domingo, 11 de junio de 2023

AMETRALLADORA LIGERA LEWIS. MANEJO Y USO TÁCTICO

 

Tirador y servidor de una Lewis tras un parapeto de circunstancias esperando la embestida de los tedescos durante la Kaiserschlacht iniciada durante la primavera de 1918. Estas máquinas, gracias a su movilidad, permitían trasladarlas rápidamente donde fuera necesario aportar potencia de fuego

Sección de ametralladoras del ejército británico a principios
de la guerra. Al fondo, en el centro, vemos el teniente que
estaba al mando de la misma
Al inicio de la Gran Guerra, la unidad básica del ejército british (Dios maldiga a Nelson) era el batallón. Hablamos de la infantería, naturalmente. Un batallón estaba compuesto por 1.007 probos homicidas al mando de un teniente coronel. Cada batallón estaba compuesto por una plana mayor, cuatro compañías con 227 oficiales, suboficiales, clases y fusileros al mando cada una de un capitán y, finalmente, una sección de ametralladoras con dos Vickers. Las compañías de fusileros se dividían a su vez en secciones de 50 fulanos al mando cada una de un teniente, y cada sección en cuatro pelotones de 12 fusileros al mando de un cabo (siempre hablamos de cifras aproximadas ya que los efectivos de cada batallón variaban constantemente). Como salta a la vista, si nos fijamos en la sección de ametralladoras vemos que su número eran bastante birrioso, y que las máquinas disponibles eran ametralladoras pesadas destinadas a ocupar una posición estática con la misión de intervenir si a los tedescos les daba por hacerles una visita precedida por una preparación artillera. Cuando la fiesta se puso seria y se dieron cuenta de la contundente eficacia de estas armas, allá por febrero de 1915 a los mandamases les faltó tiempo para duplicar el número de Vickers por batallón porque, por una mera cuestión matemática, si dos ametralladoras mataban a 100 tedescos, pues cuatro matarían a 200. Elemental, ¿no?

Trinchera alemana Vs. trinchera británica. A pesar de que las primeras
eran más confortables y seguras, eso no impidió a los tedescos desplegar
toda su agresividad y mala leche durante todo el conflicto

Sin embargo, a lo largo del aquel año el ejército isleño experimentó un revulsivo notable al ver que el despliegue táctico convencional ya había quedado totalmente obsoleto. Como se comentó en el articulillo anterior sobre estas armas, vieron que la infantería carecía de armas capaces de proporcionar potencia de fuego cuando llevaban a cabo un contrataque o una ofensiva, y sus fusileros no tenían nada con qué ofender a los tedescos que, retirados a su segunda línea defensiva, los diezmaban con sus Maxim con total impunidad salvo que la artillería propia lograse expulsarlos nuevamente de sus posiciones, lo que no era fácil ya que los sistemas de atrincheramiento y fortificación tedescos les daban cien vueltas al de los aliados, especialmente a los british cuyos mandos, muy sagaces ellos, tenían por norma impedir la construcción de trincheras sólidas y confortables en base a una teoría tan discutible como simplista: una trinchera segura hace que los hombres se tornen acomodaticios y prefieran no salir a combatir; una mierda de trinchera les hacía vivir en un estado de inseguridad que aumentaba su agresividad, lo que les empujaría a atacar con denuedo para eliminar la amenaza enemiga. Sin comentarios, ¿no?

Insignia de gorra del Cuerpo de Ametralladoras
Bien, el revulsivo mencionado supuso un cambio total en la distribución de las ametralladoras del batallón. En octubre de 1915 se creó el Cuerpo de Ametralladoras, por lo que las Vickers fueron retiradas de los mismos y pasaron a ser integradas en compañías dependientes de las brigadas, que se encargaban de distribuirlas en su sector según su criterio o las peticiones de los comandantes de cada batallón. A cambio, los batallones recibieron inicialmente cuatro Lewis que podían emplazarse en trípodes para su uso como ametralladoras estáticas o, llegado el caso, sacarlas de sus nidos y emplearlas como armas de apoyo para infantería. Como cabe suponer, la intención de los mandamases era aumentar de forma progresiva la dotación de máquinas por batallón hasta alcanzar al menos 16 de ellas, a razón de una por pelotón, pero no era nada fácil por dos motivos: uno, porque la BSA aún no daba abasto para cumplir los pedidos pendientes, y eso que, como recordarán, inicialmente los british solo se interesaron por la Lewis para armar aeroplanos; el otro problema estaba concatenado al anterior ya que, además de los problemas de suministro, a medida que avanzaba la guerra también aumentaba el número de batallones enviados al frente que debían disponer de sus máquinas. Con todo, hacia finales del conflicto se había logrado alcanzar nada menos que 36 ametralladoras por batallón a razón de dos por pelotón, más cuatro a disposición de la Plana Mayor destinadas principalmente a la defensa antiaérea.

A la izquierda vemos una Lewis emplazada sobre un trípode pesado que, a su vez, ha sido colocado sobre una rueda de carro para disponer de un rudimentario afuste giratorio para fuego antiaéreo. A la derecha tenemos el trípode reglamentario para este cometido, con un largo mástil que permitía hacer fuego rodilla en tierra. En el detalle vemos la mira para uso antiaéreo que se acoplaba en la carcasa del radiador, y en la abrazadera del mismo el pequeño dióptero que se instalaba en el alza del arma

Las dotaciones de los pelotones de ametralladoras dependían directamente de los batallones, y eran sus comandantes los que elegían a los que consideraban más aptos. Estos pelotones estaban formados básicamente por cinco hombres, a saber: 

El tirador, o Nº 1, que generalmente era un cabo y el jefe del pelotón. Estos hombres se seleccionaban en base a su puntuación en las prácticas de tiro con fusil, debiendo obtener al menos 130 puntos sobre 200 para obtener el rango.

El servidor, o Nº 2, era el encargado de retirar los cargadores servidos, colocar los nuevos y, caso de producirse una interrupción, ayudar a solucionarla. Era además el encargado de llevar la bolsa de herramientas y repuestos necesarios para solventar cualquier contingencia, y entre ambos podían desarmar una máquina en cuestión de segundos.

Los porteadores de munición, o Nº 3, 4 y 5, que debían acarrear entre cuatro y doce cargadores dependiendo de la misión a cumplir. Además, eran los encargados de recargar los cargadores tras cada movida, operación que se podía realizar manual mente con un útil del que ya hablamos en el articulillo anterior o con una máquina de recarga. 

Pelotón de Lewis en acción. El tirador está extrayendo el cargador,
mientras el Nº 2 le ofrece uno lleno. A su izquierda se pueden ver las
bolsas de transporte de los mismos
A estos cinco hombres se solían añadir, si había disponibilidad de ellos, dos o tres fusileros que, además de ayudar a cargar munición, tenían como principal cometido defender la máquina a ultranza, así como actuar de avanzadilla para localizar posibles emplazamientos durante un contrataque o una ofensiva. El armamento individual para los Nº 1 y 2 era el revólver Webley de calibre .455, mientras que los demás portaban el fusil Lee-Enfield reglamentario. Por lo demás, los tiradores estaban exentos de los servicios habituales entre la tropa si bien tenían que entregarse en cuerpo y alma a mantener su máquina en perfecto estado, y recordemos que ya se ha comentado que el buen funcionamiento de una Lewis dependía de una limpieza y un lubricado impecables. A cambio, tenían un sobresueldo de 6 peniques diarios, lo que no era ninguna tontería tanto en cuanto suponía un 50% más de paga que la de un soldado raso, que cobraba un chelín diario. No obstante, todos los miembros del pelotón recibían entrenamiento para hacer fuego en caso de que hubiera bajas entre ellos.

La dotación de cargadores de cada máquina era de 44 unidades, lo que suponía un total de 2.068 cartuchos; cada cargador lleno tenía un peso de 2 kilos. Los porteadores eran los encargados de recargarlos y guardarlos. Inicialmente se transportaban en macutos, sacos o donde podían, pero en 1915 se suministró un contenedor de lona de forma cilíndrica con capacidad para cuatro cargadores. Dicho contenedor se cerraba con una tapa plegable del mismo material, y para transportarlos solo disponía de una asa, lo que disminuía el número de cargadores que podía llevar cada hombre manteniendo una mano libre. A la izquierda podemos ver el contenedor en cuestión. Para darle rigidez, la parte inferior llevaba por dentro un cilindro de chapa ondulada. A la izquierda de la foto tenemos un porteador con uno de estos contenedores en la mano.

Obviamente, estos contenedores no eran especialmente prácticos tanto en cuanto limitaban la capacidad de cargadores a transportar con relativa comodidad y, lo que era más preocupante, eran susceptibles de perderse o dejarlos olvidados si había que salir de naja. Para remediarlo, en 1917 se suministró un nuevo modelo mucho más práctico y que permitía a cada porteador llevar encima ocho cargadores con más comodidad y con el peso- 16 kilos en total- repartidos de forma más racional por el cuerpo. Estas bolsas estaban unidas a un atalaje que permitía llevarlas como si fueran las cartucheras convencionales, como vemos en las dos fotos superiores. Dos quedaban colocados delante y los otros dos hacia atrás. En la parte inferior vemos el aspecto de los contenedores con sus respectivos cargadores, así como las dos parejas sueltas que, llegado el caso, permitían llevar encima menos cantidad llevando una pareja colgando del cuello. Recordemos que, según la misión encomendada, el pelotón llevaba más o menos cantidad de municiones para evitar ir sobrecargados.

Para su almacenamiento en las trincheras se empleaban unos cofres de acero que ya mencionamos en el articulillo anterior y que podemos ver con detalle en las fotos de la izquierda. Cada cofre, con un peso de 3'75 kilos, estaba dividido en dos compartimentos separados por un panel de madera, y tenían capacidad para ocho cargadores. Podían guardarse tanto en las bolsas circulares como en los contenedores o, simplemente, sueltos si bien, como ya dijimos en su momento, se hacía todo lo posible para impedir que la mugre y la humedad entrara en los cargadores. En el detalle vemos el receptáculo para el útil que se usaba para la recarga manual, y la flecha señala el lugar donde iba colocado en el cofre. Para facilitar su transporte estaban provistos de un asa de cuero situada justo debajo del cierre, como podemos ver en la foto inferior. Aunque, en teoría, estos cofres estaban destinados a almacenar la munición en las posiciones, si las condiciones del terreno y/o el clima por donde se movería el pelotón eran especialmente complicadas, pasaban de las bolsas y optaban por acarrear la munición en ellos a pesar de lo engorroso y pesado. Pero todo fuera por preservarlos de la humedad y el fango, porque ya sabemos que les iba la vida en ello.

Como complemento para el acarreo del material de cada pelotón, se distribuyeron unos carros de mano. Obviamente, no eran válidos para moverse en las trincheras, sino para trasladar armas, munición y pertrechos hasta primera línea. Este chisme no gozó de una especial popularidad, y se decía de él que "...se asemejaba a un ataúd montado sobre dos ruedas de bicicleta con neumáticos de goma maciza. Eran tan bajos que obligaba a agacharse a los hombres que tiraban y empujaban el carro". En la foto podemos ver dos pelotones arrastrando sus carros donde, además de armas y demás chismes, aprovechaban para cargar objetos personales. La foto, tomada en Fricourt en septiembre de 1916 y en vista de lo ligeros de ropa que van los british, hace suponer que hacía calorcito.

A principios de 1917 se sustituyeron los "ataúdes sobre ruedas" por el denominado General Service Wagon (Carro de Uso General, foto de la izquierda), unos carromatos en toda regla tirados por dos caballerías de los que se suministraban nueve por batallón a razón de uno para cada cuatro pelotones, que a lo tonto a lo tonto tenían que acarrear una notable cantidad de peso:
  1. 4 ametralladoras Lewis a razón de 12'25 kg/ud. = 49 kilos
  2. 4 bolsas de repuestos y herramientas a razón de 6'8 kg/ud. = 27'2 kilos
  3. 176 cargadores llenos a razón de 2 kg/ud. = 352 kilos
  4. 4 cofres de madera para pertrechos a razón de 15 kg/ud. = 60 kilos
  5. 22 cofres metálicos de munición a razón de 3'7 kg/ud. = 82 kilos
  6. 9 cajas de 1.000 cartuchos .303 British a razón de 34 kg/ud. = 306 kilos
Bolsa de herramientas y piezas de repuesto para las Lewis
Así pues, cada carro transportaba unos 876 kilos a los que habría que sumar bastimentos y los tropocientos cachivaches que, por lo general, todo el mundo solía añadir para hacer sus míseras existencias en el frente menos misérrimas. Cada batallón recibió nueve de estos carros para transportar las 36 Lewis con que contaba cada uno de ellos, aparte de los pertrechos, municiones y demás. Sin embargo, su tránsito por los caminos del frente no era precisamente fácil, y más si consideramos que había otros muchos vehículos más circulando en ambos sentidos por caminos bastante maltrechos, generalmente dañados por la artillería, mal reparados aprisa y corriendo por las unidades de zapadores y, en cuanto venían las lluvias, convertidos en pistas de fango pegajoso. No pocas veces los sufridos pencos del batallón se veían incapaces de arrastrar su carga, y no pocas veces el personal del batallón se veía obligado a echarse a cuestas toda la impedimenta para proseguir su camino hasta que lograban desatascar el dichoso carro o el tráfico disminuía de densidad. Y si, mientras tanto, los tedescos se aburrían y decidían batir con un poco de fuego artillero la zona, pues para qué hablar...

Tres Lewis controlan el paso sobre el Canal d'Aire cerca de Robecq,
en el sector de Ypres. La potencia de fuego desplegada por esas tres
máquinas solo podría ser suprimida mediante el uso de artillería
En cuanto a su uso táctico, fue la misma guerra la que marcó el camino a seguir. Cuando se sustituyeron las Vickers por las Lewis a nivel de batallón, sus comandantes las trataron como meras sustitutas, de modo que las emplazaron en trípodes como si fueran ametralladoras pesadas. Obviamente, en el momento en que había que hacer un fuego sostenido ante una avalancha de enemigos, las interrupciones eran continuas. No tardaron mucho en darse cuenta de que ese papel era para las Vickers, que deberían ser solicitadas a la brigada, y el de las Lewis como fuego de apoyo para la infantería que avanzaba, para cubrir ángulos muertos o bien para establecer puntos de resistencia en una zona conquistada mientras recibían refuerzos. 

Un tirador y su Nº 2 en algún lugar fuera de sus posiciones intentando
rechazar o derribar un avión enemigo que los acosa. Si palmaban
ahí, la valiosa Lewis se quedaría haciendo compañía a sus
maltrechas osamentas
No fue hasta finales de 1916 cuando se empezó a tener claro el uso táctico adecuado para estas armas. Las experiencias acumuladas durante el primer año y medio de guerra sirvieron para formar una serie de oficiales que se encargaron de formar a su vez a los comandantes de los batallones en cómo obtener un rendimiento óptimo de sus máquinas y, de ese modo, no desperdiciar armamento, municiones y hombres que eran difíciles de sustituir. De hecho, la escasez de ametralladoras y armamento individual en general obligaba a cada compañía a intentar recuperar el material perdido durante un avance fallido. Como ya podemos suponer, cada vez que un fulano caía como un auténtico y verdadero héroe, su fusil o su Lewis se quedaban tirados en la tierra de nadie, e intentar recuperarlas era una misión un poco bastante suicida porque los eficientes francotiradores tedescos se apalancaban en sus apostaderos dispuestos a dejar seco al primero que viesen paseando por el paisaje lunar, no ya en busca de heridos, sino de armas.

Tedescos haciendo prácticas con una Lewis y un Madsen
Para evitar estas situaciones tan irritantes, a las Lewis, siendo por razones obvias las armas más valiosas, se les ataba a la culata un fuerte y larguísimo cordel cuyo extremo era fijado lo más cerca posible de las alambradas propias. De ese modo, si el tirador caía durante un avance, solo había que arrastrarse hasta la piqueta donde estaba el cordel y tirar del mismo para recuperar la máquina. Sí, un sistema bastante primitivo, pero al parecer permitió recobrar no pocas ametralladoras que, o se habrían perdido para siempre, o habrían caído en manos de los tedescos que, ante la escasez de ametralladoras ligeras, echaban mano de todas las que podían y las enviaban a retaguardia para recamarar los cañones a su 8x57 mm. reglamentario y hacer las adaptaciones pertinentes en los mecanismos para esa munición.

Grupo de yankees practicando el tiro desde la cadera en Fort Custer
tras la guerra. A pesar de que el resultado de esta forma de disparar
se distinguió por sus pésimos resultados, ellos siguieron erre que erre
En cuanto a su despliegue a la hora de avanzar, los british nunca colocaron a sus ametralladores formando parte de la primera oleada, como hacían los gabachos. Estos últimos intercalaban sus pésimos Chauchat entre las filas de los atacantes y, como ya podrán imaginar, se convertían en el objetivo principal de las Maxim y los fusileros tedescos. Disparando desde la cadera, su precisión era un churro, y más si consideramos que no se movían precisamente por un suelo bien nivelado, sino todo lo contrario. Los yankees, cuando entraron en el conflicto y compraron ese fusil ametrallador a falta de algo mejor, adoptaron la misma táctica. Lo cierto  es que eso de disparar desde la cadera queda muy guay en las pelis, pero hacerlo sobre un enemigo protegido tras un parapeto estando el tirador en movimiento solo sirve para calentar el arma y quemar munición inútilmente. Bastaría con que un tirador enfilara al fulano del Chauchat para neutralizar la amenaza en un periquete. Esta forma de disparar, que denominaban como "fuego caminante", solo resultaba útil cuando había que limpiar trincheras y el tirador permanecía en una posición estática o avanzando muy despacio por un terreno razonablemente llano (el suelo de la trinchera), pero si lo hacía trotando por la tierra de nadie sus disparos formarían un cono de fuego tan amplio que hasta un elefante con sobrepeso pasaría entre las balas como si tal cosa.

Pelotón de Lewis esperando un contrataque alemán durante la
Kaiserschlacht cerca de Meteren, en abril de 1918
Por el contrario, los british, como ya hemos comentado, optaban por apoyarse con fuego de artillería que, a base de cronómetro, iba avanzando conforme lo hacían las tropas, lo que dio lugar a no pocas bajas por fuego amigo. Pero a los pelotones de Lewis no los situaban en primera fila, sino más atrás. Ya habían visto cómo los gabachos caían como moscas, de modo que no era plan de imitar tan absurda táctica. Por lo tanto, su despliegue lo llevaban a cabo de la siguiente manera: los pelotones avanzaban tras la primera línea de asaltantes, ocupando cráteres o posiciones protegidas desde las que podían abrir fuego sin ser alcanzados, apoyando así a sus compañeros intentando silenciar a las Maxim tedescas incluso recurriendo al tiro en desenfilada. Cierto era que esta táctica conllevaba el riesgo de romper el contacto entre la primera oleada y los pelotones de ametralladoras, pero pensaron que era preferible a verlos caer como bolos.

Distintivos de manga de los ametralladores de Lewis. LG
significa simplemente Lewis Gun
Otro uso que dio unos resultados bastante aceptables fue a la hora de suprimir las dotaciones de las Maxim de forma previa a un avance. Para ello, los pelotones de ametralladores se internaban en la tierra de nadie en plena noche hasta dar con un cráter que les permitiera ocultarse del enemigo. No olvidemos que las bengalas no paraban de iluminar la zona con su fría y tenebrosa luz de magnesio, y los tiradores de ambos lados abrían fuego hasta si veían moverse un cadáver a consecuencia de los gases de la putrefacción. Mientras tanto, un pelotón de fusileros hacía lo propio para atraer sobre ellos el fuego de las Maxim, que de ese modo delataban su posición. A continuación, los de las Lewis intentaban dar un golpe de mano, avanzando hasta la trinchera enemiga, barrer a los fulanos de las Maxim y salir de allí echando leches antes de que los perplejos teutones se recuperasen de la sorpresa. También se recurría a los pelotones de Lewis para proteger a las unidades de zapadores encargadas de reparar o abrir nuevas trincheras aprovechando la oscuridad.

Un pelotón de Lewis en el sector de Ypres en octubre de 1917. En
vista del abundante cargamento de munición que llevan encima,
cabe suponer que se dirigen a tomar parte en alguna movida
Por último, debemos mencionar el importante papel de las Lewis a la hora de consolidar el terreno arrebatado al enemigo. Para ello, era vital emplazar las máquinas en posiciones que pudieran resistir el inevitable fuego de barrera tedesco, para lo cual estos fulanos estaban muy bien entrenados. Los pelotones de Lewis se pertrechaban con el máximo posible de munición de cara a mantener una cadencia de fuego que mantuviera a la infantería a raya si iniciaban un contrataque hasta que la infantería propia pudiera proseguir el avance. Por lo general, el movimiento de tropas no solía efectuarse hasta la llegada de la noche para evitar que los cañonearan bonitamente, de modo que les esperaba una larga jornada intentando por todos los medios contener un contrataque o resistir el devastador fuego de los cañones enemigos. Está de más decir que muchos servidores de las Lewis dejaron el pellejo en el intento, y que muchos avances se vieron frustrados en el momento en que no quedaban hombres para ofrecer fuego de apoyo a la siguiente oleada.

Pelotón de Lewis preparándose para un ataque. Posiblemente,
para alguno, varios o quizás todos los que aparecen en la foto,
ese fue su último día en este atribulado planeta
Ya hacia el final del conflicto, las secciones de infantería de los batallones habían sufrido una profunda metamorfosis. En vez de ser parte de una compañía que actuaba al unísono, se proveyó a cada sección con dos Lewis, mientras que los otros dos pelotones fueron equipados de granaderos especialmente adiestrados en el lanzamiento de bombas de mano y de granadas de fusil. Esta nueva unidad tenía una enorme flexibilidad táctica, podían actuar de forma independiente desplegando una enorme potencia de fuego, podían dar golpes de mano o, en resumen, cualquier tipo de movimiento que, gracias al reducido número de componentes de la sección, podían infiltrarse en zona enemiga, perpetrar la escabechina y salir pitando.

Distintivo inicial de los servidores de ametralladoras.
MG = Machine Gun. Posteriormente, cuando los de las
Lewis recibieron el suyo propio, estos solo fueron
usados por los de las Vickers
En fin, criaturas, con esto terminamos. Como hemos visto, el concepto de ametralladora ligera que hoy nos es tan básico no surgió sin más, y fueron precisos muchos meses de guerra y muchos hombres muertos hasta que se dieron cuenta de que la capacidad letal de las ametralladoras iba mucho más allá de las máquinas emplazadas en posiciones estáticas. En la 2ª Guerra Mundial, el trípode quedó relegado a las casamatas y trincheras fijas, y la imagen del ametrallador de esa época es la del tedesco con la MG-34 o 42 al hombro, galopando por esos mundos de Dios, y al british con su Bren a cuestas. Los hijos del padrecito Iósif, que aunque contaban con sus Degtyarev permanecieron fieles a las Maxim, los afustes Sokolov al menos les permitían una movilidad que era impensable en una Maxim o una Vickers de la Gran Guerra.

Bueno, ya no me enrollo más. 

Hale, he dicho

Lewis haciendo una demostración de su arma hacia 1920. Por aquella época, todo lo que tenía que demostrar estaba ya demostrado, creo yo...

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