Los caballeros y hombres de armas de la Edad Media, al igual que vimos en la entrada acerca de la indumentaria del legionario romano, también vestían unas determinadas prendas bajo la loriga. Dichas prendas, las mismas de uso civil, se veían complementadas con todo el armamento defensivo que portaban sobre sus sufridas carnes y, por lo engorroso a la hora de ponérselas, se comprenderá el motivo de la existencia de los escuderos, los cuales eran necesarios para tal menester. En esta entrada veremos como se vestía un caballero hasta inicios del siglo XIV, cuando la loriga era aún el principal elemento de defensa pasiva hasta la aparición de las armaduras de placas. Vamos a ello...
A la derecha tenemos a uno de estos caballeros con lo primero que se ponían: los calzones. Esta era una prenda fabricada con lino o lana, la cual iba anudada a las rodillas y sujeta a la cintura mediante un cordón o un cíngulo de cuero de poca anchura. Estos calzones no estaban provistos de braguetas, por lo que en caso de sobrevenir alguna necesidad fisiológica no quedaba más remedio que desanudar el cíngulo y bajárselos. Como curiosidad, la bragueta la inventaron al parecer los turcos, pero no para echar una meada previa al combate, sino para poder violar a las mujeres sin necesidad de bajarse los calzones. Es de todos sabido que la lujuria largamente contenida por las tropas ponía al personal muy inquieto, encontrando la ocasión para aliviar los humores largamente reprimidos cuando se entraba a saco en una ciudad, y había que aprovechar el escaso tiempo disponible para robar y ultrajar al máximo.
A continuación se vestían las calzas. Esta prenda podía estar fabricada con los mismos materiales que los calzones o bien con un cuero fino. Iban sujetas mediante unos cordones al cíngulo de dichos calzones solo por la parte delantera. Las calzas, dependiendo de los gustos de su usuario, podían ir provistas de suelas de cuero, con lo que actuaban al mismo tiempo como zapatos, o ser como unos leotardos actuales, con lo que debían usar zapatos o bien las suelas de las calzas de malla, dependiendo si las llevaban o no. Estas calzas quedaban muy ajustadas a las piernas, siendo visibles cuando se vestía ropa civil. Como curiosidad añadida, las medias que actualmente usan las féminas tienen su origen precisamente en las calzas debido a que, aproximadamente por los siglos XIV o XV, se puso de moda vestirlas de colores distintos, lo que dio en llamarse "medias calzas". De ahí surgió el palabro "media" que hoy se aplica a esas sugerentes prendas que, si encima es de las que tienen costura por detrás, suelen levantar pasiones entre el personal si el piernamen de la portadora está adecuadamente bien torneado. Por desgracia, han pasado de moda. Una pena, con lo elegantes que eran... No obstante, otra teoría sugiere que las medias provienen de las calzas usadas por las mujeres, que eran la mitad de largas que las varoniles ya que no iban más arriba de las rodillas. En fin, vete a saber...
A partir de ahí, el caballero ya precisaba de ayuda para continuar vistiéndose. Lo siguiente eran las calzas de malla que, como se ve en la ilustración, eran similares a las de tela o cuero que portaba bajo las mismas. La sujeción era idéntica: mediante unos cordones anudados al cíngulo que sujetaban los calzones. Pero, como vemos, podían ser de dos tipos diferentes. En las que aparecen en la figura de cuerpo entero eran unas calzas enterizas provistas de suelas que, si su usuario lo deseaba, podían ir reforzadas con unas rudimentarias brafoneras de tela o cuero pespunteadas y con la adición de un refuerzo de cuero hervido o de metal en las rodillas. Esta zona, muy vulnerable a los golpes contundentes, debía estar especialmente bien protegida si uno no quería verse con el menisco convertido en polvos de talco y cojo de por vida a consecuencia de un mazazo. Caso de no usar estas brafoneras, era habitual sujetar las calzas por debajo de las rodillas con unas pequeñas correas para que el peso no tirase hacia abajo de las mismas. Otro tipo de calzas lo vemos al lado. Como se aprecia en el dibujo, solo protegían la parte delantera de las piernas, quedando las pantorrillas y muslos descubiertos. Se sujetaban mediante cordones de cuero.
Una vez terminadas de vestir las piernas, el caballero se ponía la camisa, la cual era una prenda de lino o lana de manga larga que llegaba por debajo de las caderas. Los puños y el cuello se ajustaban mediante cordones o cintas. Sobre la misma se vestía el perpunte, una prenda de tela basta rellena de crin o estopa muy prensada que se pespunteaba a lo largo o formando cuadrados o rombos. Esta prenda, debido a la flexibilidad de las lorigas, amortiguaban los golpes propinados con armas contundentes como mazas, martillos, mayales, etc. Podían ir cerradas por delante, a la espalda o a los lados. Como vemos en el dibujo, el perpunte estaba provisto de una abertura por delante y otra por detrás para facilitar el montar a caballo. También se cubría la cabeza con la cofia de armar, una caperuza de lana acolchada como el perpunte y anudada a la barbilla. La cofia tenía como fin proteger la cabeza del roce de la malla que vestiría encima, así como amortiguar los golpes dirigidos a esa zona. También podía ir sin acolchar, en cuyo caso se fabricaban, además de lana o lino, de fieltro.
A continuación se vestía la camisa de malla la cual podía ser de una sola pieza, o sea, con el almófar formando parte de la misma, o con esta pieza aparte. La loriga no disponía de cierres por estar fabricada de una sola pieza, por lo que debía vestirse por la cabeza. Teniendo en cuenta su peso, de alrededor de 20 ó 25 kilos, era necesaria la ayuda del escudero para vestirla. Podían ser de mangas cortas o largas, dependiendo de los gustos o las posibilidades económicas del dueño (a más completa, más cara). Podían llegar hasta las muñecas o disponer de manoplas. En ese caso se ajustaban a las muñecas con unas finas correas de cuero para ajustarlas, tal como vimos que se hacía con las calzas. Ojo, si no estaban provistas de manoplas la mano se llevaba desnuda ya que aún no se usaban guantes en esa época. Por ello, las manoplas eran de cuero por su cara interna a fin de mejorar el agarre. Como vemos en el dibujo, podían tener una abertura longitudinal o perpendicular para poder sacar la mano, en cuyo caso la manopla quedaba colgando de la muñeca. Finalmente, concretar que, por lo general, la camisa de malla llegaba por debajo de las rodillas, estando también abierta por delante y por detrás para poder montar a caballo.
En cuanto al almófar, ya fuese formando parte integrante de la camisa o una pieza aparte, había algunas diferencias que podemos ver en la ilustración de la derecha y que no tienen nada que ver con los almófares flojuchos y sin ajustar que vemos en las películas. En A vemos un tipo que, para proteger la parte inferior del rostro, tiene un cuadrado de malla ribeteado de cuero, el cual se anuda a ambos lados de la cabeza a la altura de las sienes. En B, dicha protección se lleva a cabo mediante una lengüeta de malla forrada por su parte interior de cuero y que está anudada a un lado de la cabeza. Estos tipos de almófares estaban destinados a yelmos cónicos, calotas o capiellos ya que estos se adaptaban perfectamente al contorno de la cabeza. Pero si el caballero usaba un yelmo de cimera, tenía que recurrir a un burelete como el que vemos en C. Esta pieza, fabricada de cuero o tela basta rellena de crin, estaba destinada a encajar el yelmo en la cabeza ya que algunos yelmos no estaban provistos de guarnición interior. El tipo D es una cofia de armar que ya lleva incluido dicho burelete y que lleva además una protección adicional en el cuello, donde queda anudado. Finalmente, en E podemos ver que estas piezas, a fin de ajustarlas perfectamente a la cabeza, podían estar abiertas por detrás y cerradas mediante un cordón de cuero.
Ya queda menos para terminar de vestir a nuestro caballero. Falta la cota de placas, elemento que servía para aumentar aún más la protección y que consistía en una sobreveste fabricada de una sola pieza con cuero o paño en cuyo interior se disponían placas metálicas remachadas a la misma. Su uso proliferó a lo largo de la segunda mitad del siglo XIII y, ciertamente, debía aumentar notablemente el peso que debía soportar el caballero sobre su persona ya que podía alcanzar los 9 ó 10 kilos. Como vemos en la ilustración, era una prenda bastante simple. La parte trasera estaba provista de un cinturón que se anudaba a la cintura, quedando luego cerrada por las correas fijadas en la parte delantera. Sobre todo el conjunto se vestía la cota de armas, que ya vimos en una entrada anterior, y con esto ya tenemos a nuestro hombre completamente armado.
Ya solo resta calzarle las espuelas o los acicates, ceñirle la espada y ponerse el yelmo en la cabeza para estar listo para el combate. Como hemos visto a lo largo de la entrada, no era precisamente cosa de dos minutos cubrirse con todo lo necesario para ir a la batalla adecuadamente protegido. Por otro lado, el peso que debían soportar no era nada desdeñable ya que todas las prendas enumeradas podían superar tranquilamente los 30 kilos de peso, a los que habría que añadir los alrededor de 2 kg. del yelmo, más el escudo y las armas. Y a pesar de todo, estos hombres se movían con una agilidad prodigiosa, siendo totalmente erróneo ese concepto de que eran poco menos que tortugas que, si caían al suelo, no podían ni levantarse. Hablamos de hombres que desde que apenas aprendían a caminar eran puestos en manos de maestros de armas y de equitación. Sus cuerpos, desde la más tierna infancia, eran sometidos a diario a un ejercicio constante, lo que los convertía en tipos fibrosos, muy fuertes, capaces de resistir el frío, el calor, la lluvia, heridas de todo tipo y, encima, capaces de salir vivos de cada batalla. Basta imaginar si nosotros seríamos capaces de cabalgar o caminar durante días cubiertos por tanta prenda engorrosa y pesada, o vernos con todo eso encima durante horas soportando temperaturas de 40º o más sin caer redondos al suelo al cabo de media hora. Ciertamente, no eran hombres como los de hoy día.
Bueno, no creo que olvide nada relevante, así que se acabó lo que se daba.
Hale, he dicho
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