miércoles, 4 de agosto de 2021

ARMAMENTO DE FRANCOTIRADORES EN LA GRAN GUERRA. ESTADOS UNIDOS


Probo homicida yankee posando con su Springfield 1903 equipado
con un visor Winchester A5

Durante estas semanas de letargo he aprovechado para repasar algunas etiquetas y, entre otras cosas, veo que se echa en falta una serie dedicada al armamento de los francotiradores. Hemos hablado con pelos y señales de los ardides y apostaderos sutilmente camuflados en el entorno para escabechar más y mejor a los enemigos pasando desapercibidos, hemos hablado del armamento usado por los primeros francotiradores allá por el siglo XIX, pero no hemos dedicado nada a los fusiles y visores que usaron estos probos homicidas con sangre de horchata durante la Gran Guerra donde, como sabemos, tuvieron cuatro largos años para aprender todo lo aprendible y, de ese modo, acumular conocimientos para futuros conflictos. Es más que evidente que eso de que un solo ciudadano-tirador pudiera aplastar contra el suelo a toda una compañía sin que nadie tuviera valor para separar la nariz del suelo y dejarlos en tan incómoda posición durante horas era bastante rentable, y no hablemos de los fastuosos efectos que ejercían sobre la moral de la tropa cuando, en la aparente seguridad de las trincheras, veían caer a un colega literalmente fulminado para, un segundo después, oír el sonido del disparo. El occiso había bajado la guardia durante los tres segundos que se consideraban necesarios para que un francotirador avistase su cabeza, que sobresalía un poco sobre el parapeto, apuntase y apretase el gatillo. Como es evidente, los que habían presenciado tan luctuoso suceso se quedaban bastante mohínos, especialmente los que tenían que quitar los restos de sesera del difunto de la pared de la trinchera y llegaban a la conclusión de que aquella guerra era, como todas, un asco. En fin, vamos al grano y, como es habitual, empezaremos por el final, o sea, por los últimos en sumarse a la fiesta, los yankees (Dios maldiga a Hearst).

Francotirador alemán. Armado con uno de los mejores fusiles del mundo
equipados con una óptica insuperable, tras tres años de guerra habían
desarrollado una técnica que dejó a los yankees un poco inquietos

Los sobrinos del tío Sam no llegaron a Europa sin saber lo que se cocía allí si bien no se esperaban que el Frente Occidental fuera un sitio tan desagradable. Antes de eso, con el único ejército moderno que se habían batido el cobre fue con el español, aprovechando que nuestro otrora inmenso imperio estaba en las últimas, y con la nación totalmente agotada tras décadas de guerras civiles, revoluciones y demás desastres que nos llevaron a la ruina. No obstante, poco les faltó para tener que reembarcar a sus tropas cuando se vieron las caras con los exhaustos soldados hispanos en las Lomas de San Juan, pero eso es otra historia. Lo cierto es que estos WASP llegaron al Viejo Continente para corroborar que los tedescos era más peligrosos que las tribus indias, que tenían cientos de miles de hombres esperando la ocasión de aliñarlos con sus enormes cañones, sus mortíferas ametralladoras y, por supuesto, sus francotiradores que, provistos de fusiles Mauser equipados con visores con la mejor tecnología del momento, llevaban ya más de tres años sembrando de cadáveres las trincheras enemigas. No obstante, los yankees ya habían tomado buena nota de lo útil que eran los francotiradores, como vimos en las entradas dedicadas a los sharpshooters de su guerra civil que los convirtió en realidad en el primer ejército en hacer uso masivo de tiradores selectos. Obviamente, les hacía falta una buena guerra para ponerse al día, porque siendo como eran pioneros en el uso de este tipo de tropas, la verdad es que se habían dormido en los laureles, empezando por el fusil.

Tropas españolas en Cuba armadas con el Mauser 1893. Estos
hombres no eran las tribus con que estaban habituados a luchar,
y cualquier hispano canijo y depauperado le daba cien vueltas
a estos anglosajones que, aún hoy día, para neutralizar a un
tirador enemigo solicitan un ataque aéreo que cuesta millones

En la guerra de Cuba ya pudieron comprobar que el Mauser usado por los españoles le daba cien vueltas al Krag-Jorgensen en calibre 30-40 Krag, cuyas prestaciones- tanto del arma como de la munición- eran claramente inferiores. Así pues, llegaron a la conclusión de que no merecía la pena inventar nada, sino limitarse a seguir los mismos baremos que el fusil enemigo, el Mauser. No deja de ser curioso que un país que ha sido y es el paraíso de las armas de fuego tuviese que pagar a la firma tedesca los royalties correspondientes por fabricar un fusil con un cerrojo, un mecanismo de cierre y una alimentación por peines, y encima cuando tuvieron que enfrentarse a ellos. Así nació el Springfield 1903, declarado como fusil reglamentario el 19 de junio de aquel mismo año. Estaba recamarado para el espléndido 30-06 que, sin duda, es uno de los mejores calibre militares de la historia y actualmente protagonista de la mayoría de lances de caza mayor por sus excelencias, así como por la variedad de tipos de proyectil que carga. No obstante, inicialmente se había pensado en mantener operativo el 30-40 Krag que, sin embargo, mostró unas prestaciones muy pobres en el cañón de 30 pulgadas que armaba el fusil. Se acortó hasta las 24 pulgadas, pero los resultados seguían siendo bastante birriosos, así que se optó por un nuevo cartucho, el 30-03 que, con algunas modificaciones, dio paso finalmente al 30-06 con bala puntiaguda que todos conocemos. El nuevo calibre disparaba una bala de menor peso a más velocidad, lo que daba como resultado una trayectoria más tensa y una energía cinética mayor, o sea, que mataba más. No nos extenderemos más sobre el fusil en cuestión ya que en la red hay información sobrada sobre el mismo, y para no aportar nada reseñable pues mejor nos centramos en otras cuestiones, empezando por la madre del cordero: los visores.

Ambrose Swasey (1846-1937) y Worcester Warner (1846-1929)

Años antes de que empezara el conflicto, los yankees ya se habían preocupado de actualizar el visor para sus tiradores. Como vimos en su momento, la guerra civil dio ocasión para empezar a fabricar los primeros ejemplares de visión directa, o sea, los visores que todos conocemos con varias lentes dentro de un tubo, y a principios del siglo XX la tecnología en cuestiones de óptica había avanzado enormemente, sobre todo en Alemania y Austria (cómo no...). Sin embargo, el país que más uso había dado a estos chismes se encontraba en plena sequía en ese aspecto, y cuando apareció su nuevo y fabuloso fusil no disponían de gran cosa para equipar a sus tiradores selectos. De hecho, cuando aún estaba operativo el Krag-Jorgensen ya habían empezado a tantear posibilidades, pero la cuestión es que, salvo que recurrieran al mercado exterior, no disponían de gran cosa. Para un país dónde la industria armera era un referente mundial sería bastante paradójico tener que contactar con los representantes de las firmas europeas, así que se aviaron con lo que tenían en aquel momento, un visor prismático diseñado por Ambrose Swasey, que junto a Worcester Reed Warner habían fundado en 1880 una empresa dedicada a la fabricación de maquinaria de precisión y de instrumentos astronómicos.

El visor empezó a desarrollarse en 1900, buscando ante todo un modelo compacto, sin nada que ver con aquellos tubos casi tan largos como el cañón del arma que habían usado sus padres en la Guerra de Secesión. Pero para obtener un visor más corto había que renunciar a los modelos de visión directa porque la tecnología en óptica disponible en yankeelandia no daba para muchas virguerías, así que optaron por un diseño de visor prismático, es decir, con lentes que reflejaban la imagen. ¿Qué de qué va eso? Pues es el mismo principio que los gemelos o prismáticos que usan vuecedes en las playas para, disimuladamente y sin que la parienta se percate, atisbar las lozanas y tersas carnes de las consumidoras de gimnasios, hormonas e implantes de silicona para parecer chicas de cómic en vez de chicas humanas si bien, justo es reconocerlo, mientras sigan en el gimnasio, sigan consumiendo porquerías y sigan metiéndose implantes están como un tren, pa qué mentí... Así pues, un visor prismático ofrecía la gran ventaja de ser en efecto muchísimo más compacto que uno de visión directa, pero a cambio de una serie de inconvenientes bastante enojosos que detallaremos más adelante. 

El desarrollo del proyecto se llevó a cabo con los técnicos de la Warner & Swasey Co. y el Arsenal de Frankford hasta dar con el modelo definitivo en 1908 tras ser probados por tiradores expertos y dar cada uno su parecer al respecto. Ciertamente, no despertó un entusiasmo especialmente fervoroso, pero era lo que había y a eso era a lo que debían ceñirse. Como vemos en la foto del párrafo anterior, el visor consistía en una caja de bronce donde se alojaban las lentes y con un corto visor en cada extremo. La montura estaba bien concebida, ya que constaba de una pletina con cola de milano y dos muescas de engarce e iba instalada en el costado izquierdo del arma mediante tres tornillos. El visor se encajaba en la montura mediante un brazo provisto de una pestaña (círculo rojo) que, mediante un resorte, encajaba en una de las muescas de la montura (flechas amarillas), si bien este sistema se mostró poco fiable y en muchas ocasiones se optó por añadirle uno o dos tornillos de cabeza moleteada para lograr un bloqueo más sólido. Cada visor llevaba grabado en la montura el número de serie del arma al que había sido asignado (véase detalle del óvalo blanco), costumbre bastante inteligente para no variar la precisión del visor si pasa de un arma a otra. 

Los fusiles seleccionados para francotirador eran los denominados como "star gauged", o sea, armas cuyo cañón había sido verificado con instrumentos de alta precisión para comprobar la uniformidad del calibre, la rectitud del ánima y el estriado, armas estas que a partir de 1921 se empezaron a marcar con una estrella de seis puntas en la boca del cañón para diferenciarlas del resto (foto de la derecha). Inicialmente se solicitaron a la Springfield Armory mil unidades de ellos con destino a los tiradores selectos con la intención de suministrar dos unidades por compañía de infantería y dos por escuadrón de caballería. Debemos tener en cuenta un detalle no mencionado antes, y es que el acortamiento del cañón de 30 a 24 pulgadas permitió suministrar el mismo fusil a la infantería y la caballería sin necesidad de, como era habitual, fabricar una versión más corta para los segundos, lo que facilitaba enormemente las cuestiones de tipo logístico.

Bien, la criatura resultante fue el Telescopic Musket Sight mod. 1908 (Mira Telescópica para Mosquetón modelo 1908), que salía por cierto por un precio exorbitante: nada menos que 80 dólares, cuatro veces más que el precio del fusil. Veamos su funcionamiento para humillar al cuñado que porque se gastó 6.000 pavos en un Zeiss para no acertarle ni a un mamut a 20 metros se cree que lo sabe todo sobre visores.


En la foto superior podemos ver el visor montado en el arma. Como ventaja principal tenemos dos detalles: uno, que al estar la montura en el costado izquierdo permitía usar las miras del fusil, lo que siempre era un alivio si el visor se estropeaba o el blanco estaba tan cerca que la imagen obtenida era borrosa; y dos, que por la misma razón se podía recargar usando los peines de cinco cartuchos, que era más rápido y cómodo que tener que introducirlos uno a uno, sobre todo cuando los enemigos te han localizado y te están friendo a tiros. Sin embargo, el visor pesaba 1.020 gramos, lo que era un poco bastante molesto debido a que tendía a desestabilizar el arma hacia el lado izquierdo. 

En cuanto a sus prestaciones, tenía 6 aumentos fijos, un foco de 20 mm. y un retículo cruciforme de cabello de ángel que podemos ver a la derecha. Las tres rayas que aparecen en el cuadrante superior izquierdo son un rudimentario telémetro para calcular la distancia del objetivo en base a un hombre de una estatura, según el manual de instrucciones, de 68 pulgadas de alto (172 cm.). La de la izquierda es para 1.000 yardas, la del centro para 1.500 y la de la derecha para 2.000. Pero el sistema de prismas y la prestaciones en general del visor adolecían una serie de problemas que no se manifestaron hasta que llegó la hora de usarlos fuera de los campos de tiro, como suele pasar. Y para comprenderlo mejor, un breve párrafo didáctico sobre este tema que es válido para cualquier visor.

Los visores prismáticos son mucho más delicados que los de visión directa ya que las lentes tienen más facilidad para desajustarse a causa de los golpes y el mal trato habitual en campaña. Por otro lado, un foco de 20 mm. proporciona un campo de visión más amplio- 9'6 metros a 100 yardas (90 metros) en este caso-, pero disminuye la luminosidad de lo que vemos a través del visor, defecto que aumenta notablemente en el caso de los visores prismáticos. Esto se traduce en que para obtener una imagen razonablemente clara es necesario que luzca un sol espléndido, y de no ser así la toma de puntería es complicada, y más si la luz ambiental es escasa. Finalmente, sus 6 aumentos eran excesivos para un aparato especialmente susceptible a acumular mugre, sobre todo la procedente del esmalte negro con que se pintaba el cuerpo de bronce del mismo. Debido a que el retículo estaba grabado en una lente del visor, una simple pelusa se convertía en una especie de jaramago gigante, y una mota de polvo en un pedrusco. En fin, que la calidad de visión que ofrecía era simplemente un churro, y más si consideramos el pastizal que costaba. 

Por otro lado, los dispositivos ópticos prismáticos tienen una distancia visual muy corta, en este caso de solo 3'8 cm. del ojo. A modo de ejemplo, recuerden que cuando usan unos gemelos hay que ponerlos muy cerca de los ojos para evitar la visión de túnel. Esta distancia visual tan corta se traducía en un casi seguro castañazo en el ojo en el momento del disparo a causa del retroceso, por lo que se había provisto al visor de un protector de caucho. Sin embargo, aún contando con el protector a nadie le entusiasma un golpe en un ojo, lo que significaba que el tirador alejaba en muchos casos la cara del visor, empeorando así su ya de por sí deficiente calidad visual. Aclarado este punto, veamos los mecanismos para regular este chisme.



En este caso, las dos ruedas que vemos no actuaban sobre el retículo, que como hemos dicho estaba fijo en una lente, sino sobre el conjunto del visor, de la misma forma de sus abuelos de la guerra civil, o sea, el visor pivotaba sobre la parte delantera, elevándose o descendiendo la parte trasera; para graduar la deriva, pues lo mismo, pero de izquierda a derecha. En la foto principal vemos el ocular de goma, ya bastante perjudicado por los años, el cuerpo de bronce que albergaba las lentes con el esmalte bastante descascarillado, y marcado con la flecha amarilla un tornillo de bloqueo añadido a posteriori para reforzar la unión del visor con la montura. Pasemos al detalle. La rueda grande es para regular el alcance con un máximo de 3.000 yardas. Para girarla se aflojaba la contratuerca (flecha blanca) y se situaba la distancia en la muesca que vemos en el círculo rojo. Luego se bloqueaba volviendo a apretar la contratuerca. La deriva, pues lo mismo, pero sin contratuerca. Bastaba colocar la posición deseada en la flecha del otro círculo rojo. En la parte superior del cuerpo del visor (foto de la derecha) vemos una chapa de latón con una guía de correcciones rápidas para compensar la deriva lateral a izquierda o derecha según el viento, así cómo una corrección del alcance. Como podrán imaginar, los tiradores expertos se fiaban más de su instinto que de las indicaciones del fabricante. De hecho, incluso el ocular de goma era modificado o simplemente eliminado por muchos de ellos, un poco aburridos de verse con el ojo como un tomate cada vez que pegaban un tiro.

Vista superior del arma que nos permite apreciar con toda claridad la posición del visor. Como vemos, la ventana de expulsión y la ranura para el peine de munición están totalmente despejadas, facilitando la recarga. Sin embargo, como ya se ha dicho, el peso del visor desestabilizaba el arma y, además, impedía accionar la aleta del seguro (flecha blanca). La flecha azul señala la anilla de enfoque, que como sabemos hay que regular según quien lo use

Bien, estas son las características y el funcionamiento de este peculiar visor, del que se fabricaron 2.075 unidades entre 1908 y 1912 si bien parece ser que solo 1.550 de ellas llegaron a ser instaladas en sus respectivos fusiles. Pero, como está mandado, no pasó mucho tiempo antes de que los militares sugirieran una serie de cambios a la vista de los inconvenientes que presentaba el modelo inicial. En primer lugar se redujeron levemente los aumentos, que se quedaron en 5'2. Esta reducción de 8 décimas permitió obtener un poco más de luminosidad, que era el talón de Aquiles del Warner & Swasey. Para asegurar el protector de caucho del ocular, que en el modelo inicial entraba a presión, se añadió un casquillo roscado, y el mismo ocular fue notablemente modificado, como podemos ver en la foto inferior. Esta nueva morfología aminoraba el golpe que, inexorablemente, recibía el tirador tras cada disparo, pero el maldito ocular actuaba como una ventosa, y en las primeras pruebas a más de uno casi le saca el ojo del chupetón. No obstante, el problema se subsanó añadiendo un par de orificios para que entrase aire y anulase el efecto ventosa. Finalmente, la contratuerca de la rueda de regulación de altura se cambió por un modelo cruciforme que es claramente visible en la imagen. Por lo demás, el visor seguía siendo básicamente el mismo salvo en un detalle substancial, el precio, que se rebajó hasta los 58 dólares si bien seguía siendo excesivamente costoso. El nuevo modelo recibió la denominación oficial de Telescopic Musket Sight mod. 1913.



Por lo demás, el visor se servía en un estuche de cuero que podía transportarse colgando del cinturón del correaje o bien mediante una correa, colgado del hombro. A la derecha tenemos un ejemplar de cada modelo. La foto A pertenece al de 1908, y como se puede observar lleva en el interior de la solapa un pequeño bolsillo donde se alojaba una herramienta para desmontar el visor. La foto B es la funda del modelo de 1913, y solo se diferencia de la anterior en la ubicación del bolsillo del útil, que podemos ver en la cara exterior. La producción total del modelo 1913 alcanzó las 5.041 unidades, de las que fueron instaladas 4.000 que, en este caso, no recibieron el punzonado con el número de serie del arma al que fueron asignados. En total se vendieron al ejército yankee 7.116 unidades, incluyendo los visores adquiridos en 1906 para pruebas. 

Curiosamente, no solo el ejército yankee hizo uso del 
Warner & Swasey 1913. Alrededor de unas 3.000 unidades fueron adquiridas por la Commonwealth que las 500 se instalaron en su fusil Ross tal como vemos en la foto de la izquierda. El Ross no era lo que se dice un arma robusta, por lo que no dio un resultado aceptable en la asquerosa guerra de trincheras pero, sin embargo, el rendimiento del visor sí les resultó satisfactorio y, de hecho, aún estaban operativos en el siguiente conflicto, en el que entraron en acción instalados en el fusil Pattern 14. En cuanto a los yankees, a la vista de lo visto, optaron por irlos retirando del servicio, siendo definitivamente dados de baja a mediados de los años 20. Los supervivientes fueron vendidos en surplus para usarlos en armas destinadas al tiro deportivo.

Pershing haciendo el gamba en Méjico. De él dijo Villa que
"...vino aquí como un águila y se fue como una gallina mojada".
Vamos, que se cubrió de gloria...
Como curiosidad, debemos añadir que el 
Warner & Swasey no se estrenó en la Gran Guerra, sino unos años antes, concretamente en el violento cambio de impresiones que mantuvieron los yankees con los mejicanos de Pancho Villa entre marzo de 1916 y febrero de 1917 como respuesta a la llamada batalla de Columbus, donde el revolucionario se salió con la suya y liquidó a más WASP's de los que su orgullo de anglosajones podía tolerar. Diez mil hombres al mando del insufrible y arrogante John Pershing entraron en territorio mejicano para dar caza a Villa sin que por cierto lograran atraparlo y, de hecho, fueron derrotados en todos y cada uno de los enfrentamientos que mantuvieron con sus tropas irregulares, así que ya vemos que la preparación del ejército yankee para un conflicto como el que se libraba en Europa no era precisamente el más adecuado. Sin embargo, como decimos, fue durante esa guerra no declarada cuando una unidad, los Lingler's Sharpshooters, hicieron sus pinitos con sus flamantes fusiles Springfield equipados con visor. 

Pero el accesorio más significativo fue el silenciador que, desde 1910, estaban desarrollando, lo cual sí que era toda una novedad para la época ya que estos supresores de sonido son la herramienta más eficaz para impedir que el tirador pueda ser localizado. Inicialmente se probó el modelo fabricado por la Maxim Silent Firearms Co., propiedad del hijo de prolífico creador de ametralladoras. Este supresor, muy avanzado para la época, contenía varias cámaras deflectoras en espiral que retenían los gases de la deflagración, pero que producía un sobrecalentamiento del tubo. Por otro lado, la reducción era de dos tercios del sonido producido por el disparo, lo que se consideró insuficiente.



Primer plano del silenciador Maxim
En la foto superior podemos ver un Springfield 1903 con el visor Warner & Swasey y el silenciador Maxim que, como se puede apreciar, tenía un diseño sumamente práctico ya que una vez instalado quedaba en una posición excéntrica, lo que no anulaba la posibilidad de usar las miras abiertas. La Maxim llevaba ya tiempo comercializando silenciadores para tiradores deportivos interesados en conservar su aparato auditivo en el mejor estado posible- recordemos que aún no se usaban auriculares protectores- especialmente para disparar armas de calibre .22 en el jardín de casa sin que el vecino saliera protestando. Así pues, para no tener que gastar dinero en enviar el arma a un tornero para que le fabricase un paso de rosca, junto al silenciador se servían una serie de piezas con las que podía ser fácilmente acoplado al arma sin tener que realizar ninguna modificación en la misma. En este caso, bastaba desmontar el punto de mira, colocar un manguito por la parte trasera del mismo, dos medios casquillos que al ser apretados con el manguito formaban una cubierta con el extremo roscado, y ahí era donde se colocaba el supresor, tras lo cual el punto de mira se volvía a colocar en su sitio. El precio del mismo era de 8'50 dólares, y hasta preveía la colocación de la bayoneta situando el ojo de la misma en un saliente que podemos ver en la parte inferior del tubo. 
Sin embargo, el ejército no lo consideró adecuado y, aunque durante el año 1912 se probaron modelos de las firmas  Corumboef y Moore, finalmente se desechó la compra de este accesorio que, bien desarrollado, habría resultado una inmejorable herramienta en el campo de batalla. Finalmente, las unidades adquiridas para las pruebas fueron destinadas a los entrenamientos de la Guardia Nacional.

Y mientras el ejército seguía intentando sacar partido al más que cuestionable Warner & Swasey, la Infantería de Marina optó por tomar camino por su cuenta y se dedicó a buscar otro modelo más eficiente y, sobre todo, más robusto. El modelo elegido fue el Winchester A5 (foto de la derecha), un visor comercial de visión directa que había salido al mercado en 1910 destinado al tiro deportivo y que, además, era más barato que el otro modelo, apenas 27 dólares más 3'50 de la funda de transporte. Su aspecto no difería demasiado de aquellos primitivos visores empleados por los sharpshooters. De hecho, tenía una longitud de 40,3 cm. y un diámetro de 20 mm., pero era especialmente sólido ya que el tubo partía de una barra maciza de acero perforada y torneada, por lo que no se habían empleado plegadoras ni soldaduras para darle forma. Sus prestaciones eran las habituales: 5 aumentos, un retículo fijo de cabello de ángel  y, para su centrado, disponía de dos grandes torretas con capacidad para modificar la elevación y la deriva con 1 MOA por clik, o sea, 1 pulgada a 100 yardas. 

Springfield 1903 con el visor Winchester. Como se puede observar, la parte superior del guardamanos tenía que ser rebajada para instalarle la base de la montura


Su campo de visión era similar al modelo prismático ya que tenían el mismo foco, 20 mm., pero al ser de visión directa su luminosidad era manifiestamente mejor. Sin embargo, este visor tenía una serie de peculiaridades que también lo convertían en una RARA AVIS en lo tocante a visores de uso militar. Como vemos en la foto, el tubo era flotante, o sea, como sus abuelos de los sharpshooters en los que el retículo estaba fijo en una lente y lo que se movía era el visor. En la foto de la derecha podemos verlo mejor. Las dos uñas fijadas mediante un tornillo son la referencia donde deben colocarse las muescas de las torretas según la distancia y deriva deseadas. En el lado opuesto de cada torreta habrá un tetón con un muelle en su interior para mantener firme el tubo, que se moverá de un lado a otro conforme manipulemos dichas torretas. En la base delantera hay una anilla con el interior cónico, de forma que el tubo pueda variar de ángulo sin doblarse, y con unos pequeños tetones para impedir que dicho tubo gire, cambiando con ello el punto de impacto.

Como se ve en las fotos, las bases carecen de tornillos de bloqueo. Este sistema de bases, fabricadas por la Mann-Neider, estaba inspirado en el que empleaba la firma tedesca Goerz y, aunque pueda parecer que carecen de la fiabilidad necesaria para un arma militar, la realidad es que proporcionaban un anclaje bastante sólido. Si nos fijamos en la foto de la izquierda, veremos que la cola de milano estaba fresada formando un trapecio con la parte más ancha hacia adelante. Para montar el visor solo había que introducir las bases y empujar a tope, bastando su ajuste para inmovilizar el visor. Pero cada vez que se efectuaba un disparo, la inercia empujaba el visor hacia adelante, aumentando así el bloqueo. Asombrosamente básico, pero bastante eficiente. Para desmontar el visor bastaba empujarlo hacia atrás hasta extraerlo, sin más historias.

Otra particularidad era que, al disparar, el tubo se deslizaba por las anillas hacia adelante. Aunque su campo ocular era un poco mayor que el del Warner & Swasey, apenas alcanzaba los 5 cm., lo que podía dar más de un golpe en la ceja al tirador. Además, su posición en el arma obligaba a usar una carrillera de cuero para ajustar la cara a la culata (ver foto inferior). Así, cuando se producía el disparo, el tubo avanzaba de forma que dejaba más espacio para manipular el cerrojo y, además, permitía activar el seguro a voluntad. Antes de volver a hacer puntería había que tirar para atrás del visor y devolverlo a su posición original. No era precisamente un adelanto tecnológico ya que, caso de tener que repetir el tiro con rapidez, se perdía la oportunidad de escabechar al enemigo, pero eso era lo que había y, además, en este caso la recarga de munición sí había que efectuarla cartucho a cartucho porque el visor estaba justo encima de la ventana de expulsión. Sea como fuere, la cosa es que las ópticas yankees estaban por aquella época a años luz de los fabulosos visores fabricados por tedescos y austriacos, equiparables en calidad a un visor moderno.



Aunque el visor tampoco despertó un entusiasmo desmesurado por las razones expuestas, en plena guerra no había mucho donde elegir, y las prestaciones del Winchester eran en todo caso superiores a las del 
Warner & Swasey del ejército. Así pues, cuando los yankees se sumaron a la fiesta adquirieron 500 visores que no tuvieron apenas tiempo de mostrar sus prestaciones en combate. A titulo orientativo, el estándar de la época requería que el arma fuese capaz de acertar en la cabeza de un hombre a 200 yardas y en el cuerpo a 400, lo que tampoco era para tirar cohetes a la vista de la mortífera precisión de los francotiradores enemigos. En 1928, la Lyman Gun Sight Co. compró los derechos del A5 a la Winchester, siguiendo en producción durante varios años más hasta la 2ª Guerra Mundial. Para terminar, en la foto de la derecha podemos ver la funda de transporte, provista de una correa para llevarla en bandolera. La tapa era deslizable, y en el interior traía impresa de fábrica una lista de correcciones rápidas similar a la del Warner & Swasey.

El mortífero Davis (1888-1828). Palmó durante
una operación para solucionarle un problema
pulmonar derivado de haber respirado gas en
la guerra
En fin, con esto terminamos. Imagino que más de uno se habrá quedado un tanto perplejo ante los modelos de visor presentados, dando por hecho que los yankees dispondrían de material de lo más novedoso, pero ya hemos visto que no fue así. No obstante, su cometido como francotiradores tras pasar por las escuelas de tiro de los british (Dios maldiga a Nelson) les permitió demostrar su capacidad. Recordemos que, al fin y al cabo, los yankees procedían de un país donde se rinde culto a las armas, y muchos de ellos eran gente de campo que aprendían a disparar antes de echar los dientes. De hecho, se dio más de un caso de tiradores que hicieron gala de una precisión asombrosa disparando con las miras abiertas del fusil, como el soldado Herman Davis, perteneciente al 113 Bon. de Infantería y que, sin la ayuda del visor, liquidó a pelo a los cuatro servidores de una ametralladora tedesca a nada menos que 900 metros de distancia. Davis, que tenía ya 30 años cuando se alistó, preguntó a sus colegas por qué no callaban de una puñetera vez a la dichosa máquina, a lo que le respondieron que estaba a 1.000 yardas de distancia, demasiado lejos para acertarles. Davis replicó que "esa es una buena distancia de tiro", encaró su Springfield y escabechó a los cuatro tedescos en un avemaría. El Davis este debía tener la vista de un águila como poco y, naturalmente, le dieron mogollón de medallas, faltaría más.

En fin, vale por ahora. No creo haberme dejado atrás, pero si así ha sido, pues ya lo arreglaré si me acuerdo.

Hale, he dicho

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Tirador yankee con su Springfield 1903 provisto de un visor Warner & Swasey modelo 1913. Obsérvese la culata pintada de camuflaje, lo que denota que los sobrinos del tío Sam aprendieron pronto que en el Frente Occidental las cosas no estaban para bromas, y que los "huns", como llamaban a los tedescos, tenían más peligro que Toro Sentado y todos sus cuñados juntos

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