Réplicas actuales de hachas pistolas. La superior va provista de una llave de chispa. La inferior, de llave de rueda |
Hacha de armas fabricada enteramente de metal. En su mango se aloja el cañón de un arcabuz de mecha cuya llave se aprecia junto a la empuñadura del arma |
Cachorrillo de dos cañones sistema Lefaucheux con bayoneta y gatillo plegables. Finales del siglo XIX. |
Así pues, las armas combinadas durante la época que nos ocupa podríamos dividirlas en tres grupos: uno que abarque armas blancas combinadas con otras similares, otro que aglutine armas blancas combinadas con armas de fuego y, finalmente, otro que englobe las armas que, aparte de resultar muy vistosas, eran completamente inútiles para el combate si bien muy adecuadas para enseñárselas a los amiguetes y matarlos de envidia. Como nexo común entre ellas podríamos decir que todas se basan en llevar un elemento ofensivo oculto con el que sorprender al enemigo, desconcertándolo los segundos justos para aliñarlo y que no de más guerra. Está de más decir que hablamos de armas fabricadas para nobles muy adinerados o monarcas muy aficionados al armamento como, por ejemplo, nuestro Carlos I el cual llegó a reunir una armería que en su época quizás fuese la más importante de Europa, o sea, del mundo. Veamos algunos ejemplos...
A la derecha tenemos una maza barrada que oculta en el interior del mango una aguzada pica de sección cuadrangular. Arriba podemos ver su aspecto como maza, y abajo con la pica a la vista. Su fabricación es enteramente metálica y carece de cualquier tipo de resorte o retén para impedir que la cabeza de armas salga disparada al golpear. Por otro lado, no parece tener mucho sentido un arma así, ya que si uno dispone de una mortífera maza sería un poco absurdo trocarla por esa pica. Así pues, colijo que su única utilidad razonable consistía, a lo sumo, en no quedar desarmado si la cabeza de armas se veía trabada por el enemigo, pudiendo así tirar de la empuñadura y sorprenderlo al meterle la pica por un ojo y sacársela por el cogote las veces necesarias para finiquitarlo si bien, por lo general, con una sola bastaba como ya podemos suponer.
Ahí tenemos otro curioso ejemplo, éste en forma de una especie de kit para caza mayor. Esta pieza de origen alemán está fechada en 1546 y consta de dos partes: una, digamos, más visible, es un machete de caza, concretamente un tronzador. Este tipo de machetes se han usado y se usan actualmente para desbrozar, cortar cornamentas, trocear reses y cosas así. Su robusta hoja está completamente grabada con lo que parece, curiosamente, un calendario. Igual era para no perderse los días de caza, vete a saber. Su "sorpresa" radica en la pistola con llave de rueda de quita y pon que se acoplaba sobre el lomo de la hoja mediante una uña que encaja en una mortaja practicada en la cruceta (flechas de la izquierda), y un tornillo pasante situado bajo la boca de fuego y que quedaba fijado a través del pequeño orificio marcado en rojo. El gatillo podemos verlo también de rojo. Así pues, este curioso chisme podía valernos en caso de que nos sorprendiera con el arcabuz o la ballesta descargados un cochino descomunal y muy cabreado o, lo que es peor, una manada de lobos hambrientos de esos que te miran calculando en cuestión de segundos tu índice de masa corporal mientras se relamen.
A la derecha tenemos armas de guerra de diversos tipos. De arriba abajo aparecen: un hacha combinada con la parte contundente de un martillo. El mango, hueco, actúa como cañón de una pistola con llave de rueda accionada mediante el pequeño gatillo que vemos marcado con una flecha. Este arma, datada en 1551, perteneció a Felipe II por lo que podemos deducir que aún está sin estrenar debido al nulo interés por las cuestiones bélicas por parte del prudente monarca. En el centro tenemos una combinación de armas similar a la anterior, pero en vez de hacha como martillo de guerra. El gatillo de la llave de rueda, al igual que en el caso anterior, está marcado por una flecha. Es de fabricación italiana y está datada hacia la segunda mitad del siglo XVI. Finalmente, tenemos una partesana que a ambos de su moharra alberga sendas pistolas cuyos pequeños cañones se asientan sobre las acanaladuras de la misma. A la vista del calibre y el largo de los cañones de esta última arma juraría que, salvo que fuesen disparados literalmente a bocajarro y contra un enemigo cubierto por poco más que una camisa, esas pistolitas serían completamente inútiles.
Está de más decir que también ser conservan espadas, dagas y estiletes combinados con pistolas. Al parecer, el único ejército en el que fue reglamentaria un hacha pistola como la vista arriba fue el polaco, concrétamente sus húsares alados que eran una verdadera armería ambulante: espada, sable, martillo de guerra, dos pistolas de arzón, hacha y lanza. Bueno, ya hemos visto varias combinaciones de armas blancas con armas de fuego, así que ahora toca contemplar algunos ejemplares de combinaciones de diferentes armas blancas.
A la derecha tenemos una combinación bastante habitual: se trata de un martillo de dos manos con unos petos en forma de garras de ave rapaz en uno de sus lados, muy adecuados para producir heridas abiertas. Dentro del asta lleva escondida una larguísima pica de sección cuadrangular, como si fuera un ahlspiess. Si observamos la foto superior, la pequeña tapa provista de un botón que cubre el asta se abre, permitiendo emerger la pica. Por lo general, estas armas no se accionaban mediante ningún tipo de resorte, sino que actuaban por inercia. Bastaba una fuerte sacudida para que saliera disparada y quedara inmovilizada mediante un fiador. Por lo demás, este tipo de combinaciones era ya bastante antiguo. Se tiene constancia, por ejemplo, de una corcesca de hoja plegable que perteneció al rey don Pedro I a mediados del siglo XIV.
Y no solo hubo armas ofensivas combinadas, sino también defensivas como la rodela que vemos a la izquierda. Esta rodela de origen italiano fue adquirida junto con varias docenas más para dotar a la guardia personal de Enrique VIII y, como vemos, va provista de una pistola de rueda. Ojo, no es un simple tubo para disparar a través del mismo, sino el cañón de una pistola que emerge de la rodela y cuyos mecanismos están tras la misma. Las había incluso con un orificio o una rejilla para permitir hacer puntería permaneciendo con la cabeza totalmente protegida por la rodela, lo cual no dejaba de ser una ventaja a la hora de impedir que a uno se la abrieran como un melón maduro de un hachazo o le volaran la tapa de los sesos.
Y, ya puestos, en la foto inferior podemos admirar todo un compendio de armas combinadas que, según parece, tuvieron cierta difusión en Europa del Este. Como vemos en la foto de la izquierda, se trata de un broquel equipado con un guantelete del que emergen dos hojas dentadas que actúan como rompehojas. Del centro emerge también un peto de morfología similar y, además, en su reverso porta una hoja de espada extensible. El orificio que vemos en la parte superior del broquel no era para mirar o disparar a través del mismo, sino para alumbrarse con la linterna que aparece en la foto del reverso del broquel. De ese modo, un centinela podía hacer guardia sin que ninguna luz lo delatara y éste, a su vez, solo se alumbraba cuando lo estimaba oportuno. Para abrir o cerrar la tapa del orificio bastaba accionar con el pulgar del guantelete la palanca que vemos sobre el mismo. Un chisme francamente chulo, ¿no?
Finalmente, a la derecha tenemos otro broquel parecido pero de origen ruso y denominado tarch. En este caso se trata de un guantelete provisto en la parte del dorso de la mano de una hoja de espada. Al final del mismo tenemos una rodela que impediría que las estocadas del enemigo fueran a clavarse en el pecho. La mirilla que se aprecia en la parte superior bien podría servir, además de para controlar los movimientos del enemigo mientras uno permanece a cubierto, para disparar a través de ella.
En fin, como hemos visto a lo largo de la entrada, las armas combinadas formaban un auténtico universo cuyo único tope era la imaginación de los armeros de la época, muy proclives a contentar y sorprender como fuera a una clientela que, en muchas ocasiones, buscaba más la extravagancia que la efectividad porque para eso un noble tiene que diferenciarse del resto de los mortales. Y la cosa llegó incluso más allá de las simples armas, llegando a fabricarse incluso cubiertos provistos de pequeñas pistolas los cuales, indudablemente, debieron ser encargados por algún aristócrata que, no sabiendo como librarse de su cuñado, lo invitó a almorzar y no debió dejarle pasar de los entremeses. He ahí la mortífera cubertería:
Ojo, que aunque la forma y situación de los gatillos dan a entender que el disparo sale en la misma dirección que las púas del tenedor, en realidad el cañón apunta hacia el lado opuesto como se aprecia perfectamente en la cuchara. Conviene tenerlo en cuenta ya que sería asaz enojoso convidar al cuñado y, en el momento supremo, apretar el gatillo y meternos nosotros mismos un balazo en el cráneo ante el lógico regocijo del cuñado de marras.
En fin, vale por hoy.
Hale, he dicho...
A la derecha tenemos una maza barrada que oculta en el interior del mango una aguzada pica de sección cuadrangular. Arriba podemos ver su aspecto como maza, y abajo con la pica a la vista. Su fabricación es enteramente metálica y carece de cualquier tipo de resorte o retén para impedir que la cabeza de armas salga disparada al golpear. Por otro lado, no parece tener mucho sentido un arma así, ya que si uno dispone de una mortífera maza sería un poco absurdo trocarla por esa pica. Así pues, colijo que su única utilidad razonable consistía, a lo sumo, en no quedar desarmado si la cabeza de armas se veía trabada por el enemigo, pudiendo así tirar de la empuñadura y sorprenderlo al meterle la pica por un ojo y sacársela por el cogote las veces necesarias para finiquitarlo si bien, por lo general, con una sola bastaba como ya podemos suponer.
Ahí tenemos otro curioso ejemplo, éste en forma de una especie de kit para caza mayor. Esta pieza de origen alemán está fechada en 1546 y consta de dos partes: una, digamos, más visible, es un machete de caza, concretamente un tronzador. Este tipo de machetes se han usado y se usan actualmente para desbrozar, cortar cornamentas, trocear reses y cosas así. Su robusta hoja está completamente grabada con lo que parece, curiosamente, un calendario. Igual era para no perderse los días de caza, vete a saber. Su "sorpresa" radica en la pistola con llave de rueda de quita y pon que se acoplaba sobre el lomo de la hoja mediante una uña que encaja en una mortaja practicada en la cruceta (flechas de la izquierda), y un tornillo pasante situado bajo la boca de fuego y que quedaba fijado a través del pequeño orificio marcado en rojo. El gatillo podemos verlo también de rojo. Así pues, este curioso chisme podía valernos en caso de que nos sorprendiera con el arcabuz o la ballesta descargados un cochino descomunal y muy cabreado o, lo que es peor, una manada de lobos hambrientos de esos que te miran calculando en cuestión de segundos tu índice de masa corporal mientras se relamen.
A la derecha tenemos armas de guerra de diversos tipos. De arriba abajo aparecen: un hacha combinada con la parte contundente de un martillo. El mango, hueco, actúa como cañón de una pistola con llave de rueda accionada mediante el pequeño gatillo que vemos marcado con una flecha. Este arma, datada en 1551, perteneció a Felipe II por lo que podemos deducir que aún está sin estrenar debido al nulo interés por las cuestiones bélicas por parte del prudente monarca. En el centro tenemos una combinación de armas similar a la anterior, pero en vez de hacha como martillo de guerra. El gatillo de la llave de rueda, al igual que en el caso anterior, está marcado por una flecha. Es de fabricación italiana y está datada hacia la segunda mitad del siglo XVI. Finalmente, tenemos una partesana que a ambos de su moharra alberga sendas pistolas cuyos pequeños cañones se asientan sobre las acanaladuras de la misma. A la vista del calibre y el largo de los cañones de esta última arma juraría que, salvo que fuesen disparados literalmente a bocajarro y contra un enemigo cubierto por poco más que una camisa, esas pistolitas serían completamente inútiles.
Húsares alados en plena carga |
A la derecha tenemos una combinación bastante habitual: se trata de un martillo de dos manos con unos petos en forma de garras de ave rapaz en uno de sus lados, muy adecuados para producir heridas abiertas. Dentro del asta lleva escondida una larguísima pica de sección cuadrangular, como si fuera un ahlspiess. Si observamos la foto superior, la pequeña tapa provista de un botón que cubre el asta se abre, permitiendo emerger la pica. Por lo general, estas armas no se accionaban mediante ningún tipo de resorte, sino que actuaban por inercia. Bastaba una fuerte sacudida para que saliera disparada y quedara inmovilizada mediante un fiador. Por lo demás, este tipo de combinaciones era ya bastante antiguo. Se tiene constancia, por ejemplo, de una corcesca de hoja plegable que perteneció al rey don Pedro I a mediados del siglo XIV.
Y no solo hubo armas ofensivas combinadas, sino también defensivas como la rodela que vemos a la izquierda. Esta rodela de origen italiano fue adquirida junto con varias docenas más para dotar a la guardia personal de Enrique VIII y, como vemos, va provista de una pistola de rueda. Ojo, no es un simple tubo para disparar a través del mismo, sino el cañón de una pistola que emerge de la rodela y cuyos mecanismos están tras la misma. Las había incluso con un orificio o una rejilla para permitir hacer puntería permaneciendo con la cabeza totalmente protegida por la rodela, lo cual no dejaba de ser una ventaja a la hora de impedir que a uno se la abrieran como un melón maduro de un hachazo o le volaran la tapa de los sesos.
Y, ya puestos, en la foto inferior podemos admirar todo un compendio de armas combinadas que, según parece, tuvieron cierta difusión en Europa del Este. Como vemos en la foto de la izquierda, se trata de un broquel equipado con un guantelete del que emergen dos hojas dentadas que actúan como rompehojas. Del centro emerge también un peto de morfología similar y, además, en su reverso porta una hoja de espada extensible. El orificio que vemos en la parte superior del broquel no era para mirar o disparar a través del mismo, sino para alumbrarse con la linterna que aparece en la foto del reverso del broquel. De ese modo, un centinela podía hacer guardia sin que ninguna luz lo delatara y éste, a su vez, solo se alumbraba cuando lo estimaba oportuno. Para abrir o cerrar la tapa del orificio bastaba accionar con el pulgar del guantelete la palanca que vemos sobre el mismo. Un chisme francamente chulo, ¿no?
Finalmente, a la derecha tenemos otro broquel parecido pero de origen ruso y denominado tarch. En este caso se trata de un guantelete provisto en la parte del dorso de la mano de una hoja de espada. Al final del mismo tenemos una rodela que impediría que las estocadas del enemigo fueran a clavarse en el pecho. La mirilla que se aprecia en la parte superior bien podría servir, además de para controlar los movimientos del enemigo mientras uno permanece a cubierto, para disparar a través de ella.
En fin, como hemos visto a lo largo de la entrada, las armas combinadas formaban un auténtico universo cuyo único tope era la imaginación de los armeros de la época, muy proclives a contentar y sorprender como fuera a una clientela que, en muchas ocasiones, buscaba más la extravagancia que la efectividad porque para eso un noble tiene que diferenciarse del resto de los mortales. Y la cosa llegó incluso más allá de las simples armas, llegando a fabricarse incluso cubiertos provistos de pequeñas pistolas los cuales, indudablemente, debieron ser encargados por algún aristócrata que, no sabiendo como librarse de su cuñado, lo invitó a almorzar y no debió dejarle pasar de los entremeses. He ahí la mortífera cubertería:
En fin, vale por hoy.
Hale, he dicho...
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