El capacete fue, junto con el morrión, el yelmo característico de la infantería española a partir de mediados del siglo XVI. De hecho su uso perduró durante más de un siglo. Como se ve en la lámina de la izquierda, era una pieza bastante básica. Un simple sombrero de hierro con una pequeña ala. Era característico en el capacete la uña que sobresalía en la parte superior de la cresta. Podían ir dotados de yugulares para proteger la cara de su portador. Sus usuarios eran los mismos de los morriones: arcabuceros, piqueros, ballesteros y espaderos. Bajo él, tampoco se usaba ni almófar de malla ni cofia. En la entrada dedicado al morrión ya se explican los motivos.
A pesar de ser una pieza sólida y capaz de resistir el tajo de una espada de la época, mucho más ligeras que las usadas entre los siglos X y XIV, la protección que ofrecía a sus usuarios era bastante deficiente. Los tajos dirigidos a la cara y al cuello podían ser mortales, así como los lanzazos cuando dos formaciones de piqueros llegaban al cuerpo a cuerpo. Era pues primordial, a fin de mejorar esta carencia, añadir una gorguera que protegiera el cuello y los hombros a fin de evitar heridas que, en la mayor parte de las veces, acababan con la vida del que las recibía.
Para impedir éste tipo de heridas en las tropas de infantería u hombres de armas que combatían a pié, se creó el capacete que vemos en la lámina de la derecha. La pequeña ala ha sido sustituida por una mucho más amplia y con un acusado ángulo hacia abajo a fin de escupir los golpes dirigidos a la cabeza. La protección de la cara se encomendó a una fuerte gorguera que convirtió el capacete, a todos los efectos, en una pieza con una protección similar a la proporcionada por el yelmo de cimera o el almete con la diferencia, si llegaba el caso, de que la babera podía ser desmontada si era necesario.
Este tipo de casco fue muy utilizado, como se ha dicho, por tropas de a pié, especialmente por hombres de armas que, yendo provistos de corazas, obtenían así una protección muy eficaz tanto contra las armas de filo como las contundentes.
En esta otra lámina podemos ver otro capacete que incorpora una babera dotada de visor. Una vez ajustada en la cabeza, la ranura quedaba ante los ojos lo que unido a la protección del ala, proporcionaba una magnífica defensa a las tropas que lo usaban. La gorguera podía llevar a modo de cubrenuca un camal de malla. Se ajustaba de la misma forma que hemos visto en las celadas.
Lógicamente, tanto este tipo como el anterior estaban destinados a piqueros o alabarderos. Los arcabuceros, por razones obvias, usaban el que aparece en primer lugar. Además, estos últimos no precisaban de una protección excesiva debido a su disposición dentro de los cuadros de infantería. Las mangas de arcabuceros, una vez cumplían su misión, se replegaban al interior del cuadro, quedando protegidos por las filas de piqueros que entraban en acción para detener el contacto con las cargas de caballería o los cuadros de picas del enemigo. De ahí que se generalizase entre ellos el uso del chambergo, que les permitía apuntar el arma con más facilidad y les protegían los ojos del sol.
Fabricación
El capacete se fabricaba en dos piezas: la calva, que generalmente se obtenía de una sola lámina de hierro batido, y el ala, quedando unidas ambas partes mediante remaches. En su interior iba provisto de guarnición para acomodar la cabeza. Era un yelmo muy usado para completar los arneses de parada, a fin de llevar la cara descubierta. Estos, al igual que el arnés, llevaban delicados grabados, incrustaciones, etc.
Los capacetes de ala pequeña eran bastante ligeros. El peso de los modelos como el de la primera lámina oscilaban entre los 1.100 y los 1400 gramos. Los capacetes con babera, con un ala mayor, pesaban alrededor de los dos kilos. La babera, entre el kilo y el kilo y medio dependiendo del modelo. Obviamente, en un enfrentamiento entre cuadros de piqueros, esas gorgueras lo libraban a uno de recibir un lanzazo en la cara o el cuello. Ojo, que las moharras de las picas, además de puntiagudas, iban muy afiladas por lo que, además de pinchar, producían tremendos cortes.
Bueno, con el capacete concluye todo lo referente a los yelmos. La generalización de las armas de fuego, cada vez más potentes, hizo inservibles estas piezas que, durante siglos protegieron las testas de los guerreros. El siglo XVII vio el ocaso de las últimas borgoñotas en las cabezas de la caballería pesada, y los morriones y capacetes en los de la infantería. A partir de ese momento, primero el tradicional chambergo, que vemos en la lámina inferior, y luego el sombrero de tres picos sirvieron para proteger a los combatientes solo del sol y de la lluvia. La muerte ya no solo llegaba en forma de filos de acero, sino de balas contra las que no había defensa posible.
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