó a los europeos ávidos de maquinaria letal. No obstante, será un resumen conciso ya que toda la temática referente a su funcionamiento la tendremos que dejar para otro articulillo. Bueno, esta era la máquina que Lewis presentó en la añeja Europa:


En la foto podemos ver el radiador de aluminio desprovisto de la
carcasa. En el detalle superior tenemos una visión frontal del mismo,
y en el inferior la parte superior trasera, aplanada para poder alojar
el cargador de plato. El cañón iría por dentro del radiador.
Como vemos, su aspecto no tiene nada que ver con las ametralladoras convencionales de la época. Con un peso de apenas 13 kilos (una MG-42 pesaba 11'6 y una M-60 10'5 kilos, de modo que no se iba por las nubes), estaba concebida para poder ser transportada y manejada por un solo hombre. Lo más significativo y lo que la caracterizaba era la carcasa para la refrigeración por aire que le da ese aspecto masivo y pesado que induce a error. Este sistema de refrigeración se basaba en una serie de aletas de aluminio colocadas alrededor del cañón para, de ese modo, aumentar la superficie irradiante, lo que se veía mejorado por el hecho de que el aluminio tiene una conductividad térmica seis veces superior al acero. Este conjunto de aletas era envuelto en una carcasa metálica cuya longitud se extendía varios centímetros más allá de la boca de fuego. Esto no estaba hecho de ese modo porque sí, sino para producir un efecto de vacío en ese espacio libre cada vez que se producía un disparo, el cual actuaba como una aspiradora absorbiendo aire frío desde la parte trasera de la carcasa. Ojo, esto no significa que la Lewis pudiera mantener fuego sostenido como una máquina refrigerada por agua, pero su misión tampoco era esa. Por lo demás, la carcasa reducía notablemente el fogonazo de los disparos salvo que el observador estuviera frente a la máquina, lo cual era especialmente útil cuando entraba en acción de noche o en condiciones de poca visibilidad.

En la carcasa vemos el bípode que daba al arma la estabilidad necesaria si bien era posible acoplarla al trípode convencional de la Vickers. Como vemos, las patas eran regulables para adaptarlas al terreno accidentado donde se movería la mayor parte de las veces, y en sus extremos vemos sendos pinchos para afianzarla al suelo. Dos pequeños topes impedirían que se hundiesen en terrenos enfangados. Delante, en la bocacha, vemos la anilla de la correa de transporte, y en la parte superior el punto de mira. El alza abatible era tipo dióptero, calibrada entre 400 y 2.100 yardas y posibilidad de regulación micrométrica. En la foto de la izquierda podemos ver una en posición de tiro. La rueda superior es la que permite subir y bajar la pequeña pieza perforada por donde se apuntaba. Si el arma, por algún golpe o problema en la carcasa, desviaba el tiro hacia los lados, entonces había que desplazar el punto de mira, que para protegerlo del ajetreo en combate tenía una aleta a cada lado.

Finalmente tenemos el cargador de plato, un chisme extremadamente básico con menos mecanismos que un reloj de arena. Con capacidad para 50 cartuchos (solo en las primeras unidades, luego se redujeron a 47) distribuidos en dos capas, carecía de resortes o de cualquier sistema que empujase la munición a la recámara. De eso se encargaba un mecanismo incorporado en la misma arma, que recogía los cartuchos y los iba sacando de su alojamiento para dejarlos caer en el cajón de mecanismos. Este sistema obligaba al cargador a girar a medida que disparaba, lo que podía traducirse en atascos debido a la suciedad, pero a cambio permitía al tirador moverse sin tener que llevar una cinta colgando del arma, disparar literalmente incrustado en el suelo e incluso hacerlo boca arriba o de costado sin que eso influyese en el funcionamiento de carga. Su recarga podía ser manual, para lo cual solo se requería un útil que se introducía en el orificio central para ir girando la hilera de cartuchos (foto 1). Cuando era necesario recargar mogollón de cargadores se recurría a una máquina que aceleraba el proceso enormemente (foto 2). En todo caso, la recarga manual podía llevarse a cabo en cualquier sitio incluyendo un cráter en la tierra de nadie durante un avance.

El tirador y su ayudante limpiando cuidadosamente su máquina.
Obsérvese como el Nº 2 frota con un trapo el cargador, de cuyo
buen funcionamiento dependerían sus vidas
Pero, como decimos, la condición sine qua non para que todo fuese sobre ruedas radicaba en mantener el arma perfectamente limpia, engrasada y lo más seca posible. De hecho, los cargadores, totalmente abiertos por la parte inferior, debían mantenerse en todo momento alejados del polvo o el barro ya que, de lo contrario, la interrupción se tenía casi asegurada, y si se notaban restos de suciedad había que vaciarlos, limpiar tanto el interior como los cartuchos y volver a recargar. Más aún: hasta el fosgeno y la iperita podían influir en el funcionamiento de estos cargadores debido a que corroían la superficie de latón de las vainas, por lo que se procuraba mantener los cargadores y la munición lo más aislada posible. Por este motivo, los cofres de acero que vimos anteriormente no estaban en realidad ideados para cargar con ellos durante un avance, pero eran más seguros para preservar la munición que la bolsas de lona destinadas a tal fin y, para hacerlos más herméticos, los intentaban sellar con los trapos de franela destinados a la limpieza de las máquinas.

Tirador de Lewis con su arma al hombro. En la mano izquierda
lleva un contenedor de lona para cuatro cargadores. La bolsa que
lleva en el pecho es el respirador de la máscara antigás, y para
evitarle cargar con más peso de la cuenta, tanto él como el
Nº 2 usaban como arma defensiva un revólver Webley
Bien, con esta breve sinopsis ya podemos tener una idea bastante clara de la enjundia de la ametralladora diseñada por Lewis. En sí, era una máquina fiable que, en manos de un tirador que supiese sacarle partido, podía resultar absolutamente demoledora tanto a la hora de limpiar una trinchera enemiga como para establecer un punto de resistencia hasta la llegada de refuerzos. Olvidaba comentar que carecía de selector de tiro, uséase, solo disparaba en automático, pero sus tiradores llegaban a alcanzar tal pericia que lograban pulsar el gatillo para efectuar un único disparo o dos a lo sumo, lo que no venía mal a la hora de confundir el enemigo y hacerles creer que se enfrentaban a uno o dos fusileros, y no a una ametralladora cuyos servidores iban bien pertrechados con mogollón de cargadores. Sus dos puntos flacos eran los sobrecalentamientos, que podían bloquear el arma por la dilatación de sus mecanismos, sobre todo cuando estaban nuevas, y su sensibilidad a la mugre, especialmente la que pudiera entrar en los cargadores. Por lo demás, su rendimiento era más que aceptable, ofreciendo a las secciones de infantería una potencia de fuego de vital importancia. Nos quedaría por comentar su faceta como arma aérea, pero es excesivamente prolija para este articulillo, de modo que ya le dedicaremos uno para ella sola ya que sufrieron diversas modificaciones para adaptarlas a los aparatos.

Lámina que muestra el mecanismo de carga. Como vemos, se
encuentran en la máquina, no en el cargador. La flecha roja señala
la biela que oscilaba a cada disparo, haciendo girar el cargador
empujando al nuevo cartucho. La flecha blanca señala el empujador
que lo sacaba del cargador y lo colocaba delante de la recámara
Bueno, así era la ametralladora que se empezó a fabricar en 1913 en las instalaciones de la BSA. A mediados de aquel mismo año ya se habían entregado las 50 primera unidades que la sucursal europea de la extinta empresa de McClean, la Armes Automatiques Lewis (en francés porque estaba radicada en Bélgica) se puso en marcha para llevar a cabo una intensa campaña de promoción del invento. Las máquinas, prácticamente hechas y ajustadas a mano, se recamararon en siete calibres diferentes a fin de adaptarla a los reglamentarios de los ejércitos más significativos, lo que conllevaba la adaptación de los mecanismos a cada uno de dichos calibres. Por ejemplo, el .303 British de lo isleños tenía una vaina provista de reborde que obligaba a modificar el extractor, el cargador y el mecanismo de alimentación, aparte de regular la toma de gas ya que tenía menos potencia que el 30-06 de los prototipos fabricados por la Savage en Estados Unidos.

Dependencias del campo de Bisley en 1909. Las de la izquierda
corresponden a la Asociación Nacional del Rifle. En aquella época,
Bisley era el SANCTA SANCTORVM de todo lo relacionado con el
tiro en el Reino Unido
Las pruebas, efectuadas en el enorme complejo del Centro Nacional de Tiro de Bisley, en Surrey, levantaron gran expectación, y contaron con la presencia de observadores militares de diversos países además de los corresponsales periodísticos de turno. Curiosamente, uno de los países que mostró más interés fue Alemania, y si la guerra llega a estallar unos meses más tarde de agosto de 1914 seguramente habrían dispuesto de las unidades que se hubiesen servido hasta la fecha. El primer ejército que las tuvo en servicio fue el belga, que no dudó en adquirir un lote de armas incluyendo los prototipos iniciales que tuvieron que ser recamarados al calibre 7'65 x 53 del ejército belga, más otras 15 unidades de los prototipos fabricados por la BSA en calibre .303 British. Los isleños, que inicialmente solo la tuvieron en cuenta para armar aviones, al ver el cariz que tomaba la guerra nada más empezar, compraron todas las disponibles más un pedido de 1.000 unidades para servir aquel mismo año, y otras 3.000 para servir a lo largo de 1915.

Una de las naves de la BSA en 1917. La guerra obligó a sustituir
a los currantes varones por currantas femeninas
Antes de entregar la que sería la Lewis definitiva se llevaron a cabo algunas modificaciones menores, como reducir el diámetro del radiador de aluminio y la carcasa, se redujo la capacidad de los cargadores de 50 a 47 cartuchos para mejorar su rendimiento y se cambió el sistema de acerrojamiento para que el cierre quedase abierto tras cada ráfaga a fin de retardar en lo posible lo calentones. La denominación oficial fue Lewis modelo 1914 calibre .303", al que se le añadió la coletilla "Mk I" cuando en 1915 salió la "Mk II" de rigor. El precio inicial de cada máquina era de 175 libras, lo que era una suma bastante elevada ya que estaban hechas a mano. Obviamente, una vez iniciada la producción en masa se establecieron tarifas en base a la cuantía del pedido, de forma que si superaba las 7.000 unidades se rebajaba a 140 libras por máquina. A medida que avanzaba la guerra el precio iba descendiendo, por lo que en 1918 era de solo 25 libras las destinadas a uso terrestre y de 24 libras y 10 chelines las de aviación ya que estas prescindían del radiador, la carcasa y la culata de madera, que era sustituida por un asa de pala. Por esas fechas, una Vickers costaba 80 libras más 30 del trípode. Para hacernos una idea de lo que suponían esas cifras, tomemos como baremo el sueldo anual de un currante especializado, que rondaba las 100 libras. En resumen, en 1918 una Lewis costaba el equivalente a tres meses de paga, y la Vickers con su trípode a un año de paga. Una pasta, ¿qué no? Obviamente, esto es una estimación orientativa ya que extrapolar las cifras a nuestros días es mucho más complejo tanto en cuento ni los salarios ni el nivel de vida era los de un siglo después.

Una unidad de caballería yankee paseando por Texas en busca de
Doroteo Arango para pedirle explicaciones. Como vemos, están
equipadas con las Lewis que tanta urticaria producían a Crozier
En fin, con esto ya podemos chinchar a cualquier cuñado si sale a relucir la Lewis en cualquier charla armamentística. Añadiría que los yankees, que tantas pegas pusieron, tuvieron que acabar hocicando y admitir que necesitaban imperiosamente disponer de una máquina de ese tipo cuando les llegaron informes sobre el buen rendimiento que estaban dando en el Frente Occidental. El mismo Crozier tuvo que reconocer su fracaso a la hora de planificar la ampliación de armas de este tipo, sobre todo tras los malos rollos que tuvieron con sus vecinos del sur al mando de Doroteo Arango, más conocido como Pancho Villa. Cuando solicitaron a la Savage el suministro de una partida de máquinas se dieron el gustazo de decirles que se chincharan y se buscaran la vida, porque tenían comprometida toda la producción para enviarla a Europa y sumarla a las fabricadas por la BSA. Finalmente, y por la mediación del general Pershing, lograron desviar 1.500 unidades de las pedidas por los british y recamaradas para el .303 British, si bien el imbécil de Crozier, a pesar de la necesidad de armas, solo aceptó comprar 350 máquinas. De hecho, una vez metidos de lleno en la Gran Guerra, las unidades pedidas no podrían suministrarse hasta finales de 1918 (los yankees entraron en el conflicto en abril de 1917), por lo que las escasas Lewis que pudieron pillar las destinaron a armar aviones, esos chismes que aseguraban pocos años antes que jamás se usarían en combate, y se tuvieron que aviar comprando a los gabachos sus pésimos Chauchat para equipar a la infantería. La aparición del BAR les habría salvado del ridículo, pero no llegó lo que se dice a tiempo. Vaya, que se cubrieron de gloria...

Bueno, ya me he enrollado bastante. En vez de actualizar la continuación, se hará un articulillo dedicado al uso táctico de este chisme, así como a otros detallitos chulos para apabullar al personal que sabe tanto gracias a los "yutubers" esos en cuyos vídeos traducen "round" por ronda, y "barrel" por barril.

Hale, he dicho

Un tirador de Lewis dedicándose a su principal ocupación cuando no estaba matando tedescos: el mantenimiento de su máquina. Su complejidad mecánica y su sensibilidad a la suciedad hacían imprescindible una constante revisión de la limpieza y la lubricación de la misma sino querían verse con sus barrigas ahítas de pudin de boniatos y té agujereadas por las bayonetas alemanas

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