Resulta que ya hasta se han inventado los cuñadicidas |
Si hoy día preguntamos a alguien por el nombre de un inventor famoso, salvo los ceporros que no saben ni escribir su nombre con una plantilla responderán rápidamente que Edinson, o Bell, o incluso Leonardo da Vinci, el celebérrimo italiano que inventó de todos menos el dichoso código de la conocida novela de misterio tan de moda en estos años atrás. Sin embargo, hubo otros muchos cerebros cuyas neuronas fueron sabiamente invertidas en crear cosas que nos hicieran la vida más fácil o nos sirvieran para determinados fines sin que sus nombres hayan trascendido a pesar de que, como veremos a continuación, sus genialidades siguen en uso actualmente. Unos tomaron la idea y la modificaron a los tiempos que corren mientras que otros se limitaron básicamente a copiarlos impunemente. Curiosamente, la inmensa mayoría da por sentado de que se trata de inventos actuales que se deben al ingenio de ciudadanos contemporáneos pero, de eso, nada de nada. En realidad, casi se puede decir que no hay nada nuevo bajo el sol. Vean, vean...
Todos los ciudadanos que han poseído chuchos de razas poderosas saben lo que es tener que soportar los jalones que estos animalitos dan de la traílla cuando se les saca de paseo y no han sido adecuadamente educados para no dislocar el hombro de sus amos. Para someter a estos fogosos cánidos se pusieron a la venta hace ya años los llamados "collares de castigo", formados por unos eslabones de alambre que, si se colocaban mirando hacia dentro, se clavaban sañudamente en el pescuezo de esos perros dotados de más tracción que un Land Rover con la reductora metida. Sin embargo, estos collares llevan ya más de quinientos años inventados como vemos en la ilustración inferior, donde podemos comprobar que son idénticos a los utilizados hoy día. No obstante, conviene hacer hincapié en una pequeña diferencia, y es que ese collar no se usaba en la Edad Media para contener ímpetus perrunos, sino para persuadir bonitamente al personal que no se avenía a cooperar en los interrogatorios judiciales de la época y era preciso darles a entender con medios expeditivos que las leyes no solo había que cumplirlas sino que, además, no se podía pretender chulear a los corregidores contando trolas.
Y ya que mencionamos antes la novela de misterio del código ignoto ese, recordarán que dan mucha matraca con un curioso chisme que llaman criptex donde está guardado el secreto del puñetero código, ¿no? Bueno, en realidad, el criptex ese no era más que un simple candado con combinación en cuyo interior solo albergaba los mecanismos. El cierre se llevaba a cabo con la barra que aparece en la parte superior. Dicho sistema de cierre es más simple que el cerebro de un político: cuando se coloca cada disco en su posición correcta, se libera una de las muescas que se ven en la pletina interna hasta que, una vez colocados todos los discos en su debido orden, se puede abrir el candado. Abajo vemos candados similares fabricados actualmente, siendo el de la derecha una virguería chulísima de la muerte para guardar el pen-drive que contiene las pelis cochinas sin que la parienta pueda abrirlo y vengarse con saña bíblica por nuestra inverecundia, nuestra insaciable lascivia y nuestro contumaz regodeo en la concupiscencia. En todo caso, ya vemos que estos candados aparentemente tan sofisticados son en realidad más antiguos que la tos.
¿Y qué me dicen de las herramientas multiusos? Vas por la calle y ves mogollón de ciudadanos que no se separan de la Leatherman ni para llevar a cabo el débito conyugal sabatino. Parecen vivir solo para poder hacer uso de su apreciada Leatherman que, aunque vayan de esmoquin, siempre llevan en el cinturón a pesar de que con esmoquin se usan tirantes. ¿Que ven a alguien que no puede abrir la puerta de su casa? Echan mano a la Leatherman y se ofrecen a abrirla gratis. ¿Que se topan con un yihadista psicótico perdido? Desactivan el chaleco explosivo con su Leatherman. Carajo, hasta hay cuñados armados con Leatherman de esas que son los que por norma descorchan el vino en las barbacoas y se cargan siempre el puñetero corcho, dejando el primoroso caldo lleno de trocitos. Bueno, pues la cosa es que ya en la Edad Media había sueltos por ahí sujetos provistos de herramientas multiusos como la que vemos en la lámina superior. Lleva de todo: navaja, lima, sierra, taladro, punzón, uña para clavos y un ganchito que no sé para qué servirá pero que, curiosamente, las conocidas navajas suizas de la marca Victorinox también lo llevan. O sea, que lo de las herramientas multiusos tiene más años que el hilo negro.
Y hablando de herramientas multiusos, ahí tenemos un fastuoso martillo que haría las delicias de un encofrador moderno, gremio este habituado a trabajar con varias herramientas sin saber que, desde hace siglos, alguien inventó una que podría suplir a las cuatro que aparecen bajo el mismo. Como vemos, es un martillo de carpintero, tenazas, barra de uña y alicates de corte, cometido este que llevaría a cabo con la muesca que vemos dentro del óvalo rojo. Esa pequeña cizalla vale para cortar alambres, clavos y cosas así, para lo que no sirve la tenaza de carpintero habitual. Y al lado vemos un martillo similar fabricado hoy día y que, casi con seguridad, el que lo diseñó no sabía que su invento ya llevaba inventado hace la torta de tiempo.
Todos los que han sido padres, saben lo que es pasarse dos horas rezando a San Herodes durante tantas y tantas noches en que los nenes se dedican a berrear como íncubos desollados sacados del abismo sin que sea posible ni callarlos ni saber el motivo de su ira. El único remedio razonablemente eficaz antes de llevar a cabo el infanticidio consiste en mecer la cuna hasta la extenuación, lo que no solo es asaz irritante, sino que también produce severos calambres en las articulaciones del brazo cuando se tira uno horas y horas meneando el diminuto lecho donde el mald... quiero decir el adorable rey de la casa se desgañita con inusitada ferocidad. Para suplir esos brazos acalambrados ha habido incluso probos ciudadanos que, como vemos en la parte inferior de la lámina de la izquierda, han patentado ingeniosos métodos para tal fin. Sí, dilectos lectores, ese chisme con aspecto de cañón antiaéreo es un mecedor automático de cunas según reza la patente. Sin embargo, como los críos han sido porculizantes hasta el paroxismo desde tiempos de Adán, pues ya hubo quien inventó algo para mecer al heredero sin acabar rendido. Según podemos observar en la parte superior, el ingenio era asombrosamente simple a la par que eficaz: dos pletinas aceradas que actuaban como resortes. Bastaba un empujoncito para que el peso de la cuna flexionase indefinidamente ambos muelles y, de ese modo, poder callar al monstr... digoooo... al angelical retoño sin necesidad de cometer algún acto abominable con su cráneo y, encima, sin gastar luz entre otras cosas porque aún no se había inventado. Tomen nota los aficionados al bricolaje doméstico, porque este invento les puede evitar mogollón de jaquecas.
En fin, ya ven vuecedes que nuestros ancestros no eran precisamente lerdos. Y por si alguno piensa que los inventos mostrados son cosa de San Fotochó de Píxel Bendito o una bromita inocente como la de la tostadora asesina, sepan que aparecen en las siguientes obras:
Ms. Gr. 14 de Munich, Rüst und Feuerwerksbuch (c. 1500)
BELLICORVM INSTRVMENTORVM LIBER, Venecia, 1420-1430, de Giovanni da Fontana
Manuscrito Tecnológico de Martin Löffelholz, Nuremberg (c.1505)
Bueno, ya seguiremos. Hay mogollón de inventos que narrar.
Hale, he dicho
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