Lámina del manual de ataque a plazas de Vauban en la que podemos ver las líneas paralelas y las trincheras de aproximación rodeando la zona de la fortaleza donde se iniciará el ataque. |
El origen de las trincheras difiere un poco del que solemos tener in mente. Al mencionar esa palabra, al personal se le vienen a la cabeza las zanjas llenas de fango, ratas y cadáveres pútridos de la Gran Guerra, y son inmediatamente asociadas con la quintaesencia de la penuria y la náusea bélica. Sin embargo, el origen de las trincheras es bien diferente y su empleo táctico no estaba encaminado a enterrar en vida a ejércitos enteros, sino a otras cuestiones que estudiaremos a continuación.
Como es de todos sabido, la aparición y posterior proliferación de la artillería supuso la evolución del castillo medieval hacia las fortificaciones pirobalísticas, o sea, los fuertes. Del mismo modo, la artillería se especializó de forma progresiva dando lugar a la artillería de campaña usada en los campos de batalla y la artillería de plaza y sitio, piezas estas destinadas a defender y ofender en caso de asedio. Por otro lado, el avance de las técnicas en cuestiones metalúrgicas y en la fabricación de pólvoras cada vez más eficaces, así como la invención de espoletas y mecanismos capaces de hacer detonar las bombas y balas de morteros y cañones a voluntad, obligaron a desarrollar tácticas acordes a las necesidades del momento. Por esos motivos, los defensores de las fortificaciones podían mantener a raya a los atacantes con bocas de fuego dotadas cada vez de mayor alcance, lo que suponía un grave problema para los atacantes a la hora de emplazar sus piezas de artillería para intentar abrir una brecha en las murallas a base de cañonazos e ir minando los efectivos de la guarnición y sus almacenes y pañoles de munición mediante bombas de mortero. Para lograrlo era imperioso aproximar las piezas al objetivo de forma que quedaran resguardadas de los disparos procedentes del fuerte, así como emplazarlas en lugares concretos para lograr la máxima efectividad y, del mismo modo, proteger a la infantería que debía hostigar al enemigo y estar presta al asalto. ¿Cómo era posible pues avanzar sin que ni las tropas atacantes ni su artillería quedaran convertidos en comida para gatos mezclada con cachos de hierro o bronce? Pues mediante trincheras.
En su día ya se publicó una entrada acerca del método para asediar fortificaciones pirobalísticas cuya lectura recomiendo a los que desconozcan la materia o a los que no recuerden de que iba la cosa ya que, de ese modo, será más fácil de entender la utilidad de las trincheras. Pueden hacerlo pinchando aquí. Lean, lean tranquilamente, no hay prisa.
Trincheras del asedio de Maastricht, en junio de 1673 en el contexto de la Guerra Franco-Holandesa. El asedio se ventiló en apenas 13 días, tomando la plaza las tropas gabachas al mando de Vauban. |
¿Ya? Bien, prosigamos. Una vez establecido el cerco con las líneas de circunvalación y contravalación, el mandamás del ejército atacante tenía ante sí un dilema del cual dependía en gran parte el éxito o el fracaso de la empresa. ¿Por dónde iniciar el bombardeo? Tras celebrar consejo de guerra con sus artilleros e ingenieros y decidir qué sector de la fortificación enemiga era el más adecuado para ello, había que comenzar la aproximación de las bocas de fuego necesarias, y esto no era precisamente cosa baladí. O sea, que si alguien piensa que cavar trincheras consistía en mandar a los cuatro pringados de turno que siempre hay en todos los ejércitos del mundo provistos de picos y palas para deslomarse cavando como topos, se equivoca. Es más, cavar trincheras requería mogollón de consideraciones a tener en cuenta, y meter la pata en cualquiera de ellas podía suponer ver a los zapadores convertidos en una pulpa sanguinolenta o simplemente apiolados como consecuencia de una salida en espolonada de los defensores.
Así pues, una vez elegida la zona y hecho acopio de los pertrechos necesarios para la la zapa, se seleccionaban los hombres que debían realizar la cava, los fusileros destinados a protegerlos y, con el mismo fin, una tropa de caballería cuya misión era repeler posibles salidas de los defensores para anular la labor de zapa, la cual debía comenzar de noche por razones obvias.
Así pues, una vez elegida la zona y hecho acopio de los pertrechos necesarios para la la zapa, se seleccionaban los hombres que debían realizar la cava, los fusileros destinados a protegerlos y, con el mismo fin, una tropa de caballería cuya misión era repeler posibles salidas de los defensores para anular la labor de zapa, la cual debía comenzar de noche por razones obvias.
En la ilustración superior vemos los pertrechos necesarios para llevar a cabo los trabajos y cuya misión se puede ver en la entrada citada anteriormente. A ello, añadir los abrojos, de los que también se habló en su día, y los manteletes, elementos con las más diversas aplicaciones. En este caso, su misión era defender la cabecera de la zapa por ser esta la zona en la que los currantes quedaban expuestos al fuego de fusilería enemigo. Los caballos de frisia tenían como cometido en esta ocasión bloquear espacios abiertos en las baterías emplazadas en las paralelas de forma similar a las alambradas que no surgirían hasta la Gran Guerra.
Zapadores en plena faena. Los dos arcabuceros tienen como misión repeler cualquier ataque procedente de la fortaleza. |
Al atardecer del día siguiente, los zapadores se alinearían en la trinchera ya comenzada y esperarían a que se hiciera totalmente de noche para reiniciar el trabajo. A la orden de su oficial se reanudaba la cava a toda velocidad y cuidando de echar las paletadas de tierra encima de las fajinas para, de ese modo, formar un parapeto sólido. El grabado superior nos muestra como se desarrollaba la zapa a base de cavar de forma escalonada. El zapador que vemos a la derecha se cubre con el mantelete rodante ya que carece de protección ante sí, mientras que sus compañeros van profundizando la cava del zapador anterior. Por lo general se formaban cuadrillas de varias decenas de hombres que se dividían en grupos de ocho ya que, como vemos, se trabajaba de cuatro en cuatro, pudiendo así relevarse unos a otros. En caso de no disponer de tropas suficientes se recurría a la población civil de las cercanías, la cual se veía obligada a acceder por las buenas o por las malas para llevar a cabo el trabajo menos técnico, el acarreo de materiales, etc.
Desarrollo de la primera paralela, las baterías y las trincheras de aproximación que la unirían con la segunda paralela. |
A medida que se avanzaba había que cavar retornos y corchetes para permitir la circulación en doble sentido dentro de la trinchera. Del mismo modo, a medida que se aproximaban a la muralla el zigzagueo se hacía más pronunciado para impedir que si una bomba caía dentro de la misma la barriera de cabo a rabo matando a todos sus ocupantes. Así mismo, la zanja debía ser más profunda para quedar fuera del ángulo de tiro de los defensores y, a causa de la cercanía con la muralla, el parapeto tenía que ser más sólido. Para ello, el zapador que iba en cabeza colocaba un cestón el cual rellenaba con la tierra de la pequeña zanja que abría estando casi tumbado, de apenas medio metro de ancho por otro tanto de profundidad. Una vez hecha, avanzaba y colocaba otro cestón procediendo de la misma forma. El segundo zapador aumentaba la anchura y la profundidad unos 15 0 20 cm., usando también la tierra para rellenar el cestón, y lo mismo ocurría con los otros dos de forma que, entre los cuatro, lograban cavar una zanja de unos 90 cm. o un metro de ancho por otro tanto de profundidad que, con el añadido de los cestones, permitían circular a la tropa totalmente a cubierto del fuego enemigo. Para aumentar la resistencia de los cestones se apuntalaban con unas horquillas y ganchos como la que aparecen en el grabado anterior que contempla los pertrechos a fin de que no se volcasen hacia el interior de la trinchera. Estos cestones solo podían ser destruidos con una bala de cañón. La ilustración superior nos muestra diversas vistas de una zapa, así como la distribución de los cestones, fajinas y sacos terreros para formar un parapeto. También se recurría a cestillos de trinchera o a unas fajinas más pequeñas denominadas fajos de zapa.
Vista en sección de un caballero de trinchera. Como se puede apreciar, los defensores veían su movilidad muy limitada al aumentar el campo visual sobre el camino cubierto por parte de los atacantes. |
Bien, así quedaba trazado todo el sistema de trincheras que rodeaba una fortaleza. A partir de ese momento solo restaba esperar a que la artillería propia abriese una brecha para iniciar el asalto, o bien aguardar a que una mina explosiva echase por tierra medio baluarte o una cortina. Como dato curioso añadir que, a fin de mejorar la defensa de los zapadores que debían trabajar en primer lugar- recordemos que era el sitio más expuesto- se fabricaron unas corazas y unos cascos a prueba de bala de fusil para que no los aliñasen a las primeras de cambio. Estos hombres eran tropas muy especializadas de las que no se podía prescindir fácilmente, y su trabajo no podía ser llevado a cabo por otro cualquiera o por un civil obligado por las circunstancias. Comentar también que, contrariamente a lo que solemos ver en las trincheras del siglo XX, en estos casos no se solían reforzar las paredes de las mismas con zarzos o tablas para impedir derrumbes. Considerando que su empleo sería bastante breve en comparación con las usadas durante la Gran Guerra, no merecía la pena gastar tiempo y pertrechos para tal fin.
Bueno, no creo olvidar nada relevante, así que con lo narrado ya podemos sorprender a los cuñados con el origen de las trincheras que, como comentábamos al principio, no tiene nada que ver con el que figura en el imaginario popular.
Hale, he dicho
Asedio de Groningen (1672). En el grabado se aprecian las trincheras de aproximación y, en el centro del mismo, una plaza de armas en la que hay emplazada una batería de cañones. |
Hale, he dicho
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