No está de más descansar de vez en cuando de tanto medioevo, así que hoy vamos a darle un repasillo a los cascos empleados por el ejército español desde la introducción de estos chismes a raíz de la Gran Guerra. Recordemos que el casco solo había permanecido operativo en algunas unidades de caballería pesada, mientras que la infantería se limitó a proteger sus apreciados cerebros más su envoltura ósea con simples prendas de tela como quepis, sombreros, morriones o, en el caso español, con el ros, un gorro de visera que aún usa la Guardia Real en paradas y demás fastos militares. Veamos pues...
Varios legionarios tocados con el chambergo reglamentario. La foto da una idea de la crueldad que se desplegó en el conflicto del Rif, y por ambas partes ciertamente. |
La neutralidad española durante la Gran Guerra (en buena hora) no obligó al ejército a plantearse siquiera el diseño y fabricación de un casco de acero a pesar de que en aquellos tiempos nos batíamos el cobre bonitamente con los rifeños del alevoso Abd el-Krim, un taimado moro que, tras servir en la administración colonial española, se nos rebeló y dio mogollón de guerra el muy bellaco. Y ojo, que los rifeños no nos ofendían con espingardas del año de catapúm ni con gumías, sino con buenos fusiles Mauser y artillería, lo que hacía un poco absurdo el hecho de mantener a nuestras tropas bajo la mísera protección de los chambergos y gorros isabelinos reglamentarios de la época, y más tras haber tenido constancia del buen resultado que dio el introducir el casco de acero a la hora de evitar bajas a causa de las esquirlas de metralla y las bolas de los metralleros.
No fue hasta el 1 de septiembre de 1926, cuando apenas quedaban ocho meses para la conclusión del conflicto, cuando se emitió una circular en la que se convocaba un concurso público para la fabricación de un casco de guerra para el ejército español, al que se presentaron fabricas no solo españolas, sino también foráneas. Pero como aquí el tema de la industria metalúrgica aún estaba en pañales si lo comparamos con el avanzado estadio de la europea, y más tras la Gran Guerra, solo hubo dos firmas españolas que presentaron sus proyectos. Una fue la Fábrica Nacional de Artillería de Trubia, creada en 1794 para suministrar de armas al ejército español, y la otra una firma particular radicada en Barcelona por nombre "Hijos de B. Castells", una empresa creada en 1874 por Bernardo Castells bajo la denominación de "Bernardo Castells e Hijos" que tomó el cambio de denominación tras el fallecimiento del fundador y pasar la empresa a manos de su hijo, Jenaro Castells. Esta última presentó un diseño basado en el Adrian francés el cual no era apto para la fabricación en masa ya que la empresa, dedicada desde siempre a la producción de efectos militares y cascos de gala, no tenía sin embargo medios para fabricación a gran escala, por lo que fue inmediatamente desechado. El casco en cuestión podemos verlo en la ilustración superior, y en la misma se puede apreciar una evidente inspiración en el modelo francés que, dicho sea de paso, no se distinguió precisamente por su eficacia.
A la derecha tenemos el modelo presentado por Trubia, el cual fue diseñado por el comandante de Artillería Antonio Ramírez de Arellano. Como se puede apreciar, tiene una clara impronta germánica, quizás debida a que el diseño alemán fue sin lugar a dudas el más eficaz de todos los empleados durante la Gran Guerra y del que ya hablamos en su momento. El modelo Trubia tenía una cúpula de ventilación en la parte superior del casco, y el emblema del Cuerpo de Artillería estampado y soldado a continuación en el frontal. Se fabricaron 150 ejemplares para las pruebas dictadas en el concurso, pero tampoco se consideró válido para ser elegido como modelo reglamentario. Así, el 30 de mayo del siguiente año se publicó la Circular Resolutiva del Concurso en la que se declaraba que ninguno de los prototipos presentados era válido "como casco metálico defensivo para el Ejército". O sea, que o las pruebas eran excesivamente duras para ser aceptado, o que verdaderamente los modelos presentados eran un churro. No obstante, el prototipo de Trubia fue el que mejor puntuación obtuvo en las pruebas de bala y metrallero. Los 150 ejemplares se perdieron en alguna maestranza militar y nunca más se supo, y de todos los que acudieron al concurso solo la fábrica de Trubia se tomó la molestia de no abandonar el proyecto del comandante Ramírez de Arellano y siguieron buscando un modelo que fuese aceptado por el Ejército.
Así surgieron dos prototipos basados en el modelo anteriormente desechado pero eliminando elementos superfluos como la bóveda de ventilación y haciéndolo más básico con vistas a una producción en serie más fácil y económica. Uno fue el modelo denominado "sin ala", que en realidad lo que quería decir es "sin visera", el cual vemos en la ilustración de la izquierda. Era, como salta a la vista, de una simpleza cuasi espartana. El acusado ángulo del faldón fue eliminado, y para la ventilación del interior solo quedaron los remaches perforados de aluminio donde iba fijado el barboquejo. El interior estaba formado por una guarnición de cuero de tres lengüetas sujeta mediante seis remaches en todo su perímetro. El casco se obtenía partiendo de una lámina de 1,8 mm. que se quedaba en 1,1 mm. tras el proceso de estampación. El peso total con sus guarniciones era de 1 kilo. Tras pasar por la Junta de Evaluación del Cuerpo de Artillería en 1930 se encargaron 12.000 unidades en una circular del 3 de noviembre de ese mismo año, pendiente solo de concretar qué tipo de guarnición sería adoptada finalmente. Y aunque el encargo no llegó hasta 1930, el casco fue denominado como modelo 1926 sin ala.
El otro modelo es el que vemos a la derecha. Era denominado, en un alarde de ingenio, como "con ala", es decir, con visera. Pero no solo estaba provisto de la misma, lo que venía siempre bien a la sufrida tropa para protegerles los ojos del sol, la lluvia y, naturalmente, los cascotes que caían tras una explosión. Curiosamente, el modelo anterior sin ala fue el que más interés despertó entre los miembros de la comisión de turno, todos ellos artilleros. En todo caso, este prototipo era mucho más aceptable a nivel de diseño aunque sus prestaciones en lo tocante al material eran similares ya que la chapa empleada era la misma, y solo pesaba 50 gramos más que su hermano. Del mismo modo, las guarniciones seguían siendo iguales si bien en este caso llevaban un relleno de fieltro por el interior en un intento, supongo, de emular el grueso relleno que ya se mostró en los modelos alemanes, destinados a amortiguar los golpes que se recibían en el casco. Con todo, ambos modelos eran, como ya se comentó anteriormente, extremadamente básicos en lo tocante a su acabado, muy lejos de los refinamientos tedescos como, por ejemplo, los rellenos citados o el rebordeado de toda la pieza y, como no, la calidad del acero empleado por los súbditos del mostachudo káiser. Por lo demás, la entrada de la república en 1931 dio lugar al parecer a ciertos equívocos de tipo burocrático ya que el pedido de 12.000 unidades del modelo sin ala fue cambiado o dejado de lado por otro de 20.000 del casco de ala ya que en la Real Orden no se especificó qué modelo en concreto era el elegido, si el que llevaba ala o el que no. Sea como fuere, la infantería española salió bien parada con el malentendido ya que este último era un diseño más logrado, al menos para las unidades que tenían que combatir en el frente.
En 1934 se lanzó otro prototipo que era básicamente igual al anterior pero con una guarnición diferente, en este caso montada sobre un esqueleto metálico a base de flejes unidos al casco por un único remache situado en la parte superior del mismo. También era más ligero, solo 930 gramos, ya que se empleó chapa de 1 mm. de espesor, y al parecer estaban destinados a equipar a la Guardia de Asalto ya que su excesiva ligereza no debía hacerlo apto para el combate en primera línea. De todos modos, tampoco estaban las cosas en aquellos turbulentos tiempos para muchas historias, con el personal cada vez más cabreado y los odios entre todos cada vez más encendidos. En cuanto a los colores empleados, aunque inicialmente se había elegido el gris cemento, posteriormente cada cuerpo o arma fue repintando los suyos en tonos más acordes. La infantería optó por el tradicional caqui, el Ejército del Aire por un azul oscuro, la Armada blanco y, con el estallido de la guerra civil, se llegó incluso a pintar símbolos políticos, consignas, etc., especialmente entre los milicianos y demás tropas irregulares. En las fotos superiores tenemos varios ejemplos, incluyendo a una miliciana que no sé de donde sacaría tiempo para pintarse las cejas y los morros con tiralíneas. En cuanto a su casco, en un modelo 1926 con ala al que ha añadido una burda calavera para dar "zuzto" al enemigo.
Cuando dio término la contienda, en las maestranzas militares se encontraron con miles de cascos no solo españoles, sino rusos, alemanes, checos, franceses e italianos. Así pues, y a fin de unificar con un solo modelo reglamentario a todo el ejército, nada más terminar la guerra se empezó a trabajar sobre diversos modelos a fin de sustituir tanto a los modelos españoles como el batiburrillo de cascos foráneos. Sin embargo, no se devanaron mucho la sesera ya que, finalmente y a toda luces influenciados por la "amistad" hispano-alemana, se adoptó un modelo que no era más que una copia de inferior calidad en cuanto a los acabados del modelo 1935 alemán con el que quizás muchos de los que me leen hicieron la mili. Este casco, denominado Z-42, tenía una presilla en el frontal donde, como se aprecia en la fotos, se fijaba el escudo del arma o cuerpo, en este caso de la Infantería a la izquierda y de la Policía Armada a la derecha. Dicho escudo se colocaba para las paradas, actos castrenses y demás historias, aparte de para la vida cuartelera habitual. Solo para acciones de combate era eliminado. Este modelo entró en servicio en 1943, y estuvo operativo hasta 1980.
Por lo demás, en 1979 entró en servicio una variante del Z-42 denominada Z-42/79 (foto de la izquierda) en la que, básicamente, lo que variaba era la guarnición, dejando de lado la antigua del mod. 1926 que aún equipaba al Z por otra más elaborada a base de cuero y lona, así como un barboquejo con mentonera más acorde a las necesidades de un ejército moderno. En cuanto a los excedentes de los viejos modelos de Trubia, estos fueron almacenados al acabar la guerra como reserva para caso de necesidad. Recordemos que mientras duró la Segunda Guerra Mundial la cosa estuvo pendiente de un hilo, e igual nos habríamos visto invadidos por los tedescos para poder llegar estos a Gibraltar como por los british (Dios maldiga a Nelson) por el apoyo prestado por Franco a Hitler en Rusia. En todo caso, no hubo que recurrir a esa chatarra, que fue desapareciendo a partir de 1950 si bien muchas unidades auxiliares tipo sanidad o el Ejército del Aire aún los mantuvo operativos unos años más. En cuanto al Z-42/79, aún estaba en servicio a mediados de los años 80 mientras que fue poco a poco sustituido por el Marte.
Bueno, básicamente esta es la historia de los cascos hispanos durante el pasado siglo. No he mencionado el Marte porque se pasa de moderno para los límites del blog pero bueno, si algún me quedo sin repertorio, que lo dudo, ya lo retomaremos.
Hale, he dicho
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