domingo, 11 de septiembre de 2011

Artillería de plaza y sitio 2ª parte: El cañón (Siglos XVII-XVIII)



Sí, sí... Ayer decía que se hablaría del obús, pero me he pasado un rato haciendo unos dibujitos molones del cañón, así que le doy preferencia. Total, qué más dará el orden, ¿no?

Bueno, al tema. El cañón, como es de todos sabido, es una pieza de tiro tenso, o sea y para entendernos, solo permitía disparar contra lo que está a la vista: tropas enemigas, fortificaciones, etc. Su trayectoria no permitía hacerlo contra soldados enterrados en trincheras, o alcanzar objetivos más allá de las murallas. Aclarada esta chorradita, que igual a más de uno se le había pasado por alto, vamos al grano.

En la época que nos ocupa, el calibre de los cañones no se daba por el diámetro de su ánima en pulgadas, como se hacía con los morteros, sino en libras (francesas). O sea, el peso de la pelota de hierro destinada a ese calibre. Era un sistema parecido al que aún se usa para las escopetas de caza. Así, tenemos los siguientes calibres: 24, 16, 12, 8 y 4. Los de 12, 8 y 4, además, se fabricaban con dos longitudes: largo y corto, siendo generalmente usados los largos en las fortificaciones y los cortos en la artillería de sitio por ser estos más ligeros y, por ende, más manejables. Aunque tenían un alcance menor, eso no suponía ningún impedimento, ya que la distancia a cubrir era siempre bastante inferior al alcance máximo que podían alcanzar.


El cañón hizo su aparición durante el siglo XVI, cuando se hizo preciso disponer de un arma más potente para abrir brechas en las murallas de las fortificaciones. Las culebrinas al uso en aquella época no podían penetrar en las cada vez más poderosas murallas de los castillos de transición, así que se desarrolló un arma capaz de mejorar tanto en potencia como alcance a la culebrina. En la ilustración de la izquierda podemos ver su aspecto. Si observamos el ánima del cañón, veremos que tanto ésta como la recámara son del mismo diámetro, y no como en los morteros de la entrada anterior, mucho menor la recámara que el ánima. En la artillería de plaza, estas piezas iban montadas, como ya se explicó, sobre cureñas navales, mientras que en la de sitio se usaban afustes de campaña que, para entendernos, son los de dos ruedas y largas gualderas a los lados.


Para su carga se usaban los útiles o juegos de armas que aparecen en el dibujo de la derecha. De arriba abajo tenemos:
A: La cuchara, usada cuando se cargaba la pólvora a granel en vez de ensacada. Su forma, cortada por la mitad,  permitía llevar hasta la recámara la carga sin que se fuese desparramando por el interior del ánima. Una vez tocado el fondo de la recámara, bastaba girarla media vuelta para verterla.
B: La lanada. Era un bonete de lana que, previamente empapado con el agua que contenía la tina de combate, se usaba para refrescar el cañón tras cada disparo. Igualmente se usaba para limpiar el interior del ánima, así como para apagar posibles restos de pólvora ardiendo en el interior del cañón tras el disparo, que podrían provocar la deflagración de la siguiente carga en el momento de introducirla.
C: El atacador, formado por un simple tarugo de madera con el que se empujaba hacia el fondo de la recámara la carga de proyección, los tacos y la pelota, granada o saquete de metralla.
D: El sacatrapos, con la forma de un sacacorchos, destinado a extraer del ánima tacos o saquetes de pólvora sin disparar.
E: El espeque, palanca destinada a hacer oscilar la pieza sobre sus muñones mientras el cabo de cañón calculaba el tiro y ajustaba la cuña.
A eso, añadir: la chillera, que era un triángulo de madera como el que se usa en el billar americano, para apilar las pelotas junto a la pieza. El cofre que contenía los saquetes de pólvora, o los guarda-fuegos en caso de ser esta a granel. El botafuegos, pieza de hierro terminada en un doble gancho en la que se enrollaba la mecha para prender el cebado. Como ya creo haber repetido varias veces, eso de la antorcha para disparar los cañones es una chorrada de las pelis.
Los juegos de armas eran depositados en unas perchas pegadas a los parapetos, mientras que los espeques, siempre dos por pieza, quedaban en el suelo, una a cada lado de la misma.


Su proceso de carga era similar al del mortero. Primero se introducía el saquete de pólvora, generalmente engrasado para facilitar su entrada por el ánima. Se atacaba y se le añadía un taco de filástica para comprimirlo. A continuación se introducía el proyectil que, en caso de ser una granada, se debía poner especial atención en que la espoleta o mecha quedasen mirando hacia adelante. Luego se perforaba el saquete con el punzón, se cebaba y se disparaba. En caso de fuego continuado, además de refrescar el ánima con la lanada tras cada disparo, se solían cubrir las piezas con zaleas empapadas de agua. Hay que tener en cuenta que los reventones eran relativamente frecuentes como consecuencia de las elevadas temperaturas que alcanzaban los cañones con un fuego continuado y, de hecho, a veces había que dejarlas enfriarse para no verla saltar en pezados, matando o hiriendo a sus servidores. Al hilo de esto, comentar que los cañones fabricados en España, especialmente los de la fábrica de La Cavada, tenían fama de gozar de gran resistencia y, quizás más importante, antes de reventar solían agrietarse, avisando con ello de que la pieza estaba al límite de su resistencia. Las fabricadas en otros países estallaban sin previo aviso, con las consecuencia imaginables. Cuando la pieza no estaba en uso, se tapaba su boca con un taco de madera y el oído con una plancha de plomo o un cubichete de madera, a fin de impedir que entrase, además de suciedad, humedad en el interior del ánima.

En cuanto a sus prestaciones, aporto algunos datos como ejemplo basándome en el cañón de 24 libras, el más potente de todos. Estos cañones tenían un calibre real de 146 mm., y la pelota que disparaba pesaba 11,73 kg. Las pelotas solían fabricarse con un diámetro de unos 4-5 mm. inferior al del cañón en el que iban a ser disparadas, a fin de facilitar su entrada en el ánima, y más cuando, tras varios disparos, la suciedad en el interior de la misma empezaba a dificultar el proceso de carga. El peso de la pieza superaba las dos toneladas sin contar la cureña.
Por lo demás, la carga de proyección normal era de 8 libras y 8 onzas, lo que suponen 3,91 kg. de pólvora, lo que le daba, disparando con un ángulo de 45º, la nada despreciable distancia de unos 9.000 metros, si bien su alcance efectivo para aprovechar al máximo su potencia rondaba los 2 km. Cuando se disparaban saquetes de metralla, la distancia máxima era de unos 600 metros para que resultase efectiva.

En cuanto a las municiones usadas tenemos:

La pelota que, como ya se ha dicho, era una simple bola de hierro colado. Se usaba contra fortificaciones a fin de ir desmoronando poco a poco sus defensas. Usarlas contra tropas sería absurdo salvo que se tratase de formaciones muy cerradas, en cuyo caso una pelota podía segar una fila entera. En la foto de la derecha podemos verlas apiladas en su chillera. Eran, como puede suponerse, un tanto sensibles al óxido, por lo que si se cubrían del mismo podían perder volumen al desprenderse la costra de moho.



El saquillo de metralla. Consistía en un disco de madera del calibre del cañón sobre el que se disponían seis hiladas de seis bolas de plomo o hierro, o de balas de fusil, alrededor de un vástago central, y todo ello envuelto en con una cubierta de tela encordada. Este sistema sustituyó a la costumbre anterior, basada en meter en el cañón cualquier trozo de metal, ya que causaban desperfectos en las ánimas. Sus efectos contra formaciones de tropas eran simplemente devastadores. Era como una perdigonada, pero a lo bestia.
La granada, similar a la bomba pero de proporciones inferiores.
La carcasa, que era un proyectil incendiario similar a la granada, pero que contaba con varias aberturas por donde salía proyectada con gran virulencia la carga interior.
Comentar que en los inicios del siglo XIX ya se empezó a unir carga y proyectil mediante tiras de hojalata a fin de acelerar el proceso de carga, cosa especialmente útil en la artillería de sitio o de campaña, donde los servidores de las piezas no contaban con el mismo resguardo que los que guarnicionaban una fortificación.


Finalmente, ahí tenemos el aspecto que ofrecía un cañón de plaza montado en su cureña. Su distribución en una fortificación iba en función a su calibre, siendo los mayores emplazados en las obras exteriores, desde donde antes se podía ofender al enemigo, así como en los baluartes, desde cuya altura se conseguía más alcance. Las piezas de calibre inferior se emplazaban cubriendo los fosos, o para batir las obras exteriores desde la muralla en caso de ser invadidas por el enemigo. Concluir comentando algo que creo que se me pasaba por alto, y es que estas piezas se fabricaban tanto de hierro como de bronce, si bien el costo de estas últimas era muy superior, teniendo como ventaja una mayor elasticidad y resistencia. En cualquier caso, y como ejemplo, los cañones de la armada de fabricaban con hierro a pesar de su propensión a la corrosión en un ambiente tan cargado de salitre, debido al elevado costo de las piezas de bronce. Hablamos de una época en que era preciso fabricar miles de cañones para cubrir las necesidades tanto de la Armada como el ejército, lo que suponía un ahorro considerable a las siempre maltrechas arcas estatales.

Bueno, con esto creo que queda la cosa más o menos clara. La próxima, la del obús. Dejo como foto de cierre una imagen de un cañón sobre una cureña de campaña o sitio, por si a alguien le quedaba alguna duda de como sería su aspecto. Hale, he dicho...


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