La flota gabacha escabechada en una noche |
Aunque pueda parecer contradictorio, fue un inglés el que propició la formación de esta exótica unidad en el ejército francés. Concretamente, fue el almirante Nelson (Dios lo maldiga) el que, tras aniquilar en buena hora a la flota gabacha en la bahía de Aboukir en la noche del 1 al 2 de agosto de 1798, dejó al petit cabrón, como diría Pérez Reverte, sin posibilidad de recibir refuerzos desde Francia ya que la flota, compuesta por 13 navíos de línea y 4 fragatas, fue proverbialmente derrotada por los hijos de la brumosa Albión capturando a 9 de ellos y hundiendo a tres más una fragata. O sea, una escabechina formidable en la que, además, las pérdidas humanas fueron sumamente cuantiosas.
El petit cabrón haciendo amistades protocolarias: en la escena presenta sus respetos a un faraón en persona |
Pero el corso no era hombre de amilanarse ni de quedarse quieto, y menos tras una catástrofe como aquella así que, apenas cinco semanas más tarde, concretamente el 7 de septiembre, decretó la admisión en el ejército francés de los nativos incluyendo a mamelucos con edades comprendidas entre los 8 y los 16 años, así como esclavos del mismo origen independientemente de que fueran blancos o negros. Recordemos que en los ejércitos de la época era habitual la presencia de críos que actuaban como mochileros, tambores, etc. Un año después, el pequeño corso se largó a su añorada Francia para convertirse en cónsul dejando en Egipto al general Kléber, el cual ordenó a los oficiales de órdenes que se reincorporasen a sus unidades originales, siendo sustituidos por mamelucos que para eso eran unos jinetes cojonudos. En total disponían de 278 efectivos con 163 caballos.
Kléber se retira herido de muerte mientras que el arquitecto Protain se enfrenta al asesino, Suleyman al-Halabi |
En junio de 1800, Kléber fue apiolado por un islamista fanático, siendo sustituido por el general Menou, el cual ordenó la reorganización de las tropas auxiliares que se habían creado a raíz de la orden de Napoleón dos años antes que habían dado lugar el 25 de septiembre de 1799 a la formación de tres compañías de caballería: dos de jenízaros sirios y otra de mamelucos. Las dos primeras estaban mandadas por Sheikh Yaqubb Habäibik y Yusuf Hamaoui, y la de mamelucos por el coronel Bartholomeos Serra, de origen griego. Cada compañía se componía de un jefe de brigada (con rango de coronel), un capitán, un teniente, dos sargentos, cuatro cabos y 91 jinetes. En total, 100 hombres que, posteriormente, fueron aumentados a 12 oficiales y 258 hombres por compañía. Por orden del Estado Mayor, su uniforme se diseñó a la moda morisca, que quedaba muy exótico y tal, pero los distintivos serían los reglamentarios del ejército francés para que nadie dudara que estaban al servicio del pequeño emperador. Así pues, la reorganización ordenada por Menou dio como resultado la creación de un regimiento de caballería uniendo las tres compañías, quedando al mando del mismo el coronel Serra. Este fue pues el origen de esta peculiar unidad que tanto dio que hablar en Europa ya que se pusieron tan de moda por su extraña indumentaria que los ricachones y peces gordos del ejército hicieron vestir a sus criados y ordenanzas como si fuesen mamelucos. Qué horterada, ¿no?
Equipo y armamento
Cada suboficial y jinete recibía 1.600 francos con los que debía adquirir el uniforme, que por cierto salía carísimo con tanto adorno, las armas y el caballo con su silla. Los oficiales recibían 1.800 francos para lo mismo. Al parecer, un tiempo después les tuvieron que disminuir la cuantía de la paga porque los costos de mantenimiento de las unidades de mamelucos se disparaban, estando muy por encima de los de un regimiento de caballería regular. Todo ello era debido, como se ha dicho, a sus vistosos uniformes, así como los arreos y las sillas de montar. Y aún más cara salía la Guardia Consular que creó el enano corso formada por 4 oficiales y 76 suboficiales y tropa, que eso de ir escoltado por aquellos peculiares moros le debía dar un morbo brutal, pero los lujos son caros, ya se sabe. Veamos su armamento, el cual era bastante más copioso que el usado por las unidades de coraceros o de húsares:
Ahí tenemos el sable, un alfanje de diseño típicamente oriental desprovisto de cazoleta. Su guarnición es de bronce y la empuñadura, enteriza, de madera, formada por dos cachas unidas por remaches pasantes. La longitud total del arma es de 82 cm., de los que 69 corresponden a la hoja la cual tiene un contrafilo de 26 cm. En uno de los botones de la guarnición hay un ojal para algún tipo de adorno, mientras que el fiador que permitía asegurarlo a la muñeca se colocaba en el pomo, que eso de perder el sable en batalla no solo estaba muy feo, sino que era tremendamente peligroso. En definitiva, se trata de un arma muy robusta, con una hoja de un espesor notable y muy buena calidad. La vaina solía ser de piel con partes de bronce repujado: el brocal, la contera y las abrazaderas de las anillas de fijación.
Los mamelucos también usaban una maza, arma que, como ya sabemos, era especialmente efectiva en combates cerrados. El modelo que aparece a la derecha es su modelo reglamentario, un arma fabricada enteramente de acero con el mango cincelado y una cabeza de armas barrada con seis aletas y un fiador formado por un cordón. Debajo tenemos un hacha, curiosamente similar a los czekan polacos y húngaros ya que estas armas tenían origen turco. Al igual que estos, la cabeza de armas consistía en un hacha con el talón apto para ser usado como martillo de guerra. El mango era de madera con un casquillo terminal metálico. Hay estudiosos que opinan que se trataba de armas meramente ceremoniales, si bien en lo que a mi respecta supongo que no eran tan visibles como para eso. En cualquier caso, estuvieron en uso entre 1809 y 1812.
Las dagas eran las típicas gumías usadas por los pueblos árabes y que portaban metida en la faja. Estas armas, aparte de su función ofensiva, siempre han sido una cuestión de estatus para esta gente. Se podría decir que las usaban más por tradición que por utilidad a la hora de combatir. Por otro lado, y aunque no he encontrado datos al respecto, colijo que no había modelos reglamentarios sino que cada cual usaba la suya propia.
Otro tipo de sable usado por los mamelucos era el que aparece a la derecha, arma típicamente turca denominada kilij, que viene a significar algo así como "instrumento de muerte" lo cual es bastante obvio con solo echarles un vistazo a los ejemplares de la derecha, especialmente el de arriba. El kilij era una cimitarra de hoja ancha, muy fuerte y de efectos contundentes ya que su último tercio describe una curvatura más acentuada y es más ancho, lo cual se aprecia perfectamente en las fotos. Estas espadas llamaron bastante la atención en Occidente, llegando su diseño a ser adoptado incluso por lo británicos por su efectividad.
En cuanto a las armas de fuego, estaban también bien provistos. A la derecha vemos el la parte superior la carabina modelo 1777 (Año XI) con llave de chispa. Se trata de la típica tercerola de caballería de corta longitud y provista en su cara opuesta de un gancho de arzón. Sin embargo, para las paradas hacían uso del trabuco que aparece en la parte inferior de la ilustración. Esta arma iba acompañada de un elegante y vistoso fiador que aparece bajo el mismo y del que pendía el cuerno para la pólvora y una baqueta que, en teoría, sustituía a la original del arma, más engorrosa de manejar. En la vista superior destaca el gancho de arzón, similar al usado por la carabina. Estas armas estaban fabricadas en la factoría de Versalles.
Por último, las pistolas. Se trata del modelo Año XIII, también con llave de chispa y 17,1 mm. de calibre. Las fundas de arzón podemos verlas en la imagen inferior y, como salta a la vista, están ricamente repujadas. Además de las que portaban en el arzón de la silla era habitual que llevaran al menos dos más en la faja, o bien en una funda a modo de sobaquera bajo el brazo izquierdo. La pistola Año XIII era el modelo reglamentario para toda la caballería francesa, de la que se fabricaron más de 300.000 ejemplares entre los años 1806 y 1840. Se elaboraron, al igual que las carabinas, en la fábrica de Versalles, así como en la de St. Etienne y algunas más.
Por último, ahí podemos ver la fastuosa silla de montar que usaban, fabricada a base de terciopelo y cuero repujado con oro. El cabezal también es del mismo material, y los estribos de bronce dorado. Una silla así debía costar un verdadero pastizal. A la derecha aparece la foto (c.1860) de un veterano mameluco, concretamente François Ducel, que se alistó el 7 de marzo de 1813. Este hombre, como tantos otros de su generación, no era un mameluco auténtico sino un francés que se enroló en dicho cuerpo cuando hubo que ir reponiendo las bajas producidas entre los nativos egipcios. La mayoría de ellos eran de origen alsaciano. Así mismo fueron admitidos negros de las Antillas, alemanes, holandeses, belgas e italianos. Fueron llamados los "Segundos Mamelucos". En todo caso, a François Ducel le cupo el honor de ser el último superviviente de la Grande Armée de Napoleón.
En fin, ya está.
Hale, he dicho
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