domingo, 27 de noviembre de 2011

La transformación de la fortificación medieval en fortificación pirobalística 2ª parte






Al hilo de la entrada anterior, vamos a estudiar en esta las transformaciones llevadas a cabo en castillos aislados los cuales, al no estar integrados en el perímetro de una cerca urbana, también sufrieron modificaciones para ser adaptados al uso de la artillería. Ante todo, hay que resaltar el hecho de que las altas murallas que dificultaban los asaltos de antaño se convirtieron en un blanco perfecto para las bombardas de la época. Hablamos de grandes superficies verticales que absorbían de lleno el impacto de los bolaños disparados por las piezas enemigas y que, más temprano que tarde, acababan derrumbándose, abriéndose una brecha por la que llevar a cabo un asalto mucho más fácilmente que lanzando escalas o teniendo que invertir días y días en la fabricación de una bastida.

Como reducir su altura era absurdo porque por su escaso espesor seguían siendo fáciles de demoler, se optó por lo general por rodear estos edificios de antemuros ya preparados para resistir mejor los embates de los proyectiles pirobalísticos. Así pues, se fabricaron murallas de varios metros de espesor que, al menos, cubrían la mitad de la altura de las antiguas murallas medievales. Disparar contra ellas no tenían sentido si las nuevas obras permanecían intactas y, caso de abrirse en ellas una brecha, bien por la acción de la artillería, bien por el minado de la muralla, su guarnición siempre podía replegarse al castillo y proseguir allí su defensa.

En función de su situación en el terreno se buscaron las soluciones que se consideraron más adecuadas para reforzar cada castillo. No era posible derruirlos todos para construir fortificaciones pirobalísticas porque, simplemente, las cantidades de dinero necesarias para ello serían monstruosas y, con todo, la inversión realizada en la modernización de lo que ya estaba construído fue una verdadera sangría económica. Cientos y cientos de miles de ducados o reales se gastaron en convertir las añejas fortalezas medievales en algo lo más parecido posible a una fortificación moderna y, en todo caso, el dinero no dio para todo, centrándose en aquellas cuyo interés estratégico hacían más rentable la inversión. Veamos algunos ejemplos...





En el plano superior tenemos el castillo de Juromenha. Esta fortaleza, de la que ya hay noticias hacia la segunda mitad del siglo IX, fue sufriendo reformas y mejoras a lo largo del tiempo. A principios del siglo XVI se puede decir que había llegado al cénit de su morfología como castillo medieval. Su posición estratégica, controlando el Guadiana, era de vital importancia a fin de prevenir y detener ataques procedentes de Castilla. Así permaneció mientras los Austrias fueron monarcas de ambos reinos hasta que, con el estallido de la Guerra de Restauración, quedó sobradamente demostrado que su utilidad militar se había convertido en nula. Así pues, entre 1644 y 1658 se llevaron a cabo profundas reformas para adaptarlo al uso de la pirobalística, sufriendo su estructura original tales cambios que quedó prácticamente irreconocible. Tanto, que para poder hacerse una idea clara de lo que era y en lo que se convirtió he tenido que superponer el plano realizado por Duarte de Armas en 1509 sobre el fuerte que se construyó en el siglo XVII. De hecho, la gran torre medieval que vemos descollar sobre el recinto hoy día y que la gente suele creer que era la torre del homenaje, en realidad era una de las dieciséis torres de flanqueo con que contaba el castillo medieval, concretamente la marcada dentro de un círculo rojo. La verdadera torre del homenaje, situada a la derecha del plano, desapareció, ocupando su situación aproximada la iglesia matriz construida décadas después. En este caso, y debido a su vital posición estratégica, vemos como las reformas llevadas a cabo prácticamente anularon a la anterior fortificación medieval. Las escasas dependencias que sobrevivieron fueron usadas como cuarteles para la tropa y como almacenes.




En ese otro plano vemos el castillo de Lindoso, muy cercano a la frontera española por la zona de Galicia. Aunque su proximidad con España lo convertía en una posición estratégica de primera clase, su pequeño tamaño permitió, literalmente, embutirlo en una fortificación de nueva planta. Además, su cercanía con la plazas fuertes de Valença y Monção eran un apoyo importante en caso de una penetración militar por la zona. Así pues, los ingenieros de la época optaron en este caso por mantener intacta la morfología del castillo medieval, marcado en rojo, y añadirle una muralla provista de cinco baluartes, marcada en amarillo, precedida de un foso seco. El revellín que vemos ante la entrada defiende el primitivo acceso medieval, cuya única transformación consistió en cavar un pequeño foso ante el mismo e instalarle un puente levadizo de contrapesos.



Finalmente, en ese otro plano tenemos el castillo de Ouguela, situado cerca de la raya a la altura de Badajoz. En este caso, su transformación fue mucho menos radical. En amarillo vemos en recinto medieval al cual, simplemente, se le añadió un hornabeque en el sector este y un pequeño baluarte en la zona norte, marcados en rojo. Todo el conjunto fue rodeado por un foso seco. Curiosamente, y a pesar de su importancia estratégica, vemos como en este caso las reformas realizadas fueron de menor entidad que en los dos casos anteriores. El hecho de estar muy cerca de las plazas fuertes de Campo Maior y Elvas tal vez influyó en ello. Sin embargo, mientras que el poderoso fuerte de Juromenha o el magníficamente diseñado castillo de Lindoso cayeron en manos españolas, el de Ouguela resistió en dos ocasiones ataques procedentes de España. El primero, en 1644, con una guarnición de apenas 45 hombres al mando del capitán Pascoal da Costa, resistieron al ejército del marqués de Torrescusa formado por 2.500 hombres. Posteriormente, en 1762, fueron nuevamente atacados por tropas españolas sin que estas pudieran hacerse con el castillo.

Bueno, con estos ejemplos creo que queda sobradamente aclarado el tema. Hemos visto los tres tipos de modificaciones habituales, las cuales podremos ver aplicadas en mayor o menor grado en los castillos medievales que, en su día, se consideró aprovechables por su situación estratégica:

1. Remoción casi completa del recinto medieval, aprovechando solo algunas dependencias para su uso como cuarteles, almacenes o pañoles.
2. Conservación completa o en gran parte del castillo medieval en su morfología original con la adición de estructuras pirobalísticas de nueva planta alrededor del edificio primigenio.
3. Mantenimiento del castillo medieval como núcleo principal de la fortificación, añadiéndole obras externas en las zonas consideradas como más vulnerables en forma de baluartes exentos, hornabeques, revellines, fosos, etc.

 Pero, a pesar del dinero invertido y como hemos visto, de poco valían si el enemigo emplazaba ante ellos las suficientes bocas de fuego para machacarlos literalmente. Solo las fortificaciones de nueva planta, creadas ex-profeso conforme a las últimas técnicas constructivas de la época, tenían alguna posibilidad tanto en cuanto disponían de las suficientes piezas de artillería como para contrarrestar las enemigas. Entre las modificaciones de los viejos castillos medievales y la construcción de fuertes, plazas fuertes y plazas de guerra, tanto España como Portugal, por no mencionar al resto de las naciones europeas, invirtieron unas sumas de dinero inmensas. Si en vez de dedicarnos a darnos de cañonazos hubiésemos optado por vivir en paz, posiblemente hoy día seríamos potencias económicas. Si el oro y la plata de las Indias se hubieran invertido en algo más provechoso que matarnos unos a otros, otro gallo nos hubiera cantado. La guerra es asquerosamente cara. Ya lo decía Napoleón: "Para ganar la guerra se necesitan tres cosas: dinero, dinero y dinero". Al cabo, dinero malgastado, me temo...

Bueno, ya vale de momento.

Hale, he dicho...



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