Me atrevería a jurar, no solo por mis barbas, sino incluso por las de mis venerables ancestros, que todos los que somos aficionados a estos temas belicoso-medievales hemos tenido la ensoñación en algún momento de nuestras aperreadas vidas de hombres modernos de ser protagonistas de un torneo, incluyendo la doncella que está como un queso y derrotando bonitamente a algún cuñado o enemigo similar tales como el jefe, el compadre que siempre nos sablea o el primo de nos deja sin güisqui del bueno.
Justo es reconocerlo: los torneos son quizás la parte más sugerente del medioevo. Esos festejos donde se demostraban la bravura y la destreza con las armas, las hermosas damas miraban al personal con ojos tiernos, el bullicio, los pajes gritando el desafío, los reyes de armas, derrotar al adversario y quedarte con sus armas y caballo que costaban un dineral... En fin, chulísimo de la muerte. ¿O no?
Bien, hace tiempo que quería dedicar una entrada a esta temática que, estoy seguro, resultará bastante interesante a modo de introducción así que, si más preámbulos, vamos al grano...
No se sabe con certeza ni el origen del término torneo ni tampoco cuando se empezaron a practicar. Como está mandado, las opiniones son de lo más variopintas. Obviamente, en lo que todos coinciden es en que su inicio se debió a la mera necesidad de entrenarse en tiempos de paz, que eso de dejar oxidarse tanto la espada como el brazo no era nada recomendable. De entrada, conviene tener en cuenta que, al parecer, inicialmente recibían el nombre de HASTI LAVDIA, que podemos traducir como juegos de lanza. Unos afirman que el primer torneo como tal, o sea, un evento que recogía tanto la parte lúdico-festiva como la meramente militar, fue organizado según las Crónicas de Tours por Geoffroy II, señor de Preuilly y de Rocheposay en 1066, siendo éste mismo el que al parecer creó las primeras reglas que debían regir en estos espectáculos y que, para sentar precedentes de la peligrosidad de los mismos, murió en dicho torneo. Otros afirman que fue el emperador de Sacro Imperio Enrique II el que los instauró en 919 como ejercicio para la caballería. Como dato final, señalar que ya en el siglo VIII el papa Eugenio II los tenía condenados por considerarlos una forma de suicidio, condición que nunca perdieron y que implicaba la negación de sacramentos o el entierro en sagrado a los que entregaban la cuchara con parte del yelmo incrustado en el cráneo o de una costalada en la liza. O sea, que hablamos de un ejercicio marcial bastante antiguo.
Vívida representación de una justa del Códice Manesse |
En cuanto al término torneo también hay diversas teorías. Fauchet, en el siglo XVI, sugiere que provenía de "par tour" en referencia a que los caballeros combatían por turnos. Terreros afirmaba que provenía del francés tourner o del latín bajo TORNARE o TORNAMENTVM, por las evoluciones y vueltas que realizaban los contendientes en la liza. Incluso Voltaire se manifestó al respecto, afirmando que torneo provenía de la denominación que se daba en latín bajo a las espadas usadas en estos saraos, las cuales no tenían punta y eran llamadas ENSIS TORNEATICVS, que podríamos traducir como espada redondeada. En cualquier caso, lo que sí se sabe con certeza es que en el siglo XII los torneos eran ya bastante populares e incluso hay constancia de varios de ellos, denominados en las crónicas como CONFLICTVS GALLICVS o batailles francaises, lo que deja claro que fue en Francia donde se normalizaron estos espectáculos belicosos. En el siglo XIII ya se habían extendido por Inglaterra, siendo en España donde más tiempo tardaron en generalizarse, principalmente por el hecho de que aquí había poco tiempo para otras cosa que no fuera la guerra. Como ya hemos dicho, el torneo se creó como un mero entrenamiento para tiempos de paz, pero ese idílico estado era raro en la Hispania en aquellos turbulentos tiempos. De ahí que no fue hasta el siglo XIV cuando se comenzaron a celebrar junto con otras aficiones típicamente hispanas, tales como los juegos de cañas o correr toros.
Bien pues... dicho esto, conviene que sepamos que, aunque los términos justa, torneo o paso de armas suelen emplearse indistintamente para designar una misma cosa, en realidad eran eventos totalmente distintos. El típico enfrentamiento entre dos adversarios que figura en el imaginario popular cuando se hablan de estas cosas era en realidad una justa. La justa, término procedente del latín IVXTARE, era lo que también se conoce como combate singular, o sea, un combate entre dos contendientes. Según las normas, debían romperse tres lanzas como mínimo, pasando a combatir a pie en caso de desear ambos caballeros proseguir la lucha. Quitarse el yelmo indicaba que uno ya estaba cansado de dar y recibir porrazos y cedía el campo a su oponente. Para este tipo de combate se usaban armas llamadas de cortesía, graciosas o galantes: espadas sin filo ni punta y lanzas bordonas con puntas jostradas. Este tipo de lanza, como ya se explicó en su día, eran huecas para que se partieran con más facilidad y las moharras terminaban en tres o cuatro aristas para que la presión de las mismas se repartiera sobre la armadura del contrario y no llegaran a atravesarla. Caso de que la justa fuera consecuencia de un desafío las armas utilizadas eran "a todo trance", o sea, armas de guerra. En esos casos, las heridas o incluso la muerte eran el resultado habitual. Arriba tenemos ambos tipos de puntas: A y B son moharras de sección prismática, destinadas a perforar una coraza. La C es lanceolada, o sea, la típica moharra de lanza que todos conocemos. Tenían menos capacidad de perforación, pero estaban afiladas como navajas barberas. Si hacían carne eran devastadoras por las hemorragias que provocaban. La D y la E son puntas jostradas de cortesía.
En cuanto al torneo, era un combate por grupos que simulaba ser una batalla campal y que tenía lugar al final de los festejos. El número de combatientes podía pasar del centenar, así que podemos imaginar el espectáculo. Una mitad de ellos eran los llamados mantenedores o sostenedores - tenants en francés- , o sea, los que aceptaban el desafío de todos aquellos que desearan combatir contra ellos (los venants). El torneo era extremadamente peligroso ya que, con el calor de la lucha, las buenas maneras tardaban un santiamén en desaparecer, dando lugar a actuaciones un tanto desmedidas por parte de los contendientes y comportándose como si en una batalla campal se encontrasen. La ilustración de la izquierda, perteneciente al Códice Manesse, es de lo más explícita. En ella vemos una mêlée en la que nadie se corta un pelo a la hora de recurrir a todo tipo de malas artes, empezando por el caballero del centro el cual agarra por el cuello a su adversario y se dispone a golpearlo en la cabeza con el pomo de la espada. Estos torneos podían acabar con varios heridos, tullidos por haber caído de mala manera o ser aplastados por su montura o, simplemente, muertos. Hay constancia de varios casos como el que ocurrió en 1274, cuando Eduardo I de Inglaterra (el malvado Longshanks que mandó apiolar a William Wallace), volvió de Tierra Santa y fue invitado por el conde de Châlons a participar en un torneo. En plena mêlée, el conde imitó a los de la ilustración de arriba e intentó descabalgar al monarca agarrándolo del pescuezo. Eduardo se zafó y logró ser el que derribara a Châlons, dando lugar a una verdadera batalla campal entre los caballeros franceses del conde, las tropas de a pie que acompañaban al rey e incluso el público, que no dudó en intervenir en la monumental bronca que se organizó.
A pesar de ser armas "de cortesía" el encontronazo debía ser algo bestial. De hecho, muchos morían o quedaban lesionados de por vida |
Por último tenemos el paso de armas, en el cual uno o varios campeones simulaban la defensa o el ataque de una posición o un paso difícil. O sea, que un caballero se plantaba por ejemplo delante de un puente o un desfiladero y desafiaba a todo aquel que quisiera cruzarlo. Si el campeón era un tipo conocido por su destreza y bravura, en seguida se corría la voz y acudían retadores de todas partes, incluso de allende las fronteras, a batirse con él. Así, hubo pasos de armas que duraron semanas y semanas mientras que el campeón iba dando cuenta de todos los que iban a plantarle cara. Uno de los ejemplos más sonados fue el Passo Honroso celebrado entre el 10 de julio y el 9 de agosto de 1434 en el puente sobre el río Órbigo por Suero de Quiñones y varios compañeros. Quiñones había hecho promesa de no retirarse hasta haber roto 300 lanzas ( o sea, enfrentarse a 100 enemigos a razón de tres lanzas por contrincante), dándose por terminado el paso de armas cuando fue herido el 9 de agosto. Aparte de los trastazos de rigor, solo resultó muerto un catalán por nombre Asbert de Claramunt de un lanzazo en un ojo que lo dejó seco allí mismo.
Bien, con esto creo que ya podemos tener más claro de qué iban estos simulacros de batallas y tal. En una próxima entrada se hablará un poco más a fondo sobre las reglas a seguir y alguna que otra cosilla más que sea interesante. Concluyo la entrada con algunas curiosidades curiosas al respecto para poder vacilarle al cuñado que siempre se las da de listo cuando pone la peli esa de "Destino de caballero" que, aunque es un zurullo, las escenas de torneos están bastante logradas, las cosas como son.
Justa a pie. Los escuderos sostienen las espadas de sus señores por si precisan de ellas |
Curiosidad 1. En un torneo celebrado en Segovia en 1435, un caballero tedesco por nombre Robert von Blase luchó contra Juan Pimentel, conde de Mayorga. Tras dos lances sin resultado, ya que el caballo del tedesco levantaba la cabeza y ocultaba a su persona, el conde le mandó aviso de que cambiase de caballo ya que los dos encuentros habían resultado un churro. El tedesco, que debía ser un memo de solemnidad, le respondió que se buscase la vida porque él no cambiaba de caballo. Así pues, el conde dijo que para cojones los suyos y la tercera lanza la usó para empotrarla sin más historias en la cabeza del caballo del adversario.
Curiosidad 2. Los caballeros gabachos no eran dados a participar en torneos si el clima era frío. Pero en 1240 cambiaron radicalmente de opinión cuando en un torneo celebrado en Neuss murieron al menos 60 de ellos debido al calor y el polvo. Una buena escabechina, ¿que no?
Enrique VI de Inglaterra con arnés de justa |
Curiosidad 3. Ricardo de Inglaterra, que además de tener el corazón de león estaba siempre más tieso que la mojama por sus constantes gastos bélicos y era además un reconocido rácano, optó por gravar los torneos para sacar pasta de ellos. De entrada, limitó a cinco las ciudades donde se podían celebrar, y estableció unas cantidades en concepto de inscripción en función del rango. De ese modo, un conde debía pagar la friolera de 20 marcos esterlinos de plata. Un barón pagaba 10. Un caballero terrateniente, cuatro y un caballero sin tierras dos marcos. Dos caballeros y dos ayudantes se encargaban de controlar que ningún justador entrase en la palestra sin haber soltado la pasta, y en caso contrario lo ponían de patitas en la calle.
Curiosidad 4. No fue hasta principios del siglo XV cuando se introdujo la tradicional barrera que obligaba a los contendientes a lancearse por el lado opuesto al brazo diestro, impidiendo así choques frontales y menos brutales. Pero, con todo, hubo muchísimos percances a lo largo del tiempo a pesar de la implantación de este accesorio. La víctima más famosa fue Enrique II de Francia, el cual fue herido durante un torneo que tuvo lugar el 30 de junio de 1559. Al enfrentarse con el conde de Montgomery, capitán de la Guardia Escocesa (un cuerpo mercenario que hacía de guardia real en Francia), una astilla procedente de la lanza del conde se le metió por el visor y se le clavó en el ojo. El físico regio, Ambroise Paré, no pudo hacer nada para evitar que el monarca muriera de una septicemia el 10 de julio siguiente.
Una dama porta el premio a un caballero sobre un velo bordado por ella misma. Estas prendas de cabeza eran usadas como protección simbólica por los caballeros en la mêlée |
Curiosidad 5. Como es de todos sabido, en los siglos XII y XIII los torneos coincidieron con las famosas cortes de amor, que gozaron de gran popularidad entre los caballeros de la época. Las damas asistían a los torneos y justas y los caballeros se partían el pecho por obtener la victoria en honor a su amada (amada platónica casi siempre). Así mismo, contraían juramentos de lo más extravagantes como prueba de amor, que iban desde llevar el brazo derecho encadenado en las justas a masticar solo con un lado de la mandíbula. Quizás el más pintoresco lo realizó Ulrich von Liechtenstein, el cual se paseó por todo el Sacro Imperio de torneo en torneo vestido de mujer, portando incluso una peluca con tirabuzones. No han llegado a nuestros días los comentarios del personal respecto a la apariencia del tedesco travestido, pero intuyo que no debieron ser precisamente elogiosos.
Curiosidad 6. Los "caballeros sin nombre" que han llegado a nosotros a través de la literatura romántica, verbi gratia "Ivanhoe" y similares, existieron en realidad. Uno de ellos fue el famoso Bertrand du Guesclin, el mercenario que con sus Compañías Blancas se puso al servicio del Trastámara, el cual acudió a un torneo en París en 1385 con la cara cubierta por el yelmo y sin sus armas pintadas en el escudo. Así mismo, muchos monarcas que gustaban de estos ejercicios hacían lo mismo para que sus contendientes no se vieran obligados a dejarse ganar por hacerles la pelota. Enrique VIII lo tenía por norma, y hay constancia de que Alfonso XI también lo hacía por no coartar a los justadores.
Bueno, con esto vale de momento.
Hale, he dicho
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