domingo, 29 de marzo de 2020

PANZERFAUST. Origen y desarrollo


Dos tedescos armados con sendos Panzerfäuste 30 (groβe). A pesar de su simplicidad, sus devastadores efectos acabaron
resultando eficaces no solo contra los carros enemigos, sino contra fortificaciones o defensas de cualquier tipo

En unas pocas semanas se cumplirá el septuagésimo quinto aniversario del final de la 2ª Guerra Mundial, así que habrá que celebrar la efemérides con algunos artículos adecuados. Para la ocasión he elegido el Panzerfaust, y por tres motivos, a saber: primero, por haber sido el modelo que marcó el comienzo de una generación de lanzagranadas desechables que aún perdura; segundo, porque fue quizás el arma con mejor relación costo-eficacia/rendimiento de todo el conflicto; y tercero, porque siempre me han gustado esos chismes, qué carajo.

Cúpula de hormigón del fuerte Eben-Emael perforada por una de las cargas
huecas que vemos a la derecha y que ayudaron a los paracaidistas alemanes
a apoderarse de la estratégica fortificación en mayo de 1940
Bien, ya vimos en los artículos dedicados a los bazookas yankees que lo de fabricar armas ligeras pero con la suficiente potencia como para destruir los cada vez más poderosos carros de combate se lo tomaron muy en serio. Y si se lo tomaron en serio los yankees, pues también los tedescos, que se llevaron una desagradable sorpresa cuando vieron en el Frente Oriental como sus cañones anticarro de 37 y 50 mm. apenas saltaban la pintura a los T-34 y los KV-1 del padrecito Iósif. Obviamente, la artillería convencional no valía para perforar el blindaje de los carros modernos salvo la que armaba otros carros y según cuál fuese el enemigo, que ya sabemos que, por ejemplo, el cañón de 75 mm. de un Sherman solo podía acabar con un Tiger desde corta distancia y gracias a que prácticamente todas sus superficies eran rectas. Alguno me dirá que el famoso Pak 88 alemán era cojonudo, pero el Pak 88 era un trasto enorme que ni se podía emplazar con la rapidez de un Pak 36 y, naturalmente, menos aún pegar cuatro cañonazos y salir echando leches en cuanto eran localizados por el enemigo. La única opción era la carga hueca, que ya era sobradamente conocida por los tedescos y que incluso las emplearon en la conquista del fuerte belga de Eben-Emael en 1940, pero como cargas de demolición. No obstante, ya tenían constancia de su notable capacidad perforante sobre el acero.

Dos probos tedescos armados con varias HH.3 en
busca de una presa. La pieza que vemos dentro del
círculo es el tirador que activaba la espoleta
Un poco agobiados por la indudable superioridad que mostraban los rusos con su arma acorazada, se recurrió a los más variopintos inventos. El más eficaz fue la Magnetische Hafthohlladung 3 o, más fácil de pronunciar para un cristiano, la HH.3, una carga magnética de 3 kilos de peso capaz de perforar 130 mm. de blindaje. Solo tenía un pequeño inconveniente: había que colocarla a mano, lo cual era enormemente enojoso para los abnegados soldados del ciudadano Adolf, y simplemente suicida si el carro enemigo iba protegido por infantería de acompañamiento. En todo caso, si podía colocarla y activar la espoleta tenía un retardo de 7,5 segundos para que le diera tiempo de meterse en el hoyo más cercano antes de que aquel chisme detonara. Porque, como ya se explicó en el artículo sobre los bazookas, las cargas huecas proyectaban al interior del vehículo un chorro de plasma a 10.000 m/s que no solo convertía a sus tripulantes en momias carbonizadas, sino que podía- y de hecho era habitual- hacer detonar toda la dotación de proyectiles del carro, por lo que cualquiera que estuviera cerca en ese momento quedaría convertido en comida para gatos. Con todo, y a pesar del evidente riesgo que suponía manejar la HH.3, desde el comienzo de la producción en 1942 hasta octubre de 1944, cuando se dejó de fabricar, se construyeron 547.000 unidades. Por cierto, también se fabricó una versión mejorada con un peso de 3,5 kilos cuya capacidad perforante aumentó hasta los 160-180 mm., o sea, sobrada para mandar al paraíso comunista a cualquier hijo del padrecito Iósif.

Secuencia de armado y lanzamiento de la Panzerwurfmine-1. Cabe suponer
que para acertar a un carro en movimiento habría que acercarse a una
distancia excesivamente corta
En todo caso, el evidente riesgo que suponía el uso de la HH.3 obligó a buscar algo que permitiera alcanzar los carros enemigos a distancia. Un intento fallido fue adaptar los viejos Panzerbüchse 39, unos fusiles anticarro de 7,92 mm. a los que se adaptó una copa para disparar una pequeña carga hueca que, en teoría, podría perforar hasta 70 mm. de blindaje. Otro intento fallido fue la Panzerwurfmine-1 leichte, una cosa de aspecto similar a una granada de mango de gran tamaño con una ojiva de 114 mm. de diámetro. Cuando se iba a lanzar, el suicida de turno quitaba la tapa metálica que cubría el extremo del mango, la armaba y, al lanzarla, se abrían unos estabilizadores de tela accionados por un resorte. Al golpear contra el carro detonaría mediante una espoleta de impacto, pero no solo había que echarle cojones a la cosa, sino además tener una puntería notable ya que su trayectoria parabólica obligaba a que cayera en vertical. Fueron probadas en el Frente Oriental a principios de 1942, obteniendo un alcance medio de entre 10 y 15 metros y sin que se lograse alcanzar el nivel de perforación deseado. En fin, un churro, para qué mentir...

Heinrich Langweiler con su primogénita criatura
en la mano. No valía para nada, pero fue la que
marcó la pauta a las siguientes
Así pues, lo que había que idear era un arma ligera que disparase una carga hueca y que pudiera ser manejada por un solo hombre y, sobre todo, que permitiera disparar contra el objetivo a una distancia segura. Los carros rusos solían llevar contingentes de infantería de acompañamiento que hacía imposible acercarse a ellos, así que los chismes mostrados anteriormente solo valdrían para vehículos que avanzasen en solitario. En resumen, lo que necesitaban era un bazooka a la alemana. El primer intento surgió de un requerimiento del Heereswaffenamt (HWA, Departamento de Armamento del Ejército) que, en abril de 1942, emitió un llamamiento a la industria tedesca para fabricar un arma anticarro de esas características. De todos los proyectos presentados, el que llamó más la atención fue el diseño de Heinrich Langweiler, de la HASAG (Hugo Schneider Aktien-Geellschaft), de Leipzig, designado como Faustpatrone, que podríamos traducir como Proyectil de Puño (literalmente significa "cartucho de puño") en referencia a que se podía llevar en una mano. Oficialmente denominado como Faustpatrone 8001 y de forma oficiosa como Faustpatrone 43, era un tubo de apenas 28 cm. de largo en cuyo extremo llevaba una ojiva de 80 mm. de diámetro cargada con una mezcla de trinitrotolueno y hexógeno con un peso total de 1 kg. y una longitud de 35 cm. entre el tubo y la ojiva. El Fauspatrone no era un lanzacohetes, como el bazooka, sino un lanzador. O sea, el proyectil no avanzaba mediante una carga contenida en su interior, sino por una carga de proyección consistente en 30 gramos de pólvora negra que ardía dentro del tubo que quedaba en la mano del tirador. Dicha carga impulsaba la ojiva mientras que por la parte trasera del tubo salían parte de los gases ardiendo de la deflagración, anulando así el retroceso.

Componentes principales del Faustpatrone 43. Si se disparaba con el brazo
estirado para intentar hacer algo de puntería, el rebufo te dejaba la jeta como
un chicharrón, así que había que colocarlo paralelo al cuerpo 
Pero el Faustpatrone tampoco era ninguna maravilla, sino más bien todo lo contrario. Una vez que se iniciaba la carga de proyección, la llamarada que salía por detrás obligaba a disparar el arma alejada del cuerpo, por lo que era imposible apuntar. Su alcance era de unos 70 metros, pero con efectividad no iba más allá de 20 o 30 siempre y cuando el tirador lograse alcanzar el objetivo, lo que era más bien un golpe de suerte. Para colmo, las quemaduras en la mano e incluso el cuerpo eran habituales, y si la temperatura era baja la combustión de la pólvora negra de la carga de proyección se ralentizaba ergo el proyectil también. Si por casualidad alcanzaba el objetivo, la masa de inercia que contenía el percutor golpeaba una espoleta de impacto Eihgr-39 y se producía la explosión, pero eso siempre y cuando el impacto fuese sobre una superficie razonablemente recta. Si era excesivamente inclinada la masa de inercia se desviaba y no se producía la explosión, y si por un descuido el proyectil se caía al suelo de punta y la masa de inercia alcanzaba la espoleta, adiós muy buenas. Aquello era como pasearse con una Mills con la anilla quitada y apretando la palanca que podías soltar si te venía un estornudo de repente, vaya. No obstante, a pesar del fracaso, al menos sirvió para marcar el inicio porque Langweiler se dio cuenta de que el concepto era bueno, y que lo que había que hacer era mejorar el arma.


Aspecto exterior de la ojiva del Fauspatrone 30 klein
y una vista en sección de la misma. Obsérvese la rosca
para fijarla al resto del proyectil
La cuestión era en realidad bastante simple. Bastaba con alargar el tubo de forma que el extremo posterior quedara por detrás del tirador para no verse afectado por el rebufo. Así pues, se construyó un tubo de 33 mm. de diámetro y 809 mm. de largo con el mecanismo de disparo en la parte superior. Además, se le añadió una rudimentaria alza con una única abertura para 30 metros- pretender un alcance mayor era imposible de momento-, y una carga de proyección de 53,6 gramos de pólvora negra situada debajo del mecanismo de disparo. En cuanto a la cabeza de guerra, consistía en una ojiva de 95 mm. de diámetro con una carga de pentolita de 400 gramos, siendo el peso total del arma de 3,2 kilos, de lo que 800 gramos correspondían a la ojiva con su carga explosiva y 2,4 kilos al tubo con sus mecanismos de disparo y la carga de proyección. Esta primera versión, denominada klein (pequeño), se probó en noviembre de 1942 con resultados satisfactorios, logrando perforar un blindaje de 140 mm. de espesor a una distancia de 30 metros. Y lo mejor de todo es que salía muy barato: unos 25 marcos la unidad.


Embalaje con cuatro Panzerfäuste 60. A la izquierda se ve la caja que
contiene los iniciadores y las espoletas
Su sistema de funcionamiento era relativamente básico, y digo básico porque como medida de seguridad las espoletas y las cargas para iniciar la detonación venían aparte. O sea, los Faustpatronen se distribuían en cajas de madera con cuatro unidades. Dentro del tubo venía ya de fábrica cada carga de proyección en un contenedor de cartón, pero las espoletas y los iniciadores no se instalaban en origen, sino que debía hacerlo el usuario. Obviamente, cada embalaje contenía sus correspondientes espoletas e iniciadores. Así pues, antes de poder usarlo había que desenroscar la ojiva y meter dentro del tubo ambas piezas, tras el que había un manguito de madera al que se le habían añadido cuatro aletas de acero flexible de 10 cm. de largo. Estas aletas quedaban enrolladas en sentido horario cuando estaban dentro del tubo lanzador, y se desplegaban en el momento en que el proyectil salía del mismo. Bien, pues al parecer no era precisamente raro que la rosca, con un paso y unos hilos demasiado finos, se pasara al apretarla, lo que inutilizaba el arma. 


Para disparar, debido a la escasa potencia de la carga de proyección había que colocar el tubo debajo del brazo para lograr una trayectoria parabólica y alinear la única muesca del alza con el borde de la ojiva y el objetivo. Previamente había que armar el sistema de disparo, que veremos mejor en el gráfico de la derecha:
En la figura A tenemos una vista en sección del mecanismo, un simple tubo de chapa estampada soldado al lanzador. En la foto del detalle podemos ver el alza abatida y fijada mediante un pasador de seguridad que había que remover para levantarla. En el círculo se observa la muesca del alza graduada a 30 metros. Si se fijan, dos dientes sobresalen a ambos lados. Ahí es donde había que alinear el borde de la ojiva. Previamente a la preparación del arma se quitaba la tapa de cartón impermeable que llevaba como protección en la parte trasera del tubo, tras lo cual se armaba el mecanismo de disparo. Para ello, se giraba el cerrojo a la izquierda 45º y se empujaba hacia adelante, de forma que el percutor avanzaba hasta quedar retenido por un tetón en el disparador. Si por el motivo que fuere no era necesario efectuar el disparo, por seguridad podía volver a desmontarse la ojiva y extraer la espoleta y la masa de inercia.


Armando el mecanismo de disparo
Este chisme funcionaba al revés que todas las armas del planeta ya que al disparar el percutor salía despedido hacia atrás. Bien, una vez bloqueado el percutor en su posición más avanzada ya estaba listo para abrir fuego. Pasemos a la figura B. Una vez que el tirador había apuntado el arma solo tenía que apretar el botón del disparador. El percutor retrocedía, iniciando el fulminante que, a su vez, emitía su llamarada sobre la carga de proyección de pólvora colocada dentro del tubo del lanzador. El proyectil alcanzaba una velocidad de unos 100 km/h, o sea, la mitad de la que alcanza el saque de un jugador normal de tenis. Y ahí acababa todo. Si el proyectil acertaba en el objetivo y detonaba, cuatro o cinco hijos del padrecito Iósif se estarían calcinando en aquel instante, y si no pues mejor salir echando leches y dejar el tubo tirado en cualquier sitio porque era desechable. La detonación de la ojiva se basaba en el mismo sistema que el Fauspatrone 43: una masa de inercia golpeaba el iniciador. Este sistema se aplicó en todas las versiones posteriores de esta arma.


Soldado de la Luftwaffe montando la ojiva
de un Panzerfaust 30 klein
Como las pruebas resultaron satisfactorias y tal, una vez que se pusieron a punto los defectillos de siempre se pudo iniciar la producción en agosto de 1943 para ser probada en el Frente Oriental, donde fueron enviadas 3.000 unidades. Una vez dado el visto bueno, en el mes de octubre siguiente se inició la producción en masa, que se mantuvo hasta el primer trimestre de 1945 alcanzando un total de 1.554.200 unidades. El ciudadano Adolf, al que aquello de Faustpatrone le sonaba poco agresivo le cambió el nombre por el que todos lo conocemos: Panzerfaust, Puño Acorazado, en referencia al personaje de la novela de Goethe, Götz von Berlichingen, si bien al parecer a nivel burocrático se conservó la denominación original. Por lo demás, el Panzerfaust solía ir enteramente pintado en el típico color dunkelgelb (ocre) del ejército alemán- a veces se pintó de verde- con un vistoso anuncio que advertía de que si te ponías detrás del tubo en el momento del disparo estabas listo. El aviso en cuestión estaba pintado con letras rojas y decía "Achtung! Feuerstrahl!", que en cristiano significa "¡Atención! ¡Chorro de fuego!", y ciertamente era un buen chorro porque el tirador tenía que dejar como mínimo tres metros libres en su parte trasera. De hecho, si disparaba dentro de un edificio tenía que tener la precaución de que hubiera una puerta o una ventana abierta detrás, porque si el chorro impactaba contra una pared podía revolverse y dejarle la espalda un poco morena. Del mismo modo, la espoleta de impacto hacía poco o nada recomendable disparar entre la maleza, cristales de ventana o cualquier obstáculo aparentemente débil porque podía detonar la ojiva y dejar al tirador como al pato Lucas cuando se enfrenta con el marciano, convertido en un montoncito de cenizas con el casco encima.


Aspecto del Panzerfaust 30 klein y del proyectil con las aletas estabilizadoras desplegadas. Como no podía ser menos,
enseguida recibió su apodo correspondiente: Gretchen o Kleine Gretel

Yankees reforzando su M4A3E8 con sacos terreros, una imagen muy
habitual tras el desembarco de Normandía
Pronto, tanto los soviéticos como los aliados vieron como un simple guripa armado con aquella cosa cabezona podía hacer verdadero daño, y no solo contra sus carros- el klein de por sí podía traspasar cualquier coraza-, sino que también era capaz de penetrar muros de hormigón de hasta 25 cm. de grosor. Obviamente, no podía contra un búnker normal, pero sí era capaz de abrasar posiciones construidas a base de sacos terreros, troncos y demás aditamentos propios de nidos de ametralladora o posiciones de mortero. La penetración sobre sacos terreros podía alcanzar los 127 cm., que no es moco de pavo. Los yankees, cuyos Shermans eran carros medios con un blindaje inferior a los T-34- 63 mm. en el costado de la torreta y apenas 38 en el lateral del casco, según modelo-, vieron como los tedescos los convertían en torreznos, y si el carro no estaba provisto de armarios húmedos para la munición saltaban literalmente por los aires. Idearon de todo para reforzarlos aún a costa de añadir un peso extra que, en el mejor de los casos, podía llegar a las 3 toneladas. Fragmentos de cadena, sacos terreros sobre una estructura metálica, planchas de blindaje extra, hormigón, etc., pero eso no impedía que un impacto en el tren de rodaje o el motor los inmovilizara, y un carro inmóvil era muy fácil de rematar.


Soldados finlandeses armados con sendos Panzerfäuste 30 groβe pasando ante un T-34 soviético literalmente pulverizado
por un impacto que detonó la munición de a bordo. A los tripulantes no podrían recogerlos ni con una bayeta húmeda

En fin, así fue como se gestó y dio los primeros pasos el famoso Panzerfaust. De forma paralela al klein se desarrolló un modelo más potente basado en la ojiva de la HH.3 que recibió el mismo nombre, Panzerfaust 30, pero con la coletilla "groβ" (grande), el cual ya veremos en la siguiente entrada junto a las versiones posteriores porque, aparte de que ya me he enrollado más de la cuenta, tengo un dolor de cabeza suntuario, así que me piro a ponerme de metamizol magnésico hasta las cejas.

Con Dió.

Hale, he dicho

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Fotograma de la película "Fury" (2014) que muestra de forma bastante gráfica y acertada los devastadores efectos de un
Panzerfaust sobre un Sherman. El chorro incandescente a una velocidad de 10 km/seg. convertía el interior del vehículo
en lo más parecido a un infierno en la Tierra en fracciones de segundo

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