En más de una ocasión y en más de dos se ha usado en diversas entradas este término, pero sin profundizar demasiado en el mismo. Mea culpa. A veces, empleo cierta terminología sin darme cuenta de que es posible que aquellos que me leen la desconozcan, lo que les obligaría a la irritante tarea de consultar diccionarios que, en muchas ocasiones, las omiten por ser denominaciones, digamos, técnicas. Bueno, para que a nadie le suene a chino, esta entrada estará dedicada a los padrastros que, aunque suenen un poco, raros tuvieron gran importancia en su época.
Muchos se preguntarán qué tiene que ver el segundo marido de mamá con la castellología, así que la explicación nos la da Covarrubias en su "Tesoro de la Lengua Castellana" aclarándonos que se trata "...del estorbo o impedimento que tiene una fuerza, o villa, o ciudad de, donde sobreviniendo enemigos, puedan ser ofendidos por ellos. Dícese así porque les está siempre delante de los ojos, como amenazándoles, aludiendo al recelo que tiene el antenado de que su padrastro, si puede, le hará daño". O sea, prominencias del terreno que quedan a una cota y una distancia desde la cual se puede ofender a una fortificación por quedar esta dentro del campo de tiro de sus ingenios.
Como es de todos sabido, una de las cosas que se tenían muy en cuenta a la hora de elegir el lugar más adecuado para edificar un castillo era su prominencia sobre el terreno circundante, dando así una obvia ventaja a sus defensores en lo tocante a visibilidad del entorno como para hostigar al enemigo. Pero había veces en que esto no era posible por causas diversas, a saber: porque la población ya estaba allí desde tiempos anteriores y no era posible cambiarla de sitio, porque el castillo de turno debía ser construido a una cota más baja obligado por la necesidad de disponer del agua de un río cercano o, simplemente, porque las cotas superiores circundantes no daban espacio para la edificación del mismo, pero eran sobradas para emplazar en ellas fundíbulos y manganas desde los cuales machacarlos literalmente a golpe de bolaño. En definitiva, podemos encontrar mil razones por las que, en un momento dado, un castillo podría verse bajo la amenazadora presencia de un padrastro que, llegado el caso, podía ser clave para aniquilarlo.
En muchas ocasiones no se ponían medios para prevenir la ocupación de estos padrastros por parte del enemigo. En otras, ante la inminencia de un peligro, se establecía en ellos una pequeña guarnición protegida por una simple empalizada y, en otras, se optó por fortificarlos, de forma que no pudieran ser ocupados y aprovechados por el enemigo. Veamos algunos casos...
En la imagen inferior tenemos el castillo de las Aguzaderas (El Coronil, Sevilla). Como se ve en la foto de la izquierda, se encuentra enclavado en una vaguada, rodeado de suaves lomas que, aunque no lo llegan a superar en altura, si facilitaría enormemente su ataque si se emplazaran ingenios en las mismas. A la derecha tenemos una vista cenital en la que, sombreadas en amarillo, vemos las zonas prominentes que lo rodean, o sea, los padrastros. En un círculo negro está el castillo. Como se ve, quedaría dentro del campo de tiro de las máquinas, ya que hablamos de unas distancias de apenas entre 100 y 200 metros.


En lo tocante a padrastros fortificados de la Edad Media se conservan muy pocos. La mayoría de estas fortificaciones, construidas en plan circunstancial, quedaron arruinadas hace ya mucho tiempo y han desaparecido. Sin embargo, algunos casos han llegado a nosotros y muestran con claridad meridiana la incuestionable ventaja de fortificar estas peligrosas prominencias que amenazaban las fortalezas de antaño. Uno de ellos es el de Alarcón (Cuenca), cuya población y castillo, situados en un cerro rodeado por el Júcar, estaban a su vez circunvalados por varias alturas desde las que se podía hostigar sin problemas tanto la ciudad como su castillo. En la foto de cabecera tenemos una imagen panorámica del padrastro en cuestión, así como de las dos torres que lo defendían.


Bueno, creo que con lo explicado queda claro el tema, y si alguno no se aclara, pues que pregunte.
Hale, he dicho
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