jueves, 28 de julio de 2011

La espada I. Introducción


Acabo de caer en la cuenta de que, llevando como llevo más de cien entradas publicadas, aún no he hecho referencia al arma más representativa de la época que nos ocupa. El arma que durante siglos ha sido la más significativa, la más extendida. La que en la Edad Media ha representado la fuerza, la nobleza, la depositaria de los más elevados valores morales de la milicia, incluso el poder de Dios: La espada

Desde hace milenios, la espada ha sido el arma por excelencia de cualquier combatiente. La vemos representada en los más antiguos bajorrelieves de Oriente Medio. La mencionan las crónicas más añejas que se conservan. Y a raíz del surgimiento en Europa de la caballería como orden, no solo militar, sino representativa de una serie de valores éticos y morales, la espada ya no era una simple arma. Era la depositaria de dichos valores que, aunque encomiables a nivel espiritual, por desgracia fueron casi siempre dejados de lado para servir a causas más mundanas que otra cosa. Con todo, si miramos cualquier sepulcro de algún noble o caballero medieval, observaremos que lo que se llevan consigo hasta la tumba es su espada, que reposará sobre su pétrea imagen yacente como símbolo inequívoco de la devoción que les inspiraba su arma por excelencia. El resto de su panoplia no aparecerá jamás en sus mausoleos. No veremos mazas, ni martillos, ni siquiera la lanza. Es la espada la que los acompañará al Más Allá porque la espada era la esencia de su fuerza, su valor, sus valores y el símbolo de su categoría social. Incluso les ponían nombre, dotándolas de personalidad propia: Desde la míticas Excalibur de Arturo o la Balmunga de Sigfrido, a la Lobera del rey Fernando o la Fulmen Dei del rey Alfonso. Su legado se consideraba como un gran honor, o como la transmisión de los valores antes mencionados. El mismo rey Fernando, en su lecho de muerte, le dijo a su hijo Manuel, el menor de su abundante progenie:

"Non vos puedo dar heredad ninguna, mas dovos la mi espada Lobera, que es cosa de muy grand virtud et con que me fizo Dios a mi mucho bien"

Pretender resumir en una sola entrada los diferentes tipos de espada que surgieron a lo largo del tiempo significaría hacer una pifia monumental. Sus diferentes versiones fueron evolucionando a medida que el arte de la guerra fue cambiando, pero siempre se ha mantenido en primera fila hasta hace pocas décadas, cuando las postreras unidades de caballería sembraban la muerte y la destrucción en el enemigo. Y aún hoy día, perdida por completo su utilidad en los modernos campos de batalla, sigue formando parte de la panoplia de armas al uso en las paradas militares en manos de la oficialidad. O sea, sigue representando la esencia de la milicia, por delante de las modernas armas de fuego que usan los ejércitos actuales.

Para esta serie de entradas, he creído más oportuno etiquetarlas aparte, ya que la espada no solo fue un arma medieval (recordemos que la Edad Media concluye en el siglo XV), y su uso prosiguió hasta prácticamente nuestros días. Así pues, las que correspondan al medioevo irán etiquetadas como Espadas y como Armamento Medieval, mientras que los tipos creados a partir del siglo XVI irán como Espadas y Armamento Moderno, que abarcarían los modelos usados hasta el siglo XIX.

Para la clasificación de espadas medievales me ceñiré a la tipología creada por Ewart Oakeshott (1916-2002), un estudioso del armamento medieval que, aparte de publicar multitud de obras sobre el tema, se molestó en clasificar los distintos tipos de espada desde los albores del segundo milenio hasta el Renacimiento en 12 tipologías diferentes (26 en total contando los subtipos). Cualquiera que sea medianamente aficionado a estas cosas sabrá de sobra quién fue Oakeshott, y sabrá igualmente que su minuciosa clasificación es la más detallada hasta el día de hoy. Conste que no solo Oakeshott ha realizado este tipo de trabajos. Wheeler, Petersen y Geibig también llevaron a cabo sus diferentes clasificaciones, pero pienso que la más completa y la que mejor se adapta a las necesidades de la época que nos ocupa es la de Oakeshott.

Para el resto, surgidas con posterioridad al renacimiento, se irán mencionando conforme a la tipología más representativa, desde las espadas roperas a las espadas y sables usados durante los siglos XVIII y XIX. O sea, que tenemos espadas para rato. Las únicas que no mencionaré serán los espadines de corte, así como dagas y espadas de parada, simplemente porque no eran armas de guerra, sino meros complementos del vestuario o del uniforme de nobles y militares de la época. Concretar un detalle, y es que los diferentes tipos de espada específicos de ciertos países, como las espadas escocesas, la katzbalger, la claymore, el faussard, etc. tampoco serán incluidos de momento. El resto fueron utilizados en toda Europa Occidental, y esas serán el objeto de nuestro estudio.

Concluyo esta introducción con un croquis con la nomenclatura de las diferentes partes básicas de la espada medieval, que son las que se estudiarán inicialmente, a fin de no tener que estar recordando en cada entrada qué significa cada palabra. Caso de tener que incluir algún término diferente a los básicos, ya se explicarán en su momento.



Como se ve, en sí misma es un arma bastante simple. Una simple maza constaba de más piezas que una espada. Sin embargo, estas eran mucho más caras por requerir una elaboración muchísimo más compleja, fuera del alcance del conocimiento de un simple herrero. Eran los maestros espaderos los que, generación tras generación, transmitían sus técnicas de forjado para crear una hoja que debía aunar resistencia, ligereza, flexibilidad y un filo capaz de cortar una pluma. Las guarniciones eran secundarias. De hecho, era habitual reciclar la espada heredada y cambiarle dichas guarniciones en función de la moda imperante. Pero la hoja era lo verdaderamente valioso. La escasez de espadas anteriores al siglo XV que han llegado a nosotros se debe, precisamente, a que sus dueños las enviaban a los maestros espaderos para adaptarlas a sus gustos personales. No se han perdido ni las ha devorado el óxido. Simplemente cambiaron su forma. El buen acero era muy caro y, para sacar una hoja se requerían horas y horas de batido sobre el yunque partiendo de un trozo de hierro. De ahí que, ya obtenida la hoja, era más viable modificarla que crear una nueva.

Aparte de la hoja, su construcción no tenía más secretos. La cruceta y el pomo se elaboraban con hierro o bronce, decorados o no, y la empuñadura solía ser de madera por lo general, bien en una sola pieza o en dos mitades. Una vez ensamblado el conjunto se remachaba la espiga, formando un sólido conjunto. De los detalles de su fabricación, así como los de las vainas y talabartes ya se darán detalles en sucesivas entradas.

Bueno, ya vale de momento con esta breve introducción. He dicho.




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