Hacia mediados del siglo XIII, las lorigas y perpuntes eran la máxima expresión de la defensa corporal. Las cotas de malla, inventadas hacía siglos y usadas prolíficamente por los ejércitos germanos y romanos, seguían protegiendo los cuerpos de los combatientes con el suficiente poder adquisitivo para adquirir una ya que, como se comentó en su día, las lorigas estaban al alcance de muy pocos. Pero, como también se hizo referencia en dicha entrada, la loriga tenía un punto flaco que ni los mejores perpuntes lograban minimizar: eran prácticamente inservibles contra las armas contundentes como las mazas, los martillos de guerra o incluso un simple mayal o un morgenstern blandido por un villano.
Las anillas de metal de la cota y el relleno de crin del perpunte evitaba que se produjeran las temibles heridas abiertas, causantes de septicemias o gangrenas capaces de enviarlo a uno a la fosa en menos de una semana, pero no podían impedir que la energía cinética desarrollada por estas armas produjera lesiones internas de todo tipo, a saber:
- Rotura de vasos sanguíneos de importancia, con la consecuente hemorragia que podía derivar en un shock hipovolémico producido por la repentina bajada de tensión arterial y, por ende, la muerte en pocos minutos o incluso segundos.
- Fracturas en las costillas a consecuencia de golpes en el tórax que podían causar la fractura de las mismas. La peor consecuencia de este tipo de trauma sería un hemotórax, lo que acarrearía la muerte del sujeto al no haber medios en la época para drenar la sangre acumulada en la pleura.
- Fracturas o dislocaciones en las articulaciones. Este tipo de traumas, sin ser mortales, eran temibles para el combatiente medieval. Una rodilla o un codo literalmente convertidos en un puzzle óseo garantizaba una cojera o un brazo inutilizado de por vida.
- Fracturas en huesos largos de brazos y piernas. Eran las menos graves ya que las fracturas de ese tipo eran correctamente tratadas. Otra cosa es que al sufrirlas en pleno combate fueran el paso previo a ser rematado por un golpe definitivo ya que la fractura podía dejarlo a uno fuera de combate de forma inmediata.
- Roturas de vértebras que podían significar desde una paraplejia a una muerte cuasi instantánea por haber sido seccionada la médula.
Como vemos, el surtido de heridas de extrema gravedad posibles aún portando lo que en su época era considerado como el mejor armamento defensivo posible era inquietantemente extenso. Una loriga a prueba era capaz de detener un virote disparado por una ballesta de torno - las más potentes de todas - impedía que el filo de una espada le cortase a uno un brazo o la misma cabeza, e incluso podía soportar los tajos propinados por armas enastadas. Sin embargo, un mayal fabricado con un trozo de roble o haya y erizado con clavos de herradura podía partirte una rodilla, para no hablar de las mazas de aletas o de petos que tanto proliferaron en aquella época. Así pues, los hombres de armas pronto se dieron cuenta de que la única forma de hacer frente a ese tipo de armamento eran las defensas rígidas, de forma que la energía del golpe fuera absorbida y dispersada en una placa fabricada con un material lo más rígido y duro posible.
El primer elemento defensivo rígido aparte del escudo y el yelmo fueron las aletas, una protección destinada a proteger los hombros y los laterales del cuello de tajos y golpes. Eran unas simples láminas de cuero hervido que, como vemos en esa miniatura del Salterio de Luttrell (c.1320-1340), se colocaban sobre los hombros, fijándolas mediante unas correas que pasaban bajo las axilas. Al colocarse el yelmo, quedaban apoyadas en este facilitando de ese modo la deflexión de los golpes dirigidos a la cabeza que, caso de no llevar aletas, aterrizarían directamente en el hombro con las consecuencias que podemos imaginar. Estas aletas solían ir decoradas con los colores del escudo de armas del caballero que las portaba. Pero además de las aletas, si observamos las rodillas del jinete de la miniatura podremos observar que las lleva protegidas por una rodillera, también fabricada con cuero hervido.
Estas rodilleras, que como comento se fabricaban inicialmente de cuero hervido y repujado, fueron rápidamente sustituidas por otras similares pero con un material más consistente, o sea, acero forjado. A la izquierda tenemos un ejemplo que nos permitirá verlo con más claridad. Como vemos, se trata de una pieza cóncava provista en las partes superior e inferior de sendas hileras de anillas para fijarlas directamente a las calzas de la loriga. Los tetones que sobresalen e la parte central eran para asegurar las rodilleras mediante una correa de cuero que rodeaba la pierna por la corva de la rodilla.
Es evidente que esta protección extra y era todo un avance ya que las rodillas eran precisamente una de las zonas más vulnerables de los jinetes a la hora de enfrentarse con combatientes a pie. Bastaría un mazazo en plena rótula para mandar a su casa al fogoso paladín con una cojera a perpetuidad y proporcionarle de ese modo una jubilación anticipada con bastón incluido y un buen repertorio de batallitas para narrarlas junto al hogar durante las largas noches de invierno. Pero el resto de las piernas aún estaban expuestos a los golpes de las armas contundentes, así que a alguien se le ocurrió añadir una protección extra en los muslos que, inicialmente, no era otra cosa que un pernil acolchado fabricado de la misma forma que los perpuntes y que llegaba desde la ingle hasta por debajo de la rodilla tal como vemos en la imagen de la derecha. A dicho pernil se le añadía la correspondiente rodillera de cuero o metal y ya tenemos lo que se dio en llamar brafonera, término de ignoto origen que ha dado pie a no pocos debates y sobre el que merece abrir un paréntesis antes de continuar.
Según Covarrubias, el término brafonera designaba a "...unas faxas que ceñían los braços, o los brahones". Sin embargo, Almirante afirma que esto se debe a un error por tomar la palabra brafonera como proveniente del griego brachicon (brazo). Sin embargo, el resto de autores denomina a las brafoneras como la parte de la armadura que protegía los muslos, o sea, lo que hemos visto en la foto anterior. Leguina, que hace una completa recopilación de crónicas en las que aparece el término brafonera, deja claro en todo caso que "se calzaban", o sea, se ponían en las piernas. Por ejemplo, en el "Libro de Alexandre" se menciona "...que non querían dejar las armas, é traianlas todas, sino las brafoneras, que descalzaban para andar más aina". Para el que no lo haya entendido, simplemente se refiere a que portaban todas sus armas excepto las brafoneras, las cuales se las habían quitado para caminar más deprisa.
Así pues, a mediados del siglo XIII ya se había generalizado el uso de brafoneras si bien no se tardó mucho en mejorar la consistencia de las mismas porque, al fin y al cabo, un pernil de perpunte carecía de la rigidez necesaria. De ahí que en los primeros años del siglo XIV se sustituyera dicho pernil por una pieza de cuero hervido que resultaba mucho más consistente. Dicha pieza cubría la parte delantera del muslo y la cara lateral externa del mismo, siendo fijada mediante un par de correas y, si acaso, una lazada en su parte superior que unía la pieza a un cinturón que se ceñía bajo la loriga y que tenía como finalidad que el peso de la pieza no recayera enteramente sobre la pierna. A la brafonera iba unida una rodillera, bien de cuero hervido o bien de metal como la que vemos en la ilustración de la derecha. Del mismo modo, la brafonera podía ver aumentada su rigidez con la adición de tiras de bronce o acero remachadas a la misma, como aparece en la imagen, bien uniendo las tiras al cuero y forrando a continuación el conjunto de telas de precio como seda o terciopelo. Las brafoneras de este tipo pasaron a ser los quijotes en las armaduras de placas.
Como complemento a las brafoneras se retomaron del mundo antiguo las grebas, las cuales eran inicialmente elaboradas con el mismo material que las brafoneras: cuero hervido, y podían ser lisas o bien repujadas. El proceso evolutivo de estas piezas se puede decir que fue el mismo, si bien su acabado enteramente metálico ya estaba vigente a mediados del siglo XIV. En la ilustración de la izquierda vemos una pierna cuyo muslo aún va protegido por las primitivas brafoneras de perpunte mientras la rodilla va cubierta por una rodillera de cuero repujado sujeto mediante una correa. A continuación aparece la greba, las cuales no envolvían inicialmente la pantorrilla sino que protegían solo la parte delantera de la pierna. Como complemento, en este caso vemos unos primitivos escarpes que, del mismo modo, tampoco cubren enteramente el pie sino solo el empeine. Estaban fabricados a base de launas articuladas mediante tiras de cuero, las cuales eran remachadas por el interior de cada pieza para permitir la flexión del pie y no tener que caminar como un robot.
Las grebas pudieron ser introducidas prácticamente al mismo tiempo que las brafoneras y, al igual que estas, sufrieron un proceso evolutivo similar, como podemos ver en las ilustraciones de la derecha. En primer lugar aparece un jinete datable hacia mediados del siglo XIII que, como vemos, lleva las espinillas cubiertas con unas grebas de cuero hervido. En el centro aparece un personaje de inicios del siglo XIV que usa unas grebas también de cuero posiblemente recubierto de tela y que dejan a la vista los remaches que sujetaban las tiras metálicas colocadas en el interior, de la forma que se explicó más arriba. Por último tenemos un detalle de una miniatura procedente de una copia inglesa del Libro de Alexandre datada hacia la segunda mitad del siglo XIV en la que vemos que el guerrero que aparece en la misma ya usa grebas y rodilleras metálicas metálicas. El conjunto de su armadura, mezclando partes rígidas con la loriga que se vestía bajo las mismas es lo que ya podemos llamar una armadura de transición a la armadura de placas.
Antes de concluir merece la pena mencionar, aunque sea de forma muy breve, algo sobre la elaboración de las piezas de cuero hervido. Esta técnica, que gozó de bastante popularidad durante la Edad Media para la elaboración, no solo de armaduras, sino de objetos de todo tipo como por ejemplo recipientes para líquidos, pequeños cofres, estuches, etc., podía dar tal dureza al cuero que, según decía la Crónica de Froissart, era impenetrable y que ningún hierro podía perforarlo. Obviamente, esto dependería de la calidad del cuero y de los conocimientos del guarnicionero que lo elaboraba ya que, como en todo, la habilidad del artesano era vital para un acabado decente. Aunque hay muchas versiones sobre esta técnica, así como los sempiternos e inacabables debates acerca de si era de una forma u otra, o que si era mejor el cuero de ciervo o el de vaca, el cuero hervido se obtenía básicamente sumergiendo en agua la pieza a trabajar un tiempo que podía durar desde apenas 10 minutos a más de 12 horas. Una vez bien empapada la piel, se sumergía en agua hirviendo durante un breve espacio de tiempo que podía ir desde los 20 segundos a más de un minuto. Dependiendo de ese tiempo, el cuero encogía sobre sí mismo tomando más grosor, detalle que debía tener en cuenta el guarnicionero para que luego no se quedase sin material para trabajar. Por poner un ejemplo, una inmersión de medio minuto suponía una contracción de 1/8 del tamaño original, así como un 1/4 de aumento en el grosor de la pieza de cuero.
Brazal de arquero del siglo XV fabricado con cuero hervido. Museo Británico |
Cuando se extraía del agua, el cuero tenía la maleabilidad de la goma, pudiendo trabajarlo y darle la forma deseada sin problemas. A partir de los dos o tres minutos comenzaba a volverse rígido si bien se podía seguir trabajando ya que el secado tardaba varias horas en producirse. Durante ese tiempo, el artesano terminaba de dar forma y repujar si procedía la pieza. Por cierto que, muchos objetos modernos se elaboran a base de cuero hervido, como los famosos pickelhaube del ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial o las pistoleras moldeadas con la forma del arma, por mencionar solo dos ejemplos "bélicosos". Incluso los antiguos cascos de bomberos usados en España, esos que eran iguales al casco alemán modelo 1935 pero con una cresta de bronce, estaban fabricados con cuero hervido.
En fin, ya vale por hoy. Como vemos, la introducción de piezas rígidas supuso no solo un paso importante hacia el proceso evolutivo que culminó con las armaduras de placas que convertían al combatiente en un verdadero hombre totalmente acorazado y casi invulnerable, sino que evitó que más de uno acabara tullido de por vida a causa de los defectos estructurales de las lorigas y perpuntes usados hasta la época de forma generalizada. Por cierto, y hablando de invulnerabilidades, picando aquí, aquí y aquí pueden vuecedes deleitarse con una serie de tres entradas en las que se estudiaron a fondo los puntos débiles de las armaduras de placas incluyendo los más sofisticados arneses renacentistas, que también los tenían como no podía ser menos.
Bueno, ya seguiremos.
Hale, he dicho...
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