Ayer dejamos pendiente el estudio de la protección corporal hasta aproximadamente mediados del siglo XIV, cuando el personal estaba cada vez más convencido de que recibir un mazazo en el esternón no podía traer más que problemas y, además, eso de diñarla con los pulmones atravesados por las propias costillas y sintiendo como la hemorragia interna acababa colapsándolos y produciendo una desagradable muerte por asfixia no era nada conveniente.
Así pues ya que las protecciones rígidas para brazos y piernas estaban dando un resultado bastante aceptable, qué mejor que añadir dicha rigidez al armamento defensivo corporal de la época, o sea, el perpunte y la loriga. El resultado fue una cota de placas como la que vemos a la derecha, procedente de la incomparable mina de información que resultaron ser las fosas comunes donde fueron a parar los caídos en la batalla de Visby, celebrada el 22 de julio de 1361 en la isla de Gotland y que, gracias a que los cadáveres no fueron expoliados como era habitual, han llegado a nosotros multitud de piezas que nos han permitido reconstruir este tipo de armamento. En este caso, se contabilizaron hasta seis tipologías diferentes, las cuales veremos más adelante con detalle porque, en primer lugar, convendría aclarar una serie de puntos respecto a este tipo de protecciones.
Cuando se adoptó la cota de placas, no podemos decir que fuera un invento de la época. Las defensas rígidas datan de los tiempos más remotos, en los lugares más dispares e incluso fabricadas con los materiales más variopintos, desde el hierro, el acero, el bronce o incluso láminas de huesos como las armaduras que portan esos ciudadanos de la península de Chukchi, en Siberia. Del mismo modo, en la antigua Grecia ya existían guerreros totalmente acorazados a base de armaduras de láminas de bronce como la famosa armadura de Dendra desde tiempos tan lejanos como el 1400 a.C. Y, ya puestos, podríamos añadir la LORICA SEGMENTATA usada por las tropas romanas o las armaduras chinas que, ciertamente, se daban un aire muy semejante a estas cotas de placas medievales. No deja pues de ser curioso que, habiendo demostrado su utilidad este tipo de armaduras desde hacía siglos, se llegara a la Baja Edad Media con los combatientes expuestos a verse con las vísceras convertidas en puré de lentejas por hacer uso de la loriga la cual, aparte de no proporcionar una defensa superior, era muchísimo más cara tanto en cuanto las horas de mano de obra para su fabricación eran similares a las que tardaría un político en volverse honesto.
En cualquier caso, la cuestión es que la defensa basada en láminas rígidas cayó en el olvido durante la Alta Edad Media - como tantas otras cosas - y no "resucitó" hasta mediados del siglo XIII. Sí, no me he liado con las fechas. La representación más antigua que se conoce sobre las cotas de placas se remota precisamente hacia 1250, y se trata de una imagen de San Mauricio que se conserva en la catedral de Magdeburgo y que se muestra a la derecha. Como vemos, representa a un guerrero ya que este Mauricio era un egipcio que comandaba la Legión Tebana - de ahí el ponerle cara de ciudadano sub-sahariano, antes llamados negros a secas - ya que en la Alemania aquella época se daba por sentado de que todo el que vivía más allá de Tarifa era de raza negra.
Como podemos apreciar, este tipo de armadura consistía en una pieza de tela o cuero bajo la cual eran remachadas una serie de láminas de metal solapándose unas a otras para no restar demasiada movilidad. Cubría todo el tronco y, en algunos casos, los hombros. Podemos decir que era como una especie de escapulario monacal como el que usan algunas órdenes religiosas, pero ceñido al cuerpo y cerrándose mediante dos o más correas a uno o a ambos costados, así como por delante o, como en el caso que mostramos, a la espalda. Algunos tipos también se cerraban con sendas hebillas en los hombros. En cuanto a la pieza de tela o cuero que cubre la armadura delata, por la posición de los remaches, que estaba formada por láminas verticales, coincidiendo con una de las tipologías halladas en Visby, y protegía desde la parte alta del tórax hasta el abdomen, así como la espalda, los hombros y los costados.
No sabemos los motivos por lo que tardó tanto tiempo en difundirse este tipo de armadura. Quizás fuera por la sempiterna manía de los humanos de recelar de lo que consideramos novedoso, o puede que inicialmente se considerase estas cotas como un peso extra muy engorroso, o quizás porque obviamente restaba movilidad respecto a las flexibles lorigas. Pero la cuestión es que su uso no empezó a ser habitual hasta un siglo más tarde, e incluso se piensa que era un diseño que había caído en el más absoluto olvido en Europa y que fue importado posiblemente por cruzados que la vieran vestida por sus enemigos sarracenos, ya que hay constancia de que debió ser introducida desde Italia, camino de ida y vuelta casi obligado hacia Tierra Santa. A la derecha podemos ver el aspecto de una de estas cotas y que nos permite saber como se fabricaban. Las diferentes láminas que la componían estaban curvadas en función de la parte del cuerpo donde irían. Una vez terminadas, se le practicaban orificios para unirlas unas a otras y, naturalmente, a la cota en sí. Esta se fabricaba con cuero o con una tela gruesa y resistente, capaz de soportar el peso de la armadura sin que se rajara por los orificios para los remaches. Dicha tela o cuero se podría recubrir a continuación por otra más vistosa, como la seda, el terciopelo o simplemente lana. La longitud de la tela podía variar llegando desde casi las rodillas hasta las caderas o incluso a la cintura. Como siempre, todo iba en función de los gustos del usuario así como de su poder adquisitivo.
A la izquierda tenemos las seis tipologías catalogadas en Visby. Como vemos, el diseño va desde armaduras compuestas por pocas láminas de gran tamaño a otras formadas por cientos de escamas rectangulares, las cuales eran unidas unas a otras mediante cordones a fin de no debilitar su estructura con los orificios de mayor tamaño requeridos para los remaches. De hecho, los ejemplares de este tipo que han aparecido tenían las hebillas unidas directamente a las placas, no en la tela que supuestamente las cubría, por lo que cabe pensar que, casi con seguridad, las cotas de láminas iban recubiertas por una cota de armas por separado. Por otro lado, las fabricadas con piezas de mayor tamaño aportarían una mayor rigidez al conjunto, pero a cambio de restar movilidad al combatiente. Las de láminas pequeñas ofrecerían justamente lo contrario: menos rigidez pero mayor movilidad.
A la derecha vemos el despiece de una cota de láminas pequeñas para que podamos hacernos una idea de lo complejo que debía resultar fabricar una, y en el detalle se puede apreciar el sistema de unión mediante finos cordeles para unir cada lámina al conjunto, también de una complejidad mareante. No hay que ser un lince para deducir que esta tipología debía ser de las más onerosas por razones obvias ya que algunas podían estar formadas por hasta 600 piezas.
En fin, esta era la protección adicional en forma de láminas rígidas que completó a todas las enumeradas en entradas anteriores. De esta forma, el combatiente ya podía ir contentito a la batalla sabiendo que los enemigos lo tenían complicado para reventarle el hígado o los pulmones a mazazos, pero se encontraron que, como casi todo en esta vida, dicha protección extra suponía un peso añadido que convertía la panoplia defensiva en una serie de capas superpuestas que, a modo de cebolla, envolvían al combatiente y le metían una enorme cantidad de kilos sobre su cuerpo. Observemos la miniatura de la izquierda, correspondiente a un detalle del folio 91r del Libro de Alexander, y que resulta bastante reveladora. Justo encima de las rodillas aparece el perpunte, del cual aún no se había prescindido. Sobre el mismo se ve perfectamente la loriga, la cual lleva encima la cota de placas y, finalmente, una cota de armas ya que, según se intuye, la cota de placas no iba cubierta de ningún tipo de tejido decorativo, sino que dejaba a la vista el cuero sobre el que estaban remachadas las láminas. Así pues, tenemos a unos combatientes cubiertos por los 25 kg. de una loriga completa, a los que habría que añadir al menos 7 u 8 más procedentes de las defensas rígidas de las extremidades y los 15 kg. que como mínimo pesaría la cota de placas. A todo eso, añadirle 2 kg. de bacinete, lo que nos da un total de unos 50 kg. sin contar el perpunte que, al menos, pesaría un par de kilos o tres. O sea, que estos caballeros del tercer cuarto del siglo XIV llevaban encima más peso que uno de la época renacentista, cuyas armaduras de platas no solían exceder de los 25 ó 30 kg.
Se hacía pues necesario aligerar el peso porque tanto para el caballero como para su montura, ese exceso ciertamente aumentaba de forma notable su protección, pero a costa de acabar agotados ambos antes de tiempo. ¿Cuál sería pues la solución? Obviamente, prescindir de la loriga o, al menos, reducirla al máximo, así como proteger el tronco con una armadura lo más ligera posible, lo que daría lugar a finales del siglo XIV a una armadura que sería el paso previo a las armaduras de platas más sofisticadas que se diseñaron durante el siglo XV y que culminaron con las fastuosas piezas del Renacimiento, época esta en que los avances en la metalurgia permitieron fabricar armaduras muy complejas que apenas dejaban un solo resquicio del cuerpo sin protección, pero con piezas aceradas que no requerían tanto grosor para ser tanto o más resistentes que sus antecesoras.
Así pues ya vale por hoy.
Hale, he dicho...
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