Acceso a base. A la derecha, el cuerpo de guardia. A continuación, el Estado Mayor |
INTROITO
No hay nada nuevo bajo el sol. Nada. Todo lo que vivimos en nuestro día a día ya ha ocurrido antes cienes y cienes de veces aunque algunos se empeñen en vestir de novedoso determinados sucesos como el acoso y los abusos sexuales, que el hembrerío misándrico actual cree que se inventó anteayer solo para agredirlas a ellas. Esta panda de histéricas, enloquecidas por el odio al hombre y con su escasa sesera más lavada que las enaguas de la abuela, afirman rotundamente que los malvados machos de la especie solo vienen al mundo con un fin: acosarlas, maltratarlas y, en resumen, hacerles la vida imposible. De hecho, dan por sentado que los fetos que salen por el útero materno aprovechan cuando las matronas que los cogen amorosamente para meterles mano, que los nenes en las guarderías aprovechan las visitas al baño para hacer tocamientos obscenos y contemplar la rajita de la nenas y que, en nuestra penosa adolescencia con superávit de hormonas y escasez de medios para aliviar los humores viriles como no sea a base de ayuda manual, ya nos hemos convertido en monstruos de lujuria, predadores a la caza de honestas mocitas que vuelven a casa a las 5 de la mañana solas y borrachas para dar rienda suelta a nuestra irrefrenable lascivia.
El recientemente fallecido Henry Kissinger, que algunos le atribuyen la co-autoría del siniestro plan de ingeniería social que vivimos hoy |
Y un ejemplo de acoso sessuá que no tiene nada que ver con el de los lúbricos varones hacia las indefensas féminas es el motivo del relato de hoy. Sí, aunque a alguno le extrañe, en una época en la que los cuarteles solo estaban habitados por hombres, había casos de acoso, abuso e incluso cosas más graves que no trascendían fuera del acuartelamiento porque lo que ocurría en un cuartel se quedaba en el cuartel, y en aquella época no había canales televisivos de telebasura ni redes sociales donde ir a contar tus miserias a cambio de un estipendio con tal de lograr más audiencia ávida de morbo y escándalos en vez de los ilustrativos documentales de la 2.
Y dicho esto, procedamos con esta historia de la mili...
HECHOS
Por lo general, en todos los cuarteles había una barbería. Ojo, desde siempre, estos establecimientos se denominaban barberías aunque ya nadie se rasurase la jeta en ellos y se dedicaran a trasquilar ciudadanos, pero como el término peluquerías se aplicaba a los que trasteaban en las cabelleras mujeriles, pues imagino que, por diferenciarlos, se mantenía el añejo apelativo de barbería. Sea como fuere, la cosa es que, obviamente, nadie se afeitaba allí, y los guripas solo iba a cortarse el pelo para cumplir el canon: deslizando un lápiz desde el cogote hacia arriba, dicho lápiz no podía durante su recorrido ascendente verse cubierto de pelambre. De lo contrario, falta de policía, parte que te crió y paquete al canto.
En el caso de la Base de Tablada el barbero no era un civil dedicado a ese oficio, sino un guripa seleccionado cuando el ocupante de la plaza estaba ya a punto de licenciarse. Así, cuando una hornada de reclutas estaba ya a punto de jurar bandera, preguntaban si había algún barbero. Raro era que entre trescientos y pico o cuatrocientos fulanos no hubiese alguno aunque solo se hubiera dedicado a trasquilar ovejas, así que daba un paso al frente y era destinado a la Escuadrilla de Tropas y Servicios, donde iban a parar los albañiles, los electricistas, los mecánicos y, en resumen, cualquiera que ya tuviera un oficio remunerado antes de incorporarse a filas para dedicarlos a cuestiones de mantenimiento.
Así pues, el coprotagonista de esta historia era un sujeto que llamaremos el soldado Tijerillas, cuya cualificación como peluquero era puesta en duda por todo el personal porque sus cortes de pelo era bastante... deficientes, la verdad. Sin embargo, era vox populi que había logrado el destino por obra y gracia de su amante, un cabo primero que logró que lo destinaran a la barbería. Sí, el soldado Tijerillas perdía aceite a manta. Era un sujeto bajito, enjuto, con jeta de monaguillo seminarista, piel cetrina y vocecita de castrato barroco. Vamos, que no era precisamente un mocetón al uso. Sea como fuere, lo cierto es que ser nombrado barbero era un destino magnífico: todo el día sentado en el sillón ojeando revistas porno (del porno que gustan los homosexuales, naturalmente, no de señoritas frondosas), y a las 14:30 se largaba a su casa. Pocos se pelaban en el cuartel porque la inmensa mayoría lo hacían en la calle ya que tenían pase de pernocta y solo estaban en la base para cumplir el servicio de turno, o bien estaban allí una semana entera a cambio de pasar otra en su casa, momento que aprovechaban para darse un repaso capilar. El soldado Tijerillas no tenía asignado un estipendio por su trabajo, o sea, que pelaba gratis salvo que su víctima le diera una propina, cosa que creo no sucedió jamás.
El otro coprotagonista era el soldado que llamaremos Modosito. Modosito era uno de los integrantes de la siniestra, tenebrosa y odiada Patrulla de Vigilancia, de la cual yo era el mandamás. Inciso: me gané tal fama que, 25 años después de largarme, fui un día con mi segundogénito a saludar a mi antiguo capitán, y el guripa de la entrada se quedó con la jeta a cuadros al ver mi nombre en el DNI, y a mí se me quedó el careto a triángulos cuando, estrechándome la mano efusivamente, me aseguró que, entre la Policía, yo era considerado como poco menos que una leyenda de quien se narraban tropocientas historias acerca de mi estricto sentido de la disciplina y mi proverbial mala leche durante mi periplo castrense. Bien, la cosa es que el soldado Modosito, al que deberían haber enviado a la 22 Escuadrilla, la 407 o a cualquier otro destino más apacible, era un ciudadano callado, taciturno y tímido. Creo que jamás tuvo la osadía de echar una bronca a ningún guripa desarrapado, y menos aún de meterle un paquete. Es más, yo mismo tuve una vez que endilgarle dos días de arresto (ampliados a una semana por el capitán cuando se enteró del tema) porque vi cómo en plena calle era un guripa el que le echaba la bronca a él, que muy contrito aguantaba el chaparrón mirando al suelo. No sé cómo no estrangulé allí mismo a los dos, al guripa y al memo de Modosito.
En resumen, el soldado Modosito no era precisamente uno de esos fulanos nasío pa matá, sino un auténtico cordero pascual con menos ímpetu que un paramecio artrítico y más acoquinado que un hereje impío delante de siete feroces dominicos del Santo Oficio.
Bueno, pues la cuestión es que, un buen día, me encuentro a Modosito en unos bancos de fábrica que había junto al cuerpo de guardia junto a su pareja. Pareja en sentido castrense, ojo. Las patrullas siempre la formaban dos fulanos y, de vez en cuando, íbamos allí a descansar un rato de tanto patear cuartel arriba, cuartel abajo, y a echar un cigarrito. Pero, cual no fue mi sorpresa cuando veo a Modosito llorando como una Magdalena acosada por fariseos cabreados. Pero llorar, llorar a moco tendido. Levanté la ceja que siempre se levanta cuando uno está un poco bastante asombrado y le pedí amablemente que se me informara del motivo de la llantina.
-A vé, ¿qué cohone te pasa?- inquirí mientras el colega de Modosito lo consolaba dándole palmaditas en el lomo- ¿Se t'ha muerto er gato o qué?
Modosito no podía articular palabra. Tenía la cara amoratada, literalmente bañada en lágrimas, dando hipidos y con un moquero que ya necesitaba ser exprimido de tan empapado como estaba.
-¿Qué carajo le pasa a ehte?- pregunté al otro, que llamaremos soldado Orejón
-Er Tijerilla, que l'ha metío mano- respondió Orejón sin dejar de pasear la mano por el lomo de Modosito, que al escuchar a su compañero arreció la llantina por la vergüenza.
-¿Qué...?- pregunté asombrado- ¿Cómo que l'ha metío mano?
-Sí, coño, que lo ha querío violá- insistió Orejón haciendo un gesto explícito que no dejaba lugar a dudas. El Tijerilla había agarrado a Modosito por sus partes pudendas como paso previo al fornicio contra natura.
Tardé más de un minuto en asimilar aquello. Pero, a medida que mi sesera iba haciéndose una idea de lo ocurrido, mi naturaleza extremadamente colérica empezó a despertar, y un regusto a sangre me invadió la boca.
-A vé...- gruñí con mirada torva y acumulando espumarajos en mis fauces- ¿Me ehtá disiendo que'r Tijerilla t'ha metío mano y tú no lo ha reventao a hohtia allí mihmo? ¿Tú no sabe de sobra qu'un polisía en servisio de arma é sagrao, giliposha de lo cohone? ¡Cuéntame qué hohtia a jesho esa mamona o te fohtio vivo, que me tié ya jahta loh güevo, Modosito der copón!
Mi enérgico revulsivo pareció causar efecto en el llorón, que en pocos minutos pudo amainar la pataleta, sonarse los mocos varias veces y enjugarse la jeta con el moquero, que ya daba asco de cómo estaba de fluidos corporales. A trancas y barrancas me contó la película, y por lo que dijo la cosa venía de lejos.
Resulta que el Tijerillas se había enamorado perdidamente de Modosito, y el muy tontaina, en vez de ir a pelarse en su Coria del Río natal, pues iba a la barbería cuartelera. Pero no por la destreza del Tijerillas, sino porque era incapaz de negarse a las súplicas del palomo aquel. Era tan timorato y apocado que no podía mandarlo literalmente a tomar por culo o, en un momento dado, informarme del acoso que sufría, que ya me encargaría yo de meterle las cabras en el corral al promiscuo barberillo. Orejón, que sí estaba en el ajo, se encogió de hombros cuando le pregunté si sabía algo del tema, y me respondió que le había suplicado que no dijera nada a nadie.
Pero lo cierto es que el Tijerillas no paraba de hacer zalemas a Modosito. Hasta le regalaba cositas guais para seducirlo: botes de colonia, ropa y, por lo visto, incluso un tanga negro con un corazón rosa de peluche delante de la picha. Y el Modosito, en vez de darle una tragantada que le sacase la nuez por el cogote, pues se dejaba querer. Pero no porque los requerimiento del Tijerillas le hicieran efecto- el tipo hasta tenía novia en Coria- sino porque era materialmente incapaz de hacerle "el feo" de rechazar los obsequios que le hacía mientras le dedicaba miradas llenas de pasión. Esto que yo he narrado en medio párrafo tuve que sacárselo al Modosito con un sacacorchos tras un largo interrogatorio, porque la vergüenza por su nula reacción ante el agobiante acoso del Tijerillas le superaba.
Finalmente, le pregunté por el intento de violación. De verdad, aquello fue de película...
Resulta que el Modosito se presentó en la barbería a darse un repaso y, sin que se diera cuenta, el Tijerillas cerró con llave mientras él tomaba asiento. Antes de ponerle el babero, el muy bribón le entregó una caja con una docena de pasteles de no sé dónde para que se los zampara en la merienda. Y a continuación, sin que a Modosito le diera tiempo a reaccionar, el Tijerillas se le sentó encima, le echó los brazos al cuello, le estampó el morro y le declaró abiertamente su amor. Modosito, totalmente abrumado, se lo quitó de encima como pudo y salió corriendo hacia la puerta. Tras comprobar que estaba cerrada con llave, se sintió como animal acorralado y empezó a dar vueltas por la amplia dependencia de la barbería seguido por el Tijerillas, que le aseguraba que estaba loco, ¿o debería decir loca?, por él, que le haría lo que él quisiera, que se moría de ganas por...(aquí pongan todos las cochinadas que se les ocurran), y que no podía vivir sin él.
Sintiéndose acorralado, Modosito tuvo un destello de genialidad y, sin dudarlo, se tiró por una ventana. Afortunadamente, la barbería estaba en un bajo y un salto de un metro no era en modo alguno peligroso para su integridad, por lo que se largó corriendo como un galgo a la cercana cantina de tropa, donde Orejón lo esperaba jugando en la máquina de matar marcianos. En fin, cuando terminó de narrarme los hechos tenía claro que aquello no debía trascender, y no por el Tijerillas, sino por Modosito, que bastante desgracia tenía con ser tan apocado como para ser la rechifla de toda la base. Con la ira brotándome por los poros, le ordené que se quedase allí y que llorara un ratito más si le apetecía, que mientras tanto yo me encargaría del Tijerillas.
Dando grandes zancadas, me dirigí a la barbería acompañado de Orejón. En Tablada, las distancias eran enormes, y se echaban varios minutos para ir de un sitio a otro. Invertí ese tiempo en pensar qué haría con el Tijerillas, si patearle el hígado o hundirle el cráneo. Finalmente decidí que a semejante personaje le bastaría una bronca de antología, y que no merecía la pena que me metieran un paquete por dejarlo allí tirado chorreando sangre. Ahora, los ofendiditos me tacharán de fascista, homófobo, etc., pero, aparte de que me da una soberana higa, justo es reconocer que el que se la buscó fue el Tijerillas por su promiscuidad.
Cuando por fin llegué a la barbería le ordené a Orejón que se quedara fuera, y que no dejase entrar a nadie. Abrí la puerta de un manotazo y allí estaba el Tijerillas, apalancado en el sillón mirando al infinito, tal vez apenado por las calabazas que le dio Modosito. Al verme aparecer, su jeta aceitunada se puso completamente verde. Mi fama me precedía, y mi corpachón uniformado y con el casco en la cabeza causaba bastante inquietud, las cosas como son. El Tijerillas estaba tan acojonado que ni se movió, como un gazapo ante una boa. Cuando llegué hasta él lo agarré por las solapas y lo levanté en vilo hasta que su jeta quedó delante de la mía. Lo llevé contra la pared y lo sujeté por el pescuezo con la mano derecha, de forma que los pies le quedaban a unos 20 cm. del suelo. Obviamente, del verdoso pasó al morado a los pocos segundos.
-Cusha, mamonaso de mierda- espeté murmurando peligrosamente si bien no le dije mamonaso, sino otro palabro que omito porque hoy es políticamente incorrecto- como yo m'entere de que vuerve a meté mano al Modosito, no solo acabah un mé en er caleto (el calabozo), sino que ante de meto una manta de hohtia que no te va a conosé ni la mare que te parió. ¿T'ha enterao, joputa?
Dando ya muestras de asfixia, el Tijerillas movía la cabeza de arriba abajo con los ojos muy abiertos. Le pregunté dos o tres veces más si la cosa estaba clara hasta que, finalmente, lo solté. Cuando tocó el suelo se le doblaron las rodillas, y allí quedó tosiendo y jadeando.
-Y una cosa má...Yo he venío a pelarme, ¿verdá?- pregunté antes de largarme.
El Tijerillas, entre tos y tos, afirmaba con mucho convencimiento que, en efecto, mi visita a la barbería se debía a lo lógico, pelarme, aunque yo siempre lucía un primoroso corte de pelo a la taza, que para eso tenía que dar ejemplo al personal. En fin, sin decir más palabra me largué, dejando al fulano aquel recuperándose del susto y el ahogo. Está de más decir que Modosito nunca más fue a la barbería, que el Tijerillas nunca más se metió en camisa de once varas, y todos fuimos felices y comimos perdices.
Bien, como han visto, el tema del acoso sessuá no es nada nuevo, y no solo lo sufren las mujeres a manos de los malvados hombres. La cosa es que la mujer lo proclama- y ahora más que nunca porque hay más de 300 leyes que las favorecen- y los hombres se lo callan, generalmente por vergüenza. Pocos se atreven a reconocer que un ser de luz los ha acosado, y aún más que un "guey" los ha porculizado o lo ha intentado.
Posiblemente, este relato encenderá a más de un ofendidito, que dirá que el Tijerillas era un probo ciudadano homosexual empoderado, resiliente y blablabla, y el Modosito un retrógrado incapaz de reconocer que el amor es libre y que no tenía por qué montar semejante número por lo que era una simple demostración de afecto. De mí dirán que me porté como un homófobo machista, un tirano del heteropatriarcado y tal, pero ya quisiera yo ver a estos ofendiditos si soltaban sus mantras en un acuartelamiento de hace unos añitos. Sea como fuere, lo cierto es que el Tijerillas se pasó siete pueblos con un chaval que acababa de salir de las faldas de mamá para ir a parar a un mundo donde nadie te iba a sacar las castañas del fuego salvo tú mismo. Por eso, en la mili entrabas siendo un crío y salías convertido en un hombre. Mala cosa se hizo al abolirla, y ya vemos como muchos países occidentales se están empezando a plantear volver a implantarla, entre otras cosas para inculcar a los jóvenes el concepto de defensa de la Patria y el espíritu de sacrificio, que tantos niñatos de hoy día tienen totalmente atrofiado.
Bueno, se acabó lo que se daba.
CVRATE VT VALEATIS CIVIS
Hale, he dicho
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