Bueno, prosigamos con una pequeña selección de imágenes que corroboran que, en efecto, la hora en que la Parca vendrá a hacernos una postrera visita es un enigma dentro de un arcano dentro de una adivinanza.
Ciertamente, no deja de asombrarme la rotunda eficacia de estos pequeños drones que están revelando al mundo una nueva forma de hacer la guerra. Del mismo modo que el carro de combate despertó en la Gran Guerra para convertirse en un arma decisiva en la matanza siguiente, en el conflicto de Ucrania creo que estamos asistiendo al ocaso de estos monstruos carísimos. Las imágenes de formaciones cerradas de carros de combate arrollando a la infantería enemiga que tanto acojonaban a los mandamases de la OTAN durante la Guerra Fría han quedado obsoletas. Ahora lo que acojona es contemplar un enjambre de moscas cojoneras y silentes que pueden aniquilar sofisticados sistemas de armas con una simple bomba de mano metida en una carcasa de plástico.
El soldado Nikolai Vladimirovich ha tenido un apretón en el momento más inoportuno. Ahí lo tienen, en cuclillas y centrado en lo suyo, lo que le impide notar la presencia del dron alevoso. Ante él vemos su fusil y el macuto.
El fulano que maneja el dron no respeta el sacrosanto ritual de dar de vientre apaciblemente, así que suelta su carga para que Nikolai Vladimirovich eche su cagada postrera.
A Nikolai Vladimirovich se le corta la cagalera ipso-facto. A unos tres metros de distancia explota la enana malvada, dándole un susto de muerte y haciendo caer sobre él una lluvia de esquirlas de acero bastante calentitas.
Y ahí tenemos al pobre Nikolai Vladimirovich en una pose nada heroica con los pantalones bajados. Curiosamente, en la siguiente escena aparece subiéndose los calzoncillos porque no es plan de que vayan a evacuarlo y se lo encuentren en una situación tan inapropiada. En fin, la guerra no respeta nada, ni siquiera una apacible cagada campestre...
Veamos a continuación cómo otro dron alevoso le fastidia el paseo a Viacheslav Vladimirovich, que camina junto a una hilera de árboles como si la paz reinase en el mundo. Obviamente, no tiene ni pajolera idea de que sobre su cabeza se está pergeñando su perdición.
La enana malvada detona a unos cuatro metros a su derecha. Su radio letal es inferior, pero a esa distancia puede dejarle las piernas echas un desastre.
Viacheslav Vladimirovich cae redondo al suelo y se lleva las manos a las piernas mientras se arrastra a duras penas hacia los árboles. Está malherido, pero por suerte para él un compañero que permanece oculto entre la maleza se aproxima para echarle una mano. No sabremos cómo terminó la historia, pero lo que sí está claro es que a Viacheslav le dieron un susto acojonante.
Lo de pasear por sitios inadecuados parece que es una costumbre bastante popular a pesar del peligro que entraña. Ahí podemos ver a Serguei Vladimirovich camino hacia no se sabe dónde por un sendero que transcurre paralelo a una carretera que presenta claros desperfectos producidos por las bombas. Pero el dron alevoso o, mejor dicho, su piloto a distancia, no está dispuesto a dejar pasar la oportunidad de sumar una baja más a su extensa lista, así que deja caer su pseudo-bomba que vemos marcada con los colores ucranianos.
Algo, quizás el tenue silbido de la pseudo-bomba al caer, hace que Serguei Vladimirovich salte en busca de refugio, pero sin saber por dónde vienen los tiros porque se dirige al parecer al cráter que vemos a su derecha. Pero el karma es cruel de cojones, porque corre precisamente hacia la pseudo-bomba con tanta precisión que esta le cae literalmente encima. Explota y Serguei Vladimirovich cae fulminado. Si hubiera saltado hacia el lado opuesto todo habría quedado en un susto y los oídos zumbando un rato. Pero no, Serguei Vladimirovich tenía marcados el día y la hora.
Por desgracia, el error fatal de Serguei Vladimirovich le pasa factura y queda inerte en el suelo puñetero. Otro desdichado que se quedará abonando la ubérrima tierra ucraniana. Muerte cierta, hora incierta. Serguei Vladimirovich jamás podría haber imaginado que, cuando engulló aquella mañana su pésima ración de combate caducada, sería la última de su breve existencia. Chungo, ¿qué no?
Ya vemos que la última sorpresa pueden dárnosla en el momento más inesperado, ya sea echando una meada o deambulando por una inmensa llanura aparentemente inofensiva. Pero el peligro acecha en todas partes, y el siguiente paso puede ser el último. Y, como ya sabemos, no solo puede ser el último paso, sino también el último metro que circulamos en un vehículo, y sino que se lo digan a Iósif Vladimirovich y sus cuñados, que tienen mucha prisa por largarse en un automóvil civil que habrán rapiñado a cualquier probo ciudadano.
Pero el dron alevoso ya los tiene enfilados. El techo solar del automóvil es el objetivo por donde se colará la enana malvada. El fulano del dron tiene una puntería envidiable, porque acierta sin problema. Ojo, que, como vemos, el chisme ese vuela a más altura. La vista cenital que nos ofrecía en la foto anterior estaba aumentada con el zoom de la cámara. En la siguiente foto, sacada a la altura real, vemos como la enana malvada cae desde bastante altura, haciéndonos pensar que, con suerte, logrará explotar cerca del vehículo.
Pero no. Se cuela limpiamente por el techo solar y explota en el interior del vehículo, que ya se había puesto en marcha. Iósif Vladimirovich acaba de dar su último paseo en coche. Avanza lentamente unos 40 metros describiendo una curva hasta detenerse junto a un vallado. Se masca la tragedia.
En la foto siguiente vemos los desperfectos causados por la explosión. El cristal delantero ha sido pulverizado, y se atisba el interior bastante perjudicado. No obstante, el cuñado que ocupa el asiento del copiloto sigue vivo y se apea del vehículo o, mejor dicho, se deja caer fuera del mismo. Hierba mala nunca muere, como ya sabemos. A Iósif Vladimirovich debe haberle entusiasmado el paseo, porque se queda dentro, seguramente más muerto que Carracuca.
En fin, criaturas, estos siniestros testimonios gráficos nos permiten corroborar que la guerra moderna no permite bajar la guardia ni un instante. Hasta hace muy poco, los combatientes tenían al menos la tranquilidad de saberse a salvo si se encontraban en zonas a cubierto o en una simple trinchera, pero ahora solo se está seguro dentro de un refugio, fuera del campo visual de estos irritantes aparatos que están revolucionando el arte de la guerra. En Afganistán o Irak hemos visto los Reaper yankees escabechando talibanes o yihadistas a misilazo limpio, pero lo de Ucrania es menos estruendoso aunque mucho más sutil y taimado. No hace falta gastarse una millonada en un proyectil archi-sofisticado guiado por láser y controlado por satélites para aliñar a un fulano. Ahora se compra un dron canijo en Amazon y ya se pueden obtener resultados similares. Menos espectaculares, eso sí, pero lo que cuenta es el resultado final: liquidar enemigos.
Bueno, vale por hoy. Ya seguiremos...
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