En la época que nos ocupa, los dos principales focos de producción de armaduras eran Alemania, con Solingen como ciudad más señalada, e Italia, con Milán como principal referente. Eran, por así decirlo, los que marcaban la moda de la época en cuestiones de armamento.
La ilustración de cabecera muestra un caballero portando una armadura gótica, diseño que se extendió por toda Europa Occidental, y de los que podemos ver espléndidos ejemplares en la armería del Alcázar de Segovia.
Las diferencias más notables entre el diseño italiano y el alemán radicaban, aparte de meras cuestiones puramente estéticas, las podemos ver comparando el dibujo de arriba con la foto de la izquierda, que muestra un arnés fabricado en Milán hacia 1455. Aparte del yelmo, una barbota que igual podía ser sustituida por un almete o una borgoñota, observaremos que la pieza italiana ofrece un aspecto más masivo. Sus diferentes piezas tienden más a superponerse unas sobre otras, a diferencia del arnés gótico que busca cubrir las zonas expuestas de forma más sucinta y, con ello, logrando una mayor ligereza. Una de las diferencias más notables la vemos en las hombreras. Si observamos el arnés italiano, la pieza cubre el hombro, la mitad del brazo y se extiende hacia el pecho, superponiéndose con el peto. Por el contrario, en el arnés gótico cubre solo el hombro, quedando el brazo protegido por unas launas y la unión entre la hombrera y el peto por un varaescudo, que son esos pequeño círculos unidos mediante una lazada de cuero rojo. El sistema alemán permitía una mayor movilidad del brazo, sobre todo a la hora de levantarlo para descargar el golpe. En ese momento, el varaescudo cubría la axila de un posible puntazo de la espada o la lanza del enemigo.
Otra diferencia sustancial la vemos en los guanteletes. Las piezas góticas, de las que hay ejemplares que son una verdadera maravilla en cuanto al número de piezas y lo delicado de su elaboración, permitían una mayor movilidad, no ya de la mano, sino de cada dedo. Por el contrario, las armaduras italianas solían tener sus guanteletes sin dedos, permitiendo solo abrir y cerrar la mano. En sucesivas entradas se irán estudiando cada parte de la armadura con más detalle, así como los diferentes diseños que se fueron creando a lo largo del tiempo, por lo que solo indico las peculiaridades más notables de cada una de ellas. En todo caso, hay que tener en cuenta que cada armadura se realizaba por encargo, por lo que, aparte del patrón básico, cada armero o el futuro propietario realizaba las variaciones que tenía a bien en función de sus gustos estéticos, constitución física, etc.
Pero lo más importante de todo es que, como ya se ha comentado en entradas anteriores, el perfeccionamiento de las técnicas metalúrgicas permitió elaborar armaduras de placas cada vez más ligeras y resistentes. Contrariamente a lo que su apariencia pueda dar a entender, el peso de una de estas piezas no solía rebasar los 30 kg. Si recordamos que una cota de malla podía alcanzar los 25 kg., vemos que por el mismo peso la protección era muy superior. Estas armaduras, aparte de estar fabricadas a toda prueba, podían incluso resistir el disparo de un arcabuz, lo que convertía a sus portadores en hombres prácticamente invulnerables. Solo desmontándolos del caballo podían ser liquidados con relativa facilidad. Por otro lado, su escaso peso en relación a la protección que daban les permitía combatir a pié con bastante libertad de movimientos. Al no precisar de escudo disponían de las dos manos para empuñar armas ofensivas, y solo si eran derribados o atacados por la espalda podían ser heridos. Su único punto vulnerable era el visor, por el que se podía introducir una daga, o las ingles.
Como se recordará, bajo la armadura vestían un jubón cubierto de malla en las zonas que quedaban expuestas: codos, cara interior de los brazos, axilas, parte trasera de los muslos y la zona púbica en caso de las armaduras góticas, que carecían de escarcelas. Sólo las ingles estaban desprotegidas, lo que era irrelevante si se iba montado a caballo. Pero si un enemigo le metía una daga por esa zona, era su talón de Aquiles.
En cuanto a su difusión, sólo hombres muy adinerados podían permitirse poseer una. Aunque los ejércitos de la época tendían cada vez más a la profesionalización, y los hombres de armas invertían más dinero en procurarse la mejor protección, estas armaduras estaban al alcance de pocos. Su elaboración duraba varios meses, y si miramos el delicado cincelado de las armaduras góticas, ese tiempo se alargaba considerablemente, así como su precio. Las heredadas de los padres no siempre eran válidas, ya que las diferencias de constitución podían ser insalvables. En el mejor de los casos igual bastaba cambiar solo algunas piezas, pero por otro lado la tiranía de las modas obligaba a los nobles de la época a tener que dejar la armadura de papá adornando el salón y gastarse una fortuna en una nueva para no ser tenido por un hombre de pocos recursos. Como se ve, hace siglos que nos dejamos esclavizar por las dichosas tendencias hasta en algo tan ajeno a la estética como el armamento. Y la cosa es que no solo debían invertir cuantiosas sumas en armamento defensivo para la guerra, sino también para otras cuestiones más cortesanas como las justas, torneos, pasos de armas e incluso paradas militares, por lo que la panoplia de un noble de cierta categoría suponía un gasto tal que, si lo pudiéramos extrapolar a nuestros días, nos quedaríamos atónitos.
No es fácil de calcular porque el nivel de vida es totalmente diferente, y cosas que hoy son bagatelas en aquella época eran artículos de lujo, así que haré una comparativa sobre el precio en ducados de oro de una simple panoplia formada por espada, daga y sus correpondientes vainas y tahalíes inventariado en 1551 y propiedad de Felipe II. Ojo, que es flipante la cosa. La panoplia fue tasada en 100 ducados. Hagamos una regla de tres. El ducado de esa época era una moneda de oro cuya ley y peso había sido disminuido conforme al ducado de tiempos de los Reyes Católicos porque había demasiadas fugas de divisas debido a la ley y peso superiores respecto a los de otros países de Europa, por lo que se le añadió cierta cantidad de plata y se bajó la ley de 23 3/4 a 22 quilates. Pero para no comernos mucho el tarro, vamos a tomar el de los Reyes Católicos: 3,6 gramos de oro de 23 3/4 quilates.
Aparte de las fluctuaciones diarias del mercado, el precio del gramo de oro de 24 quilates es de 38 euros. Así pues, un ducado valdría 136,8 euros. Por lo tanto, la espada y la daga arriba mencionados costarían 13.680 euros, o sea, lo que nos costaría un coche de gama media-baja. Como digo, es difícil establecer comparaciones porque, hoy día, se fabrican réplicas de espadas de la misma calidad y acabado que la mencionada por 300 euros, pero la mano de obra requerida para ello es actualmente ínfima con la necesaria para el mismo trabajo hace 500 años. En todo caso, creo que la comparativa es bastante válida para hacernos una idea de lo que un guerrero de aquellos tiempos tenía que pagar para poder equiparse adecuadamente. Y si el precio de la espada y la daga era de 100 ducados, ¿qué costaría una armadura que requería 3 ó 4 meses de trabajo? Cuando me entere, que me enteraré, os lo cuento...
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