Hacia mediados del siglo I d.C., el tipo coolus que vimos en la entrada anterior dio paso a un nuevo modelo más elaborado y, lo más importante, fabricado con hierro. Esta nueva tipología, por desarrollarse estando ya establecida la monarquía con el advenimiento de Augusto al poder supremo en forma de césar, ha sido denominada como imperial, estando a su vez dividida en dos subtipos: el gálico y el itálico en función de la ubicación de los talleres en donde fueron fabricados. La entrada de hoy estará dedicada al tipo gálico el cual, conforme a la clasificación llevada a cabo por H. Russell Robinson, está a su vez dividido en diversas morfologías de las que veremos las más significativas.
Russell Robinson dividió esta tipología en diez subtipos, desde la A a la J, en función de las variaciones halladas en los diversos yelmos que habían ido apareciendo a lo largo del tiempo en diversas excavaciones y que estaban repartidos por los museos del mundo. Básicamente, el tipo gálico era un coolus al que se le alargó la parte trasera a fin de cubrir mejor la zona occipital, se le amplió el tamaño del cubrenuca, dándole además cierta inclinación hacia abajo y, contrariamente a lo que ocurría con el montefortino y el coolus, las carrilleras ya no cubrían las orejas, llevando el gálico un moldeado para dar cabida a las mismas y, como protección adicional, un amplio resalte sobre ellas en sus últimos modelos. Aparte de esto, la señal más inequívoca de esta tipología era el repujado, más o menos elaborado, de dos "cejas" en el frontal del casquete, proveniente al parecer de los adornos que los galos y celtas portaban en sus yelmos. El gálico se distinguía además por una elaboración más cuidada y con una calidad de materiales superior a los fabricados en Italia debido a que los conocimientos de metalurgia de los primeros superaban con crecer a los de los segundos. Con todo, la fabricación con el hierro como materia prima no solo suponía tener una tecnología superior, sino también una mayor dedicación a cada pieza, de forma que la cadencia de producción de un taller de importancia apenas alcanzaba los seis ejemplares mensuales. Cabe pues suponer que proveer a los miles de hombres de que se componía el ejército romano no era cosa de dos días, por lo que el coolus convivió durante bastante tiempo con el imperial, tanto gálicos como itálicos. Veamos los modelos más representativos...
A la izquierda tenemos el primero, el tipo A. En la parte frontal vemos las "cejas" típicas de esta tipología, en forma de dos resaltes repujados a cada lado. La protección que ya vimos en el coolus se ha convertido en más pesada, con mayor grosor. En la zona occipital lleva dos nervaduras para reforzar esa parte y dar mayor protección en la nuca. Las carrilleras también van repujadas para darle cabida a un relleno que amortiguase los golpes. Y, lo más significativo, estas ya no cubren las orejas. Tras las mismas vemos como se ha llevado a cabo un rebaje para darles cabida entre la carrillera y el cubrenuca, el cual aún no tiene apenas inclinación hacia abajo, como sucedía con el coolus. El botón que aparece en la parte inferior de la carrillera era para anudar el barboquejo. El tipo B era muy similar al mostrado.
En la ilustración de la derecha tenemos el tipo C. Este modelo, si lo comparamos con el anterior, tiene la bóveda más alta y va provisto de anclaje para el penacho. Al final de la entrada se explicarán los diferentes tipos de anclajes y penachos con que se equiparon a estos yelmos. El cubrenuca se ha agrandado y su inclinación es mayor, dando una protección más eficaz al cuello. Obsérvese además el repujado en dos niveles de esa pieza, que aumentaba su resistencia como sucedía con las nervaduras de la parte occipital (tres a partir de este modelo). Las carrilleras ya van provistas de un pliegue en su zona trasera para detener los golpes que, dirigidos contra la cara, pudieran resbalar en dirección el cuello. Las "cejas" se han hecho más elaboradas, formadas por tres resaltes y en el borde frontal del yelmo lleva un refuerzo estriado fabricado con bronce. En esta ilustración se aprecia mejor el hueco dejado para las orejas. Cabe suponer que esta medida se llevó a cabo para permitir a las tropas un mejor nivel auditivo, ya que en el coolus y el montefortino, al ir tapadas, debían dejar casi sordo a su portador, cosa nada conveniente en plena batalla, cuando había que estar pendientes de las órdenes de los mandos. Los tipos D y E eran muy similares al mostrado.
A la izquierda tenemos el tipo F, el cual ya iba provisto de protección para las orejas y de unos tachones en las carrilleras típicos de la decoración celta. Los cubreorejas estaban fabricados con una lámina de bronce plegada y remachada sobre el casco, impidiendo así que un tajo del enemigo lo dejase a uno sin tan preciado elemento anatómico. En cuando a los tachones, estos solían ir profusamente decorados con grabados y con la cabeza del remache que los unía a las carrilleras esmaltada en rojo. Obsérvese el plegado de la carrillera para detener los golpes dirigidos a ella, que en este dibujo se aprecia mejor. Finalmente, señalar que este modelo, al igual que el anterior, también iba provisto de un refuerzo frontal fabricado con una lámina de bronce estriada. Las diferencias con el tipo G consistían solo en que este último llevaba en las carrilleras tres tachones en vez de dos, y en unos tetones para unir las correas que partían del cubrenuca hasta las carrilleras.
A la derecha aparece el tipo H, quizás el estéticamente más conocido. En este caso, vemos como la decoración se ha visto más recargada con la adición de tachones en carrilleras, cubrenuca y en los remaches que sujetaban las bisagras de las carrilleras al yelmo. El refuerzo del borde frontal lleva en este caso un resalte en forma de cordón, todo ello fabricado con bronce. La inclinación del cubrenuca es más acentuada que en los tipos F y G. Estos también solían ir provistos de una argolla en la parte exterior del cubrenuca que permitían colgar el yelmo de un gancho en la loricae durante las marchas. Por cierto que conviene concretar que, en esta época, aún no se fabricaban las guarniciones interiores como en la Edad Media en la que, como ya se vio en las entradas dedicadas a los yelmos de esa época, iban remachadas al contorno del casco. En este caso se limitaban a forrar el interior del mismo con fieltro o con varias capas de lana, pero sin posibilidad de regulación. Iban simplemente pegados al yelmo.
Finalmente, a la izquierda tenemos el tipo I, cuya principal diferencia con el anterior era que estaba fabricado enteramente de bronce. En el cubrenuca podemos ver la argolla mencionada antes para colgarlo durante las marchas. Obsérvese el anclaje para el penacho, situado en la zona superior del yelmo, así como los portaplumas laterales. El tipo J, el último de la clasificación, era similar al G, al H y al I, salvo por una mayor inclinación del cubrenuca, que llegaba en este caso a los 45º, por lo que además de la nuca protegía la parte superior de la espalda.
Añadir un par de detalles que se me escapaban, y es que todos los tipos mostrados podían llevar los bordes de cubrenucas y carrilleras reforzados con un reborde de bronce, si bien no era algo, digamos, obligatorio, sino un añadido que quedaba al albedrío de cada taller para darle a cada pieza un acabado de más calidad. Concretar también que, a raíz de las guerras en la Dacia, donde se vio que las armas de filo de sus guerreros eran capaces de hender el hierro de estos yelmos, se les añadió un refuerzo en forma de dos barras de metal cruzadas en la zona superior. Este añadido, que empezó siendo un mero recurso de circunstancias llevado a cabo en campaña por los herreros que acompañaban a las legiones, acabó siendo habitual con el tiempo.
Con todo lo visto, quedará claro que la protección que brindaban estos yelmos era muy superior a los añejos coolus y montefortino. Sus amplias carrilleras y cubrenucas, sus refuerzos frontales y occipitales y la materia prima usada para su fabricación, salvo en el caso del último que hemos visto, que era de bronce, hacían que solo parte del rostro fuera vulnerable a los golpes del enemigo, y eso siempre y cuando fueran de funta ya que las carrilleras y el borde frontal no permitían golpes de filo. Provistos de un enorme escudo que cubría todo el cuerpo salvo la parte inferior de las piernas y la cabeza, el enemigo tenía pocas opciones a la hora de buscar donde herir. Las piernas podían protegerse con grebas de bronce o hierro, así que solo quedaba la cara para vulnerar al legionario romano, de forma que esa zona se convirtió en el único blanco posible. El mismo César dejó constancia de ello al concretar como a uno de sus centuriones lo mataron en la batalla de Farsalia, durante la guerra civil con Gneo Pompeyo, metiéndole una estocada por la boca.
Veamos ahora los tipos de anclajes para los penachos...
Su fabricación ya se explicó en la entrada referente al coolus, así como su fijación en los botones con que iban provistos la mayoría estos yelmos. En el caso del gálico, y esto también es extensivo al itálico para cuando se estudien en una próxima entrada, tenemos dos tipos de anclajes que podemos ver en la ilustración. A la izquierda tenemos un anclaje de giro, el cual consistía en un cubo con una ranura en el que se acoplaba el soporte B. Al girarlo, el penacho quedaba colocado transversalmente al yelmo, la forma más habitual entre los centuriores (ver foto de cabecera de al entrada anterior), y se fijaba mediante un cordel de cuero atado a unas anillas remachadas en los laterales del yelmo, justo encima de los cubreorejas. Al parecer, esta costumbre de portar el penacho en sentido transversal iba encaminada a ser más visible por las tropas situadas tras el centurión.
El otro tipo es el que vemos a la derecha, consistente en un simple canuto de metal remachado al casco y donde se introducía la lengüeta del soporte A. En este caso, el penacho quedaba situado longitudinalmente al yelmo. Se aseguraba igual que en el caso anterior, con tiras de cuero atadas a unas anillas, o bien unos pequeños ganchos, situados en ambos casos encima del refuerzo frontal y por encima de las nervaduras de la zona occipital.
En cuanto a las plumas laterales, como ya se explicó en el caso del coolus, al parecer era algo privativo de determinadas legiones. En lo tocante al color de los penachos, no hay testimonios gráficos que permitan conocer con certeza cuales eran. Hay mil conjeturas y debates sobre este tema: que si rojos, que si negros, que si franjas negras y blancas... En todo caso, cabe pensar que debían ser colores muy vivos, ya que se portaban con meros fines identificativos. Quizás cada centurión llevase una determinada combinación para saber qué cohorte mandaban, o quizás todos los llevaban del mismo color y solo el primus pilus, el centurión principal de cada legión, lo llevaba diferente. Vete a saber...
Bueno, vale de momento.
Hale, he dicho...
Añadir un par de detalles que se me escapaban, y es que todos los tipos mostrados podían llevar los bordes de cubrenucas y carrilleras reforzados con un reborde de bronce, si bien no era algo, digamos, obligatorio, sino un añadido que quedaba al albedrío de cada taller para darle a cada pieza un acabado de más calidad. Concretar también que, a raíz de las guerras en la Dacia, donde se vio que las armas de filo de sus guerreros eran capaces de hender el hierro de estos yelmos, se les añadió un refuerzo en forma de dos barras de metal cruzadas en la zona superior. Este añadido, que empezó siendo un mero recurso de circunstancias llevado a cabo en campaña por los herreros que acompañaban a las legiones, acabó siendo habitual con el tiempo.
Con todo lo visto, quedará claro que la protección que brindaban estos yelmos era muy superior a los añejos coolus y montefortino. Sus amplias carrilleras y cubrenucas, sus refuerzos frontales y occipitales y la materia prima usada para su fabricación, salvo en el caso del último que hemos visto, que era de bronce, hacían que solo parte del rostro fuera vulnerable a los golpes del enemigo, y eso siempre y cuando fueran de funta ya que las carrilleras y el borde frontal no permitían golpes de filo. Provistos de un enorme escudo que cubría todo el cuerpo salvo la parte inferior de las piernas y la cabeza, el enemigo tenía pocas opciones a la hora de buscar donde herir. Las piernas podían protegerse con grebas de bronce o hierro, así que solo quedaba la cara para vulnerar al legionario romano, de forma que esa zona se convirtió en el único blanco posible. El mismo César dejó constancia de ello al concretar como a uno de sus centuriones lo mataron en la batalla de Farsalia, durante la guerra civil con Gneo Pompeyo, metiéndole una estocada por la boca.
Veamos ahora los tipos de anclajes para los penachos...
Su fabricación ya se explicó en la entrada referente al coolus, así como su fijación en los botones con que iban provistos la mayoría estos yelmos. En el caso del gálico, y esto también es extensivo al itálico para cuando se estudien en una próxima entrada, tenemos dos tipos de anclajes que podemos ver en la ilustración. A la izquierda tenemos un anclaje de giro, el cual consistía en un cubo con una ranura en el que se acoplaba el soporte B. Al girarlo, el penacho quedaba colocado transversalmente al yelmo, la forma más habitual entre los centuriores (ver foto de cabecera de al entrada anterior), y se fijaba mediante un cordel de cuero atado a unas anillas remachadas en los laterales del yelmo, justo encima de los cubreorejas. Al parecer, esta costumbre de portar el penacho en sentido transversal iba encaminada a ser más visible por las tropas situadas tras el centurión.
El otro tipo es el que vemos a la derecha, consistente en un simple canuto de metal remachado al casco y donde se introducía la lengüeta del soporte A. En este caso, el penacho quedaba situado longitudinalmente al yelmo. Se aseguraba igual que en el caso anterior, con tiras de cuero atadas a unas anillas, o bien unos pequeños ganchos, situados en ambos casos encima del refuerzo frontal y por encima de las nervaduras de la zona occipital.
En cuanto a las plumas laterales, como ya se explicó en el caso del coolus, al parecer era algo privativo de determinadas legiones. En lo tocante al color de los penachos, no hay testimonios gráficos que permitan conocer con certeza cuales eran. Hay mil conjeturas y debates sobre este tema: que si rojos, que si negros, que si franjas negras y blancas... En todo caso, cabe pensar que debían ser colores muy vivos, ya que se portaban con meros fines identificativos. Quizás cada centurión llevase una determinada combinación para saber qué cohorte mandaban, o quizás todos los llevaban del mismo color y solo el primus pilus, el centurión principal de cada legión, lo llevaba diferente. Vete a saber...
Bueno, vale de momento.
Hale, he dicho...
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