martes, 8 de marzo de 2022

LA VERBORREA DE LOS TIRANOS

 


Sí, la musa sigue en paradero desconocido. Eso no es nuevo como ya saben los que me siguen hace tiempo. Y, del mismo modo, yo acuso con abnegada paciencia el cambio de estación que me lleva a un estado semi-vegetativo en el que la pereza, la desidia, la incuria y la flojera me convierten en un vago de circunstancias. Ciertamente, no padezco el Síndrome de Hiperactividad ese que, curiosamente, antes no padecía nadie y ahora sufren hasta las abuelitas candorosas cuando se reúnen con sus comadres para jugar a la brisca o a despellejar a sus difuntos maromos. En fin, criaturas, ya me he hartado de ver la foto de la pobre cría medio achicharrada por el napalm, y como aún carezco de la energía y la enjundia necesarias para terminar alguno de los articulillos que tengo empezados hace tiempo, pues soltaré otra filípica para dejar constancia de que sigo vivito y coleando. De paso, también vendrá de perlas a mis escasos odiadores para que me odien un poco más, segreguen más bilis y se les ponga la jeta de un inquietante color albero maestrante. En fin, vamos a lo que vamos…

Los tristes sucesos que estamos viviendo en estos días son un testimonio palmario de que el hombre jamás aprende de sus errores y, con machacona insistencia, se empeña en repetirlos sin solución de continuidad una y otra vez. Pero lo que más me ha llamado la atención ha sido el constante ritual de amenazas apocalípticas con las que el camarada Vladimiro nos regala a diario, amenazas que me han retrotraído a la época de la Guerra Fría en que los líderes soviéticos usaban constantemente una retórica basada en la agresión, en una implacable espada de Damocles que en cualquier momento podía caer, apretar el botón y desencadenar el holocausto, y en la recalcitrante y cansina repetición de manidos mantras para justificar su irritante pose de eternos cabreados. Los que ya hayan traspasado la temible barrera del medio siglo de existencia recordarán aquellos discursos de los mandamases del bloque comunista en los que, por norma, achacaban todos sus males al capitalismo que no dejaban practicar a nadie aunque ellos vivían como reyes y del que se tenían que defender aunque los que amenazaban siempre con atacar eran ellos. Con todo, desde que se inventó la carrera de tirano, los más aventajados en el oficio siempre han tenido claro que para ejercerlo con propiedad hay que tener un pico de oro. Un tirano debe ser locuaz si quiere subsistir, y cuanto más desbarre mejor. 

El gordito coreano con su habitual sonrisa que no pierde ni cuando
ordena ejecutar de un balazo en el cogote a su cuñado predilecto.
Los tiranos orientales están hechos de otra pasta
Ante todo, el tirano debe dar una apariencia de granítica solidez y seguridad en sí mismo tanto a sus tiranizados como a sus hipotéticos ofensores. Por ese motivo, el tirano debe estudiar cuidadosamente su lenguaje corporal para que sus gestos apuntalen su palabra. En el collage de cabecera verán que faltan tiranos orientales como Mao Zedong, los incombustibles Kim coreanos y otros tantos genocidas y criminales del Lejano Oriente, pero es que estos fulanos tienen una idiosincrasia totalmente distinta a la de sus colegas occidentales y suelen acompañar sus amenazas con una sonrisa de oreja a oreja, así que no nos valen en esta ocasión. Pero, orientales aparte, el resto siguen paso a paso el "Manual del Tirano Aplicado" que, en realidad, es bastante simple. Se limita a dos gestos básicos en función del discurso. Por un lado tenemos el ademán amenazante, que consiste en levantar el puño mientras juran por sus cuñados que desencadenarán una orgía de muerte y destrucción más IVA a todo aquel que ose plantarles cara. El puño cerrado es sinónimo de fuerza, de seguridad y de poder. El puño golpea sin piedad a los enemigos, y hasta sirve para amenazar al cielo elevándolo todo lo que puedan. Luego está el gesto aleccionador, en este caso adoptando una pose propia de docente que explica a sus alumnos que dos más dos son cuatro. Ese gesto ya aparece en multitud de miniaturas medievales donde se representa al ángel explicando algo a algún santo y tal. Los tiranos suelen emplearlo para asegurar a sus tiranizados que deben seguir puntualmente sus instrucciones para impedir que los enemigos se salgan con la suya, es decir, echarlos a patadas de sus amadas poltronas.

Podríamos añadir un tercero, el que suelen emplear al término de sus peroratas. Es el de "os amo tanto que estoy dispuesto a seguir en el cargo otros 20 años", y es una pose en plan glorioso con los brazos abiertos, como el padre que recibe a mogollón de hijos para fundirse en un abrazo con todos ellos. Brazos abiertos, jeta vuelta hacia el firmamento y ojos cerrados implican haber entrado en un auténtico éxtasis, arrobado por la clamorosa ovación y los vítores que le dedican sus tiranizados. Sí, algo por el estilo de lo que vemos en la foto de la derecha, en la que la inefable Eva Duarte, venerada y odiada al mismo tiempo, se da un baño de masas y se relame de gustito al ver a sus descamisados absolutamente rendidos ante su impagable demagogia. Es el momento del clímax tiránico, cuando el tirano se siente más seguro de sí mismo tanto en cuanto se siente apoyado y arropado por sus tiranizados, que no dudarán en pasar hambre, sed y frío con tal de defenderlo, e incluso palmarla con tal de que su nombre pase a engrosar la lista de abnegados mártires que dieron sus miserables vidas por su persona.

Ahí lo tienen, discurseando como quien está de palique en la
barra del bar hablando del tiempo. El camarada Vladimiro es
un tirano suavito, pero no por ello menos tiránico
De la lista de tiranos más célebres de los últimos tiempos, quizás el único que no se ciñe a los baremos del "Manual del Tirano Aplicado" en lo tocante al lenguaje corporal es precisamente el camarada Vladimiro. Pero, en este caso, no hablamos del típico energúmeno que ha alcanzado el poder mediante el uso de la fuerza, sino de un sujeto frío, calculador y, aunque le hayan llenado la cabeza de pájaros, tiene un autocontrol adquirido en el desempeño de su antiguo oficio. Al cabo, años en el KGB son capaces de moldear el carácter de cualquiera, y el adiestramiento recibido le permite domeñar, al menos en público, su ira y sus pasiones encontradas. No obstante, el camarada Vladimiro sí sigue al pie de la letra el resto del manual: amenaza antes de ser amenazado, promete atacar antes de ser atacado y, en resumen, se ciñe de forma meticulosa a los dogmas de los que le precedieron durante la nefasta y abyecta tiranía soviética. No vocifera como el ciudadano Adolf, no adopta posturas chulescas como el inefable Benito ni tampoco aporrea el atril con un zapato como el camarada Nikita, pero no reniega del uso constante de la amenaza que, en su caso, pronuncia con calma y frialdad. Colijo que ha entendido que el tirano vehemente está muy visto y ya no acojona demasiado, por lo que ha preferido crear una nueva versión, la del tirano calmoso. Un tirano que no pierde el control ni aparece con los ojos inyectados en sangre y las arterias del pescuezo palpitando resulta más atemorizante porque la gente piensa que habla plenamente convencido de lo que dice, y que cumplirá sus amenazas tanto en cuanto las emite con la cabeza fría, y no como producto de un avenate de furia. Es un tirano que ha implantado un nuevo estilo. No pierde los papeles, no se desgañita, no gesticula furiosamente, no grita... Se limita a decir lo que, en teoría, pretende hacer, como un Hannibal Lecter sugiriendo que tu hígado con habas debe resultar especialmente deleitoso acompañado de un buen chianti. Ciertamente, a muchos les causa temor esa actitud gélida como una cripta mohosa.

El tirano calmado tiene además una ventaja añadida: ante los suyos da una imagen de líder sereno, estoico y reflexivo, que no se deja llevar por el corazón sino por la cabeza, y ante los ajenos ofrece una apariencia sólida, alejada del cafre berreante al que ya nadie hace caso porque saben que sus amenazas no son dignas de ser tenidas en cuenta. Ciertamente, es ridículo que el tirano de Venezuela o, más aún, el de Nicaragua, amenacen con respuestas militares demoledoras a su enemigo preferido, los yankees, cuando cualquiera sabe que serían aplastados en un periquete. Y no ya por la obvia superioridad militar de los vecinos del norte, sino porque la mayoría de sus tiranizados están hasta el gorro de aguantar el estado de miseria perpetua al que se ven condenados mientras que ellos, sus familias y su corte de pelotas viven como sátrapas. Por este motivo, estos tiranos bananeros como el que vemos a la derecha, el "luchador por la libertad" Daniel Ortega que echó a Somoza para ser el califa en lugar del califa, en realidad le temen más a ver congeladas sus cuentas en paraísos fiscales ya que son los ahorros para que, el día en que sus tiranizados lleguen al límite, tener medios para pasar el resto de sus miserables vidas en cualquier estado paradisíaco pegándose la vidorra padre con el fruto del latrocinio perpetrado durante décadas en el poder. 

Este payaso, que allá por los 80 era el hombre del saco de Occidente y
que con su verborrea no paraba de amenazar a todo el planeta, se convirtió
en adalid de la paz cuando Reagan hizo un simulacro de Sodoma y
Gomorra con Trípoli en abril de 1986. Se le acabó la chulería
como por ensalmo, y se borró de la lista de tiranos parlantes
Bien, grosso modo, en esto se basa la verborrea de los tiranos. Pero, ¿qué hay tras ella? ¿Por qué siguen todos el manual sin salirse un milímetro? El miedo. Sí, miedo, canguelo, repullo, jindama, pánico, cerote, pavor, horror, esphanto, etc. ¿A qué? A todo. El tirano es por lo general un sujeto que, aunque parezca lo contrario, en realidad adolece de una gran inseguridad en sí mismo. Los tiranos dudan de todo y de todos, son desconfiados como serpientes, duermen con un ojo abierto y padecen verdaderas paranoias pensando que pueden ser envenenados, tiroteados o, simplemente, derrocados y fusilados en cinco minutos como el infausto Ceaucescu y su parienta, más odiada aún que su maromo. El tribunal que los condenó dictó sentencia, esta se cumplió ipso-facto y, con todo, las imágenes recogieron para la posteridad las vehementes protestas de la pareja, que a pesar de haber adquirido ya la condición de cadáveres en vida aún pretendían imponer una autoridad que tenían más perdida que un político el sentido de la decencia. El tirano vive en un estado de constante temor a ser derrocado, procesado, a que se le pidan cuentas de sus actos o, simplemente, a que sus tiranizados sean los que decidan acabar con ellos y se vean colgando cabeza abajo en una gasolinera como el inefable Benito.

Y si tienen miedo a sus tiranizados, más aún lo tienen a los enemigos que se inventan para alcanzar el poder y mantenerse en el mismo. El camarada Vladimiro amenaza con hacer uso de su arsenal nuclear porque tiene miedo de que la OTAN se meta por medio, y sabe que en un conflicto convencional está perdido. Solo la disuasión nuclear ha podido, de momento, frenar a Occidente. A todo ello añade una sarta de embustes propios de tiranos en los que la culpa de todo es del bando opuesto, que es el que les ha atacado, provocado, conspirado y traicionado. Hoy día, en una sociedad hiper-informada estos camelos ya no cuelan, pero ellos siguen fieles al manual y repiten como loros las consignas de siempre, que de momento siguen dando réditos aunque sea a un porcentaje cada vez menor de la población. Y es precisamente la facilidad para transmitir noticias falsas el arma de doble filo con que se enfrentan ya que, del mismo modo que propalan sus bulos, sus enemigos propagan información que desmonta los mismos o, al menos, los pone en tela de juicio. La propaganda convencional ya no vale, y hoy día cualquier fulano con un móvil puede filmar una matanza y en dos minutos ser visualizada por millones de personas. 

Otro tirano amenazante en el momento de pasar por caja
para pagar la factura de sus fechorías. Sus hijos también
tuvieron que hacer frente a la multa, y encima con recargo
Ante eso, a los tiranos solo les queda el recurso de lanzar una amenaza tras otra para intentar acobardar a sus enemigos o mitigar el ansia de venganza de sus tiranizados, la cual caerá más temprano que tarde sobre sus indignas cabezas porque la época en que los Idi Amin o los Batistas eran derrocados y se largaban a un exilio dorado pasó a la historia. Ahora el que la hace la paga, como bien pudieron comprobar bichos como Sadam, Gadafi, Milošević, etc. Que me odien con tal de que me teman, afirmaba el vesánico Gaio Calígula, que sabía que la mejor herramienta para mantenerse en el poder era instaurar un régimen de terror hasta que Casio Querea y varios colegas decidieron que ya lo habían soportado bastante y le dieron boleta a cuchillada limpia. Sin embargo, es la regla de oro que aún siguen los tiranos porque saben que en el momento en que dejen de temerles están perdidos, y no se enteran de que el odio une más que el afecto. El camarada Vladimiro, como todos los tiranos, se ha dejado arrastrar por su vena megalómana para convertirse en un pseudo-zar al estilo del padrecito Iósif en versión de traje caro y corbata, pero es el enésimo déspota que basa su poder en exacerbar un ultranacionalismo enfermizo para, con una mezcla de paternalismo y brutalidad, obtener el apoyo de sus tiranizados para tener carta blanca y perpetrar sus fechorías dándoles un viso de legalidad. Pero la época de la legalidad constreñida al ámbito nacional desapareció en Nuremberg, y pasarse de la raya puede tener nefastas consecuencias para los tiranos. De ahí la obsesión por mantener la amenaza como forma de alejar posibles represalias, porque si son derrotados están perdidos. Nadie, salvo algunos irredentos, moverá un dedo por ellos y lo saben.

En fin, la verborrea de los tiranos no es más que un mero instrumento para justificar su tiranía. El camarada Vladimiro daba por hecho, como en su día lo hizo el ciudadano Adolf, que una rápida victoria le daría patente de corso para proseguir con sus rapiñas e incluso cierta impunidad a una agresión totalmente injustificada. Pero cuidado, porque todo tiene un límite. Cuando el ciudadano Adolf atacó Polonia, muchas voces procedentes del tóxico pacifismo surgido tras la Gran Guerra clamaron que no merecía la pena morir por Danzig. Pero la cosa era que tras Danzig vino una guerra relámpago que se llevó por delante a ejércitos que sobre el papel eran los más poderosos del mundo, y con ello una guerra de casi seis años que costó decenas de millones de muertos. Por lo tanto, a los cagalindes que proclaman que no merece la pena morir por Ucrania les diré que dejen de hacerle la pelota al camarada Vladimiro, del que seguramente cobran un estipendio como topos infiltrados en la sociedad occidental para ganar adeptos a su causa, y que piensen que tras Ucrania puede ser el turno de Rumanía, Hungría, Polonia, Finlandia o Suecia, y tras ellos el resto de Europa. 

Otro empecinado practicante de la verborrea tiránica que jamás pudo
imaginar que se vería pagando por sus crímenes. Si no le hubiera dado
un chungo en su celda durante el juicio, seguramente  al día de hoy
aún se estaría pudriendo en la trena
Sea como fuere, lo cierto es que la verborrea de los tiranos tiene actualmente fecha de caducidad. Las amenazas pierden fuerza, sobre todo cuando el tirano que todos creían invencible resulta que pierde fuelle y acaba empantanado en una guerra de desgaste. El enano corso (Dios lo maldiga cienes de trillones de veces), lo tuvo que reconocer tras su paso por España, donde perdió su reputación ante Europa y se vaporizó su halo de invencibilidad. El camarada Vladimiro no ha sido capaz de aprender de las enseñanzas del enano, y menos aún de las de la propia URSS cuando logró detener, rechazar y, finalmente, vencer al ciudadano Adolf. Y, mira por dónde, lo que creía un paseo militar se ha convertido en una guerra en la que millones de personas lo odian a muerte, les da una higa palmarla defendiendo su suelo y se preocupan de divulgar por todo el mundo sus padecimientos para obtener apoyos. Son los mismos que sufrieron el infame Holodomor desencadenado por el padrecito Iósif y las matanzas indiscriminadas de los Einsatzgruppen del ciudadano Adolf, así que te has equivocado, Vladimiro. Tu verborrea solo ha servido para que los timoratos políticos occidentales tasquen el freno... de momento. En el instante en que tu verborrea deje de ser creíble, estas listo, y si acabas con una bala en el cerebro te lo habrás ganado sobradamente, so imbécil.

Bueno, vale de momento. Con esta filípica dejo testimonio de que sigo en la brecha. Mustio, pero en la brecha, y a la espera de que la musa retorne. Igual se ha pirado a Kiev a echar una mano, quién sabe.

Y los buenistas, guays, pacíficos, amantes del buen rollo y de pasar las horas viendo vídeos de gatitos adorables, recuerden este inapelable aforismo que al día de hoy aún mantiene toda su vigencia: SI VIS PACEM PARA BELLVM, capullos.

Hale, he dicho

Fotos como esta son más devastadoras que diez bombas de racimo. El sufrimiento de la población civil era algo que pasaba desapercibido tiempo atrás, por lo que la verborrea de los tiranos no tenía contrapartida. Pero hoy día cualquier pelagatos excepto yo tiene un esmarfon para sacar fotos y vídeos a mansalva y colgarlos en las redes sociales. A los cinco minutos, cientos o miles de millones de personas estarán poniendo de hideputa para arriba al causante del llanto de esa madre, que se ve con tres críos sola y desamparada ante las hordas del tirano

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