miércoles, 22 de abril de 2020

Tormentaria: la BALISTA


Probos ciudadanos recreacionistas aprestando su BALLISTA ante la atenta mirada del centurión que, prudentemente, se
mantiene a una distancia de seguridad por si el pedrusco toma el camino equivocado y se lo lleva por delante. Sabe de
buena tinta que varios miembros de su pseudo-cohorte anhelan ocupar su puesto porque se libra de ir cargado como
un mulo durante sus actividades del fin de semana

Esta serie de artículos quedaría coja si no dedicásemos una más a la que quizás sea la más emblemática de todas las máquinas de torsión, la BALLISTA. Y no, no me he saltado ninguna porque hace ya... nueve... lejanos... años (carajo, cómo pasa el tiempo, etc.) ya se dedicó una al onagro que repasaré un día de estos porque, posiblemente, precise de una actualización. Bien, antes de comenzar a dar cuenta de los pormenores de estos chismes conviene tener presente varios aspectos. Ante todo, las recreaciones que se han hecho de las mismas proceden de interpretaciones llevadas a cabo principalmente por Schramm, Baatz, Marsden y Wilkins. El motivo no es otro que la ausencia de restos que permitan conocer con detalles su morfología salvo el ejemplar más tardío de todos, la hallada en Hatra (Irak) en 1972 que, al día de hoy y casi medio siglo más tarde, aún sigue siendo causa de intensos debates porque nadie acaba de proponer una teoría sobre la misma que logre consensuar a los académicos de turno. No obstante, ya sabemos que estos probos investigadores suelen tener la irritante tendencia a desacreditar los supuestos logros de sus colegas- con o sin razón- para tener la opción de ser ellos los que se lleven el mérito de la conclusión irrefutable, si es que alguna vez llegan a ella, naturalmente.

Por otro lado, las tres fuentes de la época no han ayudado en gran cosa para descifrar el enigma. Los datos más antiguos proceden de Filón de Bizancio (c. 280 a.C.-220 a.C.), concretamente de su obra βελοποιικά (Belopoicá), un tratado sobre artillería de cuyos diagramas no queda ni rastro, como no podía ser menos. Por otro lado tenemos al conocido Marco Vitrubio Polión, (c. 70/80 a.C.-c. 15 a.C.), autor de DE ARCHITECTVRA e, igualmente, sus textos sobrevivieron pero sus croquis no. Finalmente tenemos a Herón de Alejandría ( 10 d.C.-70 d.C.) que, en este caso, además de dar datos sobre detalles acerca del funcionamiento de la máquina nos legó el único dibujo de la misma si bien, como ya se ha comentado en entradas anteriores, bajo la costumbre de estos sesudos ciudadanos según la cual plantaban en el mismo plano todas las perspectivas, lo que hace que descifrarlos sea una labor titánica. 

Fotograma de la genial cinta "El Nombre de la Rosa" que muestra el
SCRIPTORIVM de la siniestra abadía. Gran parte, por no decir casi todo el
conocimiento del mundo antiguo se lo debemos a estos frailes que se
dejaron la vida y la vista en copiar manuscritos que, de otro modo
ya habría desaparecido hace siglos 
Para redondear el problema tenemos que las cifras y fórmulas de proporciones varían de los autores griegos a los romanos por usar sistemas de numeración distintos que los copistas medievales no supieron distinguir incluso dentro de un mismo idioma por una sencilla razón: no tenían ni puñetera idea de lo que estaban traduciendo. Los términos técnicos les eran desconocidos, y en muchos casos cometían erratas pensando que una letra estaba duplicada cuando, en realidad, esa letra era una cifra y la omitían sin más. Ya sabemos que la caligrafía ha ido variando a lo largo del tiempo (¿quién lee de corrido un texto aunque sea del siglo XV y encima se entera de algo?), y por otro lado los autores latinos tenían la fea costumbre- para nosotros, claro- de no separar las palabras, lo que podía volver loco a un traductor que encima tenía ante sí un texto que hablaba de chismes rarísimos por lo que las erratas, omisiones o, simplemente, errores de traducción eran habituales. Los abnegados monjes que dedicaron su vida a legarnos el pasado desde sus SCRIPTORIA dieron de sí todo lo que pudieron, pero sus valiosas copias no lograron resistir en muchos casos a la polilla, las ratas, los hombres, sus guerras y saqueos, etc. Por lo tanto, los estudiosos de estos temas han tenido desde el primer momento una férrea voluntad de ir paso a paso intentando avanzar en la ardua tarea de dar forma a máquinas que, en realidad, son más una labor detectivesca que bibliotecaria.

Bien, este es el panorama, y desde el último cuarto del siglo XIX andan enredados en la resolución del misterio misterioso de las BALLISTÆ, y vete a saber si algún día, al igual que con los SCORPIONIS, aparece la pieza clave que nos permita conocerlos a fondo. Bueno, dicho esto, vamos al grano...

Ilustración de la Enciclopedia Larousse de 1912 en la que aparece la
primera recreación de una BALLISTA, fabricada por Reffye y Dufour
 por orden de Napoleón III. Le echaron imaginación, ¿que no?
Aunque a más de uno le pueda parecer que la "máquina maestra" fue la BALLISTA, y que de ellas surgieron las demás, la realidad es precisamente al revés. Las primeras máquinas de torsión, como ya hemos visto, fueron las destinadas a lanzar dardos. Parece ser que el primero en adaptar estos artefactos para lanzar piedras fue el macedonio Alejandro, pionero en el uso de las katapeltai petroboloi en los asedios de Halicarnaso y Tiro, si bien se sugiere que dicha adaptación se limitó a ciertas modificaciones en las euzytonoi en servicio ya en tiempos de su padre Filipo para lanzar piedras de pequeño tamaño. O sea, que sustituyeron las piezas necesarias para disparar un pedrusco en vez de un dardo. Treinta años más tarde, Demetrio Poliorcetes ya estaba usando máquinas descomunales en los cercos de Muniquia (Chipre) y Rodas con capacidad para disparar bolaños de hasta tres talentos de peso (77,5 kg.), que en aquella época era un peso considerable que, además, requería de una estructura literalmente ciclópea. Lo de tirarse piedras aunque fuese a mano era al parecer una costumbre arraigada entre los griegos, aprovechando por ejemplo las emboscadas cuando un ejército cruzaba por un paso rodeado de alturas desde las que los enemigos dejaban caer enormes piedras para chafarlos bonitamente. Estas tropas era los petroboloi (lanzadores de piedras), de donde tomaron el nombre estas máquinas.

Este es el único croquis que se conserva actualmente de una
BALLISTA, el de Herón de Alejandría y reconstruido por Carl
Wescher en 1867
Pero su fabricación era aún más compleja que la de los euzytonoi cuyas proporciones, como ya se comentó, se basaban en fracciones o múltiplos de 1/9 de la longitud del dardo. En las petroboloi era asquerosamente complicado porque, para obtener el diámetro del orificio para la madeja de cuerdas que hacía de resorte, había que recurrir a una compleja fórmula digna de matrículas de honor en una época en que las matrículas de honor aún estaban por inventar, en base al peso del proyectil y con el resultado en dáctilos. Por ejemplo, para un bolaño de 10 minas (4,9 kilos), se aplicaba de esta fórmula:

Diámetro = 1,1 x ∛100 x 10. Esto nos daba 1,1 x ∛1000. El resultado final era 1,1 x 10 = 11 dáctilos, uséase, 21,2 centímetros. Espantoso, ¿que no? Bien, pues esta fórmula había que aplicarla de forma inexorable para conocer el dichoso diámetro del orificio, que era el que marcaba las demás proporciones de la máquina. No obstante, Filón era un ciudadano comprensivo al que le constaba que no todos tenían sus conocimientos, así que publicó una lista de proporciones según una serie de pesos estandarizados porque si alguien piensa que con un chisme de estos podía dispararse cualquier cosa está equivocado. Es decir, que esa imagen que solemos tener en el magín de los servidores de la máquina rebuscando pedruscos para poner en ella el primero que encontraban es totalmente falsa. De hecho, cada máquina estaba diseñada para disparar un bolaño con un peso concreto (se admitían tolerancias como es lógico), el cual era grabado en el mismo para que no hubiese error. Si era demasiado ligero la precisión sería un churro, y si era demasiado pesado su alcance sería birrioso e incluso podría dañar la máquina.

BALLISTA de Schramm, muchísimo más aproximada a cómo debió ser
en realidad la máquina de Vitrubio. Por desgracia, resultó destruida
durante la 2ª Guerra Mundial
Ello obligaba a intentar estandarizar al máximo los pesos y, si era posible, reducir la gama de los mismos para facilitar tanto la fabricación de las máquinas como de los mismos bolaños, que requerían por lo general la friolera de dos días de trabajo para terminar uno solo. Para marcar los pesos, los griegos se basaban en un sistema acrofónico por el cual la letra Δ (delta) equivalía a 10 minas (1 mina = 491 gramos), y la Τ (tau) a un talento (1 talento = 60 minas = 25,8 kilos). En otros casos se recurrió a un sistema alfabético pero sin especificar la unidad de peso para complicar más la vida a los arqueólogos. Por ejemplo, la I (iota = 10 ¿minas, libras?), la H (eta = 8), la K (kappa = 20), etc. En fin, para cortarse las venas en diagonal. Hasta ahora han aparecido cuatro depósitos de bolaños, concretamente en Rodas, Pérgamo, Dora y Cartago. Hablamos de cientos de piedras, y llevan la torta de años intentando clasificarlas por tipos, pesos y tal que van desde las más pequeñas que suelen rondar los 4 kilos hasta pelotas gordísimas de unos 40 kilos. En todo caso, Filón apunta que el peso mínimo debía ser de 10 minas, pero en base a la fórmula anteriormente detallada resulta que la máquina para disparar un bolaño que apenas llegaba a los 5 kilos resulta que tenía que montar unas madejas de la altura de un hombre, unos 6 metros de largo y 3 de ancho, con un peso superior a la media tonelada, de modo que ya podemos imaginar qué clase de monstruo era preciso para lanzar bolaños de 1 talento.


Depósito de bolaños de Hatra. Los romanos se dieron cuenta de que el color
blanco de la piedra caliza era visible por los enemigos, que podían
esquivarlos a tiempo, por lo que optaron por ennegrecerlos. La idea dio
resultado porque así era más difícil verlos venir
Porque ahí era donde radicaba el principal problema de las balistas: para disparar un proyectil birrioso hacían falta cantidades enormes de madera, de metal, de conocimientos y de tiempo para fabricarlas, transportarlas y montarlas, y un bolaño de 5 o 10 kilos lo más que hacía era sacudir el polvo en una muralla, por lo que su uso estaba más bien destinado al tiro parabólico para ir destruyendo las dependencias interiores de las ciudades o fortificaciones asediadas. Sirva como ejemplo que, de las 200 pelotas halladas en Dora y que fueron clasificadas en cinco categorías por peso, las "super pesadas" eran las comprendidas entre los 28,5 y los 40,5 kilos, mientras que un fundíbulo podía arrojar un bolaño de 100 o 200 kilos a distancias similares e incluso superiores, y esos sí que hacían verdadero daño cuando impactaban en el paramento de una muralla y acababan abriendo brechas por donde colarse los asaltantes ávidos de vísceras enemigas. En resumen, no era una máquina con un relación costo/rendimiento especialmente brillante, pero era lo que había de momento. 

En fin, ya vemos que la construcción de estos trastos no estaba al alcance de cualquiera, y a lo largo del tiempo tuvieron que ser los ingenieros que acompañaban a las tropas griegas, cartaginesas o romanas los encargados de diseñarlas meticulosamente hasta el último dáctil para que funcionasen adecuadamente. Veamos las cuestiones puramente técnicas.

La máquina empleada por Demetrio Poliorcetes debía ser algo monstruoso. Estaba diseñada para disparar bolaños de nada menos que 3 talentos (77,4 kilos). Este petrobolo debía ser de un diseño más avanzado que el de los euthytone rectangulares, o sea, el armazón que contenía los resortes era un petritreta de forma romboidal, lo que se conoció como un palintono. Para entendernos, era un armazón que permitía a los brazos trazar un ángulo mayor de los apenas 23º de los euthytone que, posteriormente, se pudieron aumentar hasta los 35º al darle a la parte trasera una forma curvilínea. En este caso, el ángulo alcanzaba los 50º para impedir que lanzaran el bolaño sin que cayese a medio metro de la máquina. Bueno, ahí la tenemos:


Bestial, ¿que no? ¿Qué cómo se sabe qué era de ese tamaño y no es una exageración? Recordemos que bastaba saber el peso de la piedra para calcular las dimensiones de la máquina, que en este caso era un auténtico bicharraco. Para hacernos una idea, a la derecha vemos la silueta de un ciudadano, así que ya vemos que no era precisamente un tirachinas. De hecho, si nos basamos en la tabla de equivalencias de diámetros de Filón la madeja debía medir cerca de 5 metros de altura (9 veces el calibre del orificio). Por lo demás, uno de los problemas más complicados además del de las dichosas madejas de cuerdas era la complejidad de su construcción y el enorme peso que podían alcanzar. En este caso vemos que el armazón está reforzado con chapas de hierro por ambas caras para soportar la enorme fuerza que ejercía la torsión de las cuerdas, y como apoyo requería una masiva base cuya vista frontal podemos ver en el ángulo superior izquierdo de la lámina. La carga se efectuaba mediante cuatro poleas, dos a cada lado, que accionaban el torno, para lo que hacían falta ocho hombres, y para no ver las palancas del torno empezar a dar vueltas como un molinillo si se quedaban sin fuerzas, a cada lado de la caña había una cremallera con su correspondiente retén. El peso del armazón delantero debía ser tan grande que hubo que ponerle los dos tirantes que vemos entre este y el extremo de la caña para ayudar a esta a soportar esa mole. En cuanto al sistema de disparo era idéntico al de las máquinas lanza-dardos.

Para aligerar de peso la máquina dentro de lo posible se recurrió a fabricar el soporte y la caña, en vez de macizos, formando una estructura hueca pero muy resistente. En la figura A tenemos una vista frontal del soporte, debajo de la caña, y el deslizador. Soporte y caña, como vemos, están formados por dos tablas laterales unidas por travesaños a modo de escalera (véase fig. B), capaces de soportar un gran peso con un notable ahorro de material y de kilos. Encima aparece el deslizador con una cola de milano que, al parecer, se elaboraba con bastantes tolerancias para impedir que una posible hinchazón debida a la humedad lo bloquease. Es posible que también fuera untado con algún tipo de grasa. Pero lo más relevante es la acanaladura por donde corre el bolaño. Aunque en teoría esa pieza debía tener forma semicircular o de media caña, en las reproducciones que se han hecho en estos años se ha comprobado que, con esa morfología, era bastante fácil que el bolaño saliera despedido en cualquier dirección o incluso impactase en la misma máquina. Además, la relativa diferencia de tamaños de las piedras aún siendo del mismo peso nominal (era imposible hacerlas todas prácticamente iguales) no permitían un buen ajuste en el deslizador. De ahí que se haya deducido que lo más probable es que el canal fuese, como vemos, de forma rectangular, lo que eliminaría riesgos de todo tipo y admitiría con facilidad piedras con tamaños ligeramente diferentes. Por último, y quizás más importante, tenemos la posición de la verga, marcada por la línea de puntos. Ponerla más abajo implicaba que el bolaño podría salir despedido hacia arriba, cayendo al lado de la máquina (eso le pasó  Schramm cuando hizo la demostración ante el káiser, al que tuvo que empujar para no verlo chafado), o si estaba más baja de la cuenta el alcance sería mínimo. En resumen, ya vemos lanzar una puñetera piedra tenía más enjundia que la fórmula para acertar siempre a la Primitiva.

Monstruosa BALLISTA elaborada para un documental de la BBC en 2002. Esa
descomunal máquina estaba diseñada conforme a la formula de Filón para
disparar un bolaño de apenas 1 talento (28,5 kg.) que, según el griego,
debía alcanzar los 160 metros. En las pruebas apenas llegó a los 90 y,
si mal no recuerdo, al tercer intento se estropeó y se acabó la fiesta. Medía
7,5 metros de alto, 8,5 de largo y su peso alcanzaba la friolera de 12 Tm.
Tras los griegos, fueron los cartagineses los que empezaron a hacer uso de estas máquinas, de las que se proveyeron de un impresionante arsenal así como de grandes cantidades de bolaños para tener con qué discutir durante sus intensos debates con los romanos durante las Guerras Púnicas. Cuando Publio Cornelio Escipión Africano se apoderó de CARTHAGO NOVA en 209 a.C. se encontró con un jugosísimo arsenal formado por 120 catapultas grandes, 281 pequeñas, 23 balistas grandes, 52 pequeñas y grandes cantidades de escorpiones, así como armamento de todo tipo. Posteriormente, cuando lograron destruir CARTHAGO en 146 a.C. encontraron nada menos que 5.600 bolaños con pesos comprendidos entre los 2,5  y los 40,5 kilos que han sido divididos actualmente en cinco categorías según su masa. Está de más decir que estos probos imperialistas no dudaron ni medio segundo en adoptar como propio aquel arsenal que, además, les había salido gratis.

Un detalle que no se menciona en ni una de las fuentes
consultadas es el sistema de regulación para el ángulo
de tiro como el que tenían los escorpiones. Suelen
aparecer con un ángulo fijo aproximado a los 45º, pero
sin posibilidad de corrección por lo que habría que
modificar el emplazamiento hasta dar con el sitio
adecuado. Cabe suponer que usarían algo similar al poste
trasero de la máquina que aparece en esta foto
Bien, así es como los lithobolos o petroboloi llegaron a manos de los romanos si bien ellos se apresuraron a cambiarles el nombre, pasando a denominarlos BALLISTÆ, término que, según mi ilustre paisano Isidoro, proviene precisamente del griego βαλείν (baleín), que significa arrojar ya que "...se tensan por medio de correas confeccionadas con nervios [en realidad eran tendones] y arrojan con gran fuerza dardos o piedras". Y no solo echaron el guante a las de los apiolados cartagineses, sino también a las de los griegos que habían colonizado Sicilia. Según Livio, la captura de Siracusa en 211 a.C. también les reportó un cuantioso botín en forma de tormentaria que emplearon contra los macedonios, los espartanos y la Liga Etolia si bien no fue hasta tiempos de César cuando éste llevó a cabo una organización de la tormentaria en el ejército, asignando máquinas a cada unidad y no como anteriormente, que se usaban a discreción y sin un criterio táctico racional. 


Otro ejemplo de posible mecanismo de regulación, similar en este caso
al usado por los escorpiones. Es absurdo pensar que estas máquinas
carecían de un sistema de regulación
Y en este punto llegamos a la descripción que hace estas máquinas Vitrubio, al que se toma como referente principal porque, a pesar de la desaparición de sus croquis y de partes importantes del texto, promueve el uso de un nuevo método para su construcción, dejando de lado el complejo sistema griego y que, además, permitía fabricar BALLISTÆ más pequeñas con un rendimiento igual o superior a los modelos helénicos. Está de más decir que esto también es motivo de profundos debates ya que aún no ha quedado claro en qué consistió la modificación que hizo este sujeto para sacarle más jugo a máquinas más pequeñas. Vitrubio basó su sistema en LIBRÆ como es lógico, pasando de las minas y talentos griegos, pero sus colegas le dijeron que, una vez hechas las conversiones oportunas, aquello no cuadraba. El FORAMEN, o sea, el orificio para las madejas de cuerdas salía más pequeño que si se seguía la fórmula de Filón para el mismo peso de piedra. Vitrubio, que igual no quería que nadie le pisara la idea, se limitó a decir que sus cálculos estaban basados en su experiencia personal y en lo que había aprendido de sus maestros, así que se quedaron con las ganas de saber dónde estaba el intríngulis de la cuestión. 

La lista de proporciones de Filón, por si alguien se anima
Aage Gerhardt Drachmann (1891-1980), un estudioso danés que entre otros temas se ocupó a fondo de la tecnología de Mundo Antiguo, observó que para un proyectil de 20 libras Vitrubio recomendaba un FORAMEN de 10 DIGITI (185 mm.), mientras que si se aplicaba la fórmula de Filón saldrían 12,5 dáctilos (250 mm.). Drachmann concluyó que solo había tres explicaciones: una, que se había equivocado o algún copista era el que había metido la pata; dos, que los romanos usaban máquinas de baja potencia, lo que no tenía mucho sentido; y tres, que había descubierto un método para sacar más rendimientos a las madejas de cuerdas. Pero, al parecer, Vitrubio no se equivocaba, y menos en algo tan básico como una conversión en el sistema numérico a pesar de que Marsden sugirió que quizás el error estaba en citar las dimensiones en DIGITI (1/16 de pie romano) cuando en realidad se refería a VNCIÆ (1/12 de pie). 

Al parecer, la clave estaba en la petritreton (la tabla donde se practicaba el orificio), que él denominaba como SCVTVLA. La cuestión no estaba en el tipo de cuerda usada, sino en la forma del orificio. Mientras que los griegos habían usado siempre arandelas circulares, Vitrubio tuvo la idea de que fueran circulares por debajo, pero elípticas por la parte superior. El travesaño que sujetaba la madeja  atravesando el borde superior de la arandela restaba espacio cuando las cuerdas empezaban a girar y tensarse, de modo que dando a esa parte una forma elíptica el espacio sobrante podrían ocuparlo dichas cuerdas, por lo que se podría aumentar la tensión sin necesidad de agrandar la máquina obteniendo una potencia similar. Fabricar esta pieza enteramente de bronce sería bastante complicado, pero la solución fue hacerlas de madera y bronce. En la figura A tenemos una vista superior de la pieza cuya boca elíptica presenta las muescas para el travesaño y, al fondo, la arandela circular de bronce. En la figura B lo vemos en sección: la parte metálica absorbe la tensión producida por las cuerdas, mientras que la vuelta de la madeja se distribuye con más facilidad en la parte elíptica sometida a menos estrés. Conclusión: los romanos aprendieron a fabricar BALLISTÆ mucho más manejables e igual o más potentes que las griegas. El progreso y tal, ya saben...

Para terminar, no podemos dejar de citar el ejemplar de Hatra que, además, es prácticamente el único que ha llegado a nuestros días en condiciones para sacar alguna conclusión razonablemente sensata y, con todo, también llevan discutiendo sobre ella desde el año 72. En realidad, el hallazgo consistió en parte del armazón delantero, así que tampoco era para tirar cohetes. A la derecha podemos ver la pieza, de la que como vemos no queda mucho salvo lo que aparece en la foto y tres de sus cuatro arandelas. Pero, al menos, permitió sacar algunas conclusiones interesantes. El armazón estaba enteramente forrado por una chapa de bronce de 2 mm. de espesor, lo que denota que estaba creada para resistir unos resortes de gran potencia, capaces de reventar un armazón que fuese solo de madera. Está datada hacia el siglo III d.C.

El profesor Dietwulf Baatz (1928-     ) la estudió en 1975 y le llamó la atención lo achaparrado del armazón para una máquina de este tipo, que requerían madejas de cuerda larguísimas como hemos visto, así como que el rebaje semicircular para las palas estuviera en la cara interna del soporte del armazón, lo que implicaría que era una BALLISTA con tensado interno, y no con el externo convencional. Ese concepto no era nuevo en realidad, pero nunca había sido plenamente aceptado a pesar de ser, no solo perfectamente viable, sino mucho más eficiente. A la izquierda vemos una recreación de la máquina que, en este caso, sería de tipo medio. Su funcionamiento es convencional, pero como vemos, los brazos están colocados hacia adelante para que al tensarse lo hagan por dentro del armazón, que se calcula tendría alrededor de 220 cm. de largo. Era una máquina rechoncha, pero no necesitaba más altura. Lo que si requería era anchura para dar espacio a los brazos.

En el gráfico de la derecha podemos ver con más detalle el aspecto frontal del armazón, con su superficie enteramente forrada de bronce remachado por ambas caras. En el centro vemos la caña y el deslizador con su bolaño listo para ser disparado. Conviene observar la lámina de cuero colocada en el centro de la verga para que el empuje de esta no se desvíe con la pelota de piedra y ocurra un desastre. Se desconoce si tenían algún detalle más refinado, pero Len Morgan fabricó una que es una virguería, formando una correa a base de cuero y fibras de tendón con una argolla del mismo material en cada extremo para fijarla a la verga, otra en la parte trasera para la soga del torno y hasta una pequeña protuberancia que, en contacto con el bolaño, aseguraría una salida más limpia del deslizador.

La diferencia entre una BALLISTA con tensión exterior o interior podemos verla en el gráfico. A la izquierda vemos una provista de un palintono convencional que le permite un recorrido máximo de 55º, mientras que la otra lo ve aumentado hasta 95º, y se podía incluso llegar a los 105º. Obviamente, el rendimiento de esta máquina era muy superior a igual de peso del proyectil por estar mucho más tiempo bajo la acción del empuje de los brazos hasta que salía despedido. No sabemos si esta tipología tuvo más o menos expansión, pero por la época en que está datada no sería raro que, a la vista de su rendimiento, fuese un modelo ampliamente difundido entre la artillería imperial. 

Bueno, con esto creo que ya está todo dicho. En todo caso, la BALLISTA no era un arma destinada a durar mucho más tiempo. Era demasiado compleja, demasiado cara, y demasiado grande. Necesitaba proyectiles cuidadosamente elaborados para sacarle su máximo rendimiento, y en campaña eso no siempre era posible salvo que se dedicaran, como era habitual, a devolver al enemigo los que les lanzaban y viceversa. De hecho, el onagro, una máquina también de torsión de un solo brazo muchísimo más básica, barata y versátil era en realidad más adecuada para un ejército que debía llevar toda su maquinaria desmontada en un interminables trenes de impedimenta y acompañados de una tropa de ingenieros y operarios que supiesen montarlas y ponerlas a tiro. En resumen, el fin del imperio romano fue el final de la BALLISTA, si es que no fue relegada antes al olvido, cosa que desconocemos. 

En fin, ya tá.


Pequeñas, manejables, fáciles de usar y muy baratas. O sea, justamente lo contrario de lo que eran estos imponentes chismes.
Con todo, y a pesar de sus limitaciones y de su complejo diseño estuvieron dando guerra unos 600 años, que no son pocos

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