Una de las primeras cosas que los líderes del mundo libre en ciernes pudieron comprobar tras su llegada al Viejo Mundo para salvar a la humanidad pegando tiros y soltando versículos chorras de sus biblias protestantes era que, muy a su pesar, las tropas del káiser no usaban tomahawks, ni arcos y flechas ni lanzas. Ni siquiera vetustos fusiles de pistón o algún que otro Winchester 73 cambiado por 200 pieles de búfalos, sino eficaces ametralladoras y, lo que era aún más preocupante, una cantidad de piezas de artillería como no habían imaginado. Pero lo peor no era eso, sino que los tedescos no tenían un ejército nutrido por unos cientos de indios a caballo, ni tampoco por unos pocos miles de españoles con malaria y paludismo o de mejicanos que formaban mucha bulla pero que estaban fatal organizados, sino de millones de hombres bien adiestrados y mejor armados que pasaban de cortar cabelleras, pero que con el fuego cruzados de sus ametralladoras podían escabechar a un batallón entero en menos de cinco minutos, lo que dejaba su famosa batallita del Pequeño Gran Cuerno, más conocida como Little Big Horn (qué contrasentido, ¿no?, un cuerno grande y pequeño a la vez) en una pelea de patio de colegio por mucho que el controvertido teniente coronel George Armstrong Custer y sus muchachos murieran con las botas puestas, cosa que por cierto hacían todos los que palmaban en el Frente Occidental porque no les daba tiempo de quitárselas. Ya se encargaban los escuadrones de enterradores de aligerarlos de calzado llegado el caso si era necesario para proveer a los vivos.
Así pues, cuando el general Pershing llegó a Francia en junio de 1917 y vio el panorama, rápidamente tomó conciencia de que si querían ser los líderes del mundo libre tendrían que volver vivos a los Estados Juntitos, porque en aquella guerra el personal caía como moscas, y por aquellas fechas los tedescos seguían ocupando territorio enemigo y no había indicios de que estuvieran por la labor de volver a casa a devorar salchichas con sauerkraut bien regadas con cerveza. Una vez puesto al corriente de los diversos modelos de protecciones corporales y cascos usados por ambos bandos, sin perder ni medio segundo más ordenó al Departamento de Suministros que se pusieran a buscar como fuera diseños adecuados para impedir que sus doughboys acabaran en un hoyo en cualquier erial del otrora ubérrimo territorio donde se desarrollaban los combates. Recordemos que los yankees llegaron a Francia con sus cráneos cubiertos por el suave fieltro de sus sombreros de cuatro bollos, y que tuvieron que adquirir a toda prisa cascos Brodie a los british (Dios maldiga a Nelson) para que los índices de bajas no fueran tan escandalosos que la opinión pública doméstica no se cabrease y los hicieran volver. Al cabo, aquella guerra no era suya y, como se convirtió en norma de la casa desde aquella época, eso de enviar a los hijos a palmarla miserablemente en países lejanos donde no se les había perdido nada no era plato de buen gusto por mucho que la propaganda afirmase que era su obligación por ser los líderes del mundo libre de los cojones y poco menos que los inventores de la democracia.
Durante las pruebas. A la izquierda vemos como le ajustan la armadura. A la derecha, Brewster cierra el visor, por si acaso |
Básicamente, los requerimientos estaban encaminados a dos tipos de protecciones para fines diferentes. Por un lado se consideró necesario disponer de una armadura ligera que permitiese al soldado portarla durante períodos largos de tiempo sin molestias ni cansancio. Esta armadura debería ser capaz de detener proyectiles de arma corta y fragmentos de metralla, estos últimos los más peligrosos y que arrojaban el mayor número de bajas. Lógicamente, estas armaduras debían permitir a las tropas moverse sin problemas, correr, arrastrarse y manejar sus armas sin ningún tipo de impedimento ya que serían usadas durante los avances. El otro tipo de protección requerido consistía en una armadura pesada que, además de proteger a sus usuarios de los proyectiles de arma corta y la metralla, lo hicieran también de la munición de arma larga disparada por fusiles y ametralladoras (era la misma). Estas armaduras, que lógicamente serían mucho más pesadas, limitarían más tanto los movimientos como el tiempo de empleo, así que sus principales usuarios serían los centinelas, los escuchas y los servidores de las ametralladoras que, como sabemos, solían figurar en lugar preferente en las listas de objetivos a batir de los francotiradores enemigos.
El primer modelo que se probó fue una extraña y enorme armadura inventada por un probo dentista de Dover, en Nueva Jersey, llamado Guy Otis Brewster que, a su vez, estaba representado y promocionado por un tal Emil Heller. Dichas pruebas tuvieron lugar varios meses antes de la entrada en guerra de los yankees y sin que aún se hubiera manifestado la necesidad de que el ejército dispusiera de semejantes chismes. Al parecer, la afición de Brewster por las defensas corporales venía de antiguo ya que unos años antes, concretamente en 1913, había inventado una curiosa armadura para boxeadores que podemos ver en la foto de la derecha. Este extraño chisme, que no era más que un armazón de grueso alambre debidamente acolchado, permitiría darse de mamporros durante los entrenamientos sin acabar con un coágulo en el cerebro o el hígado convertido en comida para gatos. No tengo constancia de que el invento prosperase porque, entre otras cosas, imagino que los guantes acabarían hechos puré al poco rato por golpear contra la superficie dura y áspera del metal. No obstante, si observamos el invento vemos que el torso y, sobre todo, la cabeza, se mantienen convenientemente alejados del armazón que actuaba como armadura para no llegar a sentir el golpe que le propinase el contrincante.
A la derecha vemos el invento el día en que se llevaron a cabo las pruebas en el Arsenal de Picatinny, en Rockaway, Nueva Jersey, en abril de 1917, y cuya sola visión podría bastar para espantar a los enemigos más valerosos porque parecería un alien surgido de la nada. Como vemos, está formada por un enorme peto de acero al cromo-níquel de 5,3 mm. de espesor obtenido mediante prensado por la firma Bethlehem Steel Corporation, que con el tiempo sería la segunda mayor empresa metalúrgica yankee. El peto cubría el cuello, los hombros y todo el tronco hasta por debajo de la zona púbica, dejando solo descubiertos brazos y piernas. En cuanto al casco, parecía la resurrección de un añejo baúl de justas de la Edad Media provisto de un visor con dos protectores regulables que podían cerrarse más o menos a voluntad en función de la densidad del fuego enemigo. Ambas piezas estaba construidas formando un acusado ángulo para desviar los impactos de las balas enemigas. El conjunto pesaba alrededor de los 18 kilos y, al menos durante la demostración llevada a cabo en su momento, su usuario podía moverse con relativa facilidad.
Las pruebas fueron de lo más variadas para que los mandamases asistentes al evento pudieran comprobar la calidad del producto. Con la colaboración de tiradores selectos del ejército, el mismo Brewster se ofreció como blanco humano vistiendo su armadura y permitiendo que disparasen sobre él, tan seguro estaba de la eficacia de su diseño. La primera prueba consistió en golpear la armadura con un pesado martillo sin que en ningún momento el sufrido Brewster acusara para nada los impactos. Posteriormente se hizo fuego contra él con un fusil de calibre .303 British tal como vemos en la foto de la derecha para, finalmente, dispararle una ráfaga de ametralladora con una Lewis que tampoco acusó para nada a pesar de la evidente cesión de energía que se produciría cuando varias balas chocasen contra la armadura.
Otra de las pruebas, en las que un piquete de cinco fusileros abren fuego a corta distancia contra Brewster. Las cosas como son: le echó huevos |
Ahí vemos al mismísimo Brewster tras las pruebas. En la parte inferior izquierda del peto se observan varios impactos |
La clave estaba en el sistema de fijación de la armadura, consistente en un complejo armazón formado por alambres y correas que actuaban como un muelle que mantenían separado el cuerpo de la armadura y absorbía la energía de los impactos, algo similar como ya anticipamos a su protector de boxeo. De hecho, declaró que la sensación producida por el impacto de una bala equivalía a una décima parte del que se acusaba por un martillazo. El peso de la armadura reposaba sobre los hombros y las caderas, de forma que el era repartido por el cuerpo sin que se notara en exceso el mismo. En cuanto al casco, se colocaba en la cabeza con un un armazón similar que recuerda vagamente a las cofias usadas por los baúles de justa, que mantenían en todo momento las paredes internas del yelmo bien alejadas de la cara y el resto de la cabeza para que no sufrieran daños en caso de que un impacto deformara o hundiera el metal. Sin embargo, el diseño de Brewster tenía varios defectos de difícil solución, y que además lo harían aún más engorroso en caso de llevarlos a la práctica.
Mostrando su "ligereza" en un supuesto ataque a la bayoneta |
De entrada, la forma del peto no permitía siquiera apoyar la culata del fusil en el hombro, y el casco impedía por completo hacer puntería por lo que solo se podía abrir fuego de forma instintiva desde la cadera y a cortas distancias. A eso habría que añadir que las extremidades permanecían en todo momento expuestas al fuego enemigo que, como no era tonto, abriría fuego contra las piernas y santas pascuas. Por otro lado, aunque permitiera cierta capacidad de movimiento el soldado que lo usase lo tendría crudo para defenderse contra un enemigo cuerpo a cuerpo, al que le bastaba soltarle un tiro o un bayonetazo en la pierna para dejarlo fuera de combate. Solo haciéndola más pequeña, ligera y envolvente podría ser usada con relativa comodidad, pero si se quería mantener su resistencia al fuego enemigo no podía perder sus características iniciales. De hecho, se comprobó que si se querían mejorar aún más sus prestaciones en ese sentido la habrían convertido en algo imposible de usar durante más de una hora a lo sumo ya que, para resistir el disparo de un arma larga a 30 yardas (27 metros) el peso del peto alcanzaría los 20 kilos, y el de la armadura completa los 50. En resumen, aquel chisme era un auténtico engorro a pesar de la fe que su inventor tenía en el mismo, que llegó al extremo de que, aunque no despertó el más mínimo entusiasmo, lo presentó en la oficina de patentes el 13 de agosto siguiente.
Para solucionar el problema de las piernas diseñó un añadido en forma de musleras, quijotes y escarpes que, en realidad, no eran más que una simple copia de cualquier armadura renacentista. En la lámina de la derecha, correspondiente al registro de patentes, podemos ver los perniles metálicos que ideó y que se sujetaban con correas igual que cinco siglos antes. También podemos observar el complejo sistema de sujeción tanto para la cabeza como el cuerpo que, en esta "mejora" del invento había suprimido el casco por una pieza integrada en el peto con dos minúsculas mirillas. Como se ve en la figura de perfil, la armadura se colgaba de los hombros como las Sappenpanzer tedescas para luego sujetarse al tronco con su enrevesado sistema de correas y flejes. Como se en la parte superior, la patente fue finalmente concedida el 3 de agosto de 1920, tres años después de ser presentada al ejército y con la guerra más que concluida. No obstante, una vez aceptada la patente Brewster y su representante, Emil Heller, reclamaron al ejército la friolera de 600.000 dólares por los gastos devengados por la fabricación de varios ejemplares para pruebas. Obviamente, los mandaron al mismísimo carajo, como no podía ser menos.
Bueno, esta fue la extraña, compleja y engorrosa armadura que el ejército desechó en primer lugar porque, por mucho interés que su inventor puso en demostrar su eficacia llegando a ser él mismo el blanco de las pruebas de fuego real, un caso único por cierto, la realidad era que obligar a las tropas a pasearse por el frente con semejante trasto más el peso de las armas, municiones, etc. era totalmente inviable. Y a todo esto, ¿nadie ha caído aún en la curiosa semejanza de la armadura de Brewster con la que se fabricó el famoso bandido australiano Ned Kelly menos de 40 años antes. Vean, vean... Con todo, conviene aclarar que además de este diseño fueron planteados otros muchos más viables y racionales que iremos estudiando en sucesivas entradas. No obstante, como este fue el primero pues le hemos dado la primicia a pesar de ser bastante birrioso.
En fin, s'acabó lo que se daba.
Hale, he dicho
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Durante las pruebas, mostrando a los presentes la más que cuestionable libertad de movimientos que permitía ese chisme |
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