Un tanto inquietante, ¿no? Ese es el terrorífico aspecto que ofrecía este peculiar yelmo, según unos borgoñota, según otros almete, que tuvo cierta proliferación en Italia y Centroeuropa durante la primera mitad del siglo XVII.
El nombre que recibía generalmente era borgoñota saboyana, al parecer por ser originaria de Saboya. Los alemanes, siempre tan amantes de darle un tinte dramático, cuando no fúnebre, a las cuestiones relacionadas con la milicia, lo bautizaron como "Todenkopf", "la Cara de la Muerte". El apodo hace referencia a las grandes aberturas para los ojos, que recuerdan de algún modo a las cuencas vacías de los cráneos. Ignoro si el que diseñó este yelmo pensó en darle ese aspecto tan amenazador o si, simplemente, optó por buscar algo práctico y funcional adaptado a la forma de combatir de la época. Eso y algún detallito más intentaremos dilucidar en esta entrada. Veamos pues...
Ante todo, conviene concretar que estos yelmos estaban destinados a los componentes de las últimas unidades de caballería pesada dotada de armaduras de placas. Se trataba de un yelmo fuerte y pesado, capaz incluso de resistir un disparo de arcabuz. Sin embargo, la mayoría de sus usuarios no eran los nobles de antaño que disponían de arneses con acabados pulcros y, en muchos casos, ricamente grabados. Esto quiere decir que hablamos de piezas con una manufactura tosca, sin adornos, sin esmerados pulidos ni otra cosa que no fuera esencial para dar la mejor defensa posible a sus portadores. Por lo general, eran acabados en negro, bien pavonado, bien pintados, lo que aumentaba su ya de por sí siniestro aspecto. Cierto es que también se conservan ejemplares con vistosos repujados pero, en este caso, hablamos de yelmos que formaban parte del arnés de nobles o militares de alto rango, como el que podemos ver a la derecha.
En lo tocante a su morfología, hay varios aspectos reseñables en lo concerniente a su diseño. A la izquierda tenemos un ejemplar datado hacia 1620. Ante todo, conviene reparar en su burdo acabado: los remaches de la visera están deformados a martillazos, el reborde del crestón no tiene precisamente un acabado fino y sus diferentes piezas no tienen la habitual terminación en cordón o con el reborde dentado propio de los yelmos de postín. En este caso se trata, obviamente, de un yelmo para un soldado raso. Si analizamos su aspecto, veremos varias diferencias notables respecto a los almetes: en vez de la ocularia tradicional formada por una estrecha rendija, estos yelmos permitían un mayor campo de visión. Para facilitar la entrada de aire, en vez de las perforaciones que estamos habituados a ver llevaban esa abertura bucal que le da esa siniestra sonrisa sardónica. A menos aberturas, como es de suponer, menos se debilitaba el visor y, por ende, menos probabilidades había de que por ellas entrase la punta de una pica o una bala de arcabuz. Su amplia visera, típica de las borgoñotas, proporciona a su portador una buena protección contra el sol y la lluvia y, más importante como es lógico, contra los tajos de espada (obsérvese el rebordeado que lleva para tal fin). Su fuerte y burdo crestón protegen la calva de golpes de filo.
A la derecha tenemos otro ejemplar, muy similar al anterior salvo en las aberturas para los ojos, las cuales se han estrechado pero, sin embargo, muestran ese peculiar derrame hacia abajo, igual que la lujosa pieza mostrada más arriba. ¿Qué misión tenían? Tras devanarme un rato la neurona solo le he podido encontrar una explicación lógica, ya que esas aberturas verticales desprotegen la cara. Sin embargo, y esta es mi teoría, facilitan la visión hacia abajo. ¿Y qué tiene un jinete del siglo XVII debajo y delante suyo? Las pistolas de arzón, las cuales portaba una a cada lado de la silla de montar. Esa mejora del campo visual facilitaba, en pleno fragor del combate, empuñar una de sus pistolas sin tener que inclinar el cuerpo hacia adelante. Recordemos que la gorguera, unida al peto, impedía mover la cabeza hacia adelante, hacia atrás y hacia los lados. De ahí que un aumento del campo visual en todas direcciones fuese muy de agradecer por estos jinetes. Las enormes aberturas del yelmo de la imagen de cabecera convertían esa parte del rostro en demasiado vulnerable. La que aparece en éste párrafo son más estrechas; aumentan la protección, pero limitan más la visión. Solución: practicarle esas aberturas verticales para no perder campo visual hacia abajo.
A la izquierda tenemos un último tipo, en este caso con las rendijas del visor aún más estrechas. Muestran un rebordeado saliente en su zona inferior para impedir la entrada de puntas de espada o de pica. Aunque conserva su abertura bucal en una mínima expresión, el visor va provisto de perforaciones en ambos lados, si bien son escasas y de un diámetro mínimo, que impide el paso hasta del estilete más aguzado. Por lo demás, al igual que los otros mantiene el crestón y la visera, así como un acabado un tanto burdo y, por supuesto, en negro.
De todas las piezas que he podido ver, básicamente se puede decir que las aberturas para los ojos se limitan a esos tres tipos: grandes, medianas con derrame vertical y rendijas horizontales. Imagino que la elección de uno u otro tipo era algo personal, o bien a nivel de unidad, fabricándose por encargo para todos los efectivos de la misma un mismo modelo sin opción a elegir.
Y ahora, la disyuntiva mencionada al comienzo: ¿eran almetes o borgoñotas? Si observamos el ejemplar de la derecha, vemos claramente que se trata de un almete, al igual que los mostrados arriba. La babera del mismo se abre girándola sobre el remache que sujeta la visera (marcado con la flecha), y tanto ésta como el visor forman dos piezas aparte aunque sólidamente unidas mediante remaches. O sea, se podía subir la visera y el visor manteniendo el yelmo cerrado, mostrando solo la cara. Para asegurar el visor tiene en el lado opuesto una aldabilla que impide su abertura accidental. Del mismo modo, la babera está fijada a la parte trasera con otra aldabilla similar, las cuales se pueden ver perfectamente en la tercera foto. Así pues, estamos ante la estructura típica de un almete, pero con el añadido de la visera de las borgoñotas. Digamos que podemos hablar de un híbrido entre ambas morfologías.
Sin embargo, sí había yelmos de este tipo con la estructura convencional de las borgoñotas, como el que aparece en la foto de la izquierda. Recordemos que la característica de estos yelmos es que las yugulares se cerraban por el centro, como vemos en la foto, quedando unidas por una presilla, una aldabilla como la que vemos en la gorguera o, muy habitual en estas piezas, una simple correa de cuero cerrada alrededor del cuello. Para mejor comprensión entre las diferencias entre borgoñotas y almetes, picad en los enlaces de arriba y así se verá mucho más claro.
En definitiva y a pesar de su denominación, curiosamente, este tipo de borgoñota es el más escaso, siendo los habituales los almetes híbridos mostrados anteriormente. O sea que, en puridad, no podríamos hablar de borgoñotas saboyanas, sino de almetes saboyanos.
Estos yelmos vieron su final con la desaparición de las armaduras de 3/4 al uso en la caballería pesada. La masificación en los campos de batalla de armas de fuego las hizo inservibles, y a partir de ahí sólo quedaron el yelmo (la borgoñota de cola de langosta) y el peto, a fin de dar al jinete protección a la hora del contacto con la infantería. Pero la gloriosa era de las armaduras de placas pasó a mejor historia. Como imagen de cierre dejo una foto de una armadura de fajas espesas de 3/4 como las mencionadas, rematada por un almete saboyano. Indudablemente, verse acometido por esa cosa negra no debía ser precisamente lo que se dice una experiencia gratificante.
Hale, he dicho
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