lunes, 2 de abril de 2012

Curiosidades: Las cabezas de turco






Hoy día se aplica este término para designar al iluso que carga con las culpas de otro o, dicho en plata, al pringado que se come un marrón sin haberse enterado siquiera de qué va la cosa. En temas judiciales y políticos, constantemente salen a relucir cabezas de turco que van a dar con sus huesos en el trullo mientras el verdadero culpable de va de rositas. Sin embargo, el origen de las cabezas de turno tenemos que buscarlos en los juegos caballerescos de la Edad Media. Veamos de qué iba el tema...




Es de todos sabido que los caballeros dedicaban gran parte de su tiempo libre a entrenarse en las artes marciales que suponían su medio de vida. Para ganar destreza en tanto en la monta como en el manejo de la lanza, se usaban los estafermos, unos artefactos que, como se ve en la imagen de la izquierda, constaban de un escudo o un monigote al que había que golpear con la lanza. Al hacerlo, el estafermo giraba sobre su eje e, impulsados por la fuerza del golpe, la bola de hierro o el saco de arena que pendía del otro extremo golpearía al jinete en la espalda si éste no la esquivaba con la debida destreza y prontitud.



Con el paso del tiempo, los aguerridos caballeros medievales pasaron a formar parte del recuerdo, y los torneos, justas y pasos de armas que dejaban tullido a más de uno fueron relegados al olvido porque, entre otras cosas, ya carecían de sentido como medio de entrenamiento (y de ganar buenos dineros, todo hay que decirlo). Sin embargo, la nobleza no se resignó a dejar de lucir sus habilidades ecuestres, para lo cual recurrían a juegos de cañas y demás simulacros de los añejos torneos, si bien eran infinitamente menos peligrosos. Así, tal como vemos en la imagen de la derecha, los nobles se lucían en concurridas plazas y, aparte de sus remedos de torneos, demostraban su habilidad pasando anillas de diversos tamaños con sus lanzas o golpeando al objeto de esta entrada: una cabeza de madera que representaba a un turco. En aquellos tiempos, el imperio otomano significaba todo lo que un occidental debía odiar profundamente, y eran por norma la antítesis de todos los esquemas de valores europeos de la época: religión, cultura y, en definitiva, el enemigo por antonomasia. Curiosamente, y como podemos ver a diario en los medios de comunicación, parece ser que seguimos en las mismas a pesar del tiempo transcurrido.








A la izquierda tenemos un dibujo que nos permitirá hacernos una idea de qué era en concreto una cabeza de turco: sobre un poste se colocaba un soporte de hierro que podía ser regulado en altura. En su extremo iba provisto de un vástago en el que se colocaba la cabeza, fabricada con madera y policromada para darle más realismo a la cosa. También podía ir simplemente colgada mediante una argolla colocada en la coronilla, lo que aumentaba la dificultad a la hora de golpearla si hacía viento o, como aparece en el grabado inferior, en forma de estafermo de medio cuerpo. Estos juegos caballerescos estuvieron vigentes hasta bien avanzado el siglo XVIII.




Así pues, estos cabezones que soportaban incólumes todos los golpes y trastazos en los juegos ecuestres de la época pasaron a identificar al desgraciado que se traga el marrón de turno sin ser culpable de nada.


Hale, he dicho...



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