jueves, 17 de agosto de 2017

El cañón Ager, ¿la segunda primera ametralladora?




Hombres del 96º Rgto. de Voluntarios de Pennsylvania posando muy
orgullosos junto a un cañón Ager
El comienzo de la Guerra de Secesión de los Estados Juntitos fue el pistoletazo de salida para que todos los magines del personal empezaran a echar humo con tal de inventar algo que matase más y mejor, que es de todos sabido que si todos los enemigos se mueren se acaba antes la guerra. Y, una vez más, nos encontramos con inventos demasiado avanzados para su época porque la tecnología disponible no permitía aprovechar al máximo sus posibilidades, cosa que hemos repetido y tendremos que repetir mogollón de veces. En la entrada de hoy veremos un artefacto que, en pureza, ya era una ametralladora en toda regla ya que funcionaba mediante un sistema mecánico que le permitía mantener fuego sostenido en una época en que las armas al uso aún eran de avancarga, lo cual era un mérito notable y más teniendo como competidora a la Maxim creada por las mismas fechas.  

Hablamos del cañón Ager (o Agar según algunos autores), cuya invención está envuelta de cierto misterio. Su supuesto creador, Wilson Ager, era un creativo ciudadano natural de Rohrsburg, Pennsylvania, que con anterioridad al conflicto había patentado una serie de máquinas de uso agrícola, como una plantadora mecánica de maíz o un artilugio para limpiar el arroz de la cáscara y demás impurezas. Sin embargo, el cañón lo patentó en Londres en 1861 o quizás un año antes. El motivo podría ser que, en realidad, el cañón no era de su autoría, sino que actuó simplemente como un agente de ventas para su comercialización en los Estados Unidos, quizás por tener los contactos adecuados, y se apropió del invento por la cara, cosa que siempre ha sido más frecuente de la cuenta. De hecho, parece ser que la máquina la inventaron en realidad unos tales William Palmer y Edward Nugent, para cuya producción se creó una empresa denominada American Arms Company. Sea como fuere, la cosa es que tanto la autoría del arma como su nombre ha pasado a la historia como de Wilson Ager a pesar de que, según parece, Nugent patentó el cañón en los Estados Unidos en 1862, cuando el arma ya había sido probada e incluso vendidas algunas unidades.

A la derecha tenemos la criatura. Según podemos ver, se trataba de un arma provista de un solo cañón que era alimentado por la tolva que se aprecia en la parte superior de la culata, lo que con el añadido de la manivela que accionaba la máquina le valió el apodo de cooffe mill (molinillo de café) por su obvia similitud con esos chismes domésticos imprescindibles en los hogares hasta que inventaron el café molido si bien su denominación oficial fue el de Union Repeating Gun, o sea, Cañón de Repetición de la Unión. El largo total del arma era de 142 cm., y el del cañón- provisto de ánima rayada para darle más precisión- de 89 cm. Como vemos, estaba montado en una cureña ligera provista de dos cajones para munición a ambos lados y, aunque no aparezca en esta foto, se dotó al cañón de un pequeño escudo para proteger al tirador del fuego enemigo. Una vez emplazada la máquina las correcciones de altura y deriva podían llevarse a cabo fácilmente gracias a su montaje sobre una articulación de bola, y una vez apuntada el arma en la dirección deseada solo había que bloquearla o bien dejarla libre para hacer un cono de fuego. La rabera que sobresale por la parte trasera era precisamente para poder manipularla cómodamente.

Pero lo más sofisticado quizás era el sistema que se había adoptado para que una ametralladora pudiera mantener fuego sostenido cuando los mosquetes aún se alimentaban con cartuchos de papel. En el gráfico de la izquierda tenemos las respuestas al enigma. La figura A nos muestra un contenedor de acero donde iba alojaba la carga. Este contenedor no era más que una pseudo-vaina fabricada en una época en que las vainas aún no se habían inventado, y tenía dos cometidos: por un lado, contener la carga, y por otro hacer las funciones de recámara ya que no llegaba a ser introducido en el cañón. En la figura B vemos una vista en sección del contenedor el cual tenía en su base una chimenea roscada similar a las usadas en los mosquetes Springfield de la época, la cual era cebada con los mismos pistones de cuatro aletas que se usaban en dichas armas. Los contenedores podían cargarse directamente con la pólvora y una bala Minié de calibre .58 (fig. B), o directamente con los mismos cartuchos de papel nitrado de los mosquetes (fig. C), lo que les permitía arder de forma instantánea mediante el chispazo del pistón. En este caso, la carga de pólvora era de 75 grains (4,8 gramos).

Una vez llena la tolva- poniendo buen cuidado en que todos los contenedores estuvieran correctamente orientados con el pistón hacia atrás- se procedía a accionar la manivela situada en el costado derecho del arma. En ese momento empezaba a girar una pieza con forma de estrella con la apariencia de un tambor de revólver abierto (más abajo la mostramos), donde caía por gravedad un contenedor cargado. A medida que se giraba el manubrio, una cuña se elevaba, alineando y bloqueando dicho contenedor contra el cañón como si fuera la recámara del mismo para, a continuación, accionar una leva que liberaba el percutor, produciéndose el disparo. Mientras proseguía el giro de la manivela el tambor seguía girando, expulsando el contenedor servido por la ventana de expulsión que marca la flecha y alimentándose con uno nuevo que caía por la tolva. Este sistema permitía alcanzar una cadencia de entre 100 y 120 disparos por minuto. Por otro lado, los contenedores eran reutilizables, de modo que los que iban siendo expulsados por la máquina podían irse recargando a toda prisa con cartuchos de papel y empistonarlos, disponiendo así de más munición para seguir liquidando malditos sureños esclavistas.

Vistra trasera del cañón en la que se aprecia tanto la morfología de la tolva
como la ventana de expulsión de los contenedores servidos
Sin embargo, el punto flaco del Ager era precisamente su único cañón, que al cabo de unas decenas de disparos se ponía un poco calentito, justamente al contrario que la máquina de Gatling que, al disponer de varios cañones, retrasaba más ese nocivo efecto y eso que el sistema de contenedores cargados con cartuchos de papel fue de hecho empleado por dicha ametralladora hasta la aparición de las vainas de latón. Para aminorar tan nocivo efecto y en un alarde de inventiva, Ager diseñó un sistema de refrigeración consistente en una camisa metálica que envolvía todo el cañón y una turbina que funcionaba conectada a la manivela de forma que mientras esta giraba también lo hacía el ventilador, el cual hacía pasar una corriente de aire entre la camisa y el cañón que no solo ayudaba en enfriarlo, sino que incluso eliminaba posibles restos de papel sin quemar procedente de los cartuchos. 

Esta pieza es, por así decirlo, el corazón de la máquina ya
que era donde iban cayendo los contenedores al girar la
manivela. Al dar 1/6 de vuelta los expulsaba ya vacíos
Con todo, este ingenioso sistema parece que no pasó de la mesa de proyectos, quizás por ser excesivamente complejo. Por ello, y a fin de paliar el problema del sobrecalentamiento, se diseñó además un sistema para remover rápidamente el cañón para ser sustituido por otro, como se hace por ejemplo con la MG-42 alemana, por lo que cada máquina iría acompañada de dos cañones de repuesto para tal finalidad. Pero el problema persistía porque los milites daban por sentado que una máquina semejante estaba creada para mantener fuego sostenido a todo trance, lo cual era un error porque, ni era necesario en una acción real, ni la munición de la época lo permitía. Por un lado, se quejaban de que el consumo de munición era muy elevado, lo que suponía un notable encarecimiento de la misma y una dificultad añadida a la hora de suministrar cartuchos. Entonces, digo yo, ¿para qué leches querían Vds. una ametralladora? Es como pedir un Ferrari que corra a 300 por hora pero gaste 4 litros a los 100 km. Pero al mismo tiempo que se protestaban de lo prohibitivo del consumo de munición se quejaban de que al tener un solo cañón no alcanzaría nunca una cadencia de tiro verdaderamente devastadora, como pasaba con la Gatling, que llegaba a los 350 dpm. En fin, las típicas contradicciones chorras para dar al traste como fuera con el invento encabezadas por el coronel J. W. Ripley, el jefe de la artillería de la Unión que, por norma, se negaba a cualquier tipo de innovación con el apoyo de otros militares tan cerrados de mollera como él.

Fosbery en su madurez. En la época
que nos ocupa tenía solo 29 años
Uno de los que más perjudicó la opinión que se tenía del cañón Ager fue un british, como no, que estuvo de observador en el ejército de la Unión y pudo presenciar las pruebas que se llevaron a cabo para evaluar la máquina. Este sujeto, el entonces mayor George Fosbery (el mismo que inventó el revólver semiautomático Webley-Fosbery en 1895), afirmaba que un solo cañón era incapaz de soportar "la inaudita proeza de efectuar entre 100 y 120 disparos por minuto", según su propio testimonio, y en su demoledor informe añadía que "...lo único que parece olvidarse es que al disparar a razón de 100 disparos por minuto la deflagración de 7.500 grains de pólvora (486 gramos) y casi una libra de plomo pasarían por un solo cañón en ese tiempo. Sus efectos durante el ensayo demostraron que el cañón se puso inicialmente al rojo para, posteriormente, ponerse casi al rojo blanco, y que grandes gotas de metal fundido salían por la boca del cañón, por lo que hubo que detener la prueba por temor a las consecuencias". Obviamente, el genio este no podía imaginar que su propio ejército dispondría apenas 25 ó 30 años más tarde de máquinas con un solo cañón que dispararían más de 650 proyectiles por minuto, pero debía ir de listo profético pontificador, que son peores que los cuñados ahítos de documentales del Canal Historia.

Una réplica moderna del Ager que nos permite apreciar con
más detalle su morfología
Y la cosa es que el metal de las balas en efecto se fundía porque, simplemente, un arma capaz de alcanzar una cadencia de tiro tan elevada no puede disparar munición de plomo que se funde a apenas 300º, pero eso de la munición blindada estaba aún por llegar, así que ahí tenemos una prueba más de que este artefacto estaba demasiado avanzado para su época. Por otro lado, el tipo de munición que disparaba no le permitía un alcance que superase al de un simple mosquete, estando su rango efectivo alrededor de los 900 metros. Su precisión a distancias a partir de los 300-350 metros solo quedaba patente sobre formaciones de tropas o de caballería ya que en las pruebas que se llevaron a cabo disparando contra una valla de 54 metros de largo por 2,13 de alto, o sea, lo que podría ser un cuadro de infantería, solo obtuvo un 40% de aciertos si bien es justo reconocer que una descarga de fusilería no se habría aproximado ni remotamente a ese nivel de precisión.

Lincoln flipando en colores con el Ager. Las pruebas se llevaron a cabo
en el arsenal de Washington. El prototipo fue fabricado por la firma
Woodward & Cox, de Nueva York
Sin embargo, y gracias a la insistencia de J.D. Mills, el representante de la firma, el 16 de octubre de 1861 el arma había sido probada en presencia del mismísimo presidente Lincoln el cual quedó impresionado por su funcionamiento hasta el extremo de encargar allí mismo la compra de diez unidades más el encargo de otras 50 por un importe de 1.200 $ cada unidad (un pastizal para la época), adelantando un 20% del importe total para iniciar la producción. No obstante, y a pesar del entusiasmo de Lincoln, los militares aún estaban bastante remisos a aceptar el invento. De hecho, en la correspondencia que se conserva entre el presidente y el general George McClellan, el primero llega a preguntarle directamente si el ejército quería o no esas armas ante la cantidad de divagaciones y trabas que ponían los militares. McClellan acabó aceptando la compra de las mismas, supongo que por no contristar al jefe supremo que tanto entusiasmo había mostrado, así que recomendó su adquisición por el precio acordado de 1.200 $ la unidad y una entrega inicial del 20%, si bien hizo notar que el precio le parecía excesivamente alto. A la vista de que el personal se lo tomaba con tranquilidad gracias a las constantes pegas que el coronel Ripley ponía a todo lo relacionado con el cañón Ager, en un oficio fechado el 19 de diciembre de 1861, Lincoln ordenaba que "los 50 cañones se encarguen en los términos recomendados por el general (McClellan) y no de otra manera". Bien, pues no fue hasta SEIS MESES más tarde cuando Lincoln envió un nuevo oficio, este de fecha 3 de julio de 1862, en el que sugiere un tanto impaciente que "si las cincuenta armas han sido hechas o entregadas de acuerdo con las recomendaciones efectuadas anteriormente por parte del general y las condiciones ordenadas por mí mismo, que sean recibidas y pagadas". Seis meses en estado de guerra es equivalente a una era geológica en tiempo de paz, así que ya vemos que los milites no pusieron ni remotamente el mismo entusiasmo que el presidente de la nación en el dichoso invento.

Marcado con una X vemos al general McClellan ante Lincoln
durante la batalla de Antietam
Finalmente, los cañones pedidos entraron en servicio, pero fueron generalmente enviados a misiones de escasa relevancia como vigilancia de puentes y chorradas similares, entrando en acción en contadas ocasiones en las que, ciertamente, demostraron su eficacia. La más sonada tuvo lugar el 29 de marzo de 1864 en Middleburg, Virginia, cuando un tal capitán Bartlett mandó abrir fuego contra un escuadrón de caballería confederada a una distancia de unos 750 metros, produciendo una buena escabechina y obligando al enemigo a batirse en retirada dejando en el campo gran cantidad de bajas, y eso con un solo cañón. De hecho, hasta los rebeldes llegaron a disponer de 17 unidades que cayeron en sus manos en Harpers Ferry, en el contexto de la sangrienta batalla de Antietam (más de 22.700 bajas entre muertos, heridos y desaparecidos para una batalla de un solo día en la que tomaron parte un total de 132.000 efectivos entre ambos bandos, o sea, un 17% de bajas de una tacada, lo que no está nada mal). En todo caso, los Ager que pillaron los sudistas tampoco fueron empleados a fondo, así que de poco les sirvieron si bien uno de ellos tuvo al parecer el honor de ser el primer cañón antiaéreo de la historia cuando en 1864, en el contexto de la segunda batalla de Reams Station, en Virginia, los sudistas abrieron fuego contra un globo de observación de la Unión. Lo que no ha trascendido es si, aparte de darle un susto de muerte al observador, lograron derribarlo.

El final de la contienda supuso también el ocaso del cañón Ager. Las Gatling le habían ganado la partida y las unidades en servicio fueron vendidas a precio de saldo. Actualmente se conservan solo cuatro unidades de la pequeña partida de 60 cañones que entraron en servicio más el prototipo inicial, así que si alguien encuentra uno de ellos en algún granero perdido de Virginia, Carolina del Norte, Alabama o en cualquier lugar donde hubiese tiros, ya sabe, que ponga jeta de despistado y le ofrezca al dueño 20 pavos por librarle de ese trasto que lleva ocupando un sitio en el granero desde tiempos del abuelo Jedediah.

En fin, va siendo hora del yantar, así que me piro.

Hale, he dicho


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