miércoles, 4 de marzo de 2020

ESPARTANOS. La agogé, o como pasar una infancia asquerosa


Un día normal en la agogé, donde las palizas, los castigos y la disciplina más férrea que se pueda concebir era aplicada
sin reparo a los críos a partir de los siete años

Bueno, prosigamos con las andanzas de estos belicosos ciudadanos. 

Si alguien piensa que ser espartano era muy guay, que te ponías cachas en dos días sin consumir esteroides a mansalva y que el hembrerío local te miraría con ojos ávidos de lujuria, se equivoca. Nacer en Esparta era algo así como un castigo destinado a los que en su anterior reencarnación habían sido unos malvados CVM LAVDE, porque desde que venían al mundo no paraban de hacerle la pascua. Licurgo, el contumaz legislador que hasta se preocupaba del corte de pelo del personal, consideraba que un espartiata nacía con dos finalidades principales: una, servir al estado para hacer de Esparta una nación temida y respetada; y dos, engendrar espartianitos para mantener un nivel demográfico adecuado pero, al mismo tiempo, que fueran sanos y fuertes para dar mucha guerra a los enemigos del estado. Algo así se le ocurrió al ciudadano Adolf unos 28 siglos más tarde, y ya sabemos cuál fue el resultado, pero nadie escarmienta por cabeza ajena.

Reconstrucción virtual del leskhe de los Knidias, cerca del tempo de
Apolo en Delfos. Todas las ciudades griegas tenían varios leschai (λέσχαι)
Cuando un crío nacía, ya fuese varón o hembra, era presentado en el leskhe (λἐσχη), unos recintos destinados como lugar de reunión. Cada tribu o gremio solía tener el suyo, y es donde se juntaban para charlar de sus cosas o discutir cualquier asunto de interés. Así pues, los padres de la criatura se presentaban en el leskhe y lo mostraban ante una especie de jurado formado por miembros de la gerousía (γερουσία, el consejo de ancianos) que lo examinaban cuidadosamente para comprobar que era un bebé sano y fuertote y que, por supuesto, carecía de cualquier tipo de defecto físico, deformidad o, simplemente, era birriosillo y enclenque. 

Espartianito pasando la ITV neonatal. Si no le daban el visto bueno,
mejor no haber nacido
Pero además, los padres debían demostrar que, en efecto, eran los progenitores del nene porque solo un auténtico espartiata podría ser considerado como ciudadano de pleno derecho. O sea, que si, por ejemplo, existían sospechas de que el niño podía ser fruto de una relación extra-marital de cualquiera de los dos cónyuges con alguien que no fuera un espartiata- un perioikoi, un ilota o un griego cualquiera-, pero que el otro había aceptado el trágala para evitar el escándalo, entonces era igualmente aceptado si pasaba la inspección, pero como móthax (μόθαξ, hermanastro), por lo que sería aceptado y educado junto a los niños legítimos, pero sería siempre un espartano de segunda clase y no un espartiata. 

Cueva de las Kaiadas, en el Apothetae. En este paraje era donde eran
abandonados los críos defectuosos y donde solían despeñar a los criminales
En caso de que los ancianos no diesen por bueno al crío sería llevado al Apothetae (άποθέται, depósito o lugar de custodia), un profundo barranco al pie del monte Taigetos y allí era abandonado sin más historias. De hecho, si el niño había nacido con algún defecto más que evidente los progenitores ni se molestaban en presentarlo en la leskhe y lo llevaban por su cuenta al Apothetae. Emociona el instinto paternal de esta gente, ¿que no? Si por el contrario pasaba el examen, era devuelto a sus padres para que lo criaran hasta que llegase a la edad preceptiva para iniciar la agogé (άγωγή, palabro que en griego antiguo tenía muchas acepciones como secuestro, incautación, capacitación o introducción entre otras). La crianza tanto de niños como niñas era un mero anticipo de lo que les esperaba, porque no se dedicaban a hacerle las zalemas y darle los mimitos que en cualquier parte se dedican a los bebés. Según Plutarco, "... las mujeres no bañaban a los recién nacidos con agua, como es costumbre en todos los demás países, sino con vino, para comprobar el temperamento y la complexión de sus cuerpos conforme a la idea de que los niños epilépticos y débiles se desmayan y se consumen cuando son bañados [con vino] mientras que, por el contrario, los de condición fuerte y vigorosa adquieren firmeza y se templan como el acero. Había mucho cuidado y destreza también por parte de las ayas; no usaban pañales, y los niños crecían libres y sin restricciones en las extremidades y la fisonomía, y no eran delicados y fantasiosos acerca de su comida. No tienen miedo a la oscuridad o de quedarse solos, y crecen sin mal carácter, ni mal humor, ni llanto." De anuncio de colonia para bebés, vaya...

Dos paidós en un acalorado debate
A medida que iban creciendo se empezaban a fortalecer, caminando siempre descalzos y casi siempre en cueros vivos. En cuanto tenían la suficiente capacidad se les iniciaba en los rudimentos de la lectura y la escritura y se les inculcaba que un buen espartiata debía soportar lo insoportable, y si no era capaz sería merecedor del desprecio de toda la galaxia. Colijo que, a pesar de lo brutal de este sistema, los hombres que resultaban del mismo eran auténticos leones y no como los críos de ahora, que porque les roban el lápiz los padres montan un pollo de aquí te espero, denunciando al ladrón, al profesor, al director del centro y, si hace falta, llevan el caso al Tribunal de la Haya para que al acosador lo estigmaticen de por vida y obtener una orden de alejamiento de 5.000 km. durante 150 años. Un nene espartano no podía llegar a casa llorando porque Fulanito le había pegado, sino lleno de moretones y sin inmutarse, y asegurando que Fulanito había quedado en un estado similar o peor si no quería que su amado padre le diera una soba de campeonato por cobarde y blandengue.

Los adolescentes de ambos sexos se machacaban a diario para fortalecer
sus cuerpos. Los gordos no tenían cabida en Esparta
En cualquier caso, la primera infancia de los nenes no era nada comparado con lo que venía a continuación. Cuando el paîs (παῖς, niño) cumplía siete años los padres lo entregaban al estado, que de ahí en adelante se haría cargo de su formación. Empezaba la agogé, que no tenía nada que envidiar a ser enviado a un pelotón de castigo de la Legión. Pero no por un mes o dos, sino hasta los 20 años. Las niñas permanecían en casa pero de no dar ni golpe, nada de nada. Eran igualmente obligadas a practicar deportes, gimnasia, danza y, en fin, cualquier actividad que las fortaleciera para cumplir en el futuro su misión principal en la vida: engendrar y parir espartanos. Además, sus madres las instigaban a burlarse y darle caña a los mozuelos que no hacían bien los deberes para que la humillación los obligara a superarse con tal de no ser el blanco de las puyas femeninas. Conviene tener en cuenta que, contrariamente a lo habitual en Grecia, las mujeres tenían mucha más libertad de acción y no eran meras amas de casa, sino que incluso eran educadas en las artes de la guerra y, de hecho, preferían mil veces que un hijo o un marido palmase en combate antes de que volviera de la guerra con la mancha de la cobardía.

Un día cualquiera de la agogé. En el centro vemos al paidonomos
controlando las evoluciones de sus pupilos
Pero volvamos al comienzo del agogé, donde los paidós (παιδὀς, niños) eran puestos en manos del paidonomos (παιδονόμος, pastor de niños), un espartiata que, según había legislado Licurgo, debía ser seleccionado entre los miembros de más elevado rango del estado. En este sentido, los espartanos hacían justo lo contrario que el resto de los griegos, que confiaban la educación de sus hijos a un paidagogos (παιδάγωγός, guía o tutor de niños), un empleo servil confiado generalmente a esclavos. Por el contrario, el paidonomos era un personaje con toda la autoridad del mundo para imponer las normas a los paidós, y ejercer sobre ellos la más férrea y despiadada disciplina. Como obviamente él solo no podía controlar la caterva de mozalbetes de la agogé, delegaba su autoridad en los eirenes. El eiren (εἱρήν) era un joven adulto de 20 años que tenía a su cargo uno de los agelai (άγέλαι, literalmente, rebaño, manada) en que el paidonomos distribuía a los chavales en función de su edad. Aunque el eiren tenía potestad para castigar severamente, era controlado por los miembros de la gerousía para comprobar que actuaba con rectitud, sin excederse ni quedarse corto ya que se le confiaba el puesto para aprender a "gobernar y ser gobernado". En todo caso, si consideraban que había fallado en el desempeño de sus funciones era debidamente abroncado, pero jamás en presencia de sus pupilos.

Pugilato, gimnasia, ejercicios de fuerza... todo un compendio que, al cabo
de 13 años lograba convertir críos en tipos cachas y correosos
Cada agelai tenía además un líder elegido entre sus miembros, que obviamente era el más fuerte, decidido, peleón, valeroso y con más espíritu de liderazgo del grupo. Las jornadas debían ser simplemente agotadoras porque el entrenamiento era brutal: gimnasia, pugilato, manejo de armas, carreras y la práctica del pyrrhiche, una especie de danza guerrera que, como si de un aerobic bélico se tratase, habituaba a los chavales a ganar flexibilidad y a esquivar los golpes enemigos, y todo ello con una raciones de comida que no saciarían ni a un gorrión canijo. Según Jenofonte, esta costumbre tenía por objeto habituarlos a soportar todo tipo de trabajos con el estómago vacío pero también, y aún más importante, a buscar comida aunque fuera robándola, alentándolos con ello a ser astutos y sibilinos ya que un ladrón debía pasar las noches sin dormir vigilando su presa, aprender a engañar y mentir, a tender emboscadas e incluso disponer de espías eficaces que le tuvieran al corriente de los movimientos de la víctima. Obviamente, este adiestramiento sería de suma eficacia a un futuro militar, por lo que robar comida no era considerado como una falta, sino dejarse atrapar ya que eso significaba que no había sido lo suficientemente hábil o astuto. Como escarmiento le daban una somanta de palos y eso que llevaba aprendido.

Debería haber atrapado un conejo en vez
de un zorro, digo yo...
Además, estos pequeños latrocinios fomentaban el espíritu de cooperación entre ellos y de ser incapaces de delatar a sus compañeros. Plutarco cuenta como un grupo de críos robó un zorro y uno de ellos lo ocultó bajo su manto. Cuando los pescaron, el que ocultaba el animal ni se inmutó a pesar de que el zorro, bastante cabreado, había empezado a morderle y desgarrarle el cuerpo hasta el extremo de que alcanzó sus órganos vitales ante la absoluta impasibilidad del muchacho. Cuando le dijeron que debió haber dejado ir al zorro replicó que "...es mejor morir sin ceder al dolor que siendo descubierto debido a la debilidad del espíritu y ganar así una vida para vivirla en desgracia". Ahí, con dos cojones, ¿que no? Y aparte de las ínfimas raciones no se les permitía usar calzado en todo el año y solo se les proveía de un manto rojo, el phoinikis, con el que se habituaban al frío y al calor y que debían reparar ellos mismos si se deterioraba. Para dormir disponían de barracones donde se alineaban los catres donde caerían desplomados al llegar la noche. 

Paidiskos sirviendo la comida a los eirenes
Para dormir usaban unos jergones (stibades) fabricados por ellos mismos con paja y neas, para lo que posiblemente usaban una pequeña hoz llamada xyele. Esto, como todo en la agogé, estaba destinado a incentivar el ingenio y la capacidad de sufrimiento del personal, que de ese modo se acostumbraban a buscarse cualquier cosa que les sirviera de lecho y descansar aunque fuera sobre una cama de ortigas. En cuanto a su relación con el eiren que mandaba su "manada", además de sufrir sus castigos y su constante vigilancia debían actuar como servidores durante las comidas. Tras la cena, era habitual que el eiren ordenase a uno cantarle una canción o hacer preguntas que requerían una respuesta rápida y concisa para que aprendieran a ganar agilidad mental. Eso les educaba el entendimiento a la hora de aprender a juzgar a la gente y sus actos y, además, debían responder sin florituras verbales, sino de forma breve y concisa, pero clara. De ahí la fama que ganaron con lo que hoy conocemos como "hablar de forma lacónica", o sea, empleando el mínimo de palabras para expresarse con precisión.

La cosa intelectual no se dejaba de lado. De hecho,
los críos también recibían educación musical
Y por si todo esto fuera poco, los críos no solo debían soportar la tutela del paidonomos y el eiren a cargo de su grupo, sino de cualquier adulto. Según Jenofonte, “para que los niños nunca carecieran de un gobernante incluso cuando el paidonomos estaba ausente, [Licurgo] dio autoridad a cualquier ciudadano que pudiera estar presente para exigirles que hicieran cualquier cosa que él pensara bien y castigarlos por cualquier mala conducta. Esto tuvo el efecto de hacer que los niños fueran más respetuosos; de hecho, los niños y los hombres respetan a sus gobernantes por encima de todo (...). Por lo tanto, le dio a cada padre autoridad sobre los hijos de otros hombres, así como sobre los suyos. Cuando un hombre sabe que los padres tienen este poder, está obligado a gobernar a los niños sobre los que ejerce la autoridad, ya que desearía que los suyos fueran gobernados. Si un niño le dice a su propio padre que otro padre lo ha azotado, es una vergüenza si el padre no le da otra paliza a su hijo. Así que confían completamente el uno en el otro para no dar órdenes inapropiadas a los niños”. En resumen, te llovían las hostias a diestro y siniestro, y ninguno de ellos acabó neurótico ni con complejos raritos ni escuchando voces. Hoy día le das un guantazo al nene que se ha pasado tres pueblos y te meten un año de cárcel y varios meses de alejamiento, y encima el mamón del niño se ríe en tus narices. O TEMPORA, O MORES¡¡

El amante y el amado. ¿Simple homosexualidad o
una forma de establecer un profundo vínculo entre
discípulo y tutor? Quien sabe...
Cuando el paîs cumplía los 12 años se convertía en un paidiskos, estatus previo para convertirse en un eiren a los 20 años. A esa edad, el rapaz era tomado bajo la protección de un erastes (έραστής, amante) para convertirlo en su eromenos (έρώμενος, amado), lo que ha dado lugar al interminable debate sobre la pederastia y la homosexualidad en Esparta. La verdad, es un tema asaz complejo porque sus connotaciones son complicadas de asumir bajo nuestros valores morales ya que, de entrada, los griegos en general no concebían el concepto de homosexualidad y heterosexualidad como nosotros. De hecho, la pederastia estaba relacionada con lo masculino, la virilidad y la fuerza, por lo que formaba parte de la instrucción militar. En todo caso, ni siquiera los autores clásicos se ponen de acuerdo en este tema, y mientras unos afirman que la sodomía era contemplada como una especie de rito iniciático por el que el semen depositado en el recto del eromenos era una forma de recibir la fuerza del erastes, otros lo ven como una forma de establecer un fuerte vínculo espiritual, pero sin llegar al contacto carnal. Otras fuentes sugieren que la pederastia no se consumaba sin el beneplácito del adolescente, y que incluso el erastes podía ser castigado si obligaba a su amado a someterse sexualmente. Y otros opinan lo que creo es más lógico: la falta de contacto entre hombres y mujeres en una edad en que las hormonas andan un poco revueltas daba pie a este tipo de relación, y más si tenemos en cuenta que los espartanos no se casaban hasta alcanzar la edad adulta, o sea, los 30 años. 

Aunque si decoraban la vajilla con estas escenas es que
algo habría, supongo...
Jenofonte manifestaba al respecto que “las costumbres instituidas por Licurgo se oponían a todas estas. Si alguien, siendo él mismo un hombre honesto, admiraba el alma de un niño e intentaba hacer de él un amigo ideal sin reproches y asociarse con él, lo aprobaba y creía en la excelencia de este tipo de entrenamiento. Pero si estaba claro que la atracción radicaba en la belleza exterior del niño, prohibía la conexión como una abominación, y así hizo que los amantes se abstuvieran de los niños, al igual que los padres se abstuvieran de tener relaciones sexuales con sus hijos y hermanos y hermanas entre ellos”, por lo que queda claro que, al menos en los tiempos antiguos, la pederastia era considerada como un acto abominable. Claudio Aeliano se muestra aún más contundente al respecto cuando afirma que los lacedemonios guapos no son afeminados ni arrogantes hacia los amantes, ya que es posible aprender de ellos algo completamente diferente que entre otros adolescentes maduros. Para ellos necesitan amantes que los "inspiren": este es el término entre los lacedemonios, que significa amor", con lo que nos viene a querer decir que, como al menos yo he pensado más de una vez, el término amor tenía unas connotaciones que no se corresponden con las actuales, que tiene un significado más carnal que simplemente afectivo. Y a lo anterior añade que “… ya sea que un joven se atreva a sufrir un escándalo o un amante que se lo ofrezca, no sería beneficioso deshonrar a Esparta al hacerlo porque tendrían que abandonar su patria o mejor aún la vida misma (...) y si alguna pareja sucumbiera a la tentación y se entregara a relaciones carnales, tendrían que redimir la afrenta al honor de Esparta al exiliarse o quitarse la vida”. En fin, sobre este tema llevan debatiendo hace más de 20 siglos, así que no creo que merezca la pena redundar más en ello porque, ya fuese de forma institucionalizada o consentida, hay sobrados testimonios de que la homosexualidad existir, existía, y no solo entre hombres, sino también entre mujeres aunque en menor grado.

En fin, este agradable "campamento de vacaciones" duraba hasta que los jovenzuelos alcanzaban los 18 o 19 años de edad, cuando se convertían en melleirenes, o sea, casi jóvenes. En esta etapa se concluía la agogé propiamente dicha aunque los hebones, o sea, los jóvenes entre los 20 y los 29 años aún tenían que currárselo a base de bien hasta lograr alcanzar los 30 años y, con ello, la ciudadanía. Por cierto, los hijos de los monarcas estaban exentos de pasar por este duro proceso educativo porque, caso de no ser capaces de arrostrarlo de forma exitosa, moralmente lo tendrían bastante crudo a la hora de mandar hombres que sí  lo había pasado y se habían visto obligados a estar trece años de su vida pasándolas canutas.

Bueno, ya seguiremos, que por hoy ya vale.

Hale, he dicho


Paidós pertenecientes a una agelai. Durante su infancia y su adolescencia era obligado llevar el pelo muy corto. Solo cuando
se convertían en eirenes a los 20 años se les permitía dejarse crecer la melena, símbolo de madurez y virilidad

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