sábado, 29 de junio de 2024

BESTIARIO HERÁLDICO: EL OSO

 

Desde los tiempos más remotos, el oso ha sido identificado como un símbolo del poder, la fuerza y la fiereza. Su aspecto masivo, su imponente estatura cuando se yergue sobre sus patas traseras, sus descomunales zarpas y la mala leche que gastaban y gastan lo entronizaron como reyes de los bosques europeos, donde abundaban hasta que la tóxica presencia de los primates bípedos redujera su número al mínimo. Lo cierto es que, aunque los fabricantes de juguetes y los dibujantes de relatos infantiles los hayan logrado encasillar como adorables animalitos peludos, la cosa es que son una fieras temibles, sumamente agresivas y de carácter impredecible. Su descomunal fuerza los hace prácticamente invencibles salvo que se les abata con armas de fuego o se les cace ayudados por rehalas de perros de buen tamaño pero, de por sí, son auténticos depredadores sin más enemigos que el hombre, que corona la pirámide de bichos malignos del planeta y el único que es cazado, perseguido y aniquilado en cantidades masivas por los de su misma especie. 

INTROITO

Pinturas rupestres de la cueva de Chauvet-Pont-d'Arc que
muestran una pareja de osos. Están datadas en unos
32.000 años de nada
Para justificar la presencia del oso en los blasonarios medievales tenemos que remontarnos unos años, algo así como el neolítico. En aquellos tiempos, el oso cavernario era la fiera más poderosa que habitaba en la Europa, y nuestros atribulados ancestros se acojonaban bastante cuando escuchaban sus profundos rugidos en las cercanías. De hecho, no dudaban en invadir sus cuevas y obligar a los homínidos que las habitaban a salir echando leches so pena de ser desahuciados previa evisceración y/o pérdida de alguno de sus miembros. Para congraciarse con un bicho tan poderoso, nuestros tatarabuelísimos optaron por practicar ritos apotropaicos para congraciarse con esos bicharracos y adorarlos haciéndoles la pelota adecuadamente. Los brujos tribales se cubrían con pieles de oso y llevaban a cabo toda una serie de fórmulas mágicas para congraciarse con unos animales que consideraban parientes cercanos de sus deidades.

Placa de bronce datada entre los siglos VI y VIII d.C. que nos
muestra un berserker cubierto con una piel de oso
El oso mantuvo durante siglos y siglos su preeminencia entre las bestias terrestres. Por ejemplo, los griegos le daban el nombre de άρκτος (árktos), palabro proveniente de άρχἡ (archí), que entre otras acepciones contempla las de poder y autoridad. Otro ejemplo lo tenemos en el famoso rey Arturo o, mejor dicho, Arthus, derivado del término galés arth que, mira por donde, también significa oso. Incluso los berserkers, los desaforados guerreros vikingos que combatían hasta las cejas de farlopa, se solían cubrir con pieles de osos para dar a entender a los enemigos que eran unos ciudadanos especialmente fuertes y agresivos. De hecho, el oso erguido manoteando amenazadoramente con sus zarpas se asimilaba a la pose de un temible guerrero. Más aún, una de las etimologías de berserker parece ser berr, oso en lengua germánica. En alemán moderno es bär. Así pues, ya vemos que los osos han sido relacionados desde tiempos de Noé con el poder, la fuerza e incluso la realeza. Fin del INTROITO

Canecillos de la colegiata de San Pedro en Teverga, Asturias.
A la izquierda vemos un oso, y a la derecha un jabalí, otro animalito
heráldico caído en desgracia del que ya hablaremos un día de estos
Bien, como hemos visto, el oso ha sido un animal íntimamente relacionado con cultos y costumbres paganas, lo que lo puso en el punto de mira del cristianismo porque los bichos vinculados a ídolos y tal estaban mal vistos por el clero. De hecho, el oso es atributo de pecados como la ira, la gula, la pereza y la lujuria, este último proveniente de la creencia de que estos animales se sentían atraídos por las mujeres, que podían fornicar con ellas y que incluso las raptaban para fabricarles híbridos de oso y humanos. Sí, una chorrada monumental de la que, para más inri, jamás se pudo obtener una prueba fehaciente como es obvio, pero ya sabemos que el personal del medioevo se creía a pie juntillas todas las supersticiones habidas y por haber, e incluso hombres ilustrados como Agustín, obispo de Hipona y Padre de la Iglesia, juraba por sus antiguos pecados carnales que VRSVS EST DIABOLVS, uséase, que el oso era el diablo, y fue él precisamente el que adjudicó a estos bichos toda la retahíla de pecados capitales. A tanto llegó la abominación contra ellos que suelen aparecer con frecuencia en los canecillos románicos como atributo de dichos pecados junto a los blasfemos, los ladrones y demás morralla pecaminosa.

Ya sabemos que la autoridad del clero en aquellos tiempos era superlativa, y que su capacidad para acojonar al personal con los peores castigos tras la muerte ponían los pelos como escarpias hasta a los mismos monarcas. Así, cuando la heráldica aún estaba por inventar, todos los símbolos y amuletos relacionados con los osos fueron desapareciendo a pesar de que su posesión era símbolo de valor y fuerza: cabezas, pieles, amuletos y collares a base de colmillos o garras, etc. Poco a poco, el ancestral rey de los bosques y el mayor símbolo de poder de toda Europa tuvo que ceder el puesto al león, un bicho desconocido en el continente y, lo más importante, era uno de los atributos de Jesucristo, por lo que la cosa estaba clara: si el león era el Hijo de Dios y el oso el diablo, el bicho que prevalecería sería el león.


En la foto superior tenemos un ejemplo bastante elocuente. Muestra el tímpano de la MAGNA PORTA de la catedral de Jaca, donde vemos un crismón flanqueado por sendos leones. El que nos interesa es el de la derecha, que está representado pisoteando un oso y un basilisco, ambos animales atribuidos a fuerzas malignas. Sobre el león nos informan de que IMPERIVM MORTIS CONCVLCANS E LEO FORTIS, el poderoso león aplasta el imperio de la muerte. Esta frase lapidaria podemos traducirla como "Jesucristo aplasta a Satanás". Como podemos ver, el oso había sido metamorfoseado de fiera poderosa a bicharraco asquerosillo. Animalito...

Capitel de la iglesia de Sta. María de Soterraña en Sta. María la Real
de Nieva (Segovia) que muestra a un caballero lanceando un oso
en un bosque
Sin embargo, a pesar del pertinaz empeño de la Iglesia por erradicar el oso de cualquier cosa que no fuera dañina, tras la aparición de la heráldica quedó claro que aún era relacionado con las misma virtudes que siglos antes. Mientras que los héroes y caballeros de los relatos de la época mataban leones con sus propias manos, los reyes y nobles hacían lo propio con los osos. El motivo es obvio: en Europa no había leones, y por mucho que insistieran en los libros de caballerías que Lanzarote del Lago, Amadís de Gaula o Palmerín de Inglaterra habían vencido sendos leones, los personajes de carne y hueso hacían lo propio con los abundantes osos de la época, que además era más peligroso que cazar un animal como el león, del que ni siquiera conocían cuál era su aspecto real. Así pues, el hecho de dar caza a uno de estos poderosos animales era motivo de orgullo, y sus figuras pasaron a adornar los blasones de la nobleza como muestra de su fuerza, su coraje y su poder. Todos los blasonarios de Europa admitieron la presencia del oso condenado por la Iglesia a la condición de cuñado de Belcebú, y desde la Península a Centroeuropa y desde la Península Itálica a la brumosa Albión (Dios maldiga a Nelson), no se cortaron un pelo a la hora de plantar en sus escudos de armas a estos animales.

Y como hoy llevo todo el día con una de mis fastuosas cefaleas, publico esta primera parte y mañana o pasado la completo, como suelo hacer cuando estoy hasta el níspero de escribir.

Hale, he dicho










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