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El castillo de Coucy, del que emerge su poderoso donjón. Este castillo, paradigma de la castramentación feudal en Francia, fue construido por Enguerrand de Boves, III señor de Coucy, entre 1223 y 1230. Su enorme donjón de planta circular y 55 metros de altura fue uno de los edificios militares más sofisticados y complejos de Europa. Desgraciadamente, hoy día solo queda de él un montón de escombros. Los tedescos lo volaron en mil pedazos en 1917 |
Si preguntamos a cualquier cuñado qué es un donjón, seguramente nos responderá que la torre del homenaje de un castillo. Si miramos en San Google del Dato Conciso, probablemente nos dirá lo mismo, y si hacemos lo propio en la tan controvertida Wikipedia también saldrá que es la torre del homenaje si bien cuando pinchamos en el idioma gangoso de los gabachos (Dios maldiga al enano corso), veremos un tanto perplejos que, en realidad, no hablan exactamente de lo mismo. El eximio Mora-Figueroa afirma que es "la torre más conspicua de una fortificación, sea del homenaje o no", y que se trata de un galicismo introducido en el siglo XIX. Bien, esas respuestas son una verdad a medias ya que el concepto de torre del homenaje que tenían en la Península era totalmente distinto al de los vecinos del norte, así que antes de entrar a fondo en el tema quizás convenga explicar en qué radican sus diferencias.
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Mota castral. Como vemos, la torre señorial dominaba la aldea que, a su vez, estaba protegida por una empalizada. Este era sistema defensivo habitual hasta la llegada de los normandos |
Ante todo, debemos desechar las fortificaciones andalusíes. Los malditos agarenos adoradores del profeta Mahoma no usaban esta torre mayor en sus castillos, y los que vemos actualmente que sí la tienen son añadidos cristianos de cuando cayeron en sus manos ávidas de vísceras de infieles. Como ya se explicó en su día, estas torres tienen su origen en las antiguas fortificaciones de madera de la motas castrales en las que los señores feudales surgidos tras el colapso del imperio carolingio se resguardaban de sus vecinos, siempre deseosos de ampliar sus dominios a costa del personal. La torre era la residencia del señor, el tenente o el alcaide, así como el último reducto defensivo en caso de verse desbordados, pero ahí acaban las similitudes entre una torre del homenaje peninsular y un donjón. El motivo no podemos buscarlo solo en cuestiones puramente militares, ni de diseños más o menos avanzados, sino en la organización social y política de cada reino. Mientras que en la Baja Edad Media peninsular los monarcas y nobles tenían claramente definido quién era el enemigo a batir, independientemente de que algún noble sacara los pies del tiesto de vez en cuando, en Francia no había moros, pero se caían fatal entre ellos y los reyes recurrían a entregar tierras en feudo a cambio de la lealtad de la nobleza. Esta estructura social dio lugar a la mota castral que ya estudiamos en su día y que, como sabemos, se componían de una torre de madera ubicada sobre un empinado montículo, bien natural, bien artificial, rodeado de una empalizada que abarcaba además la población situada al pie de la ladera de dicho montículo. De ese modo, los plebeyos podían dormir razonablemente tranquilos sabiendo que si algún desaprensivo se personaba con la intención de hacer política... estooo, no, quiero decir de robar a mansalva, el DOMINVS del lugar les protegería con los criados y hombres de armas a su servicio.
Bien, así era la tierra de los francos tras el imperio carolingio hasta que a la lista de mangantes profesionales se sumaron los vikingos que, como sabemos, basaban su economía en el pillaje que perpetraban durante sus correrías en las costas de la brumosa Albión (Dios maldiga a Nelson), Francia (Dios maldiga al enano corso) e incluso la Península Ibérica. Y mientras que unos reinos se dedicaban a intentar expulsarlos, otros, como el de los francos, optaron por algo más fácil: darles un cacho de tierra para ponerlos contentitos y, de ese modo, hacer que combatieran por ellos contra sus paisanos para que estos no les robaran el cacho que les habían regalado. Así surgió el ducado de Normandía en 911, cuando Carlos el Simple cedió a Hrolf Ganger, una mosca cojonera rubia y de grandes dimensiones, un territorio en la Neustria tras la firma del tratado de St. Clair-sur-Epte por el que el vikingo juraba defender el reino de posibles agresores. Para reforzar su fidelidad se recurrió, como era habitual, a matrimoniar a este personaje con Giselle, una hija bastarda del monarca francés, para lo cual el nórdico se avino a renunciar tanto él como sus seguidores a su fe pagana y a bautizarse como Dios manda. De ese modo, Francia se aseguró la integridad de su territorio a cambio de ceder una pequeña parte al más peligroso de sus enemigos que, de un plumazo, se convirtió en el conde de Normandía- luego alcanzó la categoría de ducado-, la tierra de los hombres del norte y, por ende, en su más denodado defensor. El tal Carlos sería Simple, pero de tonto no tenía un pelo. En el mapa de la derecha vemos la evolución del ducado hasta mediados del siglo XI, cuando el belicoso Guillermo cruzó el charco para ponerle las peras a cuarto a los anglosajones y ascenderse a rey, que era más que duque y tenía una corona más guay.
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Hipotético aspecto del palacio fortificado de Bayeux construido por el duque Ricardo de Normandía |
Este era el contexto histórico en que surgió el donjón que, en realidad, no era más que el sucesor pétreo de las debiluchas torres de madera de las motas castrales que con una simple andanada de faláricas ardían como teas. O sea, que las fortificaciones lignarias dieron paso a las de piedra en el momento en que se les iluminó la mente y llegaron a la conclusión de que era un material más resistente a su tormentaria, al fuego y, tanto o más dañino a medio plazo, los parásitos y el meteoro. El donjón, dongun, doignon o dangon, palabros que por norma se consideran una derivación del latín DOMINIVM o DOMINVM, pudo tener su origen en las primeras construcciones de piedra llevadas a cabo a mediados del siglo X por el duque Ricardo I en el castillo de Ruan, capital del ducado, y posteriormente en el palacio fortificado que mandó construir en Bayeux. Tras la conquista de Inglaterra por Guillermo I, este tipo de construcción también pasó a formar parte de la castramentación isleña que no fue hasta 1586 cuando adoptó el nombre de keep con que se les conoce en Inglaterra. ¿Que cómo se les llamaba antes? Pues donjón, naturalmente. Guillermo hablaba en francés con ramalazos de la lengua nativa de sus ancestros, la corte y las élite militares y políticas también hablaban el mismo idioma ya que, sino todos, la mayoría eran normandos, y solo usaban el sajón para dirigirse a sus nuevos vasallos, lengua esta que consideraban como de segunda categoría. De hecho, en la corte inglesa se estuvo usando el francés como idioma oficial durante siglos.
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Donjón de Gisors, cuya muralla poligonal fue construida por Enrique I en el tercer cuarto del siglo XII |
Así pues, las viejas torres de madera fueron sustituidas poco a poco por enormes moles pétreas si bien esta transición supuso no pocos problemas ya que los montículos de las motas castrales no podían por lo general soportar tanto peso, y más cuando eran artificiales, lo que obligó en muchos casos a edificar el donjón sobre terreno firme y luego fabricar el talud rodeando el edificio hasta cubrirlo con varios metros de tierra que era compactada mezclándola con cascotes y derretidos de cal. En la base del montículo se cavaba el correspondiente foso el cual, para ver aseguradas la escarpa y la contraescarpa y evitar derrumbamientos se solía revestir con gruesos tablones o troncos. En otros casos, si los nuevos amos del cotarro decidían que la antigua mota castral que había dado cobijo a una población ya no era defendible, pues se construía una muralla, bien de piedra o de mampostería, y se edificaba un nuevo castillo generalmente adosado a la cerca urbana. En sí, como vemos, conservaba el mismo concepto defensivo de la mota castral, pero adaptado a nuevas técnicas de castramentación que los hacía mucho más resistentes de cara a un asedio.
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Murallas de Caen, construidas junto a su castillo por Guillermo I hacia 1060 con vistas a convertir la ciudad en su capital. Inicialmente, la muralla carecía de torres, que fueron añadidas a finales del siglo XII |
En resumen, que los normandos, en cierto modo invitados por obligación en un territorio y en otros, como Inglaterra, Sicilia y el sur de Italia, implantados por la fuerza de las armas, veían que su supervivencia dependía de una buena red de fortificaciones que quitasen las ganas a sus vecinos de echarlos de sus tierras. Sirva de ejemplo el hecho de que en pocos años construyeron 26 castillos entre Caen y Falaise. Pero, además, las normas feudales que aceptaron eran otro problema potencial que debían tener muy en cuenta porque sus vasallos los seguían viendo en muchos casos como invasores, por lo que era muy frecuente que se pusieran de parte de un hipotético agresor si este pertenecía a la nobleza autóctona. Al cabo, preferían servir a un señor francés con pedigrí antes que a unos ex-vikingos que apenas dos generaciones antes se dedicaban a merodear por las costas y a robar, violar y matar a todo bicho viviente. Las leyes feudales, como se ha dicho, obligaban a los señores a defender a los vasallos y a los vasallos a pagar a cambio tributos a los señores y, además, a colaborar con la mesnada del mismo en la defensa de la tierra. Por ese motivo, los nobles normandos en particular sentían sobre ellos la amenaza de la traición, y tenían claro que en caso de asedio todos los defensores que no fueran miembros de su séquito personal- criados, caballeros y hombres de armas a sueldo- podían en cualquier momento rebanarles el pescuezo mientras dormían o, simplemente, abrir las puertas de par en par a los atacantes. Ante semejante perspectiva, el donjón se convertía no solo en el último reducto defensivo en caso de que los enemigos lograran rebasar las murallas del castillo, sino también ante la posibilidad de que sus volubles vasallos chaquetearan y se sumaran a las fuerzas de los sitiadores.
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Castillo de La Roche-Guyon. Como vemos, para llegar al donjón había que cruzar previamente dos murallas con sus respectivos fosos. Los accesos al reducto donde se erguía el donjón eran dos angostos postigos marcados de amarillo fácilmente defendibles. En azul aparece el pasadizo subterráneo de escape |
Por esta serie de motivos, el donjón era, como hemos dicho, algo más que una simple torre del homenaje que servía de aposento y despacho al alcaide o el que detentara la autoridad en el castillo. El donjón, ante el temor de una rebelión o incluso de que el amigo de hoy fuera el enemigo de mañana, era un cofre cerrado con siete candados donde solo entraban el DOMINVS, su familia y sus hombres de absoluta confianza. Más aún, si el castillo disponía de dependencias aceptables para ser usadas como aposentos, incluso permanecía cerrado en tiempos de paz para que nadie pudiera conocer sus entresijos, y si había que recibir invitados o celebrar algo se hacía en dependencias exteriores. Esa era ante todo la principal diferencia con las torres del homenaje convencionales. El donjón estaba diseñado para defenderse de posibles invasores a base de muros de grosores descomunales que alcanzaban incluso los 4 metros precedidos por uno o más cinturones de murallas, profundos fosos y/o camisas. Pero a todo ello había que añadir accesos situados a gran altura, imposibles de vulnerar ya que transcurrían por empinadas y estrechas escaleras que daban a pequeñas puertas defendidas por puentes levadizos o escaleras removibles y defendidos por ladroneras, buhederas o cadalsos. Por todo ello, estos poderosos reductos disponían de postigos en lugares ocultos por donde poder escapar al exterior, postigos estos mejor escondidos que la honra de las hijas del DOMINVS y cuyo emplazamiento solo conocían un reducidísimo grupo de personas.
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Pasadizo excavado en la roca que conduce al donjón del castillo de La Roche-Guyon. Este acceso daba a un escarpe cortado a cuchillo en el lado sur del recinto, imposible de ver por los sitiadores |
Ante semejante perspectiva, a los sitiadores solo les restaba la opción de rendirlos por hambre y/o sed, lo que era bastante difícil porque se preocupaban de tener en todo momento acopio de provisiones y, por supuesto, de una gran cisterna, ambos en las entrañas del donjón, donde nadie podría llegar con facilidad. Pero también se tenía en cuenta una posible traición por parte de los villanos reciclados en defensores. Estos probos campesinos, obligados por las leyes de la época a convertirse en soldados de circunstancias, podrían verse en la disyuntiva de traicionar a su señor, bien mottu proprio, bien ante la amenaza de ver sus tierras y casas arrasadas. Pero el DOMINVS ya había tenido eso en cuenta cuando se construyó el donjón, convirtiéndolo en un laberinto interior que los villanos jamás habían pisado y de cuya distribución no tenían ni puñetera idea. En una misma planta podía haber varias dependencias, pero no se comunicaban entre sí, sino de forma diabólicamente enrevesada. Un ejemplo: para llegar a la sala contigua había que subir a la planta superior y bajar por una escalera que llegaba al sótano, desde el cual se tomaba otra escalera que finalmente llegaba a dicha sala, que era desde donde se subía a la azotea donde se encontraba el cadalso mientras que en la sala contigua solo se podía acceder a un pasillo con un salto de lobo y al final del mismo otra angosta escalera- siempre eran de caracol y recorriendo el grosor del muro- que daba a una poterna defendida por un rastrillo y una gruesa puerta tras la cual se podía salir al exterior por el lado más escarpado del terreno, fuera del campo visual de los sitiadores.
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La imponente torre del homenaje del castillo de La Mota. A pesar de sus dimensiones, su interior carece de la complejidad de un donjón |
¿Qué se pretendía con esto? Pues simplemente poder hacerse fuertes en el interior del donjón contra parte de los defensores que hubiesen decidido pasarse al enemigo. Si desconocían su distribución y cruzar una puerta podía ser suicida porque eran tan pequeñas que solo cabía un hombre, poco podían hacer para reducir a los escasos defensores que quedaban, todos ellos profesionales de las armas y conocedores de los entresijos del reducto. Una puerta de roble con una hoja de 15 cm. de grosor reforzada con flejes de hierro y atrancada con un alamud era imposible de derribar como no fuera aporreándola con un pesado ariete, pero dentro del donjón ni había arietes ni tampoco era posible introducirlos debido a la estrechez de los accesos, por lo que se veían en una sala sin saber dónde estaba la salida mientras que el DOMINVS y sus muchachos igual habían subido a la planta superior, desde donde los asaeteaban a su sabor a través de la buhera que se abría en el entresuelo. Como vemos, los donjones eran un prodigio de arquitectura militar concebido para poder defenderlo con cuatro gatos hasta las últimas consecuencias.
Bueno, así eran grosso modo estas impresionantes fortificaciones que se extendieron por Francia, Inglaterra y las zonas de Italia bajo dominio normando. En otro artículo detallaremos sus métodos constructivos así como su evolución a lo largo del tiempo ya que desde los primeros donjones románicos hasta los edificados en el siglo XIII hay diferencias notables. Con todo, y a pesar de su imponente presencia, el donjón también tenía sus puntos flacos y sus defectos de diseño, que no todo iban a ser ventajas, pero de eso hablaremos más despacio en su momento. En cualquier caso, lo que sí es cierto es que estas peculiares fortificaciones se convirtieron en todo un símbolo del poder de los señores feudales de la época, y su posesión fue motivo de violentos cambios de impresiones entre nobles o bien entre estos y los monarcas que veían en ellos un peligro para la estabilidad del reino.
Hora de yantar. Pírome.
Hale, he dicho
POST SCRIPTVM: Creo que por fin he dado con una forma de poner los textos en las fotos, por lo que agradeceré que si alguien ve algo raro o descuadres me avise. Si sale un churro es por culpa de Blogger, que conste.
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Donjón de Chambois, construido en tiempos del duque Ricardo II. Esta poderosa torre es un ejemplo perfecto del donjón románico que se extendió por los dominios normandos |
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