lunes, 31 de marzo de 2014

El arco compuesto, el arma de la estepa




El arco es un arma tan antigua tan antigua que si Caín no lo usó con el pardillo de su hermano fue porque le dio un avenate y se lo cargó a golpe de mandíbula burrera y, cegado por la ira, no cayó en la cuenta de que dos días antes se había fabricado uno. Bueno, eso no está demostrado de forma empírica, pero sí se sabe que al menos hace ya 50.000 años era un chisme conocido por nuestros ancestros y usado tanto para cazar mamuts como para apiolar a vecinos molestos.

Arquero a caballo efectuando un "tiro parto"
Los arcos se fabricaban inicialmente de una sola pieza de madera, la cual debía reunir una serie de condiciones que la hicieran apta para tal fin: flexibilidad, una veta uniforme para evitar alabeos, resistencia, ausencia de nudos, etc. Ya vimos en la entrada dedicada al arco largo como estos se elaboraban a base de madera de tejo, la cual ya era usada desde siglos antes. De hecho, la momia del ciudadano aparecida en los Alpes en 1991 y bautizado como Ötzi data de hacia el año 3300 a.C., y ya iba equipado con un arco de madera de tejo de 180 ctm. de largo. Sin embargo, no en todas partes había disponibilidad de madera adecuada para poder fabricar arcos de una sola pieza, como por ejemplo en la inmensa estepa siberiana donde no había un solo árbol capaz de dar madera para este fin. Así pues, la evolución que sufrió esta arma a lo largo del tiempo estuvo condicionada por la disponibilidad de los materiales adecuados de modo que, donde no había madera, había que recurrir a los más ingeniosos refinamientos mezclando materiales de las procedencias más dispares para poder disponer de estas eficaces armas. Así nació el arco compuesto, el arco que los mongoles pasearon por toda Asia y que, debido a sus belicoso nomadismo, extendieron por toda Asia hasta Persia. Veamos su historia y tal...

Arquero persa decorando un plato griego del
siglo IV a.C. En la mano porta un arco compuesto
El arco compuesto pudo haber sido creado hacia el año 1500 a.C., si bien lo más parecido al que luego se extendió por todas partes es un ejemplar hallado cerca del lago Baikal y que ha sido datado hacia el año 500 a.C. Obviamente, dependiendo de la zona cada arco tenía unas determinadas características si bien en lo esencial eran todos iguales y se fabricaban con materiales similares. De entrada, conviene aclarar que su pequeño tamaño, alrededor de un metro, era debido a una necesidad evidente: estaba ideado para usarlo a caballo, por lo que no podía tener la desmesurada longitud de un arco galés. Su fabricación era enormemente compleja y requería unos tiempos de formado y secado que duraban meses o incluso años, por lo que estas armas se convertían en un preciado bien difícilmente sustituible en caso de pérdida o rotura.

Ibex del que, como vemos, se podían
fabricar mogollón de arcos
Se partía de una estructura o núcleo de madera de arce, abedul o morera, siendo la preferida, caso de disponer de ella, la del bambú ya que al carecer de veteado no se deformaba durante el largo proceso de fabricación, en el que dicho núcleo se veía sometido a enormes tensiones. Una vez obtenida la materia prima, se moldeaba con vapor ayudados por un útil que permitía recurvarlo progresivamente. Cuando se lograba la forma deseada, se procedía a añadirle cuerno por la panza del arco, es decir, la parte exterior del mismo. El cuerno podía ser de búfalo, ibex o cualquier tipo de vacuno con cuernos largos. Con todo, el de búfalo era el preferido por ser el que mejores propiedades tenía. El uso de este material tan peculiar radicaba en que el cuerno tiene una gran capacidad de compresión, de unos 13 Kg/mm2 antes de ceder y, además, una elasticidad que le permitía sufrir grandes torsiones y volver a su posición original sin deformarse o romperse. El proceso que se seguía era cortarlo, aplanarlo y formar tiras que se pegaban al núcleo de madera con cola de pescado o de conejo. Era preferible la primera ya que era más elástica e impermeable, por lo que no se veía afectada por la humedad. Tras el forrado con tiras de cuerno, se dejaba secar el conjunto durante dos o tres meses asegurado a un útil que impedía deformaciones durante ese largo proceso ya que al secarse se contraía.

El paso siguiente consistía en fijar tiras de tendón por la cara opuesta, es decir, el interior de la curvatura del arco. Para ello se usaba el tendón trasero de las patas de las reses, el cual era lo bastante largo para sacar tiras de la longitud adecuada. Se repetía la misma operación que con el cuerno y se dejaba nuevamente secar durante el tiempo que fuera preciso. La cola de pescado requería aproximadamente un año hasta alcanzar un curado completo. Finalmente, y a fin de preservar el arma de las condiciones climatológicas adversas, ante las cuales eran muy sensibles estos arcos, se forraban de cuero o corteza de abedul. Por último, se le añadían unas piezas en las que se enganchaba la cuerda y que estaban fabricadas con hueso, asta o madera llamadas siha o siyah, de origen turco, las cuales contribuían a acentuar aún más la curvatura hacia fuera del arco, por lo que podía imprimir aún más energía al disparo. Con esto quedaba terminado el arco, cuya apariencia sin encordar era tal como lo vemos a la izquierda de la imagen, y a la derecha ya con la cuerda puesta. Obsérvese como la siha sobresale hacia fuera a fin de aumentar su efecto de palanca.

Aspecto de la siha y su forma de unirla al arco
¿Qué ventaja tenía pues fabricar un arma que requería tanto tiempo y una técnica tan depurada? Pues, esencialmente, su gran potencia en relación a su pequeño tamaño, muy superior a la de arcos de más longitud fabricados de una sola pieza. Esto era debido a la tensión que ejercían sobre el núcleo de madera el hueso y el tendón, ya que el uno comprimía y el otro estiraba, logrando entre ambas fuerzas un disparo más rápido y potente. Y, como he comentado, dicha potencia se vio incrementada con la adición de la siha, que forzaba aún más la curvatura y, por ello, la potencia adicional. Otro aspecto que contribuía a mejorar dicha potencia era el anclaje, o sea, hasta donde se estiraba la cuerda al tensarla. En Europa, lo habitual era llegar hasta la base de la oreja mientras que con los arcos compuestos, al ser menos rígidos, permitían un tensado de más longitud y, por ende, capaz de imprimir más energía. Por último, una última peculiaridad: podían permanecer encordados durante mucho tiempo sin que se deformaran o perdieran fuerza, justo al contrario que el arco galés, el cual había que portar desencordado y colocarle la cuerda cuando se iba a usar so pena de ver como se curvaba y perdía potencia.

Las cuerdas de los arcos compuestos también eran un poco especiales. De entrada, se fabricaban de diversos materiales en función de las condiciones climatológicas, por lo que cada arquero portaba varias cuerdas de repuesto de varios tipos: de crin de caballo para cuando hacía frío, o de tendón para cuando hacía humedad ya que por ello no daba de sí. Para disparar no hacían como en Occidente, que tensaban la cuerda con tres dedos, sino que tiraban de ella con el pulgar, el cual se protegía con un anillo como el que vemos en la foto superior. Estos anillos, fabricados de asta, hueso o madera y más o menos decorados, iban a veces provistos de una muesca para bloquear con más facilidad la cuerda. En otros casos, eran simples aros de esos mismos materiales. Este sistema de tensado permitía una cadencia de tiro más rápida que con el que usamos tradicionalmente en Europa, si bien no sería válido para un arco largo simplemente porque un dedo, aunque sea el pulgar, no tendría suficiente fuerza para tensar las más de 100 libras de un arco galés. Por otro lado, este sistema de disparo obligaba a apoyar la flecha por el lado derecho del arco, en vez de por el izquierdo como ocurre con los arcos occidentales. Eso ayudaba además a evitar el desagradable golpe que propinaba la cuerda en el antebrazo izquierdo al disparar que, aparte de doler una burrada, restaba precisión al disparo, por lo que no hacía necesario el uso de protectores.

Flechas de pedúnculo. La
romboidal es de origen huno
En cuanto a las flechas que usaban, la escasez de metales obligaba a los pueblos de la estepa a fabricarlas sobre todo del hueso, si bien intentaban hacerse con puntas de bronce para uso bélico. Según Amiano, un historiador romano del siglo IV, los escitas les hacían un surco para alojar en el mismo veneno de serpiente, el cual era mezclado con carne putrefacta de dicho animal empapada con sangre humana. O sea, una porquería de tal envergadura que la palmabas con solo pasarte cerca. Para las astas se solía usar cañas y juncos, así como maderas más consistentes como la de abedul o cerezo. En cuanto al alcance, algunas crónicas dan cuenta de rangos máximos de más de 500 metros. Por ejemplo, una estela hallada en Olbia y datada hacia el 300 a.C. menciona que un tal Anaxagoras logró un disparo de 521 metros. También se tiene constancia de un mongol llamado Esukhei, el cual alcanzó en una competición en el año 1225 la distancia de 536 metros. 

Un tiro certero
Con todo, es evidente que a esas distancias no se habla de precisión, para lo cual hay que disminuir a unos 150-175 metros el alcance eficaz, o sea, una distancia en la que la flecha aún tiene energía para clavarse profundamente. Y para lograr disparos verdaderamente precisos reduciremos hasta los 50-60 metros. En todo caso, lo habitual no era buscar un disparo absolutamente perfecto, sino solo con la precisión necesaria para alcanzar a un hombre en cualquier parte de su cuerpo. Una simple herida podría bastar para dejarlo fuera de combate y, al cabo de unos días, posiblemente muerto por la infección derivada de la misma. Por otro lado, los jinetes hunos y mongoles dominaban una técnica de tiro que consistía en disparar con un elevado ángulo de tiro para que las flechas cayeran en vertical sobre el enemigo, de forma que no estuvieran a salvo ni tras un obstáculo o su escudo. Estos arqueros dominaban de tal forma el tiro con arco que lograban poner en el aire nada menos que 12 flechas al minuto, y en sus bien provistas aljabas portaban hasta 150 proyectiles. El arco, cuando no era usado, lo llevaban en una funda en la silla o colgada de la cintura. 

Bueno, con esto creo que ya queda todo más o menos explicado. Como colofón, comentar que actualmente los mongoles aún hacen uso de sus arcos, tanto a pie como a caballo y conservando la misma destreza que sus tatarabuelos que acompañaron a Gengis Kan a invadir a destajo.

Hale, he dicho...







viernes, 28 de marzo de 2014

Los guerreros desnudos


"El galo herido", réplica romana en mármol de un original griego en bronce desaparecido. La
desnudez del guerrero no es casual ni obedece a meros fines artísticos

Puede que la mayoría de los que me leen sepan quienes eran los celtas, aparte de unos señores que componen una música muy chula y relajante que vende muchos discos. Así pues, para los que no lo tengan claro, podemos resumir diciendo que eran un pueblo que habitaba en Europa del este hacia el primer milenio antes de Cristo y que hablaban una lengua indo-europea. Las tribus y clanes de que se componían se fueron extendiendo a lo largo de ese milenio por toda Europa en lo que actualmente ocupan aproximadamente el sur de Alemania, Francia, Bélgica, Inglaterra, Gales, Escocia, Irlanda, la península Ibérica, norte de Italia, los Balcanes e incluso llegaron a Turquía. Así pues, y ya que nunca se ha hablado de estas tribus, con esta entrada daremos comienzo a una serie sobre los celtas a fin de que sean más conocidos al personal.

Guerrero picto
Ignoramos el nombre que se daban a sí mismos, así que tendremos que hacer caso a los griegos y los romanos, que los llamaban keltoi o gálatas los primeros, y galos o celtas los segundos. Obviamente, había más celtas, que es como los denominamos de forma genérica: britanos, belgas, celtíberos, caledonios, pictos, etc. Pero, cuestiones de terminología aparte, una de las cosas que sí tenían en común era un elevado concepto de sí mismos y una casta militar formada por una élite de guerreros que dieron guerra en cantidad a sus enemigos, especialmente a los romanos. Y dentro de estos guerreros, hablaremos hoy de una curiosa peculiaridad cuya finalidad aún no ha podido ser desvelada con certeza, y son los guerreros desnudos. 


Sí, luchaban en pelota picada como el galo de la foto de cabecera. Y, como es habitual en estos casos, los estudiosos de la materia dan cada uno una teoría al respecto, unas más acertadas que otras pero que, al día de hoy, aún no han podido ser corroboradas de forma definitiva. Así pues, vamos a darle un repaso al tema y que cada cual dictamine lo que tenga a bien en función de los datos expuestos o, mejor aún, que haga una ouija de esas, que establezca contacto con el phantasma de un celta y que le cuente de qué iba la cosa. Luego vuelve, nos lo cuenta y nos ponemos todos la mar de contentos. Bueno, al grano...

Los guerreros celtas no solo eran unos sujetos orgullosos y altivos, sino que se cuidaban con gran esmero tanto en los ropajes, joyas como sus características torques y panoplia de armas, haciendo uso de esta opulencia para diferenciarse del vulgo. Además, se regían por una estricta jerarquía y un código de honor llamado GEISSI, el cual se aceptaba de forma voluntaria o impuesta y que además contenía una serie de tabúes infranqueables para estos guerreros. Su panoplia de armas se componía de una lanza, su principal arma, el yelmo, el escudo y la espada (de esto ya hablaremos más despacio en otra entrada).

Fíbula celta del período de La Tène
que representa un guerrero desnudo
La primera vez que los romanos se toparon con una confederación de guerreros de varias tribus en pelota picada fue en la batalla de Telamón (una ciudad al norte de Italia cercana a la actual Suiza), celebrada en el 225 a.C. y que se consumó con una victoria a manos de los romanos, que intentaban cerrar el paso a los cada vez más pujantes celtas que se iban comiendo todos los territorios que tenían ante ellos. Fueron concretamente los gæstæ, una tribu alpina, los que hicieron acto de presencia en el campo de batalla como sus respectivas madres los trajeron al mundo, lo que causó gran estupor entre los romanos porque, además de ir en cueros, su aspecto físico era magnífico: altos, muy musculosos y, como era costumbre entre los celtas, con el pelo lavado con agua alcalina, lo que les daba una fiera apariencia al formar la cabellera una especie de casquete con pinchos capilares de color casi blanco o rubio muy claro. Además, no se afeitaban los bigotes por lo que lucían unos mostachos descomunales que contribuían a aumentar su amenazador aspecto. 

Polibio quiso explicar esta peculiaridad diciendo que iban desnudos porque el terreno del campo de batalla era muy escabroso y cubierto de maleza, por lo que yendo sin ropa sería menos fácil engancharse. Esa explicación se me antoja bastante absurda ya que, de ser así, todos habrían hecho lo mismo. Otra teoría sugiere que lo hacían para impedir que, en caso de ser heridos, la ropa sucia no entrase en la herida y les produjera una infección y que, además, la desnudez hacía más complicado al enemigo el agarrarlos en el combate más cerrado. Esto me parece otra chorrada porque, ¿acaso estaban esterilizadas las hojas de las espadas enemigas? Y sus mismos cuerpos, ¿no acumularían suciedad antes y durante la batalla? Y, puestos a querer agarrar, pues se les agarraba por el pelo o por el miembro viril, lo que debía resultar enormemente doloroso para el celta de turno. Me cuadra mucho más la tercera teoría en liza, que afirma que su desnudez obedecía a cuestiones de tipo espiritual. Me explico...

Britanos con el pelo lavado con agua alcalina y el
cuerpo tatuado/pintado
Igual que la costumbre de lavarse el pelo con agua alcalina era para asemejar su cabellera a las crines de sus caballos, un animal tótem para ellos si bien la cal acaba por quemarles el pelo y se quedaban calvos como bolas de billar, la desnudez obedecía a dos razones: la primera, señalarse como un grupo de élite dentro del ejército en el que combatían como mercenarios, ocupación bastante habitual entre esta gente que no sabían ni querían vivir de otra forma que no fuera combatiendo. La otra radicaba en el hecho de que se consagraban tanto a sus camaradas como a su dios de la guerra, lo que les revestía de protección divina que hacía innecesario proteger su cuerpo ya que se consideraban invulnerables, o bien pretendían dar esa imagen. Es evidente que en cuanto cayeran muertos pasados de lado a lado por un pilum esa teoría quedaría en entredicho, pero le echarían la culpa a los dioses, que es lo que solemos hacer los humanos cuando algo no sale como queremos que salga.

Piedra de tipo votivo que muestra claramente
un guerrero desnudo
En todo caso, veo mucho más acertado pensar que esta desnudez obedecía a cuestiones de tipo religioso o mágico ya que, además, debemos recordar la costumbre que tenían estos pueblos de tatuarse o pintarse, que no se sabe a ciencia cierta si era lo uno o lo otro, con el añil obtenido de la isatis tinctoria, conocida vulgarmente como hierba pastel y con el que, según Herodiano, un funcionario e historiador romano (c.170-240), los pictos "... tatuaban sus cuerpos no solo con figuras de animales de todas clases, sino con todo tipo de dibujos". Por cierto que el término picto era el que crearon los romanos para designarlos precisamente por ir pintados. Así pues, según nos cuenta Herodiano, los pictos luchaban desnudos precisamente para que sus tatuajes o pinturas fueran bien visibles ya que, cabe suponer, eran una forma de invocación a sus dioses y , por esa razón, ejercían algún tipo de acción mágica benéfica sobre ellos. 

En definitiva, aunque los motivos exactos para mantener esta costumbre nos sean aún casi desconocidos, es un hecho que lo hacían, y hay testimonios tanto gráficos como escritos de ello. Polibio, Herodiano, el mismo César cuando combatió en las Galias y hasta un ignoto santo britano del siglo VI, san Gildas, dejaron constancia de todo ello y, equivocados o no en sus deducciones, pusieron bien claro que los celtas luchaban desnudos. Éste último cronista en concreto hacía referencia a que los enemigos de los celtas "... no obtenían un respiro en la cruenta lucha y el arrojo de sus oponentes desnudos". Para finalizar, invitar a una reflexión, y no es otra que, fuese cual fuese el motivo por el que tenían este curioso hábito, verse venir encima una horda de guerreros desnudos, pintados de azul y con la melena casi blanca aullando como posesos debía ser bastante inquietante incluso para tropas tan eficientes como las romanas. Y que no me salga ninguno con el chiste fácil, que esto es muy serio, leches.

Bueno, con esto concluyo. En sucesivas entradas se irá entrando en profundidad en otros temas sobre estos belicosos humanos, incluyendo naturalmente el tema de los tatuajes, que es bastante curioso y puede que a alguno le de ideas para ponerse en plan celta para que en la playa o la piscina pueda ponerse a hacer el galo sin problemas. 

Hale, he dicho...

Post scriptum: Sí, ya se que los griegos también luchaban desnudos, pero esa historia no tocaba hoy.




miércoles, 26 de marzo de 2014

La sarisa, el arma que permitió crear un imperio




Sí, no es un título rimbombante sin más. Es un hecho que la sarisa usada por el ejército macedonio fue una de las claves para convertir su falange en una formidable máquina de guerra contra la que ningún ejército de su época estaba preparado para enfrentarse exitosamente. De hecho, y a pesar de caer en la obsolescencia tras la desastrosa derrota sufrida a manos de los romanos en Pidna (22-6-168 a.C.), conoció un glorioso renacimiento en manos de los piqueros renacentistas, entre otras cosas por las teorías manifestadas por Maquiavelo en su " El arte de la guerra", obra cumbre en la que rescató las tácticas del mundo antiguo y que, al igual que ocurrió con los macedonios, permitió que los Tercios españoles fueran los dueños de los campos de batalla durante dos siglos porque, al fin y al cabo, ¿qué era una pica española sino una reminiscencia de la añeja sarisa macedonia?

La sarisa (sarisa, en plural sarisai) era el arma principal de la infantería macedonia. La idea de armar a los infantes de una lanza especialmente larga partió de Filipo II, el padre de Alejandro, de forma que, agrupados en cuadros muy compactos, se convirtieran en un muro absolutamente infranqueable para los hoplitas griegos, sus enemigos en aquellos tiempos y, ciertamente, mucho mejor armados que los macedonios. Así fue como nació la famosa falange, compuesta por pezhetairoi (Pezhetairoi) o sea, falangistas. Vamos pues a analizar las peculiaridades de esta arma tan especial...

Cerezo silvestre
Obviamente, el inconveniente principal a la hora de elaborar un arma de estas características radicaba en obtener el tipo de madera más adecuada ya que hablamos de lanzas con una longitud que rondaba los 5,5 metros o incluso más. De hecho, Polibio señala que las sarisai usadas en tiempos de Alejandro medían 14 codos (6,93 metros), si bien en tiempos anteriores eran dos codos más largas, lo que equivaldría a prácticamente 8 metros nada menos. Los estudiosos del tema daban por sentado que las astas se fabricaban con madera de cerezo silvestre en base a los datos aportados por un historiador del siglo IV a.C. llamado Theophrastos, el cual indicaba que la madera ideal para la elaboración de sarisai era el árbol macho de esa especie ya que, al no tener el tronco corazón o médula, tenía la ventaja de que su madera era más fácil de trabajar al carecer de nudos, cosa que por lo visto no ocurría con los árboles hembras. Sin embargo, en realidad se hizo una mala interpretación de este dato ya que, al parecer, los macedonios usaban el término sarisa para denominar cualquier tipo de lanza, mientras que los griegos, como era el caso de  Theophrastos, solo usaban sarisa para las largas picas que nos ocupan. De hecho, el cerezo no era válido para la elaboración de estas armas por la sencilla razón de que el tronco se ramificaba a una altura muy inferior a los cinco metros como mínimo necesarios para fabricar un asta de sarisa tal y como podemos ver en la foto superior.

Argallera
Así pues, actualmente se da por hecho que, en realidad, la madera usada era la habitual para fabricar astas de cualquier tipo: el fresno. El fresno reunía las cualidades óptimas para ello, y más si consideramos que, por su longitud, eran astas muy pesadas. El fresno proporciona una madera muy fuerte, ligera, flexible y fácil de trabajar por su veta uniforme. Los fabricantes macedonios talaban los árboles en invierno a fin de que hubiera menor cantidad de savia en el tronco, lo que facilitaba el secado de la madera. Luego, mediante cuñas de hierro, iban obteniendo listones cada vez más finos hasta alcanzar el grosor deseado, que rondaba los 3 centímetros una vez acabados. Para darles su forma cilíndrica se usaba por lo visto una argallera, una herramienta que podemos ver en la foto superior y que actualmente la usan los toneleros para hacer surcos semicirculares. Además, se las hacía más finas por la parte delantera a fin de hacer más pesada la trasera y poder de ese modo desplazar el centro de gravedad hacia atrás, con lo que se hacían más manejables.

Una vez terminada el asta, su peso rondaba los 4 kilos para una longitud de 4,5 metros, siete veces más pesada que la lanza usada por un hoplita y dos veces más pesada que una pica de las usadas por nuestros Tercios. Y a ese peso había que añadir el de la moharra y la contera, lo que podría hacer que la masa final de la sarissa fuese de unos 7 kilos. A la derecha podemos ver las guarniciones de una sarisa convencional: una moharra lanceolada de sección en diamante y muy afilada, y una contera de sección cruciforme rematada en una pequeña pica prismática. Esta contera tenía dos cometidos. Uno, hincarla en el suelo para asegurarla a la hora de detener una carga de caballería enemiga. Y la otra, usarla como moharra en caso de que el asta se partiera. Según detalló Diodoro Sículo, la capacidad de penetración de estas moharras unidas a un asta tan desmesuradamente larga era simplemente bestial. En este caso, Diodoro narra los efectos de las sarisai contra unos mercenarios indios que se enfrentaron con el ejército de Alejandro, cuyos pezhetairoi "...empujando a través de los escudos de los bárbaros con sus sarisai, apretaron sus moharras hasta alcanzar sus pulmones". Y en Pidna, a pesar de haber sido derrotado por los romanos, Plutarco dejó constancia del testimonio aportado por Scipio Nasica, un testigo presencial el cual relataba que las sarisai macedonias eran capaces de atravesar sin problema tanto los escudos como las corazas romanas, y que nada era capaz de detener el empuje de estas lanzas. 

Las guarniciones, fabricadas con hierro las moharras y bronce las conteras, se aseguraban al asta mediante la aplicación de pez caliente el cual, al enfriarse, actuaba como un pegamento que impedía que se salieran con las dilataciones y contracciones propias de la madera por los cambios de humedad ambiental. Finalmente, hay ciertas dudas acerca de si el asta se fabricaba de una sola pieza o, por el contrario, en dos partes para facilitar su transporte, las cuales irían unidas mediante un casquillo metálico como el que podemos ver en la ilustración de la izquierda y cuyas piezas proceden de un yacimiento en Vergina (Grecia). En cuanto a las dimensiones, las moharras oscilaban entre los 45-50 centímetros de longitud y un peso de 1-1,25 kg. Las conteras eran de dimensiones un poco inferiores, como se aprecia en ambas ilustraciones.

En cuanto a la ventaja táctica que proporcionaba una lanza de semejante tamaño, la foto inferior habla por sí sola. Un pezhetairos, a la izquierda, se enfrenta a un hoplita. Es evidente que poco podría hacer el hoplita con su jabalina contra el pezhetairos protegido por un escudo de gran tamaño y armado con una lanza cuya moharra podía atravesar el aspis de su enemigo, así como su linothorax, una coraza de fabricada con varias capas de lino de la que ya hablaremos otro día.


Obviamente, esa ventaja tenía un precio: el arma tenía forzosamente que ser empuñada con ambas manos, de forma que por delante de las mismas sobresalían unos 3-4 metros. 

En fin, así era la sarisa. Añadir que, según algunos estudiosos, en aunque Macedonia eran abundantes los fresnos, parece ser que la fabricación y almacenaje de las astas de las sarisai estaban controlados de alguna forma por el estado por razones obvias: en caso de guerra, una hipotética demanda excesiva podría dejar sin armas a la falange ya que no era fácil recolectar ni manufacturar unas astas tan descomunales en un breve espacio de tiempo. De ahí que otros den por sentado que, precisamente por eso, las astas se fabricaban en dos tramos a fin de facilitar su manufactura, teoría que ven reforzada por el casquillo de unión  hallado en Vergina y que vimos más arriba.

Bueno, ya está.

Hale, he dicho



domingo, 23 de marzo de 2014

Cuevas fortificadas


Cueva fortificada de Fayos

Es de todos sabido que desde antes de los tiempos de Noé, y casi me atrevería a decir que incluso antes de Adán, el hombre ha recurrido a las aberturas naturales en la tierra para guarecerse. En estas oquedades, los seres humanos pudieron tener refugio contra las condiciones climatológicas adversas, contra las fieras que deseaban darse un festín a costa de ellos y, naturalmente, de los cuñados y demás homínidos que habitaban en las cercanías, mucho más peligrosos que todos los tigres de dientes de sable y huracanes juntos. Y, además, no pagaban hipotecas a los buitres carroñeros de los banqueros, que no es cosa baladí.

Sin embargo, cuando nos movemos en el ámbito de la Edad Media, la imagen que tenemos de las cuevas está indefectiblemente asociada a refugios de pastores, rediles de ganado o al eremita que se aislaba del mundanal ruido y se dedicaba a pasar el resto de su vida orando fervorosamente mientras se dejaba los lomos en carne viva a latigazos para purgar sus pecados. Pero lo que pocos saben es que las cuevas también fueron profusamente usadas con fines puramente militares, habiendo noticia de varias de ellas que estuvieron operativas incluso en épocas tan tardías como los siglos XV y XVI. Veamos pues como y por qué se usaron para este fin tan peculiar...

Cueva fortificada del Rey Moro, en Caravaca
de la Cruz (Murcia)
Antes de nada debemos tener en cuenta que los datos disponibles acerca de estas curiosas fortificaciones se remontan hasta aproximadamente el siglo XI, si bien es más que probable que se usaran con este fin desde bastante antes. En la península hay varios ejemplos de las mismas aunque por meras cuestiones de geopolítica no fue un sistema de fortificación muy extendido que digamos a pesar de disponer de una orografía muy abrupta. En nuestra piel de toro, y debido al constante estado de guerra hasta la derrota final de la morisma en las postrimerías del siglo XV, fue precisa una tipología de fortificación mucho más compleja, así que han sido bien escasos los ejemplos que han llegado a nuestros días tales como las cuevas de Fayos en la sierra del Moncayo, Nájera o Caravaca. Sin embargo, en la zona pirenaica del Languedoc proliferaron abundantemente, sobre todo en el condado de Foix en el que entre los siglos XI y XII fueron un elemento defensivo de primera clase para la defensa del territorio. En aquella zona, estas cuevas recibían el nombre de spoulgas, un término románico, que no el occitano lespugue, procedente del latín SPELVNCA. Pero, ¿para qué podía servir una cueva por muy fortificada que estuviera? 

Spoulga controlando un camino
Ante todo debemos ponernos en un contexto histórico diferente al de la Península y las constantes guerras contra los andalusíes. En este caso que nos ocupa hablamos de territorios en manos de una nobleza feudal cuyas fronteras estaban definidas de forma difusa, y no había guerras tal como las concebimos aquí sino más bien algaras entre vecinos para robar un poco y hacerse la puñeta todos los veranos. Por otro lado, era necesario establecer puestos de vigilancia para impedir que mesnadas de otros señores locales o partidas de bandoleros se internasen en el territorio sin que nadie pudiera evitarlo, causando toda clase de tropelías y pillajes. En este momento, algunos me dirán que para eso ya había castillos bien guarnecidos, pero les respondería que, si bien eso es cierto en parte, hay que considerar que un castillo era infinitamente más caro y complejo de construir que fortificar una cueva, por lo que estas venían de perlas para estos fines, digamos, más bien de tipo policial que militar. 

Spoulga de Bauan, en el departamento
de Ariège. en los Pirineos Meridionales
Así pues, estas cuevas permitían mantener pequeñas guarniciones en lugares adecuados para controlar unas zonas tan abruptas y con tal cantidad de ángulos muertos debido a su orografía que habría que construir un castillo en cada cerro para poder vigilar todos los barrancos, cañadas y veredas por los que una partida de enemigos se podría colar con aviesas intenciones. Obviamente, el costo de tales obras era simple y llanamente inasumible para cualquier noble, así que en muchos casos optaron por algo mucho más barato: localizar cuevas adecuadas para ser adaptadas a un uso militar en las cercanías de estos pasos naturales, lo cual tenía unos costos mínimos y, encima, con la particularidad de que, por su situación en las paredes de los acantilados, eran prácticamente inexpugnables. De hecho, incluso serían muy difíciles de localizar por posibles invasores ya que, confundidas en el paisaje, su presencia solo podía ser detectada muchas veces sabiendo donde se encontraban exactamente. 

Por lo tanto, una vez localizada una cueva apta para ser fortificada, bastaba con despejar su interior y sacarle el mayor partido posible al mismo ya que, caso de disponer de la altura necesaria, se podían incluso construir una o más plantas recurriendo a unas jácenas empotradas en mechinales practicados en la pared rocosa y colocando sobre ellas un entresuelo de madera. Para cerrar la abertura de la cueva solo era necesario edificar un muro que en modo alguno tenía que tener el desmesurado grosor que tenían los de los castillos. ¿Quién puñetas iba a subir un ariete por una pared vertical a 10, 30 o incluso 50 metros de altura? Así pues, bastaba fabricar un simple muro como el de una vivienda de la época, proveerlo de su almenado, alguna aspillera y, obviamente, una puerta. 

Baychon. Complicadillo para llegar,
¿que no?
¿Y cómo se podía entonces acceder a estas cuevas? Por lo general, bastaba una simple escala que era retirada por los ocupantes de la misma cuando no era necesario usarla. En otros casos, como la spoulga de Baychon, situada a nada menos que a 50 metros de altura sobre la base del acantilado en el que se encuentra, disponían de sistemas de escalas que, obviamente, ya no existen. También se conocen casos en los que el acceso era otra abertura ubicada por una zona más practicable pero, a la par, más disimulada y que se cerraban mediante varias puertas sucesivas para dificultar al máximo la entrada a posibles atacantes. En cualquier caso, dudo mucho que unos hipotéticos invasores tuvieran la osadía de arriesgar el pellejo para intentar expugnar un sitio semejante, en el que un asalto en masa era simplemente imposible por la mera falta de espacio y sabiendo que en las almenas del muro estaban esperando tranquilamente al personal para ensartarlos bonitamente con sus lanzas antes de arrojarlos al vacío.

En cuanto a las condiciones de vida en el interior de estas troglodíticas fortalezas, ya podemos imaginar que no eran precisamente cómodas salvo en un detalle, y es que la temperatura se mantenía igual todo el año por lo que en invierno no se pasaba mucho frío y en verano se estaba fresquito. El mayor problema con el que se podían encontrar era el abastecimiento de agua, porque las provisiones eran almacenadas como si de un castillo se tratase: sacos con grano para hacer pan, legumbres, quesos y salazones conservados en tinajas y odres de vino y vinagre. Pero el agua era un problema que, por lo general, se podía solucionar de dos formas: una, fortificando una cueva que albergara en sus entrañas alguna fuente, manantial o arroyo. Y dos, construir una cisterna para la recogida del líquido elemento. A la izquierda tenemos un ejemplo, concretamente en la cueva fortificada de Bouan, fabricada con una bóveda de mampuesto sobre la cisterna propiamente dicha, la cual está excavada en la roca.  

Por otro lado, no todas estas cuevas contaban con una única cámara. Había casos en que una gruta disponía de varias aberturas al exterior, por lo que bastaba con cerrarlas mediante su correspondiente muro y disponer así en su interior de un espacio mucho más amplio tanto para la guarnición como para bastimentos, vituallas o incluso varias cisternas. A la derecha tenemos un ejemplo de lo primero, la spoulga de Verdun la cual, como podemos ver en el plano, no es más que una simple oquedad semicircular cerrada mediante un muro y con una superficie de menos de 100 m². Sin embargo, la de Bouan constaba de varias salas y tres aljibes, siendo la cámara principal un espacio de unos 200 m² nada menos.

En cuanto  la fábrica de este tipo de fortificaciones, salvo contadas excepciones eran obras muy rudimentarias en las que salta a la vista que los buenos canteros brillaban por su ausencia. Desde la de Caravaca, cuyo muro según vimos más arriba está fabricado con tapial, a las demás que hemos ido viendo hasta ahora, todas de mampostería, no parece que se tomaran un interés especial en darles un aspecto estéticamente adecuado. En todo caso, es obvio que, aparte de no necesitarlo, esa falta de simetría ayudaba a camuflarlas con el entorno. La piedra era la del lugar, cortada a pie de obra y, como mucho, careada antes de colocarla. Así mismo, los elementos defensivos son inexistentes, siendo su defensa lineal, o sea, hacia adelante, y totalmente pasiva al carecer de elementos de flanqueo que, por otro lado, tampoco tenían mucho sentido considerando la ubicación de estas fortificaciones. 

Por mencionar la excepción que confirma la regla, a la izquierda tenemos la spoulga de Jaubernie, cuya construcción no tiene nada que envidiar en calidades a las de un castillo convencional. Según vemos en la foto, incluso disponía de una ladronera para mejor defensa de su puerta de acceso que, en este caso, no se trata de un simple vano rectangular sino que está perfectamente labrada con un arco de medio punto. En este caso en concreto, esta cueva disponía además de una barbacana situada al pie del acantilado que servía de primera línea defensiva antes de poder acceder hasta la puerta que aparece en la foto.

Por ultimo, conviene mencionar que estas fortalezas pétreas fueron progresivamente abandonadas a lo largo del siglo XIII salvo las excepciones mencionadas al principio, como la de Bouan, que aún estaba operativa en los albores del siglo XV, mantenida por un señor local de Toulouse. A medida que eran abandonadas en pro de fortalezas de más envergadura y de poblaciones fortificadas, muchas de ellas fueron refugio de los cátaros que pudieron escapar de los cruzados y donde intentaron, sin éxito, seguir propalando su fe. De ahí precisamente la creencia, que muchos dan por rigurosamente cierta, de que en una de estas cuevas se encuentra el tesoro que se mencionaba en la entrada anterior. En realidad, en estos antros la vida debía ser bastante asquerosilla, literalmente como si de alimañas se tratase y más cuando las mínimas comodidades de que disponían las guarniciones desaparecieron en el momento en que se les ordenó abandonar sus reductos. A la derecha tenemos una imagen del interior de la spoulga de Ornolac, que es bastante gráfica y nos permitirá hacernos una clara idea de como debía ser el día a día en semejante sitio y en una época en que los lobos y los osos campaban a sus anchas por las montañas y podían tomar posesión de la cueva por la cara devorando a sus ocupantes sin previo aviso.

Bueno, he estado al menos cinco minutos revisando mis notas y tal y creo que no olvido nada relevante, así que ahí queda eso. 

Hale, he dicho

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CASTILLOS CÁTAROS

viernes, 21 de marzo de 2014

¿Dónde está el tesoro de los "buenos hombres"?




En el imaginario popular, las leyendas de tesoros ocultos han despertado siempre una fascinación absoluta. De hecho, ¿quién no sueña o ha soñado alguna vez con encontrar un cofre mohoso hasta arriba de monedas de oro y piedras preciosas? Yo, debo reconocerlo, lo sueño a diario en forma de Primitiva suntuosa. Soy más pragmático y prefiero los billetes de curso legal antes de tanto oro que tendría que tomarme la molestia de vender.

Un "perfecto" cátaro en plena predicación
En cualquier caso, no creo que haya un solo castillo o palacio o incluso casa solariega que no tenga su tesoro oculto y, como está mandado, los cátaros estos que llevan ya ocupadas varias entradas también, faltaría más. Pero algunos se dirán que cómo es posible que una gente que predicaba la vida austera y, de hecho, la practicaban a rajatabla, podrían ser poseedores de un tesoro. Bueno, hay diversas teorías las cuales veremos en esta entrada. Pero las crean o no vuecedes, recuerden una cosa: cuando el río suena, agua lleva, jeje... Bueno, vamos al grano.

La leyenda del tesoro cátaro surgió durante el asedio que sufrió el castillo de Montségur a manos de las tropas reales entre 1243 y 1244. Conviene aclarar que esta fortaleza, a pesar de no ser precisamente la mejor defendible de las que estaban bajo la órbita de la nobleza cátara, gozó siempre de gran predicamento entre los miembros de esta secta, siendo incluso lugar de retiro de muchos de sus miembros más relevantes y hasta de última morada de los mismos, que acudían allí a morir y ser enterrados. Al parecer, y según han podido contrastar estudiosos del tema cátaro, Montségur era una especie de templo solar cuya morfología se adaptaba a los puntos por donde salía el sol en los solsticios y equinoccios. En todo caso, y dejando aparte las posibles cuestiones esotéricas del lugar, la cuestión es que la leyenda, como digo, surgió allí.

Monolito conmemorativo de los mártires cátaros
quemados vivos en Montségur el 16 de marzo de 1244
El 28 de febrero de 1244 y tras una espolonada fallida, Pierre Roger de Mirepoix y Raymond de Péreille, jefes de la guarnición, deciden plantear una capitulación ante la que las tropas regias ofrecen unas condiciones bastante benévolas y entre las que figuraban la posibilidad de permanecer en el castillo durante una quincena más, tras la cual podrían abandonar la fortaleza con sus armas y bastimentos siempre y cuando renegaran de sus heréticas creencias. El plazo finalizaba pues el día 16 de marzo, tiempo que los cátaros aprovecharon para evacuar su hipotético tesoro. ¿Cómo ocurrió? Veamoslo...

Aparte de los 215 herejes que se negaron a abjurar y por ello fueron achicharrados vivos en la ladera del monte sobre el que se yergue Montségur una vez finiquitado el plazo de la capitulación, hubo una fuga de algunos de ellos con el único fin de poner a salvo sus tesoros, según testimoniaron varios herejes que salieron vivos de la quema en el posterior interrogatorio al que fueron sometidos por el Santo Oficio. Veamos las diferentes teorías y testimonios:

1. El plazo de 15 días fue aprovechado para poner a salvo reliquias de sus dirigentes más destacados que había ido a Montségur a morirse. Esto se pudo corroborar no hace muchos años ya que aparecieron en unas grutas tapiadas situadas en la ladera los restos de estos santones, como por ejemplo Guilhabert de Castres o Esclarmonde de Foix. A mi modo de ver, es evidente que escondieron los restos de estos herejes para impedir que fueran profanados por los cruzados, pero de ahí a considerarlos un tesoro, pues no sé, no sé...

Plano de Montségur
2. Unos meses antes de la rendición, concretamente en noviembre de 1243, los fundíbulos de las tropas del senescal del rey de Francia consiguieron llevar a cabo una aproximación que logró destruir una empalizada. Esto empezó a poner en serios aprietos a los sitiados, que veían como el cerco se estrecha de forma inexorable. Ante una situación así, el 25 de diciembre siguiente decidieron poner a salvo sus posesiones de lo cual se encargan dos bons homes: Pierre Bonnet y un tal Matheus, que abandonan el castillo cargados con el tesoro. Pasan el cerco sin problemas gracias a la ayuda que les prestaron algunos soldados de la hueste real que, naturales de la región, posiblemente fuesen simpatizantes de los cátaros. Según declaró a la inquisición de Carcassonne el hereje Imbert de Salas, el tesoro lo transportaron a una cueva fortificada (ya hablaremos en su día de esas curiosas fortificaciones) en las montañas de Sabarthés y propiedad de un noble cátaro: Pons-Arnaud de Castelverdun.

3. Según declaró otro hereje, Berenguer de Lavelanet, unos tales Amiel Ricart, Hugo, Pictavin y otro hereje más se escondieron bajo tierra (quizás en una cisterna o cueva cercana) cuando los defensores se rindieron a la hueste real, tras lo cual huyeron de Montségur y se dirigieron a Caussou, de allí a Prades y, finalmente, al castillo de So donde se reunieron con el anteriormente mencionado hereje Matheus.

4. Arnaud Roger de Mirepoix, hermano del caudillo de la fortaleza, contó una historia lejanamente parecida, y es que fue su mismo hermano, Pierre Roger de Mirepoix, el que ayudó a escapar a Amiel Ricart, y a Hugo, pero que solo escaparon esos dos, y que escondieron el tesoro en un bosque, en un paraje cuyo nombre solo ellos conocían. Arnaud hizo hincapié en que la fuga "...se hizo para que la Iglesia de los herejes no perdiese su tesoro". Cuando lograron ponerse a salvo, encendieron una gran hoguera en la cima del cercano monte Bidorta para que sus conmilitones supieran que habían culminado con éxito su misión y que el tesoro estaba a salvo.

5. También se afirmó que el tesoro monetario, o sea, el bueno de verdad,  ya había sido puesto a salvo según vimos en el supuesto nº 1, y que esta segunda evasión fue para evacuar tesoros de tipo espiritual como reliquias, libros y documentos sagrados.

Uno de los varios "verdaderos"
Griales que se veneran en Europa.
Este en concreto se encuentra en
Valencia
6. Otros estudiosos de la materia como Pedro Guirao, sugieren que el tesoro consistía en realidad en una serie de tratados secretos con fórmulas y conjuros para fortalecer el alma y eliminar el miedo a la muerte, especialmente a la muerte por el fuego. Será o no cierto, pero lo que sí es verdad es que los cátaros se enfrentaron multitud de veces a la pira sin el más mínimo temor y de forma voluntaria antes que abjurar de sus creencias.

y 7. El Grial de turno que jamás falta en estas historia de herejes. Y como acerca del Grial hay mil teorías en cuanto a qué es en realidad, pues lo dejamos en Grial a secas y que cada cual lo tome como tenga a bien. Otto Rhan se pateó aquello en 1929 en busca del dichoso Grial, pero como que no pudo ser.

Bueno, estas son las diferentes teorías acerca del famoso tesoro. Ahora, otra serie de cuestiones: ¿suponiendo que fuese, como parece ser más seguro, un tesoro material, para qué lo querían unos herejes que predicaban el ascetismo y despreciaban todo lo material?

1. Para su labor de proselitismo. Al fin y al cabo, por mucho que uno vaya de asceta por la vida hace falta dinero para moverse por el mundo a propagar sus ideas. 

2. Este dinero, proveniente en gran parte de donaciones de nobles herejes, fue usado durante los cincuenta años que duró la cruzada albigense para poder financiar la guerra. Por muchos herejes que hubiera, pocos serían diestros en el manejo de las armas y, por ello, tendrían que contratar mercenarios que lucharan por ellos. De hecho, hubo testimonios que afirmaban que el tesoro fue usado por Matheus para, a cambio de una cifra suntuaria, reclutar a 25 hombres de armas al mando de un caballero catalán para que acudieran como refuerzo a Montségur. Esta pequeña mesnada no llegó jamás a su destino, así que no sería raro pensar que, a la vista de como estaba el patio, se quedaron con la pasta y se largaron enhorabuena con las faltriqueras repletas de buenas monedas de oro.

3. Para la adquisición de animales para las labores del campo, así como para el mantenimiento de las fortalezas que les servían de refugio y demás cuestiones propias del mantenimiento de comunidades.

Cueva fortificada de Sabarthés
Y ahora, la pregunta del millón: según los testimonios reflejados en las actas inquisitoriales y las leyendas que se narran en la comarca ¿dónde puede estar el tesoro, si es que existe y no se lo gastaron en una juerga flamenca?

1. En la cueva fortificada de Bouan, el el departamento de Ariège, en el Pirineo Meridional.

2. En las cuevas fortificadas de Ussat y Ornolac, así como en las de la Ermite y Grand-Père, últimos reductos de los cátaros antes de su desaparición tras la caída del castillo de Quéribus.

3. El cualquier gruta de las que hay en la ladera de Montségur.

4. En la cueva fortificada de Sabarthés

5. En una gruta cercana al pueblo de Caussou, concretamente en el bosque de Basqui.

6. El "castillo de So" que señaló Berenguer de Lavelanet en su declaración y en el que, según muchos expertos en la materia, es donde más probabilidades hay de que se encuentre. Este castillo se ha traducido  por lo general como castillo de Usson, Ucio o Icio. Pero al oeste de Montségur hay un castrum de So que es en realidad el castillo de Montreal de Sos, en aquellos tiempos perteneciente a la corona de Aragón y cuyas ruinas aún existen.

Una gruta bajo Montségur
y 7. En el mismo Montségur, concretamente y según publicó Peyrat en 1880 " en el ángulo interior del sur, donde hay un orificio cuadrado semejante a un pozo y que está lleno de grava el cual llaman la Cisterna", el cual se aprecia en el plano colocado más arriba. Según parece, por la sonoridad del suelo da a entender que bajo el mismo hay una superficie hueca, unos subterráneos que posiblemente serían almacenes para las provisiones de la guarnición. Pero ojo, la morfología del castillo actual no es la misma que tenía en el siglo XIII, así que habrá que indagar un poco en ese aspecto. Por otro lado, Fernand Niel, otro estudioso sobre este tema, afirma que en realidad es una galería de escape que da a la ladera oeste de la montaña, donde el corte es vertical e imposible de invadir desde abajo.

Ah, y un detalle final. Berenguer de Lavelanet especificó durante su interrogatorio que el tesoro constaba de miles de monedas de oro y plata y de piedras preciosas, así que ya saben...

Patio de armas de Montségur
Bueno, si alguien se anima a buscarlo y da con el tesoro, le aceptaré de buen grado una modesta comisión del 50% por las pistas proporcionadas. El dinero es algo vil, pero asquerosamente necesario y más en los tiempos terribles que corren actualmente. Suerte a los buscadores.

Hale, he dicho