Que nadie piense ni por un momento que la llegada en el siglo XX de una artillería por cuya potencia, calidad y cantidad era susceptible de iniciar un verdadero apocalipsis, mandara al cajón del olvido a las otrora poderosas fortificaciones pirobalísticas, de las cuales ya se han estudiado varias en el blog (véanse las etiquetas de fuertes, plazas fuertes y plazas de guerra).
Fuerte de Douaumont, en Verdún, literalmente machacado por las bombas de ambos bandos |
Antes al contrario, el monstruoso poder de las nuevas armas obligó, como hemos visto en las entradas dedicadas a la guerra de trincheras, a retomar los viejos conceptos renacentistas y, a toda prisa, adaptarlos a los tiempos y circunstancias modernos para impedir que las tropas propias fueran literalmente barridas del campo de batalla en mitad de una orgía diabólica de fuego y metralla. Así pues, veamos como se gestó lo que los franceses creyeron que sería un muro en el que chocaría cualquier ejército agresor proveniente del este de Europa, y como luego se comprobó que el muro era una birria que no sirvió para nada.
ANTECEDENTES
Tropas estadounidenses celebrando el final de la guerra. No podían imaginar en ese momento que, apenas veintitrés años después tendrían que volver a Europa. |
Al las 11:00 AM del día 11 de noviembre de 1918, por fin las armas callaron. Pero la firma del armisticio no fue en modo alguno un juramento de paz eterna ni nada semejante, porque al cabo de un minuto, o sea, a las 11:01 AM del mismo día, los tedescos ya estaban tramando como y cuando tomarse cumplida venganza por la humillación sufrida (recordemos que ha sido el único ejército vencido cuando ocupaba territorio enemigo), y los gabachos, sabedores de la belicosidad de sus vecinos, empezaron a urdir como detenerlos en caso de una nueva invasión porque una cosa tenía muy clara, y es que la guerra se había ganado gracias a la ayuda británica y, pocas semanas antes del final de la contienda, de la norteamericana, cuyos suministros, especialmente de provisiones, aliviaron la gran penuria del ejército francés, que estaba en las últimas.
Hitler ante el símbolo de París con pose de héroe wagneriano. A su derecha aparece Speer, y a su izquierda Arno Breker, su escultor predilecto, vestidos ambos de uniforme para la ocasión. |
Si hubiese sido un mano a mano entre Francia y Alemania, casi con seguridad el kaiser habría pasado bajo el Arco del Triunfo de París con sus marciales soldados tras él marchando a paso de oca (recordemos que estuvieron a pocos kilómetros de la capital). Alemania era mucha Alemania para los gabachos, como ya tuvieron ocasión de recordar durante la guerra Franco-Prusiana, para años después el ex-cabo Hitler volvérselo a recordar de una forma un tanto... traumática y humillante, porque el ex-cabo sí se hizo la foto ante la Torre Eiffel.
El mariscal von Moltke, cerebro gris del ejército prusiano. |
Así pues, los estados mayores de ambos ejércitos se dedicaron durante unos años a devanarse los sesos estudiando la forma de volver a las andadas porque, al parecer, tras el enorme susto que se llevaron durante cuatro largos y sangrientos años, aún no había tenido bastante. Y lo que concluyeron fue lo siguiente:
El estado mayor alemán no estaba por la labor de, llegada la ocasión, repetir la sangría trincheril. Eso de la guerra estática era un pozo sin fondo que no paraba de engullir tropas, medios y, sobre todo, unas cantidades tan monstruosas de dinero que era simplemente imposible de asumir una vez más. Así pues, decidieron que lo más ventajoso era, en vez de atrincherarse durante meses o años, practicar una guerra de movimiento que dejase al enemigo con un palmo de narices. ¿Y cómo se hacía eso? Pues muy fácil. Los alemanes siempre han sido bastante cabezas cuadradas, pero aprenden como los perros de presa en manos de un capataz cortijero: a palos. O sea, no olvidan nada y ponen los medios para que los errores tácticos y estratégicos cometidos no se repitan.
A7V alemán, con un peso de 30 Tm. y una tripulación de 18 hombres, apenas se completaron 20 unidades. Los aliados, por contra, fabricaron cientos de carros de combate |
Y aprendieron de sus enemigos la importancia de una nueva arma a la que ellos apenas prestaron atención: el carro de combate. Así pues, practicando con simples carretones disfrazados de tanques empezaron a desarrollar las tácticas que permitieron a hombres como Guderian, Manstein o Rommel ser la pesadilla de los aliados en la siguiente guerra. La táctica era bastante simple, casi de tiempos de los hititas por así decirlo pero, como se demostró a partir de 1939, de una eficacia asombrosa: unidades de carros de combate rompen el frente seguidos de una infantería muy móvil que va formando bolsas donde el enemigo queda rodeado, tras lo cual solo hay que eliminarlos y proseguir el avance.
Maginot en sus tiempos guerreros |
Los franceses hicieron justamente lo contrario a pesar de las sensatas advertencias de hombres como Reynaud o de Gaulle, que clamaban en el desierto del estado mayor presidido por momias como Joffre y Petain en favor de invertir las fastuosas cifras del proyecto en carros de combate, en camiones, en aviones y, en definitiva, en crear un ejército moderno. Pero a los gabachos o les iba el sado-maso, o no se enteraban de nada, o daban por sentado que la siguiente guerra sería una copia literal de la anterior, por lo que había que poner los medios para detener a los germanos antes de poner un pie en su verde y hermosa Francia. El padre de la criatura fue André Maginot, un funcionario y político en ciernes que se enroló en el ejército al estallar la Gran Guerra y que hasta fue herido, condecorado y ascendido. Pero, como ya podemos imaginar, al flamante sargento Maginot le quedó en la memoria el infierno que tuvo que pasar durante el tiempo que permaneció en el frente, del cual hasta heredó una cojera que se encargó de recordarle durante el resto de sus días lo malamente que lo pasó. Eso sí, al menos le valió para que lo licenciaran y poder así retomar su carrera política, que además se veía potenciada por haber sido un héroe y tal.
Plano de frontera oriental francesa. En azul aparece la Línea Maginot |
Así, en 1922 fue nombrado ministro de Guerra, y como no se le quitaba de la cabeza lo asquerosas que eran las trincheras, pues desarrolló un proyecto faraónico para fortificar las fronteras de su nación desde el Atlántico hasta el Mediterráneo, que no era plan de fiarse un pelo de nadie, especialmente de los malvados tedescos que acechaban tras la frontera belga, y ya sabemos que los belgas son para los franceses aún menos fiables. Tardó nada menos que siete largos años en convencer al parlamento de que era absolutamente necesaria la construcción de esa línea defensiva que, está de más decirlo, sería bautizada con su nombre. Así pues, en 1929, pudo finalmente lograr que le soltaran la pasta gansa para iniciar el proyecto: 2.900 millones de francos, equivalentes a 1.600 millones de euros de hoy día y que, poco después, se vieron ampliados a nada menos que 3.400.000.000 de francos. Sí, tres mil cuatrocientos millones. En aquellos años, una cifra con tantos ceros que la gente normal ni podían imaginarla, y si lo imaginaban les producía vahídos.
Acceso a una de las fortificaciones. |
Maginot no pudo ver concluida su criatura. La palmó en 1932 de un tifus, por lo que se ahorró tener que ver como sus aborrecidos germanos se pasaban por los clavos de las botas las magníficas fortificaciones que, en realidad, se diseñaron y construyeron en su inmensa mayoría bajo el mandato de su sucesor, Paul Vainlevé.
Bien, estos son los preliminares para que se pueda comprender un poco mejor como y por qué se gestó este descomunal sistema de fortificaciones. Pero antes de concluir y a modo de introducción a la segunda parte de esta entrada, algunas cifras para hacernos una idea de lo que supuso la idea del extinto Maginot:
Conjunto de casamatas |
El costo total de las obras superó con holgadamente la cifra de 5.500 millones de francos, lo que suponía nada menos que el 1,6% del PIB de Francia en aquella época. Además, como vemos, se duplicó el presupuesto inicial.
Se construyó una red de 100 km. de túneles para unir las diferentes fortificaciones.
Las obras hicieron necesario remover la enorme cifra de 12 millones de metros cúbicos de tierra, con lo que se podrían llenar casi 5.000 piscinas olímpicas.
Se usaron 1,5 millones de metros cúbicos de hormigón, con lo que podríamos llenar más de siete veces el interior de toda la basílica del Valle de los Caídos.
Se emplearon 150.000 toneladas de acero, con el que se podrían construir veinte torres Eiffel.
Y lo mejor de todo: cuando en 1940 los alemanes entraron como una tromba en Francia, las obras no estaban terminadas, habiendo zonas en las que aún no habían siquiera comenzado.
Cúpula de acero de una casamata acribillada por la acción de la artillería alemana |
En definitiva un obrón a lo bestia ideado para impedir a los germanos pasar por la frontera con Francia y, a modo de sutil trampa, obligarles con ello a atacar por Bélgica, como ya hicieron en la Gran Guerra y volvieron a repetir en 1940. La idea era que al atacar por Bélgica arrastraban a Inglaterra al conflicto, pero el Plan Schlieffen seguido por los alemanes en las dos ocasiones fue simplemente perfecto: el 10 de mayo de 1940 los alemanes iniciaron el ataque, cayendo en primer lugar sobre Holanda. El 23 del mes siguiente, el ex-cabo Hitler se hacía fotos delante de la Torre Eiffel con jeta de Odín benevolente y victorioso, y dos días más tarde se consumaba la venganza firmando el armisticio en el mismo vagón de ferrocarril en que se firmó el que dio término a la Gran Guerra. Se dice que el ex-cabo Hitler murmuró por lo bajini con una sonrisa malévola : "donde las dan las toman, panda mamones...", si bien eso jamás se pudo corroborar. La Línea Maginot no había podido contener el avance alemán más que 43 días.
Bueno, mañana prosigo.
Hale, he dicho...
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