domingo, 11 de febrero de 2018

Curiosidades: ¿Cómo funciona un proyectil de bazooka



Al hilo de la entrada anterior, creo que esta quedaría incompleta si no se explicase como funciona el proyectil que disparan esos chismes porque, indudablemente, quedaríamos a la altura del betún si el cuñado al que acabamos de apabullar con nuestros conocimientos sobre los bazookas se revuelve y, a modo de dentellada postrera como si se tratase de una bestia herida de muerte, nos pregunta acerca de los entresijos de los cohetes anticarro. Así pues, con lo que viene a continuación podremos asestarle el golpe de gracia definitivo, se dará de baja en la tele por cable y, con un poco de suerte, hasta es posible que decida que su existencia no tiene sentido tras visionar más de 13.200 documentales inútiles y se meta en la bañera con agua calentita para, finalmente, dejar caer dentro el secador. El secador enchufado, naturalmente. Si no lo está lo más que puede pasar es que se estropee el motor con el chapuzón y tenga que comprarse otro. Bueno, vamos al grano, pero antes de nada un poco de historia para ponernos en antecedentes...

Coronel Leslie Skinner (1900-1978)
El padre de la criatura fue el entonces capitán Leslie Alfred Skinner, un inquieto e ingenioso ciudadano que sentía pasión por los cohetes desde su más tierna infancia. Llegaba a tanto su afición por esos chismes que ya de adolescente empezó a realizar sus propios diseños y a construir cohetes si bien, como podemos imaginar, con unos resultados un tanto mediocres, cuando no francamente desastrosos. Uno de ellos acabó prendiendo fuego a la techumbre del hospital donde su venerable progenitor, a la sazón médico cirujano militar, recomponía las maltrechas vísceras del personal o extirpaba sus malvados apéndices antes de que degenerasen en un fatídico cólico miserere. Tras graduarse en West Point prosiguió motu proprio con sus investigaciones sobre los dichosos cohetes, llegando incluso a desarrollar algunos diseños para usarlos como propulsores de aviones. En fin, que este probo cohetero había nacido para ser el creador del arma anticarro por antonomasia.

Cañón anticarro M3 de 37 mm. Con un peso de casi media tonelada y entre
4 y 6 servidores más un vehículo de tracción, sus prestaciones eran inferiores
a las de un simple bazooka manejado por un solo hombre
En 1933, el ejército empezó a mostrar cierto interés por el uso bélico de los cohetes pero sin tener aún claros los conceptos tácticos bajo los que habría que desplegarlos en un hipotético campo de batalla futuro. Con todo, se creó un departamento dedicado a su estudio dependiente del arma de artillería del que, como no podía ser menos, formaba parte el entonces teniente Skinner, que tuvo que esperar a 1939 para que, con el comienzo de la guerra, los mandamases empezaran a plantearse seriamente como destruir los poderosos vehículos acorazados tedescos. Tras la lección aprendida en el conflicto anterior, los alemanes pusieron en liza carros de combate muy distintos al A7V y, sobre todo, les dieron un uso táctico totalmente revolucionario, la Blitzkrieg, que obligaría a todos los ejércitos a aumentar de forma ostensible el número de piezas anticarro en los campos de batalla. La rapidez con que se movían hacía que los cañones convencionales no pudieran estar donde eran necesarios en cada momento, y su escasa potencia complicaba aún más las cosas a la hora de hacer frente a las unidades acorazadas tedescas, que eran capaces de penetrar en las líneas enemigas como un cuchillo al rojo en el hígado de un cuñado.

Lanzagranadas británico PIAT. Esta fue la solución planteada por los
british que, contrariamente al bazooka, conservaba el concepto ya obsoleto
de granada de espiga. Además de ser mucho más pesado y tener menos
alcance que el bazooka, su retroceso era brutal
Inicialmente, y como ya anticipamos en la entrada anterior, la idea fue diseñar una granada de fusil con capacidad para destruir un carro de combate. De ese modo, las unidades de infantería no tendrían que depender de la llegada de los cañones anticarro para hacer frente a las oleadas de blindados, y de la misma forma que durante la Gran Guerra un simple soldado se convertía en un mortero de trinchera con su fusil y una caja de granadas, con este nuevo concepto se podría metamorfosear igualmente en un cañón anticarro. Así pues, en 1940 el ejército hizo un requerimiento para la creación y desarrollo de un arma de este tipo. Sin embargo, los fusiles normales no eran un soporte adecuado para una granada semejante. El retroceso era brutal, y si se apoyaba el arma contra el suelo como era preceptivo en un lanzamiento de granadas de fusil, simplemente se rompían. Probaron con armas más pesadas, pero el resultado seguía siendo una birria, así que replanteó el tipo de proyectil y el lanzador para el mismo, que llegaron a la conclusión debía ser sin retroceso. Para cumplir ese requerimiento solo había una opción: los cohetes, y aquí vuelve a entrar en escena nuestro hombre.

Pillar box instalado en un buque de la armada. En este caso, los cohetes eran
de 3 pulgadas de calibre. Posteriormente se usaron con bastante profusión
para abatir las V-1 que cruzaban el Canal camino de Londres
Para no dilatar el tiempo de estudio y diseño de una nueva arma, en septiembre de 1940 optaron por comprar a los british (Dios maldiga a Nelson) una serie de unidades de cohetes de 2 pulgadas que usaban desde tiempo atrás para armar barcos mercantes y proveerlos así de un arma antiaérea eficaz y que no requería de personal muy cualificado para su manejo, ya que se disparaban en lanzadores de 20 cohetes denominados pillar box. Sin embargo, estos proyectiles estaban concebidos para alcanzar distancias muy superiores a las habituales en un combate terrestre. De hecho, estaban provistos de una espoleta que los hacía detonar a los 4.500 pies (1.371 metros) de altura, por lo que su propelente se quemaba a una velocidad excesivamente lenta para un arma destinada a viajar unos cientos de metros a lo sumo antes de alcanzar el blanco. Por otro lado, se pudo comprobar que para lograr una precisión adecuada para su uso como arma anticarro el propelente debía arder por completo cuando aún estaba dentro del tubo, lo que evitaría posibles desvíos en la trayectoria a causa del viento, defectos en la combustión o cualquier otro factor externo. Además, si una vez fuera del tubo el propelente seguía ardiendo podía dejar al dueño del tubo convertido en un chicharrón como es lógico. Así pues, la pauta en lo tocante al "motor" del cohete quedó clara: debía contener un propelente capaz de arder de forma casi instantánea, como si fuera la pólvora de un proyectil convencional.

Charles E. Munroe (1849-1938)
Con todo, el concepto de arma usado por los british era bastante aproximado a lo que buscaba Skinner, así que llevó a cabo un diseño basado en un cohete de encendido eléctrico que pudo presentar en diciembre de aquel mismo año a Gregory Kessenich, jefe de la Sección de Patentes del Departamento de Artillería. Ya tenían el propulsor, así que solo quedaba acoplarle la cabeza de guerra adecuada. En abril de 1941, Kessenich hizo llegar a Skinner lo que sería la solución al problema, la granada de alto explosivo M-10, un chisme que se estaba probando también como granada de fusil pero que, finalmente y como hemos comentado antes, fracasó por completo. La M-10 estaba basada en el invento de un ingeniero de origen suizo llamado Wolfdieter Hans-Jochen Mohaupt, que cuando se nacionalizó yankee se cambió el nombre por Henry a secas. Este ingeniero tan ingenioso fue, según algunos autores, el primero en desarrollar el uso bélico de las cargas huecas inventadas en 1888 por el químico yankee Charles Edward Munroe. De hecho, el diseño de Mohaupt lograba aumentar en 40 veces la potencia de una explosión a igualdad de carga explosiva. No obstante, conviene aclarar que la primicia del descubrimiento está compartida con el doctor Franz Thomanek, del Instituto de Investigación Aeronáutica de Braunschweig que, al decir de otros, fue el primero en diseñar una carga hueca tal como la conocemos. Sea como fuere, en las paternidades tanto de la granada como del invento hay bastantes divergencias, debido sobre todo a cuestiones derivadas de la reserva mantenida durante años a causa del secreto militar, así que tampoco vamos a entrar en muchas profundidades a este respecto porque habría material para cienes y cienes de entradas sobre este asunto. Bástenos saber que el mentado Mohaupt fue el que dio pie a la granada M-10 y que Munroe fue el creador del principio conocido como "efecto Munroe" mediante el cual se podía concentrar toda la energía de una explosión en un solo punto.

Tal que así era la carga explosiva ideada
por Munroe
Este sujeto trabajaba como profesor de química en el Colegio de Guerra y en la Estación de Torpedos Navales ubicados en Rhode Island desde 1886 cuando, en uno de sus experimentos, tuvo la ocurrencia de unir varios cartuchos de dinamita alrededor de un tubo de hojalata. El resultado fue que la energía producida por la explosión se acentuaba de forma notable en dirección hacia el tubo en vez de expandirse, lo que lograba obviamente aumentar los efectos de la misma. Pero al probo químico no se le ocurrió la vertiente bélica del descubrimiento, y lo dejó pasar como una mera curiosidad científica. Años más tarde, en 1910, otro químico, esta vez alemán y de nombre Egon Neumann, retomó las experiencias de Munroe para perfeccionarlas y mejorar substancialmente el hallazgo. Sus estudios demostraron que si la carga detonante estaba situada a una determinada distancia del objeto, concretamente entre dos y tres veces el diámetro del tubo, los efectos eran aún más potentes. Además, dicho tubo formaba un cono metálico dentro de la cabeza explosiva, lo que daba lugar a la carga hueca que todos conocemos y que hizo que muchos denominasen el principio como "efecto Neumann" en vez de Munroe. En todo caso, el segundo puso las bases y el primero las perfeccionó y, también en esta ocasión, el descubridor no se preocupó en ver el uso militar de sus investigaciones. Los primeros en darse cuenta de las posibilidades bélicas de la carga hueca fueron, como no, los tedescos, pero no para perforar corazas, sino como arma de demolición para vulnerar las casamatas y fortificaciones fronterizas con Bélgica y Francia. De hecho, las cúpulas del fuerte Eben Emael, tomado por los paracaidistas alemanes en mayo de 1940, fueron destruidas con este tipo de cargas explosivas.

Bueno, esta es grosso modo la historia de como se gestó y desarrolló el primer proyectil de carga hueca destinado a freír bonitamente los carros de combate tedescos que, a medida que avanzaba la guerra, eran cada vez más potentes y disponían de mayor blindaje. Dicho esto, para explicar como funcionaban estos cohetes pondremos como ejemplo el M6A1 que, según se explicó en la entrada anterior, entró en servicio junto al lanzagranadas M1A1. Según se comentó en dicha entrada, este chisme estaba destinado a sustituir el primero de la serie, el M1, y al que se eliminó la caja de contacto por unos muelles donde se envolvía directamente el cable que salía del cohete.




Para impedir que las partículas producidas por el rebufo del propelente
causasen daños al tirador, al M1A1 se le instaló un deflector de fina malla
de alambre que atrapaba dichas partículas sin impedir la visibilidad
Bien, en la ilustración superior tenemos el proyectil en cuestión, un trasto de 55 cm. de largo, 60 mm. de calibre y un peso de 1.587 gramos. Aunque su alance máximo estaba calculado en unas 700 yardas (640 metros), su precisión real no iba más allá de las 300 (275 metros). Una vez completado el proceso de carga que se detalló en la entrada anterior en el que, además, se removía el pasador de seguridad que bloqueaba el percutor, el tirador solo tenía que apretar el gatillo para cerrar el circuito eléctrico que hacía saltar la chispa que inflamaba el iniciador del propelente. Según vemos en la ilustración, del iniciador salen dos cables: uno de masa unido a un estabilizador que hacía contacto con la pinza de bloqueo del lanzagranadas, y el de contacto propiamente dicho que iba a uno de los muelles situados a ambos lados del tubo. El iniciador inflamaba a su vez el propelente, compuesto por cinco barras de balistita de 9,1 mm. de diámetro y 105 mm. de largo, con un peso total de 61,5 gramos. Como vemos en el gráfico, el propelente estaba precedido por un tubo separador de cartón de 2 cm. de largo que mantenía la carga separada del bloque del percutor. Para cerrar el tubo del cuerpo del cohete se colocaba una anilla perforada por donde saldrían los gases producidos por la combustión de la balistita que, en condiciones normales, debía producirse íntegramente en el interior del lanzador ya que, en caso contrario, podría causar quemaduras en la cara y las manos del tirador. En teoría, el tiempo de combustión era de entre 0,02 y 0,03 segundos.


Secuencia de disparo en la que vemos desde la ignición del propelente hasta que el cohete impacta en el objetivo.
Como se puede apreciar, el retroceso del arma es prácticamente inexistente

Secuencia del impacto de un cohete M6A1 que recoge el momento en que
el chorro de plasma entra dentro del vehículo blindado
Cuando el cohete salía del lanzagranadas estaba armado ya que al remover el pasador de seguridad el percutor quedaba liberado para detonar el proyectil. De hecho, bastaba dejarlo caer desde apenas una altura de 1,2o metros contra el suelo para que la inercia venciera la resistencia del muelle que lo mantenía separado del detonador y explotase. Cuando el cohete impactaba contra el objetivo el percutor golpeaba la cápsula fulminante del detonador, el cual se componía de tres capas de diferentes substancias destinadas a iniciarse progresivamente de menos a más potente. En este caso la cápsula fulminante detonaba una carga de 0,06 gramos de azida de plomo, un compuesto empleado como iniciador de explosivos, que a su vez hacía lo propio con una carga de 0,08 gramos de nitramina y que, finalmente, detonaba la tercera carga compuesta por 0,12 gramos también de nitramina. Esta actuaba sobre la carga explosiva de 220 gramos de pentolita 50/50, es decir, formada por un 50% de pentrita y un 50% de trinitrotolueno. La pentrita es uno de los explosivos más potentes que existen, con un factor de efectividad relativa de 1,66 (recordemos que el baremo que se toma como unidad es el trinitrotolueno, que tiene factor 1).


PzKpfw. IV Ausf. H alcanzado por tres proyectiles de bazooka cuyo rastro,
como se puede ver, es mínimo. Era habitual que los carros alcanzados por
estos chismes apenas mostrasen daños externos, mientras que el interior
estaba totalmente calcinado incluyendo a sus tripulantes
Cuando se produce finalmente la explosión, la ojiva hace que la energía de la misma se concentre en un mínimo punto, licuando la envuelta metálica y formando un chorro de plasma con una temperatura de "solo" 20.000º que sale a una velocidad de "apenas" 32.500 km/h. O sea, que lo que hace una carga hueca es fundir en una fracción de segundo la coraza de un vehículo blindado y permitiendo que entre en su interior ese chorro "cálido" mezclado con partículas metálicas incandescentes que achicharrará por completo a la tripulación y, caso de que los armarios de munición no estén debidamente protegidos, hará que esta explote. Esas imágenes que se conservan de carros de combate en los que la torreta, que pesa varias toneladas, ha salido disparada y la vemos volcada cerca del carro son precisamente consecuencia de la deflagración de los proyectiles que almacenaba en su interior. 


La capacidad perforante de esta granada era de 76 mm. en un blindaje de acero en ángulos de hasta 30º y, naturalmente, era aún más efectiva contra objetivos como fortificaciones de fábrica o madera, material este que podía penetrar hasta 23 cm. Por otro lado, el alcance del chorro de plasma era de unos 25 metros, si bien al impactar contra el suelo, y más si era con un ángulo acusado, sus efectos se veían minimizados, siendo comparables a los de una granada convencional de artillería de 75 mm. Precisamente para aminorar los devastadores efectos de las cargas huecas los tedescos, siempre tan creativos, idearon una solución de circunstancias que se mostró bastante eficaz, los Schürzen, que no eran más que unos faldones formados por chapas o mallas metálicas sustentadas mediante unos soportes y colocadas a una determinada distancia del vehículo para que, al impactar la carga hueca contra ellas, el chorro de plasma no afectara al mismo. Lógicamente, esto no era la panacea, pero al menos evitó la destrucción de muchos vehículos ya que los Schürzen protegían los laterales que, obviamente, eran el lugar preferido para hacer blanco.

Bueno, con esto terminamos. En otra entrada hablaremos de los distintos modelos de bazookas que estuvieron operativos por si algún cuñado especialmente correoso resiste estoicamente todo lo detallado en esta ocasión. Y como va siendo hora del yantar, pues me piro a llenar el buche porque, como siempre afirmo, SPIRITV SINE CORPORE FORTIS NIHIL ESSE, amén y tal.

Hale, he dicho 

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