La progresiva expansión del Imperio español a lo largo del siglo XVI conllevó un aumento sustancial de las necesidades de la corona en lo tocante a la mejora de la flota de guerra tanto en cuanto nuestros dominios requerían el control de los mares. Esta necesidad era especialmente perentoria en el Mediterráneo a causa de la constante amenaza que sufrían tanto las costas levantinas como las posesiones de la corona en Italia y el norte de África por parte de los agresivos otomanos y los piratas berberiscos que no dejaban pasar la más mínima ocasión para desembarcar en las poblaciones costeras, adentrarse en el territorio saqueando y haciendo cautivos a mansalva para, de forma fulgurante, retornar a sus bajeles con el botín. Ello obligó a los capitanes de galeras, naves de guerra por antonomasia, a adiestrar a un determinado número de tripulantes en el manejo del arcabuz para, llegado el caso, repeler un ataque o llevarlo a cabo cuando se avistaba alguna nave corsaria. Eran los denominados como compañeros sobresalientes, y en sí no eran más que simples marineros que cobraban lo mismo que los demás y con las mismas obligaciones que el resto. Su única particularidad era que, si hacía falta, se liaban a tiros porque combatir, lo que se dice combatir, lo hacían todos si era preciso. No obstante, pronto quedó claro que para mantener las rutas expeditas e impedir que la naves cayeran en manos de los turcos o los berberiscos hacían falta algo más que unos cuantos marineros que supiesen manejar un arcabuz.
Retornando a las naves tras el saqueo |
De ahí que los capitanes recibieran la orden de reclutar personal diestro en el manejo de las armas con la misión de combatir contra los enemigos que se pusieran a su alcance, no teniendo estos sujetos obligación de tomar parte en los trabajos relacionados con la maniobra y el mantenimiento de la nave. En primera instancia, en los primeros años del siglo XVI, se conminó a que los tripulantes de las galeras incluyendo los buenas boyas -remeros a sueldo, no convictos condenados- fueran entrenados en el manejo del arcabuz para poder resolver cualquier situación bélica, pero estaba claro que un ciudadano podía ser un buen marino pero un pésimo soldado, así que no había otra solución de reclutar gente destinada ex profeso al manejo de las armas. Pero el camino seguido desde los albores del siglo hasta las postrimerías del mismo formando un cuerpo de infantes de marina que acabó siendo copiado por todo el mundo fue bastante largo, y dio no pocos quebraderos de cabeza a los mandamases de la milicia hispana desde el rey para abajo.
Arcabucero español de la primera mitad del siglo XVI |
El primer inconveniente que se presentó fue el elevado porcentaje de gente que se alistaba para servir en galeras sin vocación militar ni la más mínima destreza con las armas. La soldada de dos ducados al mes más el medio ducado y el medio quintal de bizcocho que se añadían para su propio mantenimiento puede que fuesen la causa de las ansias marineras de muchos, que veían en las galeras del rey un modo de poder abandonar la anorexia forzosa que se veían obligados a soportar malviviendo en el terruño. Esto no pasó desapercibido en las ordenanzas publicadas en 1531, en las que se insistía en la necesidad de que la gente de guerra de las galeras debían tener la preparación adecuada y saber tirar y manejar con el arcabuz. De ahí que se ordenara al veedor de galeras que se mandase a hacer gárgaras a los inútiles y se establecieran unas pruebas para la admisión del personal nuevo, los cuales debían dejar claro que sabían lo que se llevaban entre manos. Se establecía así mismo que cada nave estaría dotada con treinta arcabuceros al mando de un cabo de escuadra cuya soldada sería de dos ducados y medio al mes más el medio ducado y el medio quintal de bizcocho. Las obligaciones del cabo de escuadra consistían en adiestrar y mantener la disciplina entre la gente de guerra de la nave, así como velar por el buen estado de armas y municiones. También era responsable de organizar las bajadas a tierra, mirando que el personal no desertara sin más.
Galera aprestada para el combate. En el castillo de proa se ve la gente de guerra y bajo ellos, en la toldilla, las culebrinas que arman la nave. |
Pero para que este sistema funcionara era necesaria una estructura más compleja, creándose la figura del capitán de la gente de guerra, el cual era asistido por un alférez y un sargento. Además, se incluían un pífano y dos tambores para comunicar las órdenes en combate, así como para realizar las llamadas correspondientes a la tropa. No obstante, la inclusión de la gente de guerra como elementos aparte de la marinería comenzó a producir bastantes conflictos ya que estos solo admitían órdenes del capitán y del patrón de la nave, pasando del resto de mandos de a bordo. A ello habría que añadir las constantes pendencias entre la gente de guerra y la de mar- muy propio por otro lado del carácter hispano- ya que los segundos se quejaban de que los primeros no paraban de incordiar durante las maniobras para el gobierno de la nave. Por otro lado, al alistarse debían pagarse de su bolsillo el arcabuz, la coraza y la espada, e ir provisto de un saquito de balas y mechas para el arcabuz. Para impedir que el personal se liara a cuchilladas por cualquier nimiedad, como era bastante frecuente en los soldados españoles de la época, cuando embarcaban debían depositar las espadas en una garita situada a popa, no pudiendo tocarlas hasta que se tocara "a las armas", por lo que si debían bajar a tierra para cualquier cometido, como escoltar al capitán o conducir penados, se les entregaban picas de las que iban en dotación en la galera. Al personal mencionado hay que añadir los encargados de la artillería de la nave. Las galeras, al contrario que los galeones, solo llevaban bocas de fuego a proa y en un número bastante reducido, siendo generalmente culebrinas, falconetes y pedreros las piezas embarcadas. Estas estaban a cargo del cabo lombardero o el condestable, mientras que los juegos de armas estaban bajo el control del mayordomo de la artillería. Además, las galeras iban provistas de armas de abordaje -puñales, dagas, lanzas manescas, hachas, etc.- las cuales eran repartidas tanto entre la gente de guerra como la de mar en caso de necesidad ya que, si las cosas se podían complicadas, todo el mundo arrimaba el hombro incluyendo como se ha dicho antes a los buenas boyas, que dejaban el remo para empuñar una daga o una lanza.
Disposición de las bocas de fuego en una galera. La pieza principal era la situada en el centro, denominada como cañón de crujía precisamente por su situación respecto a la nave |
Con todo, el reclutamiento de gente de guerra para las galeras reales no era la fórmula más adecuada para disponer de tropas verdaderamente profesionales. Por otro lado, la escasez de personal dispuesto a enrolarse conllevaba a situaciones extremas, como el hecho de que mocitos y extranjeros sin la más mínima experiencia ni preparación se alistaran atraídos por la paga. A tanto llegó el número de gente inexperta que se dictaron órdenes mediante las cuales se obligaba a expulsarlos y castigarlos para quitarle las ganas al resto de mozalbetes de meterse en camisa de once varas. De ahí que, a medida que avanzaba el siglo XVII, la gente de guerra fuese disminuyendo progresivamente, siendo sustituidos por compañías de los Tercios los cuales, como ya sabemos todos, se nutrían de hombres con verdadera vocación militar y sumamente diestros en el oficio de las armas. Estas tropas fueron el germen del Tercio de Galeras y el Tercio de Armada que tantas jornadas gloriosas han dado a la nación.
En pleno abordaje, repartiendo muerte y destrucción más IVA |
Pero no debemos confundir ni mezclar a la gente de guerra de las galeras con los infantes de los Tercios ya que los primeros formaban parte de las tripulaciones y cobraban su soldada de manos del patrón de la nave, mientras que los segundos eran soldados que dependían directamente de sus maestres de campo y solo eran embarcados cuando se les requería para ello, permaneciendo mientras tanto en tierra, bien en donde su tercio estuviera acantonado, bien en presidios costeros para agilizar su embarque en caso de necesidad. Con el paso del tiempo, la gente de guerra se extinguió por completo, quedando solo en algunos casos pequeños contingentes de no más de diez o doce hombres de la total confianza de los capitanes de las naves para servirles a modo de escolta tanto en las travesías como en combate.
Bueno, otro día hablaremos de los Tercios de Galeras, que es un tema asaz molón. Por hoy ya vale pues.
Hale, he dicho
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