Afortunadamente, la Biblia, además de difundir la Palabra de Dios, sus Mandamientos y demás normas para ser buenos y no ir a parar a un sitio tan desagradable como el infierno, nos narra las incontables masacres en que se vieron envueltos el controvertido pueblo elegido con filisteos, amalecitas, amonitas y, en definitiva, toda aquella tribu que no adorase a Yaveh. Y digo afortunadamente porque, sin dichas masacres, los iluminadores de la Edad Media no nos habrían aportado tanta información valiosa a los que nos interesamos por estos temas belicosos.
Así pues y tomando de nuevo el legado gráfico de esta virguería bíblica, vamos a estudiar las armas contundentes que aparecen en la misma: la maza y el garrote o porra. Empecemos con las primeras...
En las meticulosas y enormemente descriptivas iluminaciones aparecen cuatro mazas diferentes, a saber:
1: Maza con la cabeza de armas de bronce, con 6 hileras de aristas en forma de pirámide cuadrangular.
2: Maza con la cabeza de armas de bronce, con 3 hileras de aristas en forma de pirámide romboidal.
3: Maza con la cabeza de armas de bronce, con 5 hileras de aristas en forma de pirámide cuadrangular. Esta aparece en dos iluminaciones distintas.
4: Maza con la cabeza de armas de hierro, con 4 hileras de aristas en forma de pirámide cuadrangular.
Todas aparecen empuñadas a dos manos, menos la 3, que su portador la sujeta con una sola. Vamos a verlas detalladamente.
Ahí tenemos la que correspondería al tipo 1. Es un arma sumamente básica, formada por un mango de madera sin ningún tipo de ornamento ni remate, y una cabeza de armas de fundición. Como ya se comentó en la entrada dedicada a las mazas, las fabricadas mediante aristas embutidas en una chapa de hierro que, posteriormente, era enrollada y soldada formando un cubo, eran estructuralmente débiles. Era cosa corriente que, con los golpes propinados en el combate, perdieran dichas aristas, quedando el arma, o bien inservible, o perdiendo gran parte de su eficacia. De ahí que se optase por fabricarlas mediante fundición, logrando de ese modo una masa compacta, pesada y que, a lo sumo, vería como sus aristas se iban tornando cada vez más romas al golpear sobre superficies más duras, como el hierro de los yelmos. Obviamente, la vida operativa de este tipo de mazas debía ser corta, al menos en lo que se refiere a la eficacia de sus aristas. Otra cosa es que conservase su contendencia, apenas mermada por la mínima pérdida de masa tras aporrear al enemigo multitud de veces.
Por otro lado, esta maza aparece empuñada a dos manos, y comparando la longitud de su mango con la de cualquier hoja de las espadas que se ven (prácticamente todas son del tipo XI de Oakeshott), se puede decir que tendría alrededor de los 60 cm. de largo.
Eso nos permitiría suponer lo siguiente, y es que para conseguir unos efectos definitivos contra el enemigo, la energía cinética que se desarrollaba con un empuñe a una mano no era suficiente para transmitir dicha energía al cuerpo del adversario. Como ya se habló en su momento, estas armas estaban destinadas a producir fracturas óseas y lesiones o hemorragias internas capaces de dejar fuera de combate o matar al contrario. Esto se traduce en que el peso de estas mazas precisaba de un impulso mayor que el que proporcionaba un agarre simple ya que, de lo contrario, no surtía efecto en un hombre cubierto por un perpunte, una lóriga o, con más razón aún, con ambas prendas. Así pues, sólo un golpe sobre la cara, en caso de hombres cubiertos de lóriga y yelmo cónico, o en hombres sin protección pasiva, era verdaderamente efectivo. De los efectos de las armas contundentes ya se ha hablado largo y tendido, pero si alguien no ha leído esas entradas, ahí tiene una imagen de recordatorio que demuestra que, sobre hombres mal armados, su eficacia era rotunda y expeditiva al máximo.
Sin embargo y, tal como vemos en la imagen de cabecera, en la que el tipo 2 aparece golpeando un yelmo, parece que éste no se ha resentido lo más mínimo. La mostrada arriba, la de 6 hileras de aristas, también aparece golpeando un yelmo, cónico en este caso, sin que, en apariencia, el mazazo tampoco haya surtido mucho efecto . Mientras que se ve como las espadas los hienden con facilidad, la maza, a simple vista, no los han abollado siquiera.
La maza tipo 2, que aparece en la ilustración superior, es similar en todo a las demás que arman cabezas de bronce, salvo en el número de aristas y su disposición. Es evidente, y ya se ha repetido varias veces, que las mazas no surtían efectos definitivos contra un yelmo, salvo que su portador fuera un verdadero Hércules. Incluso podría partirse el mango de madera antes de causar serios desperfectos. Su verdadera eficacia era contra las zonas del cuerpo protegidas por defensas flexibles, como la lóriga o el perpunte. Y, está de más decirlo, contra hombres desprovistos de este tipo de defensas. Por desgracia, mientras que el iluminador se explayó mostrando los terroríficos efectos de espadas, hachas y chafarotes, no puso en ninguna ilustración una maza golpeando otra cosa que no fuese un yelmo.
En cuanto a la tipo 4, la fabricada con hierro, cabe pensar que se trata de las que se elaboraban mediante aristas embutidas en una chapa enrollada (véase la entrada referente a la maza). Si observamos detenidamente la imagen de cierre, a esta maza (la marcada en un círculo blanco) le falta la arista superior del lado derecho. ¿Se trata de un despiste del iluminador, o quizás es una muestra más del excepcional grado de detalles que tienen sus dibujos, mostrando precisamente que esas mazas de hierro podían perder sus aristas en combate? Y por otro lado, si nos fijamos en los dos hombres marcados con círculos negros, en la frente muestran unas heridas que sangran poco, y que son claramente contusas ya que no se aprecian cortes. ¿Acaban de recibir estos hombres sendos mazazos por parte del que enarbola la maza de hierro, el cual parece dispuesto a repetir el golpe y rematar la faena?
En todo caso, quizás ese detalle y la proporción de 3 a 1 sean indicadores de que las de bronce estaban mucho más extendidas. En lo que sí coinciden todas es en que son empuñadas por hombres a caballo, o sea, caballeros u hombres de armas. Los combatientes a pie que portan armas contundentes no llevan mazas, sino unas porras que veremos en la próxima entrada.
Podemos concluir pues que, hasta la aparición de las mazas barradas, durante la época que nos ocupa predominó la cabeza de armas de bronce. Su elaboración era menos costosa, lo que se traduciría en un precio más asequible, sus efectos eran igual de contundentes que las de hierro, y su fiabilidad en combate mayor al no haber posibilidad de perder las aristas. Era efectiva contra cualquier parte del cuerpo, si bien para lograr unos resultados óptimos era preferible empuñarla con dos manos, para lo cual se las dotó de mangos de más longitud. Sólo si se golpeaba contra un yelmo no se lograba dejar fuera de combate al enemigo. La cabeza de su portador, protegida además por el almófar de malla y una gruesa cofia, hacían que, a lo sumo, quizás sufriera cierto aturdimiento. Si quedaba abollado por la parte superior no suponía nada, porque la guarnición del yelmo mantenía la bóveda craneana separada varios centímetros del interior del yelmo, así que raro sería que le pudieran partir la cabeza.
Pero un golpe en un hombro, en una articulación, en la espalda o en el pecho debía ser muy efectivo, y si encima el que lo recibía no disponía de defensa pasiva, una herida abierta le produciría una infección que se lo llevaría por delante en pocos días. Con todo, parece más que evidente que, al menos en esa época, los caballeros y hombres de armas seguían apostando por la espada de corte como arma predominante.
Bueno, ya está. He dicho...
Continuación de la
entrada pinchando aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario