viernes, 25 de septiembre de 2020

MANTELETES Y TRONERAS GIRATORIAS

 


Puede que más de uno que haya visitado algún castillo allende los Pirineos haya observado que las almenas y las ventanas de las torres están protegidas por unos pequeños manteletes basculantes como los que vemos en la imagen superior, perteneciente al castillo de los condes de Gante, en la ciudad homónima situada en Flandes y cuna del augusto césar Carlos. Este peculiar elemento defensivo, aunque escaso en la Península, tuvo bastante proliferación en el resto de Europa por las razones que más adelante explicaremos pero, en primer lugar, el introito de rigor para ponernos en situación ya que, aunque estos manteletes puedan parecer un tanto irrelevantes o carentes de importancia, tienen una trayectoria más amplia de lo que a simple vista sugieran. Veamos pues...

Como ya comentamos en la entrada anterior, fueron los griegos los que patentaron la aspillera. Este aparejo defensivo permitía ofender a los enemigos debidamente resguardados de sus proyectiles pero, al mismo tiempo, disminuía enormemente el ángulo de tiro y el campo visual de forma que un ejército entero podía estar correteando al pie de la muralla sin que los defensores pudieran verlos. Sí, obviamente las torres que flanqueo estaban para impedirlo, pero eso no era óbice para que hubiera muchos ángulos muertos imposibles de controlar en el fragor del combate. Por otro lado, las aspilleras eran demasiado pequeñas y permitían mínimas correcciones de puntería a las balistas y escorpiones con que se dotaban las fortificaciones, así que la solución era emplazarlas en las cámaras de las torres o en las mangas que recorrían el interior de las murallas tras vanos con el tamaño suficiente como para poder corregir la puntería sin engorros, así como disponer de un campo visual mucho más amplio. Lógicamente, estos vanos eran cerrados por ventanas construidas con gruesos listones de madera para impedir que los proyectiles enemigos penetraran en el interior, de forma que solo se abrían el tiempo justo de apuntar y disparar, pudiendo de ese modo los servidores de las máquinas recargarlas sin tener que estar acojonados al pensar que en cualquier momento una flecha, un pasador o un bolaño pudiera entrar por el vano y hacerles pupa. En la ilustración de la derecha tenemos un ejemplo, correspondiente a una recreación de la muralla de Mesene donde podemos ver la cámara superior de una torre provista de ventanas para la artillería ligera con la que hostigar con tiro directo a las tropas situadas a mayor distancia, y otra inferior con aspilleras para aliñar a los enemigos más cercanos. Como vemos, la torre está cubierta con un techo a cuatro aguas para impedir que las máquinas se mojen, lo que como sabemos era bastante perjudicial para los haces de cuerda o tendones que las hacían funcionar.

Los romanos heredaron las técnicas de castramentación de los griegos y, al igual que ellos, dotaron a sus torres con vanos orientados hacia el frente y los flancos de forma que una torre que contase con dos o tres niveles podía desplegar una potencia de fuego notable. Para cerrarlos optaron por algo más sencillo y, a la par, más eficiente que una ventana tradicional de dos hojas: un mantelete basculante. Sujetos a las jambas del vano con un eje de hierro, no solo permitían abrirlos y cerrarlos con más rapidez sino que, además, los defensores de la torre podían asomar la cabeza para controlar las cercanías del recinto sin miedo a que una flecha los dejara en el sitio. Bastaba empujar un poco el mantelete y este seguía ofreciendo protección mientras el soldado asomaba la cabeza y echaba un vistazo a la zona inferior por si algún listo se había colado por un ángulo muerto y estaba tramando alguna maldad. A la izquierda tenemos una recreación de este tipo de torre que dispone de cuatro vanos, dos al frente y uno en cada flanco donde apreciamos los manteletes basculantes arriba mencionados. En una de estas torres se podían emplazar un par de escorpiones que batirían el frente a una distancia superior a los 200 o 300 metros con dardos o bolaños y que, en caso de necesidad, podían girarse para batir la muralla de flanco. Desde la azotea y los adarves los arqueros harían lo propio con las tropas situadas a menor distancia. Queda claro, ¿no? Pues fin del introito.

Bien, como hemos visto, esto de los manteletes tiene más años que el hilo negro si bien es un aparejo que, como tantos otros, cayó en el olvido durante la Alta Edad Media y el conocimiento de los mismos quedaría relegado a los tratados de poliorcética custodiados en los monacatos donde los monjes los copiarían sin prisa pero sin pausa, traduciéndolos del griego al latín y/o a la lengua vulgar de cada reino, léase francés, alemán, etc. En todo caso, parece ser que el resurgimiento de estas básicas pero eficientes ventanas se debe, como está mandado, a los cruzados que tuvieron ocasión de ver cómo la castramentación bizantina y árabe era muy superior a nivel tecnológico que la Europea, dónde aún existían algunos arcaicos castillos de madera y motas castrales. Los castillos de fábrica, aunque ya totalmente implantados, salvo excepciones eran recintos austeros y con escasas florituras y, de hecho, en un lugar donde el estado de guerra era permanente como en la Península, las fortificaciones de la época carecían de las virguerías defensivas de sus primas orientales. Con todo, la introducción de estos manteletes, que comenzó en Francia allá por el siglo XIII, se debió en principio más a una cuestión climática que puramente defensiva. Si observamos las iluminaciones de la derecha podemos ver algunos de ejemplos. La foto A presenta una miniatura de una edición de finales del siglo XV de "El Román de la Rosa", y nos muestra varias ventanas con sus respectivos manteletes. La B es muy anterior, concretamente del "Códice Manesse" (Alemania, 1305-1340) en la que se puede ver como un probo ciudadano se asoma bajo el mantelete de una ventana para dejar caer sobre los asaltantes un pedrusco bien gordo. Por último, en la foto C vemos el asalto de una ciudad en la "Crónica de Froissart" (1369), y cuyas torres techadas muestran sus ventanas con los manteletes en cuestión mientras que en las plantas inferiores se aprecian aspilleras y troneras. 
O sea, que básicamente se ciñeron al patrón implantado por los romanos.

Como ya sabemos, muchos castillos europeos tenían sus torres techadas debido al clima imperante, que harían los otoños e inviernos sumamente crudos, con nevadas constantes y temperaturas gélidas, y las primaveras muy lluviosas. Estas condiciones meteorológicas, menos intensas en la Península salvo en la Meseta Central, no hacían precisas tantas medidas para combatir el mal tiempo, por lo que son menos frecuentes las torres techadas, sobre todo en la mitad sur. Así pues, el primer uso que se dio a estos manteletes fue para algo tan simple como tapar las almenas cuando hacía más frío que pelando rábanos ya que, estando cubiertas, eran además susceptibles de ser usadas como dependencias para la tropa, cuando no ser el reducto principal de algún donjón de los muchos que proliferaron en Francia durante aquella época. Con la llegada del buen tiempo solo había que descolgarlos y tenerlos a mano para volverlos a poner en su sitio en caso de alguna visita inesperada de extraños con malas intenciones. A la izquierda tenemos un ejemplo, en este caso una recreación 
de Viollet-le-Duc del donjón del Château Gaillard, en Normandía. Como vemos, la torre principal de esta sobrecogedora mole está circunvalada por ventanas y aspilleras, y en la muralla inferior las almenas también han sido provistas de manteletes para mejorar las condiciones defensivas de la guarnición en caso de asedio. Porque de lo que se dieron cuenta rápidamente fue de que estos accesorios eran bastante prácticos para, como se dijo anteriormente, disponer de mayor campo visual sin arriesgarse a que le incrustaran a uno un virote en plena jeta.

Pronto se propagaron por toda la Europa, siendo los reinos Peninsulares donde encontramos menos ejemplos si bien no se puede asegurar que fuese un aparejo escaso ya que, como sabemos, muchas fortificaciones fueron desmochadas en tiempos de la católica Isabel para someter a la siempre levantisca nobleza, así que no sabemos si los parapetos que fueron demolidos disponían de soportes para manteletes ya que, incluso después de ser reparados, al ser ya obsoletos optaron por prescindir de ellos. No obstante, algunos sí se conservan y los detallaremos más adelante. Veamos a continuación los distintos tipos que había, así como su sistema de fijación que, por norma, en el caso de estar instalado en parapetos eran colgados entre dos merlones.

A la derecha tenemos el primero. En la figura A vemos una sección del parapeto donde podemos apreciar el sistema de fijación, que presentamos con más detalle en la figura A1. Se trata de una simple ranura labrada en la cara interna de cada merlón, donde se deslizará la barra de hierro que conforma el eje de sustentación del mantelete tal como vemos en la cara posterior del mantelete que muestra la figura A2. Este sistema permitía removerlo rápidamente cuando fuese necesario y, en caso de querer dejarlo abierto por cualquier motivo, bastaba colocar un simple palo a modo de puntal que solo habría que retirar cuando se desease hacer bascular el mantelete y cerrarlo. Este sistema, aunque básico, requeriría una merlatura fabricada con sillería ya que, de ser de mampuesto, no tardaría mucho tiempo en que el giro del eje acabara desgastando el mortero, requiriendo un mantenimiento casi constante.

Este otro consiste en pequeños soportes de piedra colocados en las esquinas de cada merlón. En la figura A vemos el croquis en sección que muestra su posición. Ojo, no necesariamente tenía que estar en la parte más alta, pudiendo colocarse un poco más abajo para que el peso del material que lleve encima haga de refuerzo, y más si consideramos que este método sí permitía colocarlos en merlones de mampuesto o ladrillo. En la figura A1 se puede ver el aspecto de estos rudimentarios ganchos pétreos. En la figura B se muestra una vista frontal, con dos soportes en cada merlón y su mantelete tapando la almena. El sistema de fijación es similar al anterior: una barra de hierro hace de eje, y está unida al mantelete mediante dos pletinas. Al igual que el visto en el párrafo anterior y como salta a la vista, también podían removerse en un periquete. Veamos más...

Este otro permitía mantener el mantelete semiabierto para tener un campo de visión inferior constante, y podía sustentarse el mantelete con cuñas de piedra, como el caso del castillo de Gante que vimos en la foto de inicio, o bien de madera. En este caso, el método de fijación al muro era mediante un gancho de hierro empotrado en el mismo, lo que facilitaba su colocación en cualquier tipo de fábrica. En la figura A vemos la sección del parapeto con el mantelete apoyado en la cuña de piedra, colgando como los demás de un eje de hierro fijado mediante dos pletinas. La figura B presenta una vista frontal, y la A1 un mantelete blindado con chapa de hierro que lo haría prácticamente invulnerable ante los disparos de armas de fuego ligeras. Debajo vemos la versión con cuña de madera en las figuras C y D. En ambos casos, la sujeción del mantelete es la misma.

Y para acabar, un mantelete usado en vanos de torres formado por dos piezas. La idea consistía en que, en caso de guerra y ante la obligación de mantener los manteletes cerrados, para permitir la entrada de luz y el paso de aire sin peligro se colocaba un mantelete inferior similar al que hemos visto en el párrafo anterior. Para facilitar el flujo de aire y el paso de luz se colocaba otro más pequeño encima fijado directamente a las jambas mediante un eje y que basculaba de forma independiente. Al estar prácticamente cubierto por el inferior, era casi imposible introducir un proyectil por tan poco espacio como no fuera disparando desde una posición muy elevada y, de todas formas, tampoco serviría de gran cosa porque los defensores tardarían medio segundo en cerrarlo en cuanto vieran entrar un virote.

En la serie de fotos de abajo podemos ver algunos ejemplos de lo mostrado por si alguno aún no lo tiene claro del todo.


Foto A: Castillo de Orgaz, Toledo. Como se puede ver, muestra soportes de piedra en la parte superior de los merlones del parapeto y la escaraguaita. En el de Belmonte (Cuenca) también parece ser que los hubo, pero no me ha sido posible dar con una foto donde se aprecie con claridad.

Foto B: Castillo del Camarlengo, en Trogir, Croacia, datado hacia 1420. El sistema es similar al anterior, pero con los soportes colocados en el tercio superior de la merlatura.

Foto C: Castillo del conde de Gante. Es este caso muestra unos manteletes apoyados en cuñas de piedra.

Foto D: Paramento techado de Carcassonne con un mantelete doble. Por cierto, los dos orificios cuadrados que se ven debajo no son para disparar cosas chungas, sino los mechinales para colocar  si procedía las vigas de un cadalso.

Bueno, no creo olvidar nada relevante, así que pasemos al siguiente tema. Esto de las troneras giratorias debería ir en la entrada que se dedicó a las mismas, pero como no es plan de rehacerla y es poca cosa, pues la añadimos a esta y santas pascuas. En realidad se trata de un aparejo bastante escaso y, de hecho, no hay constancia de ninguno en España o Portugal. Solo se conservan dos, en Suiza y Alemania, pero conviene tenerlos presente no sea que algún cuñado nos pille con el paso cambiado y nos deje en evidencia delante del personal.

En primer lugar vemos un grabado que recrea la Puerta de San Pablo de Basilea, según Viollet-le-Duc. En los merlones se pueden apreciar estas peculiares troneras que, en este caso, estaban fabricadas de piedra. Como mostramos en el gráfico de la derecha en una vista posterior de un merlón, el invento consistía en un rodillo que giraba mediante dos pivotes colocados en ambos extremos que, a su vez, se empotraban en el nicho que daba cobijo a esta curiosa tronera. Su funcionamiento no requiere muchas explicaciones: se giraba hasta que la aspillera quedaba mirando al exterior, momento en que se apuntaba el arcabuz y se abría fuego. A continuación se giraba nuevamente para ocultar la aspillera, pudiendo recargar tranquilamente ya que el rodillo quedaba muy ajustado en su nicho y no era posible que se colase un balazo inesperado.

Como podemos imaginar, se trata de un aparejo muy tardío- principios del siglo XVI- y, de hecho, apenas tuvo tiempo de mostrar sus cualidades porque las fortificaciones pirobalísticas no tardaron en jubilar a las murallas y castillos medievales, pero no dejan de ser una curiosa muestra de ingenio para poder aliñar enemigos impunemente. Las otras troneras de este tipo se encontraban en la Puerta Laufer, en Nuremberg, donde instalaron a mediados del siglo XV tres de ellas fabricadas con madera dura y que hemos recreado partiendo de una descripción de Viollet-le-Duc. Básicamente es igual a la anterior con la salvedad de que los extremos están reforzados por sendos casquillos metálicos y dispone de un asa para facilitar el giro de la tronera. En el plano de época se ha marcado con un círculo la posición de dicha puerta. Por cierto, se puede apreciar que en dicho plano aparecen tanto la muralla como las torres provistas de manteletes.

En fin, con esto terminamos. Se me ha pasado la hora de merendar y eso no lo perdono, así que me piro prestamente a pillar algo antes de que me de un vahído letal.

Hale, he dicho

Vista panorámica del castillo del Camarlengo donde podemos ver los soportes de los manteletes
tanto en el matacán de la torre en primer plano como en la merlatura de la muralla



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