jueves, 3 de julio de 2014

Acciones de guerra: los golpes de mano


Plaza fuerte de Almeida

Ante todo, conviene aclarar que los golpes de mano no consistían en matar al enemigo a collejas. Era algo más taimado, sutil y alevoso y, además, el tipo de acción previa a la que vimos en la entrada dedicada a las minas explosivas así que, si alguien no la ha leído, sería recomendable que le echara un vistazo para ponerse al tanto. Como se explicó en dicha entrada, una de las formas de platear el minado de una fortificación era ocupando el camino cubierto y el foso; obviamente, para poder llevar a cabo esta acción de guerra era preciso planificar previamente otra que permitiera la consecución de la misma para emplazar los cañones y batir a corta distancia la escarpa de la fortaleza enemiga y, de ese modo, abrir paso a los zapadores. Dicha acción era lo que se denominaba como ataque de viva fuerza, ataque por sorpresa o, como era más conocida: golpes de mano.

Como podemos imaginar, acercarse al camino cubierto como si tal cosa era como poner en manos del cuñado más psicópata de todos un hacha y luego negarle un sorbito de Vega Sicilia del bueno: un suicidio. Las bocas de fuego y la fusilería que guarnecían obras exteriores de la fortaleza a batir se encargaban de dar buena cuenta de los insensatos en un periquete. Así pues, lo mejor era planear un ataque sorpresivo con nocturnidad y alevosía para no dejar reaccionar a un enemigo cuyos centinelas, atocinados por el sueño, estaban en Babia en vez de vigilando atentamente los movimientos de los asaltantes. Y para explicar este tipo de acción de guerra, nada mejor que narrarla como si fuéramos a llevarla a cabo en vivo y en directo, que de esa forma vuecedes lo entenderán mucho mejor que si lo plasmo en plan tratadista y académico. Veamos pues...

1. El objetivo

Apunte del natural enviado por uno de nuestros espías.
La guarnición no parece muy belicosa, pero la muralla
es más gorda que la hipoteca de cuatro cortijos.
He tomado como hipotético objetivo de nuestra acción de guerra la plaza de Almeida, bastión difícil de batir por contar con defensas de primera clase, si bien nuestras valerosas tropas no tendrán problemas para apiolar bonitamente al enemigo, qué carajo. Como vemos en la imagen de cabecera, sus defensas no son moco de pavo precisamente ya que tiene un amplio surtido de obras exteriores capaces de frenar en seco al más pintado: plazas de armas, revellines, un buen foso de gran anchura y, ya formando parte del recinto principal, seis baluartes fuertemente artillados. Sus murallas, con una sólida cobertura en forma de sillería de granito, es cuasi imposible de batir a cañonazos y sus casamatas están fabricadas a prueba de bomba. Por último, un vasto cuartel alberga la guarnición encargada de la defensa de la plaza, así que también cuentan con hombres suficientes para plantar cara al enemigo, o sea, a nosotros. Parece complicada la cosa, ¿no? 

2. El plan de ataque

En consejo de guerra decidimos que solo minando la muralla tenemos probabilidades de salir airosos del brete, así que ante todo procede una inspección de las murallas y de las defensas de la plaza para determinar el lugar más idóneo para llevar a cabo el golpe de mano. Mientras tanto, nuestros zapadores ya han completado las líneas de circunvalación y contravalación, y avanzan a toda pastilla cavando las trincheras que permitirán establecer las paralelas desde las que nuestra artillería podrá bombardear el objetivo. Así pues, tras el reconocimiento veamos como está el patio...


Sombreadas en rojo tenemos las plazas de armas que forman parte de la primera línea de defensa de la plaza y en azul el camino cubierto del que nos tenemos que apoderar. Para ello elegimos las tropas más selectas y bragadas y los dividiremos, por ejemplo, en tres grupos cada uno con una misión distinta. Tras ellos, los zapadores habrán hecho acopio de los pertrechos necesarios para afianzar las posiciones una vez tomadas: fajinas, sacos terreros y cestones para fabricar parapetos y las herramientas para ello, tales como azadas, picos, palas, etc. 

3. El golpe de mano

La artillería bate las murallas enemigas
La acción comenzará con una preparación artillera para ablandar las posiciones enemigas, así como para desalojarlos de las mismas mientras se realiza el ataque. Como vemos, es el mismo método que se seguía durante la Gran Guerra. Del mismo modo, la hora elegida para el golpe de mano será la madrugada, que es la hora en que se vigila menos y se duerme más. Digamos que las cuatro de la mañana sería una hora estupenda ya que es cuando los centinelas no mantienen abiertos los ojos ni pegándose los párpados con cianoacrilato. Previamente concertada la hora en que cesará el cañoneo, empezará el ataque de la infantería. Hemos elegido atacar por el revellín que aparece en la foto porque es el que menos bocas de fuego lo enfilan desde los baluartes cercanos, solo seis piezas cuyos conos de fuego vemos sombreados en amarillo y verde. Bueno, empieza la fiesta: ¡FUE...GO! 

Nuestras tropas se dividen en tres grupos, los cuales entrarán en acción nada más acabar el cañoneo y sin dar tiempo al enemigo a que se reponga del susto:

Zapadores en acción
Grupo de asalto 1. Atacará la plaza de armas B y entrará en el revellín por la gola para desalojarlo de enemigos. Los seguirán los artilleros que emplazarán cuatro cañones en el foso, justamente donde aparece el círculo rojo. En ese lugar, protegido por el mismo revellín, la artillería del fuerte no podrá ofenderlos y, de ese modo, dispararán a su sabor contra la muralla del baluarte.

Grupo de asalto 2. Tomará la plaza de armas A y avanzarán por el camino cubierto para hacerse también con el D. Los zapadores que les acompañan prepararán el alojamiento en forma de raya negra para apostar en el mismo las tropas que deberán guardar el flanco, así como el alojamiento situado entre las plazas de armas A y B, desde las que se podrá hostigar el revellín en caso de  que el enemigo intente recuperarlo.

Grupo de asalto 3. Atacará la plaza de armas C y los zapadores establecerán un alojamiento entre esta y la B. Una vez tomada, mantendrán la plaza de armas C para cortar el paso a los miembros de la guarnición que, avanzando por el foso o el camino cubierto, intenten expulsar a los sitiadores de sus alojamientos.

Por último, nuestra artillería emplazada en la tercera paralela bombardeará con obuses, morteros y pedreros las zonas marcadas con una pequeña bomba para tener entretenido al personal de forma que dejen a los nuestros seguir machacando la escarpa del foso para abrir paso a los minadores. Ni el gran Moltke trazaría un plan tan chulo, cojones...

Posiciones artilleras protegidas por un talud y cañoneras
fabricadas con cestones. Para impedir que las piezas se
entierren en el suelo, los zapadores también han provisto
la posición de plataformas formadas por gruesos tablones
Bien, si este golpe de mano tiene éxito podemos asegurar que la mina se podrá cavar sin problemas, abrirá una hermosa brecha en la muralla y podremos entonces llevar a cabo el asalto. Y con suerte y redaños, ganaremos la plaza para mayor gloria de nuestras tropas, el rey nos dará mogollón de medallas y nos convidará a gambas en cantidad y saquearemos bonitamente al enemigo para apoderarnos de todo menos de sus cuñados y sus suegras, por los que nadie pagaría rescate jamás. Así pues y a modo de compendio resumido, un golpe de mano era, como hemos visto, una acción de guerra realizada de forma sorpresiva con el fin de infiltrarse en las obras exteriores de la fortaleza a batir. Dicha acción debía por ello llevarse a cabo aprovechando las horas de la noche y con el apoyo de la artillería, la cual deberá permanecer alerta tras el ataque para, si es preciso, impedir posibles salidas de los defensores para recuperar las posiciones perdidas. 

Bien, en teoría con esto acabaría la acción y santas pascuas. Pero un general sagaz y sensato no puede ordenar llevar a cabo una operación en la que comprometerá a lo más granado de sus tropas sin tener en cuenta todos los factores adversos con que se encontrarán durante el desarrollo de la misma. Los que eran obvios - artillería, fuego de fusilería, empalizadas y demás obstáculos- saltaban a la vista. Pero había otros que dormitaban aletargados en el subsuelo, esperando la ocasión para, de forma repentina, dar cuenta de los enemigos que bravamente se comprometían en el asalto sin sospechar lo que estaban pisando. Hablamos de las fogatas y los cajones. 

Estos artefactos estaban concebidos como las modernas minas anti-persona. Su finalidad era precisamente la de cubrir las zonas más sensibles del sistema defensivo de una fortificación de forma que, caso de necesidad, detonarlas y mandar a hacer puñetas a los enemigos y dejarlos con el dulce sabor de la victoria en la boca. Las fogatas eran hornillos de pequeño tamaño ubicados a seis pies (180 cm.) de la superficie del glacis, zona por donde probablemente vendría cualquier ataque. En el gráfico superior podemos verlo sin problemas: el fusilero permanece en el camino cubierto tras el parapeto formado por un talud y rematado por cestones rellenos de tierra desde donde podrá abrir fuego a pecho cubierto contra los enemigos. Delante hay una berma, un mínimo foso o pequeña zanja para que se acumule la tierra que pueda caer del talud e impedir así que se forme una rampa por la que los atacantes puedan encaramarse con facilidad para tomar el camino cubierto. Y ante la berma tenemos, marcada en rojo, la fogata. Es un simple pozo con su cámara de hornillo, la cual tiene capacidad para unos ocho o diez kilos de pólvora debidamente apelmazada para que genere la mayor presión posible. Estallaría mediante una mecha o una salchicha prendidas desde el parapeto de forma que los defensores, caso de verse a punto de ser desbordados, pudieran aliviar la presión sobre ellos haciendo estallar estas minas en miniatura. Recordemos que con lo que contenía cada fogata podían volarse varios metros cúbicos de tierra con los que se paseaban encima de ellas incluidos.

En cuanto a los cajones, estos funcionaban exactamente de la misma forma pero con una salvedad, y es que en este caso no se enterraban en el glacis, sino en el mismo camino cubierto de forma que el enemigo no se diera cuenta de lo que les aguardaba en caso de apoderarse del mismo e instalaba allí sus alojamientos. O sea, era una forma de dejar minada una zona que, en caso de perderse, podría ser volada con sus ocupantes sobre ella para recuperarla con más facilidad. Estos cajones no eran más que los cofres empleados para el transporte de la pólvora, los cuales eran unos robustos recipientes de madera cuyas partes estaban ensambladas mediante colas de milano y barrados con flejes de hierro. Para facilitar su manejo iban provistos de dos asas de cuerda a los lados y las tapas carecían de bisagras ya que eran deslizables. Estos pesados cofres, de casi 14 kilos de peso, contenían un quintal, o sea, 48 kilos, de pólvora ensacada. Para prenderlos se recurría a salchichas debidamente ocultadas y, como aditamento, se les solía añadir una bomba de mortero para aumentar sus letales efectos, a los que habría que sumar las astillas de madera y los fragmentos de los flejes. En fin, algo muy desagradable.

Resultado de la detonación de una fogata en el glacis
Como vemos, de tontos no tenían un pelo a pesar de esa imagen que nuestros belicosos ancestros suelen dar con sus pelucas empolvadas y sus uniformes llenos de charreteras y demás quincallería. En definitiva: un golpe de mano podía convertirse en la acción de guerra definitiva para ocupar el foso y minar exitosamente la fortificación, pero había que andarse con siete ojos porque el enemigo tenía también sus métodos para impedir a toda costa que se les colaran invitados non gratos. Un tramo de camino cubierto con diez o veinte cajones enterrados podían mandar literalmente al carajo a una hipotética batería emplazada por los atacantes o borrar del mapa en un santiamén varias decenas de metros de trinchera.

Bueno, es hora de invadir la nevera aprovechando que el personal sestea. Así no me ve nadie.

Hale, he dicho

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