martes, 29 de noviembre de 2011

Las ejecuciones públicas en la Edad Media






Existe la falsa creencia de que las ejecuciones en la Edad Media se llevaban a cabo dentro de los núcleos urbanos. Quizás, como suele pasar, haya sido el cine el que ha contribuido a propalar este camelo que, por repetido, la mayoría toman por cierto.

Sin embargo, no es así. Esas hordas de populacho sediento de sangre y morbo no se congregaban en las plazas donde se supone era instalado el patíbulo, sino que se tenían que desplazar a las afueras de las poblaciones para contemplar como a los reos les aplicaban el método de ejecución ordenado por la expeditiva y brutal justicia de la época, ya fuese enrodado, desmembrado o, simplemente ahorcado. Hay multitud de testimonios gráficos y escritos de la época que muestran claramente que los criminales eran llevados a extramuros, donde había un patíbulo instalado en todo momento. Es decir, no se fabricaba ex-profeso, como aparece en las películas, sino que era una instalación permanente.

En la ilustración de la izquierda tenemos un ejemplo. Sobre un cerro, a la derecha de la imagen, aparece claramente la horca de Alcoutim (Portugal), según un dibujo tomado del natural por Duarte de Armas hacia 1504. Es un simple travesaño sustentado por dos postes, sin tarimas ni nada. Al reo lo subían en una escalera, le ponían el dogal al cuello, retiraban la escalera y los presentes, con una mezcla de placer morboso y asco, contemplaban como el desgraciado pataleaba un poco hasta que, tras unos instantes de agonía, finiquitaba su presencia en este mundo cruel. Y digo instantes porque el ahorcamiento no era en realidad un sistema que provocase la muerte del reo por estrangulamiento, sino por anoxia cerebral. Salvo los reos ejecutados en horcas modernas que palman por la rotura o, mejor dicho, el dislocamiento de las primeras cervicales producido por una caída desde el patíbulo, antaño se procedía a la suspensión del fulano, bien cuando el carro o la acémila sobre la que era montado se ponían en marcha y lo dejaba colgando (véase imagen de cabecera), o bien quitando la escalera que lo sustentaba. En ese momento, el peso del reo provocaba que el nudo del dogal se cerrase enérgicamente en su cuello, cerrando el paso del riego sanguíneo a la sesera al quedar bloqueadas las carótidas y la arteria vertebral. El cese de irrigación hace que pierda el conocimiento en escasos segundos, y mientras que la soga aprieta la tráquea e impide el paso del aire, el cerebro se queda sin sangre y se produce la muerte en unos 4 o 5 minutos, pero durante ese tiempo el reo ni se entera porque está inconsciente.

En algunos casos, como el que vemos a la derecha, en vez de una mera estructura de madera se fabricaba un patíbulo de obra a manera de una pequeña torre con una abertura central donde se instalaba el travesaño. En la ilustración, también obra de Duarte de Armas, se puede ver que incluso conservaba en el momento de realizarla su ejecutado pudriéndose y siendo pasto de los cuervos. En este caso se trata del patíbulo de Serpa, también en Portugal. El trayecto desde la ciudad hasta el lugar de ejecución era realizado de la siguiente forma: el reo, para mayor mofa y escarnio, era conducido a la horca metido en un serón de esparto tirado por un burro, o bien montado en el mismo, pero mirando hacia la grupa. Durante todo el camino, el populacho le dedicaba todo tipo de humillaciones y insultos para darle a entender que estaban todos muy contentos de que el criminal se largarse de este mundo de la peor forma posible como pago por sus delitos.

Finalmente, y por no redundar en un tema tan escabroso, ese otro grabado del siglo XV en el que aparece como un reo es enrodado, vemos como la ciudad aparece al fondo, y que el suplicio se está llevando a cabo en mitad del campo. En todo caso, hay multitud de ilustraciones similares en la red para el que quiera corroborar lo dicho. Ojo, no valen las ilustraciones decimonónicas que recrean hechos del pasado, que ya sabemos que en esa época ya largaban unos camelos monumentales sobre todo lo referente a la historia.

Y en cuanto a crónicas al respecto, se sabe que, por ejemplo, en Sevilla, las ejecuciones se llevaban a cabo en el llano de Tablada, un extenso prado al oeste de la población donde hasta hoy día existe el aeródromo militar del mismo nombre. Y del quemadero del Santo Oficio, también a extramuros, se conservan sus cimientos justo debajo de la estatua del Cid, en el Prado de San Sebastián que, en aquellos tiempos, era usado como cementerio. Los autos de fe se celebraban en el interior de la ciudad, pero los condenados, como en los casos de delitos comunes, eran llevados a extramuros para ser quemados o, caso de renunciar a sus herejías, ser agarrotados y posteriormente quemados.

Como dato curioso, añadir que el garrote, método de ejecución empleado en España hasta la abolición de la pena de muerte en 1978, aunque ya se usaba en el siglo XIII, fue oficialmente instaurado por Fernando VII el 24 de abril de 1832. Al parecer, aunque la versión oficial decía que se adoptaba de forma genérica este método para aliviar de sufrimientos al reo, en realidad parece ser que fue debido a que, según era costumbre, si la soga se partía en el momento del ahorcamiento, el condenado era indultado. Debido a ello, era habitual sobornar a los verdugos para que untasen las sogas con productos corrosivos de forma que no resistieran el peso del reo. De ese modo se libraron de ser ejecutados bastante criminales. Con el garrote no había posibilidad de sobornos ni de sogas rotas, como se puede suponer. Ese tétrico chisme nunca fallaba.

Añadir como colofón que, una vez llevada a cabo la ejecución, se procedía por lo general a decapitar al reo, así como a descuartizarlo. Sus trozos eran repartidos para ser expuestos en las picotas de las poblaciones donde había llevado a cabo sus fechorías. La picota era en aquellos tiempos el símbolo del poder real. Junto a ella se leían los bandos y se mostraba lo eficaz de la justicia regia, mostrando a la población que el criminal de turno había sido puesto fuera de circulación, o bien llevando a cabo castigos menores como azotes, cepos, etc. En su coronamiento, provisto de unos garfios, era donde se colgaban las cabezas o los cuartos de los ejecutados para edificante ejemplo de la población y aviso a criminales, alevosos y gentes proclives al latrocinio, el asesinato, a falsificar moneda, las mancebías consentidas, sodomía y demás delitos merecedores de la máxima pena. Ciertamente, no se andaban con tonterías en aquellos tiempos.

Hale, he dicho




No hay comentarios: