miércoles, 21 de octubre de 2015

Las curiosas ballestas de tornillo


Ballesta de torno con su armatoste montado. Gran potencia a cambio
de lentitud de recarga. Obsérvese el grosor de la pala.
Hace ya más de cuatro años (carajo, como pasa el tiempo) dediqué una entrada a las ballestas, cuya lectura recomiendo, en la que se estudiaban tanto su evolución como los sistemas de carga más representativos de estas armas. Como ya sabemos, y el que no lo sepa que no se preocupe que yo le informo, la ballesta era un arma de una eficacia devastadora, capaces de atravesar lorigas o armaduras de placas salvo que estuvieran fabricadas a prueba, lo cual no estaba ni remotamente al alcance de cualquiera, sino solo de los nobles más pudientes. No obstante, la ballesta tenía un inconveniente de imposible solución: si se quería más potencia había que recurrir a mecanismos de carga capaces de vencer la enorme tensión de sus palas que, en el caso de las fabricadas con acero, podían alcanzar la friolera de 400 libras de potencia y que requerían un torno o armatoste para poder tensar la verga. Este sistema requería alrededor de un minuto para poner el arma a tiro: montar el armatoste en la culata de la ballesta, enganchar la verga, girar el torno hasta hacerla llegar a la nuez, desmontar el armatoste y, finalmente, armar el virote. O sea, que daba tiempo de ir a tomarse un tinto con una tapa de boquerones en vinagre mientras tanto.

Ballesta de dos pies, el tipo menos potente. Sus
palas se solían fabricar de madera.
Desde que surgieron las primeras ballestas en Europa, se entabló una constante lucha entre estas armas y el armamento defensivo de los combatientes. Cuando se mejoraba el segundo había que aumentar la potencia de las primeras de forma que llegó un momento en que, simplemente, eran imposibles de cargar mediante los sistemas habituales de tracción manual debido a la potencia de las palas. Para hacernos una idea, una pala de una ballesta moderna, fabricada con fibra y de 125 libras de potencia, es muy difícil de tensar para un hombre que sea incluso más fuerte de lo habitual, y le producirá un tremendo dolor de dedos. Naturalmente, que se olvide de recargar varias veces seguidas porque no podrá repetir semejante esfuerzo. De ahí que hubiera que idear métodos que facilitaran la carga de forma que el ballestero no se viese con los dedos chorreando sangre o sin poder combatir porque era incapaz de vencer la tensión de la pala solo con sus manos.

Y uno de estos sistemas fue precisamente el que estudiaremos en la entrada de hoy que, aunque casi desconocido para la mayoría del personal, estuvo en uso durante la segunda mitad del siglo XV y, de hecho, fue el precursor del cranecrin. Veamos de qué va la cosa...

Ballesta de gafa
Ya desde tiempos bastante antiguos se fabricaron diversos tipos de balistas que disponían de mecanismos de tornillo para tensar sus enormes palas. Estos tornillos se fabricaban con madera y, por lo general, para accionarlos eran necesarios un par de hombres debido a la potencia de la máquina. Hasta la Edad Media, al menos que se tenga noticia, este tipo de mecanismo no fue, digamos, recuperado ya que la potencia de las ballestas de esa época permitían cargarlas a mano. Hablamos de las ballestas de dos pies y las de estribo. Pero en el momento en que, como ya hemos comentado, la potencia de las palas subió más de la cuenta hubo que recurrir a métodos mecánicos, concretamente el de gafa que, como recordaremos, se basaba en una palanca articulada. La gafa o pata de cabra era un mecanismo bastante simple y que permitía una velocidad de recarga casi similar a los manuales.

Pero, obviamente, hubo un momento en que la gafa tampoco valía para ballestas aún más potentes, y es en ese momento cuando surgió la idea del mecanismo de tornillo, el cual aparece reflejado en la obra de Roberto Valturio DE RE MILITARI, impresa por primera vez en 1472. En la ilustración de la izquierda podemos ver el aspecto que presentaba en dicha obra. Su vida operativa fue al parecer bastante efímera, y no se suele ver en las miniaturas de la época quizás debido a que muchos ilustradores no llegaron siquiera a tener conocimiento de su existencia.



En el grabado de la derecha podemos ver las partes de que se componía una ballesta de este tipo. Según se puede apreciar, la culata era más gruesa de lo habitual para dar cabida al tornillo. Este estaba formado por una simple barra de hierro cilíndrica y provista de un paso de rosca en cuyo extremo había una garra bífida para tirar de la verga, mientras que en el otro había una tuerca con dos o cuatro brazos. Este tornillo transcurría por un orificio practicado a lo largo de la culata. Para proceder a su carga caben dos opciones:

1. Tras tensar la pala, desenroscar la tuerca por completo y extraer el tornillo por la parte delantera de la culata. Se armaba el virote, se disparaba y, a continuación se volvía a introducir el tornillo y se roscaba.

2. Tras el tensado, aflojar un poco el tornillo para liberar la garra y, de ese modo, retraerla roscando un poco más hasta bloquearla, por lo que no sería necesario llevar a cabo el proceso de extracción descrito anteriormente. Además, ello no conllevaría ningún impedimento a la hora de apuntar ya que, tal como vemos en la foto de la izquierda, muchos ballesteros colocaban la culata de su arma sobre el hombro, no contra el hombro.


Ballesta de cranecrin
En cualquier caso, colijo que el punto flaco de este tipo de mecanismos radicaba en la escasa longitud de los brazos de la tuerca, que debían ralentizar en exceso el proceso de carga al tener que vencer una potencia quizás excesiva para este tipo de mecanismo. Por otro lado, si por alguna contingencia durante el combate se doblaba un poco el tornillo el mecanismo, este quedaba inutilizado. Todas estas cuestiones serían posiblemente lo que harían que esta tipología fuese desechada en favor del cranecrin, un sistema de cremallera que no solo permitía desarrollar mucha más potencia, sino que era fácilmente removible de la culata de la ballesta una vez cargada y, en caso de romperse, siempre podía sustituirse por el de un compañero de filas. Y, lo más importante en este caso, permitía una velocidad de recarga de unos 30 segundos o menos, dependiendo del entrenamiento del ballestero.

Como ya hemos comentado, la proliferación de las ballestas de tornillo fue más bien escasa, y su vida operativa bastante breve teniendo en cuenta la longevidad que solían alcanzar las armas de la época, que duraban siglos prácticamente inalterables. No obstante, lo peculiar del sistema de carga creo que las hacía merecedoras de una entrada para ellas solitas.

Ya está.

Hale, he dicho



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