martes, 20 de febrero de 2018

Las damas del nazismo 2




Hace cuatro años- sí, cuatro, y no dejo de acojonarme cada vez que tengo ocasión de corroborar que el tiempo, más que volar, viaja a la velocidad de la puñetera luz- se publicó una entrada acerca de las cónyuges de los principales jerarcas nazis. Al cabo, hasta los corazones pétreos necesitan que de vez en cuando les hagan carantoñas, les den mimitos e incluso les rasquen suavemente el cogote y les susurren chorradas al oído mientras ronronean como gatos satisfechos ahítos de ratones con sobrepeso. De hecho, cuando vemos las fotos de familia de estos personajes no dejamos de sentir cierta extrañeza porque no nos cuadra que unos hombres despiadados capaces de ordenar masacres nunca vistas aparezcan muy sonrientes con sus nenes y sus parientas, en plan PATER FAMILIAS amantísimos que se limitan a currar sus ocho horas diarias para arrimar los garbanzos y algún que otro caprichito al clan. ¿Quién diría, viendo la foto superior, que el tío Adolf que aparece rodeado de nenes con pedigrí ario pasaría a la historia como la encarnación del Mal? En fin, el ser humano es más contradictorio que el alacrán que picó a la rana que lo ayudaba a cruzar el río y, lo que es peor, lo sabemos y no hacemos nada por evitarlo.

Bueno, pues aprovechando que hace unos días se celebraba esa chorrada mercantilista de Valentín, tal como ya hicimos hace casi un lustro aprovechando la misma efemérides daremos cuenta de otro lote de parientas de los mandamases nazis que, al cabo, siguen siendo las grandes desconocidas, siempre a la sombra de sus poderosos maromos. Además, como veremos, incluso ejercieron en algunos casos mucha más influencia de lo que la gente imagina, pudiéndose decir hasta que iniciaron su carrera política para satisfacer a sus parientas ávidas de darse pisto. Veamos pues...

Frau von Schirach


Henriette Hoffmann (1913-1992)
Comencemos con Henriette Hoffmann, Henny para los parientes, amigos y demás afectos incluyendo al ciudadano Adolf, que la conocía desde que apenas tenía 9 añitos porque su progenitor, Heinrich Hoffmann, era el fotógrafo personal del Führer. Sí, ya saben, el que sale junto a él y Albert Speer en la famosa foto ante la Torre Eiffel cargado con su equipo de filmación. Esta chica tan mona con aspecto de maestra de párvulos bondadosa, a la que el ciudadano Adolf llamaba Sonnenlicht (Luz de sol) y que hasta la apadrinó en su bodorrio, contrajo nupcias en marzo de 1932 con el aristocrático y cosmopolita Baldur von Schirach, en aquel momento Reichsjugendführer de las Juventudes Hitlerianas, organización de la que había tomado el control absoluto al año anterior con el rango de SA-Gruppenführer. Curiosamente, la madre de Von Schirach era yankee, así como su abuela paterna, de modo que solo tenía un tercio de sangre tedesca. Por todo ello, no sé de dónde sacó el pedigrí ario a partir de 1750 obligatorio para estos encumbrados picatostes nazis. Dio cuatro nenes a su marido el cual se había alistado en el ejército, donde sirvió un breve espacio de tiempo al estallar la guerra para, en 1940, ser nombrado Gauleiter de Viena. Así pues, las perspectivas de la joven pareja eran de lo más prometedoras ya que estaban incluidos en el círculo íntimo del ciudadano Adolf, pasando sus días de asueto en el Berghof junto a los demás gerifaltes del partido y dando por sentado que lo del Reich de los mil años era totalmente cierto.

Sin embargo, Henny tuvo un encontronazo con su padrino de boda cuando un día tuvo la osadía de preguntarle qué leches estaba pasando en Holanda, donde presenció como eran deportados cientos de judíos durante una breve estancia en Amsterdam. Le echó ovarios, las cosas como son, y si no acabó en el trullo fue por la amistad que tenía con su padre. Sin embargo, la pareja fue desterrada para siempre jamás de la corte del Führer, lo que imagino le sentaría a su marido como una coz en el páncreas. Al acabar la guerra Von Schirach y familia se entregaron a los yankees. A él no dudaron en incluirlo en la primera hornada de juicios de Nuremberg, donde le cayeron 20 años por deportar más de 65.000 judíos austriacos y que cumplió hasta el último minuto porque los rusos no accedieron a liberarlo pasados unos años. Y a Henny la mandaron junto a sus nenes al campo de Göggigen para dirimir sus posibles responsabilidades, pero la soltaron al poco tiempo ya que no estaba involucrada en nada rarito. No obstante, Henny no estaba por la labor de esperar tanto tiempo con la piltra vacía, así que se lió con un ex-teniente coronel de cazadores de montaña llamado Alfred Jacob y pidió el divorcio en 1949, obteniéndolo un año más tarde. Por cierto que, a pesar de su enfado por las deportaciones de judíos, en mayo de 1960 no tuvo reparos en reclamar al gobierno bávaro 278 obras de arte confiscadas tras la guerra y que procedían de los expolios a ciudadanos judíos, incluyendo un cuadro de Jan van der Heyden que había pertenecido a los Kraus, una familia judía de Viena que habían podido largarse a tiempo de la quema. La puñetera Henny logró que se lo devolvieran por 300 marcos, olvidando al parecer su enfado con el ciudadano Adolf por las deportaciones de malvados hebreos. Está visto que cuando hay pasta gansa de por medio los elevados principios éticos y morales se van al carajo ipso-facto. Por último, comentar que hasta tenía su vena literaria ya que en 1982 publicó un libro de anécdotas sobre el ciudadano Adolf.

Frau Speer

Margret Weber (1905-1987)
Margarete Weber, Margret para su arquitectónico maromo y familia. Esta señora con aspecto de secretaria eficiente era la cónyuge de Albert Speer, uno de los personajes más cercanos al ciudadano Aldolf, que babeaba literalmente ante las maquetas y proyectos faraónicos que, tras la guerra y la segura victoria del Reich, convertirían Berlín en la capital mundial de la cultura. Por desgracia para ellos, Berlín quedó convertido en un solar, pero es lo que tienen los bombardeos de alfombra, que no respetan nada. Al contrario que frau von Schirach, frau Speer era una mujer hogareña y poco inclinada a la vida tumultuosa de fastos y protocolos que tanto agradaban a otras señoras de la jerarquía nazi. Y mientras su amado esposo se dedicaba a planificar los más fastuosos edificios, ella pasaba temporadas en el Berghof en compañía de Eva Braun, con la que tenía una muy buena amistad, cuidando de la abundosa prole de seis retoños que dio al arquitecto entre cúpula majestuosa y estadio magnificente, si bien muchas veces se veía obligada a compartir con su marido las obligaciones inherentes a todos los miembros de la corte del ciudadano Adolf, o sea, a tomar parte en los almuerzos, cenas, charlas y saraos en los que todos se congregaban alrededor del macho alfa para hacerle la pelota y seguir medrando, como no podía ser menos. En todo caso, lo cierto es que Speer estaba muy enamorado de la apacible Margret ya que, a pesar de la negativa paterna a aceptarla como cónyuge de su querido Albert, este no había transigido y se matrimonió con ella en agosto de 1928. Los motivos de la negativa eran simplemente por cuestiones del maldito clasismo: los Speer eran una familia de postín, mientras que la de Margret pertenecían a la clase media que, aunque con una economía más que solvente, no tenían el mismo estatus social.

Pero el amor todo lo puede y tal, así que fueron felices y comieron perdices hasta que empezó la guerra y Speer aceptó en mala hora el cargo de ministro de Trabajo en 1942. Es más que probable que si se hubiese limitado a seguir haciendo planos y maquetas, al final de la guerra los aliados se habrían conformado con darle dos collejas y santas pascuas, pero ser un ministro del ciudadano Adolf estaba muy mal visto en aquel momento, así que le cayeron 20 años en el juicio Nuremberg por usar mano de obra esclava y varios delitos más. Y tal como ocurrió con Von Schirach, tuvo que cumplir la condena hasta el último día porque los hijos del padrecito Iósif no estaban por la labor de ser misericordiosos con los tedescos que tanto los habían puteado. Pero, afortunadamente para él, su amada Margret no hizo como la puñetera Henny y esperó a que su marido terminara su período carcelario en Spandau, como debe ser. Mientras Speer purgaba su condena, Margret y su prole se largaron a Heidelberg, de donde ella era natural, a esperar a que soltaran a su marido, que gracias a su buen comportamiento y ser un buen chico- para matar el aburrimiento llegó a pintar enterita toda la cárcel de Spandau- le dejaron escribir sus memorias y esas cosas. Una vez en la calle, ambos retomaron su vida matrimonial hasta el fallecimiento de Speer en 1981. Ella lo siguió apenas seis años más tarde, y desde entonces ambos reposan en la tumba familiar del Bergfriedhof de Heidelberg. 

Frau Frank

María Brigitte Herbs (1895-1959)
Si frau von Schirach tenía aspecto de maestra bondadosa y frau Speer de secretaria eficiente, frau Frank lo tenía de lo que era, una gorgona con muy mala leche y mandona como ella sola. Además, reñía a su marido, el temible Hans Frank que, en realidad y a pesar de que lo apodaron como "el Carnicero de Polonia" a raíz de su desempeño como gobernador general de dicho país, era fácilmente acoquinado por esta gárgola cinco años mayor que él y que tenía más peligro que un virus del ébola paseando por el café con leche matutino. Y si al maromo lo apodaron "el Carnicero", con ella hicieron lo propio motejándola como "la Reina de Polonia" por su afición al lujo, los cochazos, las pieles y las joyas. Estas últimas las conseguía prometiendo salvoconductos a familias adineradas de judíos que, con tal de escapar de la quema, le entregaban sus más valiosas posesiones a la cicatera arpía. De hecho, su nefasta influencia sobre su timorato marido, que sería muy malvado con los judíos polacos pero se acojonaba con esta sota, llegó al extremo de ser acusada de promover la corrupción y determinados tratos de favor hacia los de su cuerda, empezando por su propia familia. Como suele pasar con este tipo de personas, ese afán por el lujo y el dispendio provenía de una infancia un poco asquerosilla. Su padre, un molinero de Eitorf, en Renania, se auto-asesinó en 1908 devorado por las deudas. No pudo digerir bien la penuria familiar, así que decidió aprender taquigrafía y largarse a Berlín a la espera de poder medrar ya que, hasta el comienzo de la Gran Guerra, había tenido que estar currando en la fábrica de salchichas de la familia materna para salir adelante. 

En la capital del Reich se colocó de chupatintas en el bufete de un abogado, dedicando su tiempo libre a traficar con pieles durante la guerra. Cuando el abogado se dio cuenta de que usaba su despacho para sus trapicheos la mandó a hacer puñetas, por lo que tuvo que buscarse la vida como canguro de un teniente viudo que la nombró su amante oficial porque el pobre se sentía solo. Tras la guerra fue destinado a Múnich, donde se estableció con su querida-canguro. Allí conoció a un joven abogado con un prometedor futuro que le pareció más interesante que el viudo, así que mandó a este a paseo y sedujo al abogado, o sea, a Hans Frank, con quien se casó en abril de 1925. Entre 1927 y 1939 dio cinco nenes al futuro gobernador de Polonia, si bien parece ser que no por instinto maternal, sino para someter aún más a su marido, que no tardó mucho en darse cuenta de que Brigitte no era más que una trepa ávida de lujos y de coleccionar amantes, poniendo a su maromo unos cuernos que no le dejarían entrar ni por la puerta de una iglesia neo-gótica. De hecho, en el mismo viaje de novios ya se lió con el hijo de un armador de Hamburgo. Para rematar la cosa, Frank se reencontró con una antigua novieta de su adolescencia, Lilly Groh, así que pidió permiso al ciudadano Adolf para divorciarse. Está de más decir que la sota se puso como una fiera en cuanto se enteró, y hasta se presentó ante el Führer para pedirle que no lo permitiera. "Prefiero ser la viuda de un ministro del Reich antes que una divorciada", dijo al perplejo Adolf, al que los líos maritales de sus principales colaboradores lo ponían muy nervioso. Frank alegó que ella también tenía un amante, un tal Karl Lasch, el gobernador de Radom, pero fue para nada. Total, la mala pécora de Brigitte se salió con la suya, y Adolf negó a Frank el permiso para mandarla al carajo. Y la malvada, para vengarse, hasta mandó una carta a Himmler en la que aseguraba que la amante de su maridito era judía. Eso fue la gota que colmó el vaso, porque le sentó a Frank como una patada en el cielo de la boca, como es lógico. El matrimonio estaba roto pero, en todo caso, no se pudo divorciar. 

En mayo de 1947 fue detenida y fue enviada, como otras damas del nazismo, al campo de Göggigen para su desnazificación si bien gracias a que nunca estuvo afiliada al NSDAP no tuvo que dar muchas explicaciones. La soltaron en el mes de septiembre siguiente, un año después de que su marido acabase colgado como un salchichón en el patíbulo del gimnasio de Spandau. Se trasladó a Múnich donde publicó en 1953 las memorias que su extinto marido dejó escritas antes de ser ejecutado, lo que le reportó la nada despreciable cifra de 200.000 marcos, un pastizal en aquella época. Sin embargo, apenas cinco años más tarde se veía ofreciendo en alquiler una habitación de su apartamento a los viajeros que llegaban a la estación de ferrocarril. Palmó en 1959 más pobretona que el sastre de Tarzán. Como colofón, comentar que su hijo menor, Niklas, publicó varios libros hablando de sus padres o, mejor dicho, poniéndolos a caldo. En ellos aseguraba que su padre era en realidad un homosexual reprimido con menos empuje que un ratón con artritis y su madre un mal bicho que gritaba e insultaba a su padre sin que este tuviera valor para mandarla a hacer puñetas. Por cierto que el tal Niklas debía odiarlos a ambos de forma infinita porque siempre llevaba encima la famosa foto en la que se ve a su padre tras ser ejecutado, tumbado sobre el burdo ataúd negro y con la soga aún rodeándole el pescuezo. Decía que "le satisfacía el aspecto que tenía en la foto". Manda cojones, ¿qué no? En fin, el mundo no se perdió nada con la extinción de Brigitte Herbs.

Frau von Ribbentrop


Anna Elisabeth Henkell (1896-1973)
Anna Elisabeth Henkell, Annelise en su círculo más íntimo, fue la designada por el destino para emparentar con Joachim Von Ribbentrop, que ni era un auténtico nazi y le daba una higa la política hasta que su querida cónyuge le dijo que le convenía para medrar. Esta mujer era nada menos que hija de Otto Henkell, propietario de la afamada firma vinatera Henkell & Co. dedicada a la elaboración de espumosos, así como la distribución de vinos y licores. Actualmente siguen manteniéndose como una de las empresas más relevantes del sector, siendo por ejemplo los distribuidores para Alemania y Austria de la bodega jerezana Sánchez Romate, que elaboran entre otras virguerías alcohólicas el celebrado brandy "Cardenal Mendoza" (una botella puede costar más de 500 del ala). Comento esto como prueba de que Annelise, que era más bien feilla y padeció durante toda su vida de ataques de sinusitis y terribles jaquecas, además de ser extremadamente dominante, no se casó con el futuro ministro por interés, sino más bien al contrario. De hecho, era novia de un tal Hermann Hommel hasta que, en 1919, conoció al apuesto teniente Von Ribbentrop, que además de pertenecer a una familia de origen aristocrático- si bien venidos a menos- era un verdadero dandy, hablaba inglés que daba gloria escucharlo y se movía como pez en el agua en los ambientes distinguidos que tanto gustaban a la joven Annelise. Aunque papá Otto no estaba por la labor de ver a su nena casada con un hombre con un estatus social y económico inferior, Annelise era terca como una mula y, lo que era peor, se había encoñado de forma inmisericorde del guaperas de Ribbentrop, así que se salió con la suya y se casaron en julio de 1920. 

Como mandaban los cánones de la época, le dio una prole numerosa: cinco retoños entre 1921 y 1940. El mayor, Rudolf, ingresó en las SS en la siguiente matanza mundial, siendo herido cinco veces y recibiendo mogollón de condecoraciones incluyendo la Cruz de Caballero. Vamos, que no se las dieron por ser hijo de quien era, que se lo curró el hombre. Al parecer, Von Ribbentrop no estaba ni mucho menos enamorado de Annelise, pero ante un braguetazo antológico ¿quién se resistía? Por otro lado, fue su mujer la que lo introdujo en ambientes más politizados, instigándolo a que se afiliase al partido nazi y permitiendo que se celebrasen en su domicilio particular reuniones entre el ciudadano Adolf, que en aquellos tiempos aún era el militante nº 555 del NSDAP, con hombres importantes de la política y la economía tedesca. De hecho, Annelise sí era una nazi convencida- también se apuntó al partido en 1932-, mientras que su manso maromo se metió en política por ella, cosa de la que hasta el mismo Adolf se dio cuenta y que, como se pudo ver años más tarde, acabaría costándole la vida.

Tras la guerra y con su querido esposo convertido en pavesas tras ser ejecutado, Annelise fue detenida y enviada a Dachau para su desnazificación. Una vez liberada se dedicó a recuperar los bienes que los aliados le habían confiscado, lo que pudo llevar a cabo porque para eso tenía el patrimonio familiar apoyándola. A partir de ahí se limitó a llevar una existencia apacible y discreta hasta su fallecimiento en mayo de 1973 en Wuppertal. Fue sepultada en la tumba de la familia Henkell de Weisbaden, y en su lápida se incluye el nombre de su amado esposo aunque, lógicamente, no está allí porque las cenizas de todos los ejecutados en Spandau fueron a parar al río Isar a su paso por Múnich.

Frau Ley


Inga Ursula Spilker (1916-1942)
Este caso es justo al revés. O sea, que el que perdió los papeles fue él, no ella. Y no es para menos, porque Inga Spilker era lo que se dice una auténtica y verdadera real hembra, de esas por la que cualquiera aceptaría tener cinco cuñados por lo menos. Bella como una diosa pagana, alta- le sacaba un palmo a su marido- esbelta, elegante, glamurosa... en fin, que estaba como un queso. Proveniente de una familia dedicada al bel canto, esta hermosa criatura tenía la vida encaminada a la escena ya que su padre, Max Spilker, fue director artístico de varias óperas estatales y, además, tenía una espléndida voz de mezzo-soprano. En 1935 conoció al que sería su marido, Robert Ley, durante una actuación en el Friedrichstadtpalast de Berlín y, como podemos imaginar, debió quedarse embelesado ante semejante monumento. Ley, que estaba casado con una tal Elisabeth Schmidt, la cual le había dado una hija, tardó 0,2 segundos en pedir el divorcio para, tres años más tarde, contraer nupcias con la hermosa Inga, que le dio tres retoños entre 1938 y 1941 (el primero ya venía encargado desde unos meses antes del bodorrio). Cabe suponer que esta mujer debió pensar ante todo en los beneficios de emparentar con un nazi de primera generación que, en aquella época, estaba al frente del Deutsche Arbeitsfront y hasta habían botado un crucero chulísimo de la muerte que fue bautizado con su nombre. Pero, aparte de ser un hombre nada apuesto y tener 26 años más que ella, Ley, que había combatido como piloto durante la Gran Guerra, había sido derribado y herido en la cabeza, lo que le hizo arrastrar el resto de su vida bastantes problemas incluyendo tartamudez y, lo que era peor, un creciente alcoholismo. 

Sin embargo, tras la fastuosa fachada que ofrecía Inga también se ocultaban problemas de salud que la obligaban a consumir morfina para apaciguar los dolores que padecía. Para que pudiera descansar cuando padecía alguna de sus crisis su marido le regaló una finca en Waldbröl, en Renania del Norte, donde se retiraba de vez en cuando con una amiga a pasar temporadas y dedicándose a escribir e ilustrar cuentos para críos bajo el seudónimo de Inga Hansen. Sin embargo, donde se encontraba verdaderamente a gusto era en los ambientes artísticos berlineses, donde podía alternar con cantantes, escritores, actores y demás personal del mundo de la cultura. 

En marzo de 1941, estando embarazada de ocho meses su tercera hija, sufrió un percance que pudo costarle la vida. Dando un garbeo por los alrededores de la finca en un coche de caballos se quedó atascada cruzando una vía ferroviaria. No logró que los pencos sacaran el coche, por lo que tuvo que saltar antes de que un tren la arrollara. El incidente le produjo un parto prematuro que, afortunadamente, no tuvo mayores consecuencias salvo depender más de la morfina, teniendo que ser enviada al año siguiente a un centro de desintoxicación en Berlín. Al parecer, la vida campestre en soledad se le hizo también muy cuesta arriba ya que su marido la obligó a permanecer en la finca para tenerla a ella y a los nenes lejos de las bombas que caían sobre la capital. Total, que la cosa fue empeorando hasta el extremo de que el 29 de diciembre de 1942 se le acabaron de cruzar los cables. Inga se había hecho con una pistola de los guardias que protegían la propiedad, lo que no despertó sospechas ya que en la misma trabajaban prisioneros de guerra rusos. Estando a la espera de que el coche oficial recogiera a su marido para llevarlo a Berlín, abrumada por la perspectiva de verse de nuevo sola subió a su dormitorio, se encerró y se voló la tapa de los sesos. Robert Ley y su secretario subieron echando leches, pero cuando pudieron entrar solo fue para encontrarse la hermosa cabeza de Inga perforada y una carta de despedida en la que decía que la perdonase y tal, de lo que se pudo colegir que hacía tiempo que ya le rondaba por la cabeza darse matarile a sí misma porque no le habría dado materialmente tiempo de escribirla desde que subió al aposento hasta que se mató. Las malas lenguas dijeron que el suicidio se debió en realidad a que estaba enamorada platónicamente del ciudadano Adolf, y que al parecer este le correspondía en cierto modo si bien jamás hizo otra cosa que mostrarle su aprecio personal. Sin embargo, la versión que parece más aceptable es que esta mujer, habituada a una intensa vida social en ambientes culturales y además enferma, no fue capaz de arrostrar la vida solitaria en el campo, lejos de lo que consideraba su mundo y con un marido cada vez más irritable y borrachuzo a consecuencia del preocupante giro que estaba tomando la contienda. En fin, una pena, ¿no? Tan luctuoso suceso hizo que Ley le diera aún más al alpiste, lo que le hizo perder influencia en el partido y la confianza del ciudadano Adolf. Tras ser detenido al término de la guerra, también decidió auto-asesinarse ahorcándose con una toalla de la cisterna de su celda en la tarde del 25 de octubre de 1945. Esta familia tenía mal fario, carajo.

Bueno, vale de momento. Igual en febrero del año que viene me vuelvo a acordar del Valentín ese y dedicamos otro artículo a más parientas nazis.

Hale, he dicho

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