martes, 6 de enero de 2015

La armadura de transición 2ª parte


Ese sujeto que nos mira desde el pasado con cierto aire de indiferencia es o, mejor dicho, era, sir William Fitzralph (c. 1320/21-1359), un caballero inglés de evidente origen normando (su apellido contiene el patronímico normando fitz, que significa hijo de) que tomó parte en varias expediciones contra sus belicosos vecinos de las Tierras Altas y, aunque no se sabe la causa de su temprano deceso, al menos su efigie funeraria ubicada en la iglesia de Greystoke, en Durham, nos permite tener una clara idea de como habían evolucionado las armaduras desde que, unas décadas antes, se fuera imponiendo el uso de protecciones rígidas tal como vimos en la entrada anterior. Sir William se nos muestra con una panoplia digna de su rango. Era lord de Greystoke y su progenitor Ralph Fitzwilliam, I barón de Greystoke, había sido gobernador de Carlisle. Sin embargo, sir William se quedó en lord porque la baronía se la llevó al parecer su hermano mayor, Robert. Especifico los pormenores familiares de este sujeto, no porque me den más de una higa quién fuera su padre, sino porque es prueba de que debían gozar de una posición económica conforme a su rango, por lo que la panoplia de nuestro hombre era de lo mejorcito que podía adquirirse en la época. Así pues, vemos que sobre las calzas de malla que cubren sus piernas porta unas grebas con los rudimentarios escarpes y las rodilleras de cuero hervido que ya se estudiaron anteriormente, y por la abertura de su cota de armas se atisban unas brafoneras reforzadas con láminas de metal. 


Pero lo que verdaderamente nos interesa en este caso de la efigie de sir William son los brazos que mantiene en actitud orante porque, obviamente, no es plan de que a uno lo esculpan para partir al Más Allá haciendo un corte de mangas al personal. Como vemos, sus brazos están protegidos por primitivos brazales formados por dos piezas que cubrían solo la parte externa de los mismos. Las manos siguen cubiertas por las manoplas de malla de siempre, y los codos se tienen que conformar con un pequeño varaescudo unido a la articulación mediante una correa o bien una lazada a base de un cordón unido a las mangas de la loriga que eran pasados por dos orificios practicados en el varaescudo. Esta protección tenía un inconveniente: solo protegía la cara externa del codo, por lo que el resto del mismo podía ser convertido en comida para gatos de un certero mazazo. Así mismo, los hombros también van protegidos con una pieza similar que iba fijada de la misma forma, con lo cual vemos que la evolución de las piezas concernientes a la defensa de las extremidades avanzó casi al mismo tiempo ya que una vez se pudo comprobar las ventajas de las brafoneras, de necios sería no prolongar ese mismo tipo de defensa a otras partes del cuerpo. El problema es que no todos disponían de medios para costeárselas, y muy a pesar suyo se tenían que conformar con la tradicional loriga, quizás heredada del padre, y si acaso añadir unas brafoneras como fue el caso de sir Robert de Bures (imagen de la derecha), que a pesar de sus blasones no contó con presupuesto para ese gasto extra. Ojo, este noble y el anterior fueron prácticamente contemporáneos, lo que nos deja claro que los gastos en armas adecuadas no podían muchas veces ser arrostrados por todos por muy linajudos que fueran. 


Hacia mediados del siglo XIV también se fueron dejando de lado las largas cotas de armas que llegaban hasta al menos la mitad de la pantorrilla (en algunos casos incluso a los tobillos), cabe suponer que por restar movilidad o mera comodidad a la hora de montar a caballo. De ahí que se acortaran hasta llegar apenas por debajo de la cadera, dejando las piernas al descubierto. Un buen ejemplo nos lo legó messer Lorenzo di Niccolò Acciaiuoli, un noble napolitano que entregó la cuchara en 1352, una época similar a la de sus colegas ingleses de más arriba. Este sujeto, que debía estar forrado de pasta a la vista del armamento que portaba (salvo que la familia le dijera al escultor que se luciera, naturalmente), nos muestra, además del acortamiento de la cota de armas, dos detalles interesantes: uno, que ya en esa época empezaba a gozar de popularidad el acompañar la espada con una daga en el costado derecho, cosa que anteriormente no se hacía; y dos, los avambrazos que emergen de las mangas de malla. Fue costumbre durante algún tiempo que, en vez de poner las partes rígidas sobre la malla, algunos lo hacían al revés quizás para que la malla absorbiera el filo del tajo, o quizás porque al ser piezas rígidas de cuero hervido pretendían de ese modo curarse en salud: sabían que la malla detenía el filo de una espada, así que el avambrazo de cuero que iba debajo amortiguaría el tremendo golpe. Por último, merece la pena reparar en los primitivos guanteletes que protegen sus manos, para lo cual remito nuevamente a vuecedes a la entrada que en su día se elaboró sobre estas piezas y que está lo suficientemente detallada. 


Otro cambio significativo que tuvo lugar a lo largo del siglo XIV fue le introducción del bacinete. Los yelmos cónicos de antaño y los almófares fueron poco a poco sustituidos por una tipología que brindaba protección rígida en los laterales y la parte trasera de la cabeza, lo que no ocurría con los yelmos cónicos, y los almófares se dejaron de lado en favor del camal, una pieza de malla que cubría desde el borde del yelmo hasta los hombros y la parte superior del tórax y la espalda. Como vemos en la ilustración de la derecha, el camal iba rematado por una tira de cuero perforado que se encajaban en las corregüelas, que son esos pequeños tubos o argollas que sobresalen del bacinete y que iban soldadas al mismo. El conjunto se unía, como se aprecia en la imagen, con un cordel pasante. Esto permitía sustituir en caso de necesidad un camal dañado por otro, o bien por uno más lujoso ya que a veces la malla se forraba con telas de precio o se ponía uno solo de tela para, simplemente,  lucimiento del dueño en paradas militares y eventos de ese tipo. El bacinete, como muchos ya sabrán, evolucionó hacia lo que actualmente conocemos como klappvisier y, posteriormente, al bacinete de pico de gorrión o de hocico de cerdo. Son la misma cosa, pero en algunos lugares lo llaman de diferentes formas. 


En realidad, el bacinete era una protección adicional ya que, en muchos casos, se portaba bajo el tradicional yelmo de cimera, siempre buscando, como ya vemos, una "primera barrera defensiva" que se llevara el trastazo inicial de forma que llegara muy amortiguado a la "segunda barrera defensiva". Evidentemente, el peso del bacinete (alrededor de 1,5 kg.) sumado al del yelmo de cimera (mínimo de unos 3 kg. y hasta incluso 5 kg.) debía ser insoportable para el combatiente, de ahí quizás la idea de dotar al bacinete de una máscara facial y poder de ese modo prescindir de los yelmos de antaño, los cuales quedaron relegados a los torneos y pasos de armas en forma de baúl de justa. La morfología del bacinete permitía desviar los golpes dirigidos a la cabeza sin necesidad de acabar con las cervicales como un sacacorchos debido al exceso de peso que tenían que soportar. En todo caso, ahí vemos a ritter Konrad von Seinsheim, que se largó de este mundo en 1369 y que, además de su yelmo de cimera junto a su cabeza, nos muestra una peculiaridad propia de los tedescos: las cadenas con que unían a sus personas tanto espada como puñal para evitar su pérdida en combate. Así mismo, también se usaban para asegurar tanto el yelmo como el escudo. Dudo que fuese algo cómodo y manejable ya que, de ser así, esa moda se habría extendido por toda la Europa. Sin embargo, entre los tedescos gozó de gran popularidad. 


Además del bacinete, otro tipo de yelmos surgieron para sustituir a los viejos cascos cónicos si bien no alcanzaron la popularidad del bacinete. Básicamente eran algo similar al ejemplar de la derecha, procedente de la sepultura de Konrad von Landau ( 1363), y que aunque en apariencia parezca un pequeño yelmo de cimera, no lo es. Se trata en realidad de un yelmo cuyo visor no forma parte integrante del mismo, sino que está articulado de forma que se pueda alzar para tener mejor visión o simplemente renovar un poco el aire viciado del interior. En vez de camal, aún usa el almofar de antaño, descansando la pieza sobre la cabeza mediante una guarnición de cuero remachada por todo el contorno del casco. 

Bien, ya hemos visto la evolución que sufrieron las armaduras hasta mediados del siglo XIV. Hemos estudiado con detalle como se protegieron las extremidades y la cabeza de los demoledores golpes propinados con mazas, martillos y demás armas contundentes, pero aún nos queda por ver de qué forma las lorigas y perpuntes fueron sustituidos hacia mediados de ese siglo hasta culminar a finales del mismo con la difusión de los petos y espaldares de una sola pieza. ¿Qué llevaban pues los combatientes de esa época entre las lorigas y las cotas de armas y que no queda a la vista por lo general? La respuesta se atisba en la efigie funeraria de sir John Leverik ( 1350) en Kent. Pero eso ya lo veremos mañana, que ya he tecleado bastante, juro a Dios.


Hale, he dicho...


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